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Algunas cartas de Flannery O’Connor

Las cartas de Flannery O’Connor nos entregan una mezcla incomparable de humor negro, teología, sofisticadas observaciones sobre literatura y serena contemplación de la propia decadencia. Acá una muestra.

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Presentación

“Para un autor resulta una verdadera desgracia ser comprendido”, escribe Cioran. Si el ilustre meteco rumano tenía razón entonces la posteridad estética y espiritual de la excéntrica, inquietante narradora norteamericana Flannery O’Connor parece asegurada: ya en su corta e intensa carrera literaria los malentendidos, exageraciones y la mera estupidez inficionaron la recepción de su obra; tras su muerte la radical opacidad inmanente a esos textos se ha combinado con los diversos y a menudo ridículos avatares del estudio académico de la literatura en Norteamérica (deconstrucción, psicoanálisis… y todo lo demás) para garantizar que por cada estudio más o menos serio broten una docena de insensatas monografías.

Su prolífica, portentosa correspondencia –esa mezcla incomparable de humor negro, teología, sofisticadas observaciones sobre literatura, incesantes opiniones contundentes en torno a cualquier tema imaginable y serena contemplación de la propia decadencia– no ha facilitado la diligente, obstinada labor de los exégetas: por el contrario, el enigma parece acendrarse con cada nuevo hallazgo:[1] ¿quién era en última instancia esta mujer desconcertante que, tras alimentar a los numerosos pollos de su granja, regresaba a la casa apoyándose en muletas para pergeñar algunas de las narraciones más complejas en la literatura anglosajona del siglo XX? Nadie ha encontrado ni encontrará jamás una respuesta definitiva… y quizá está bien que así sea. Lo único que puede decirse con seguridad de sus cartas es que jamás aburren. Las que a continuación traduzco sugieren, siquiera parcialmente, el inagotable ingenio, la deslumbrante cortesanía de la singular escritora sureña.

Algunas cartas de Flannery O’Connor

A Sally y Robert Fitzgerald – Milledville, 25 de enero, 1953

Mi primer ejemplar de The Kenyon Review llegó ayer y me sentí como toda una erudita mientras lo leía. Hay un capítulo de una novela de Randall Jarrell (“Pictures From an Institution”). Supongo que podría decirse que es un buen texto en el estilo de Randall Jarrell pero no es buena literatura […] The Kenyon Review me mandó mil dólares[2] el otro día: sin nota, sin ninguna explicación, solo “la pasta”. Ahora todos mis parientes piensan que soy una “escritora comercial” y están realmente orgullosos de mí. Mi tío Louis me habla todo el tiempo de algún sonso en su trabajo que ha leído Sangre sabia,[3] el último fue un tipo que le dijo: “pregúntale por qué no escribe sobre gente agradable”. Louis le respondió: “ella escribe sobre lo que vende”. Otra opinión de lo más curiosa fue la del “cerebro” de su compañía: le dijo que “sí, es un buen libro, bien escrito y todo eso,pero dile que la próxima vez escriba sobre gente rica, estoy cansado de leer sobre los pobres”.

[…] el asunto de Notre Dame me parece espléndido. Tengo varios amigos que han estado allí y todos hablan con gran entusiasmo de la universidad. Si quieren que los visite en el verano intentaré hacerlo, aunque todo depende de mi salud. Si estoy bien me gustaría ir […] por otra parte mi madre está en contra de cualquier viaje porque, como ella dice, “tú sabes quién tiene que cuidarte si te enfermas”, y es cierto. De todas formas, me gustaría mucho ir a New York en el verano si me siento mejor […] ahora estoy completamente calva y tengo cara de melón: creo que eso va a ser permanente. En el pueblo hay otra mujer con lupus. Hace poco estuvo dos semanas en el hospital y no podía ni abrir las manos, pero después del tratamiento con ACTH anda por ahí y volvió a cocinar. Ahora que sé que el tratamiento funciona me siento mucho mejor. Me mantengo fuera del alcance del sol y me abstengo enérgicamente de cualquier esfuerzo físico: no es para tanto.

A Sally Fitzgerald – 2 de febrero, 1953

[…] aquí te envío un poema. La cosa es así: la Sociedad para la Poesía de Georgia ofrece cincuenta dólares por un poema y he pensado que no me vendrían mal pero necesito saber si “funciona” antes de presentarlo. Este es mi primer y último poema: me parece un hábito deplorable para un narrador. La novela va muy bien: tengo un simpático gánster llamado Rufus Florida Johnson: ese es mi verdadero estilo.

Mi madre y yo sostenemos interesantes conversaciones literarias como la que transcribo a continuación: ella (revisando los títulos de mi biblioteca): “Moby Dick. Sí, he oído hablar de eso”. Yo: “Mow-by Dick”. Ella: “Mow-by Dick. El Idiota. ¿Compraste un libro llamado El Idiota? ¿Sobre qué trata?” Yo: “Sobre un idiota”.

Te envío una suscripción a algo llamado Shenandoah […] allí está la reseña de Faulkner sobre El viejo y el mar, que está muy bien. Faulkner dice que en este libro Hemingway descubrió a Dios. Mi parte preferida es aquella donde compara el ojo del pez con un santo en una procesión. Me parece que ahí sí descubrió algo novedoso, al menos para él […]

A Robert Lowell – 17 de marzo, 1953

[…] supongo que Iowa City debe resultar muy tranquilo comparado con Europa, sobre todo considerando que se trata de una ciudad naturalmente sosa. A mí siempre me ha gustado, y eso que está repleta de casas cubiertas de ceniza con aspecto de asilos para tuberculosos. Cuando estuve allá había un zoológico que contenía un par de osos apáticos y un cartel sobre ellos que decía: “Estos leones fueron donados por el Club Elks de Iowa City”. Eso sí, hay una buena selección de aves que solía admirar cada vez que iba

Me va bastante bien pese a todo lo que se dice. Tengo una enfermedad llamada lupus y tomo una medicina llamada ACTH y con eso me las arreglo. El lupus es una de esas enfermedades que afecta los huesos: viene y va, y cuando se va puedo salir de la casa […] tengo suficiente energía para escribir y como, en cualquier caso, solo sirvo para eso, puedo, si cierro un ojo, tomarlo “como una bendición”. Cuando estás obligada a ahorrar tus energías observas todo con mayor atención […] o al menos eso me digo […] mi madre y yo vivimos en una enorme granja y he adquirido varios pavorreales: paso mucho tiempo observándolos y pienso convertirme en la mayor experta en pavorreales de todo el mundo: quizá me ofrezcan una cátedra en la universidad para el estudio de los pollos.

A Robert Giroux – 14 de junio, 1953

Me sorprende que la edición de bolsillo de Sangre sabia haya aparecido tan rápido y que la ilustración de cubierta no sea peor de lo que esperaba […] no me sorprendería que lo retirasen de las librerías en Georgia: aquí tenemos ahora una “comisión literaria” que incluye a un predicador, el administrador de un cine y otros personajes de lo más curiosos […]

A Sally Fitzgerald – verano de 1953

[…] disfruté mucho el poema sobre Shakespeare, gracias por enviarlo. Mi madre me preguntó el otro día si sabía que Shakespeare era irlandés. Le dije que no lo sabía y contestó que lo había leído en el periódico de Savannah. Y claro, allí estaba: un profesor de la Universidad de Chicago había dado una conferencia en algún lugar que no recuerdo y afirmaba que Shakespeare había sido irlandés. Le dije a mi madre, bueno, mira, en realidad ese tipo es el único que lo dice, así que mejor no vayas por ahí repitiendo eso y me respondió que le importaba un bledo si Shakespeare era irlandés o chino. Ahora está empeñada en construir un estanque para que las vacas puedan refrescarse en el verano: eso sí le interesa […]

A Ben Griffith – 15 de febrero de 1954

Muchas gracias por tu amable carta. Yo me parezco mucho más a Enoch[4] que al gorila y siempre contesto todas las cartas que recibo de inmediato […] sobre la cuestión de las fuentes lo único que puedo decirte es que ciertamente he descubierto muchas que podrían haber influenciado Sangre sabia después de haber escrito el libro.Sí, he leído la oda de Wordsworth[5] pero eso es todo: tengo uno de esos cerebros en los que cuando algo entra no se parece en nada a lo que sale. Lo que dices sobre Edipo me parece más plausible. Por supuesto, Hazel Motes[6] no es una figura basada en Edipo –el modelo es el apóstol Pablo– pero de todas formas existen algunas semejanzas obvias. Ahora recuerdo que cuando escribía el final del libro estaba viviendo con Robert y Sally Fitzgerald en Connecticut: Robert Fitzgerald tradujo el ciclo tebano y su versión, que acababa de aparecer, me deslumbró. ¿La conoces? Yo no sé griego clásico y estoy muy lejos de ser una experta en esas cuestiones, pero pienso que es la mejor traducción en lengua inglesa, ciertamente muy hermosa. En definitiva, todo cuanto puedo decir es que he pensado mucho sobre Edipo.

Mi formación intelectual y mis inclinaciones son rigurosamente católicas y creo que eso resulta evidente en el libro. Siempre que reseñan Sangre sabia hablan de Kafka, pero la verdad es que nunca he podido terminar ni El proceso ni El castillo y no me atrevería a decir que sé algo sobre Kafka. Creo que leerlo un poco te convierte, tal vez, en un escritor más audaz. Mis lecturas no son sistemáticas: he recibido, supongo, lo que pasa por ser una educación en esta época, pero no me hago ilusiones. Suelo leer a Henry James con la esperanza de que mejore mi estilo (aunque no tengo idea de cómo eso funcionaría): una fe conmovedora, entre tantas otras.

Ahora mismo intento escribir otra novela y una colección de relatos. Me tomó cinco años terminar Sangre sabia y probablemente me demore otros cinco con esta. El esfuerzo para mantener un tono es considerable, especialmente cuando nunca sé exactamente qué tono quiero mantener.

Como el libro te interesa supongo que no eres de Georgia: aquí a nadie le interesa. En general los sureños no saben nada sobre la literatura del Sur a no ser que hayan asistido a universidades norteñas. Al menos esa es mi teoría […]

A Ben Griffith – 3 de marzo de 1954

[…] permíteme asegurarte que solo un católico podría haber escrito Sangre sabia aunque sea, en cierta forma, un libro sobre un santo protestante y reduce el protestantismo a dos conceptos paralelos supremamente absurdos: La Iglesia sin Cristo o La Santa Iglesia de Cristo sin Cristo, algo que ningún protestante piadoso haría. Y por supuesto, tampoco podría haber sido escrito por un ateo, ni siquiera por un agnóstico, porque se trata de un relato obsesionado con la Redención. No hay muchos lectores dispuestos a aceptar esta exégesis y quizá no sea fácil percibir que de eso se trata: después de todo Hazel Motes es –o cree ser– un nihilista. Su nihilismo, sin embargo, lo conduce directamente a la rotunda realidad de su Redención, precisamente aquello de lo que intentaba escapar.

Sobre los símbolos en la narración: cuando comienzas a describir el significado de un símbolo, como el túnel que aparece tantas veces en la novela, de inmediato limitas su alcance. Ahora bien, lo propio de un auténtico símbolo es que con el tiempo su sentido se expande, se profundiza:[7] todo debería tener –tanto en Literatura como en Teología– un significado más profundo. De todas formas, no me corresponde a mí decir cuál sería: soy novelista, no crítica y con ese argumento puedo rechazar cualquier obligación de interpretar mis relatos. Por supuesto, la verdadera razón es mi inveterada vagancia […]

A Sally Fitzgerald – 26 de abril de 1954

[…] Cal Lowell me ha escrito diciendo que “no regresará al rebaño”[8] […] él piensa que “puede ayudar más si está afuera” […] también dice otras idioteces pretenciosas sobre “el anarquismo católico” de Henry Adams, que él comparte (excepto que también es agnóstico). Le escribí que me apenaba enormemente su abandono de la Iglesia y que no sabía qué más podía decirle. De todas formas, señalé que albergaba serias dudas sobre la posibilidad de que fuese capaz de ayudar a alguien estando fuera de la Iglesia […] agregué que los sacramentos otorgaban la Gracia y lo dejé ahí. Me envió una postal agradeciéndome, dice que hablamos el mismo lenguaje pero que ya no es tan joven y no puede pensar con la rapidez de antes […]

Incluyo ahí una foto de mi autorretrato. Mi madre dice que muestra con gran exactitud cuán horrible es, pero yo no estoy tan segura porque al menos los colores son hermosos en el original.

A Robert Giroux – 22 de enero, 1955

Nadie ha mencionado la ilustración de cubierta para este libro, pero te estaría muy agradecida si usaras la que te envío (sobre todo porque así no tendré que encargar otra): es un autorretrato con faisán que pinté hacia 1953: creo que se trata de una representación bastante realista […]

A Robbie Macauley – 18 de mayo, 1955

Me alegra mucho que te gustasen los relatos porque ahora siento que no está mal que yo los disfrute tanto. La verdad es que nadie los disfruta tanto como yo: los leo una y otra vez y me río a carcajadas, pero luego me da un poco de vergüenza cuando recuerdo que fui yo quien los escribió […] por cierto, al parecer todos los lectores de Sangre sabia piensan que soy una nihilista palurda cuando en realidad lo que me gustaría es crear la impresión de que soy una auténtica tomista palurda, quizás la única en Norteamérica.

[…] también me alegra saber que admiras al Doctor Frank Crane, mi teólogo protestante favorito […] creo que el buen Doctor merece más reconocimiento: es una extraordinaria combinación de pastor y masajista,¿no crees? En el Atlanta Constitution aparece en la misma página que la tira cómica.

[…] por favor, agradécele al señor W. P. Southard por sus comentarios sobre mi libro: siempre reconforta saber que tengo al menos un lector de primer orden porque hay tantos que no lo son. A veces recibo cartas de personajes que yo podría haber creado: por ejemplo, el joven escritor de California que publica una revista llamada Coche Funerario, en sus propias palabras, “un vehículo para transportar cuentos y poemas al gran cementerio del Intelecto Norteamericano” […] también recibí otra de dos estudiantes de teología en la Universidad de Alexandria que dijeron haber leído Sangre sabia y que la foto de contracubierta era su preferida entre todas las escritoras contemporáneas: el más sombrío elogio hasta el momento. Me encantaría que alguien inteligente me escribiese, pero, según parece, tiendo a enganchar a los personajes delirantes […]

A Ben Griffith – 9 de julio, 1955

Gracias por hacer que los académicos lean mi libro. Me deleita el pensamiento de ser leída por eruditos. Por otra parte, he recibido algunas cartas muy curiosas de mis “fanáticos” (aunque es cierto que muchas no van más allá del título del libro:[9] “¿De verdad piensas que es difícil encontrar un hombre bueno? Yo tengo 31 años, estoy soltero, trabajo como un animal…”, etc., etc., etc.) La mejor fue la de un montañés de Virginia Occidental cuya palabre favorita es –según dice– “Literatura”, aunque él la escribe siempre como “Literatur”.

[…] mi editor me escribió que el libro se vende más que cualquier otro en su lista con la excepción de Thomas Merton (sospecho que entonces su lista no es gran cosa). En cualquier caso, van a reimprimirlo. La reseña en Times fue terrible, casi me provocó una apoplejía; la que publicaron en el Atlanta Journal era tan estúpida que resultaba dolorosa. Fue escrita, según me dicen, por la señora que se ocupa de la columna sobre jardinería: nunca debieron apartarla de sus petunias […]

Le presté el sermón de Plunkett a un amigo en Nashville. Si lo analizas bien, Plunkett[10] es un tipo realmente moderno: su frase “reza y tu comida sabrá mejor” es simplemente otra versión de “la Gracia antes de la comida ayuda a la digestión”: a eso está llegando la religión en algunos lugares del Sur.

A su amiga A – 2 de agosto, 1955[11]

Gracias por escribirme de nuevo. Siento que tal vez debería disculparme por haberte respondido tan rápido pero el hecho es que, debido a mi enfermedad, el tiempo me sobra […] vivo en una granja y no me relaciono con muchas personas. Mi vocación es criar pavorreales, algo que exige mucho de los pavorreales, pero casi nada de mí, siempre hay tiempo para escribir cartas.

Yo también creo que existe una sola Realidad y que eso es todo, pero el término Realismo Cristiano se ha vuelto necesario para mí, al menos en un sentido académico […] una de las cosas desagradables sobre la escritura cuando eres cristiana es que para ti la Encarnación es la suprema realidad, la Encarnación es el fundamento de la realidad en el presente y […] nadie cree en la Encarnación; esto es, ninguno de tus lectores. Mis lectores son las personas que piensan que Dios ha muerto. Al menos esa es la gente para la que escribo […] cuando me pregunto cómo puedo estar segura de que yo sí creo en Él, no tengo ninguna respuesta satisfactoria, ninguna garantía, ningún sentimiento. Solo puedo decir, como Pedro: “Señor, yo creo, ayúdame a superar mi incredulidad”. Y sobre mi amor por Dios, que el Señor me ayude con mi falta de amor por Él. Desconfío de las frases piadosas, especialmente si soy yo quien las utiliza […]

Me pregunto si has leído a Simone Weil. Yo no la he leído y sospecho que si lo hiciese no la entendería, pero, a juzgar por lo que leído sobre ella, pienso que debe de haber sido una persona extraordinaria. Ella y Edith Stein son las dos mujeres del siglo XX que más me interesan.

Seas cristiana o no, ambas veneramos al Dios que Es. Cuando Santo Tomás agonizaba dijo que la Suma Teológica era sólo un montón de paja. Lo dijo tras contemplar a ese Dios.

A Robin Macauley – 12 de septiembre, 1955

Muchas gracias por enviar A Good Man Is Hard to Find a los editores de la revista que mencionaste. La conozco, pero, aquí en el campo es imposible conseguirla –o cualquier otra, si vamos a eso–. Mi agente dice que está negociando con editoriales francesas para publicar allá mi libro, pero no ha recibido ninguna oferta. El último reporte de Harcourt[12] dice que han vendido cuatro mil copias: no es como si pudiese pensar en retirarme, pero sí mucho más de lo que esperaba. Ojalá pudiese escribir un libro al año: me ha tomado una década terminar este.

[…] por cierto, en la primavera pienso visitar tu ciudad: me invitaron a pronunciar una conferencia sobre “el significado del cuento como género”. No tengo idea alguna sobre cuál podría ser ese significado, pero como sabes me gusta viajar gratis y hospedarme en buenos hoteles, así que acepté. De todas formas, tengo alrededor de nueve meses para preparar la conferencia, ya se me ocurrirá algo […] creo que les diré algo “profundo”, algo así como “los cuentos restauran la mentalidad contemplativa”, aunque no sé exactamente cómo eso funcionaría. A lo mejor le escribo al Doctor Crane[13] y le pregunto sobre el significado del cuento como género: ese hombre puede abordar cualquier tema […]

A su amiga A – 26 de septiembre, 1955

Estoy aprendiendo a caminar con muletas[14] y me siento como un gran antropoide entumecido que no debería dedicarse a pensar en Santo Tomás o Aristóteles […] por cierto, no me parece sensato que llames “absurdo” al pensamiento de Aristóteles, especialmente si no has conseguido aprehender toda la sutileza y complejidad de su doctrina: si te parece tortuosa es porque abarca realidades metafísicas y psicológicas que ni siquiera has percibido […] de todas formas mis muletas son por el momento mi principal obsesión: nunca las había usado y cambian por completo el ritmo de la existencia: ya no puedo atravesar mi cuarto sin sopesar un buen rato la decisión […]

Ahora estoy leyendo a Simone Weil: ya terminé Cartas a un sacerdote y voy a empezar el otro […] me asombra la coincidencia (?) de los títulos: A la espera de Dios y Esperando a Godot. ¿Has leído esa obra de teatro, de un irlandés llamado Beckett? La vida de esta mujer extraordinaria me intriga; al mismo tiempo, sin embargo, mucho de lo que escribe me parece ridículo. Su vida es una mezcla casi perfecta de lo cómico y lo terrible, dos cosas que podrían ser dos caras de la misma moneda. En mi experiencia, todo lo que he escrito es cómico solo porque es terrible o solo es terrible porque es cómico. Si viviese lo suficiente me gustaría escribir una novela cómica sobre una mujer como ella: ¿y qué puede ser más cómico y terrible que una orgullosa intelectual acercándose lentamente a Dios mientras sus dientes rechinan? Bueno, debo dar un paseo con mis muletas de aluminio […]

A su amiga A – 18 de abril, 1960

[…] ahora tengo que sentarme a escribir una carta a una estudiante de doctorado en la Universidad de Cleveland que quería saber por qué mis relatos son grotescos y si tal vez lo eran porque yo intentaba mostrar “la frustración de la Gracia”. Es muy difícil explicarles a estos ingenuos que los relatos son grotescos porque esa es la naturaleza de mi talento: si respondiese a todas las preguntas que me hacen estos personajes creo que merecería un doctorado honoris causa […]

A Elizabeth Bishop – 2 de agosto, 1960

Finalmente he terminado la novela y se la envié al editor […] cuando trabajas en algo durante siete años te encuentras demasiado cerca del texto para poder verlo con precisión. Aprecio mis relatos con mayor claridad porque no estoy agotada cuando termino de escribirlos […] el libro es acerca de un joven que ha sido educado para ser un profeta en la zona más primitiva del Sur. La novela narra sus esfuerzos para no ser un profeta, en los que fracasa. Me he resignado a ser la mayor admiradora del libro […]


Notas:

[1] La más reciente publicación es Letters to Regina (2022), las cartas que envió a su madre desde Iowa cuando estudiaba en el prestigioso Curso de Escritura Creativa.

[2] Había ganado un concurso de narrativa auspiciado por esa universidad.

[3] Su primera novela, publicada en 1952.

[4] Personaje de la novela.

[5] “Intimations of Inmortality”.

[6] Protagonista de Sangre sabia.

[7] Aquí puede resultar útil recordar la distinción articulada por Goethe entre símbolo y alegoría.

[8] La Iglesia Católica.

[9] Se refiere a su primera colección de relatos Un hombre bueno es difícil de encontrar (1955).

[10] Otro “teólogo” protestante.

[11] En la correspondencia hay numerosas cartas a esta mujer –quizás su mejor amiga– que no autorizó a que su nombre fuera utilizado cuando fue publicada esta selección.

[12] La editorial norteamericana.

[13] Otro excéntrico predicador protestante sureño, ya mencionado en una carta anterior.

[14] El lupus que la devastaba desde 1950 se había agravado considerablemente.

UBALDO LEÓN BARRETO
UBALDO LEÓN BARRETO
Ubaldo León Barreto (San Antonio de los Baños, 1981). Licenciado en Letras por la Universidad de La Habana.

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