En “La fácil conveniencia de la homofobia cubana” (Native, 74), Lourdes Argüelles y Ruby Rich vuelven a conectar a los homosexuales cubanos con “los casinos, la prostitución y los bares de la industria turística” dirigidos por la mafia en la Cuba prerrevolucionaria. Esta mentira digna de Goebbels la sugirió primero el gobierno cubano a principios de los setenta cuando visitantes estadounidenses comenzaron a hacer preguntas embarazosas sobre la represión a los homosexuales en ese país. Desde entonces ha sido repetida ad nauseum –en exactamente los mismos términos y con el mismo vocabulario– en los círculos homosexuales de este país como una excusa o, al menos, una circunstancia atenuante de la represión.

Cualquiera que como yo haya crecido en Cuba durante los cincuenta sabe que esto es una mentira ridícula, creada estrictamente para el consumo de los homosexuales de izquierda liberal estadounidenses. Desafío a Rich y a Argüelles a que mencionen qué fuente –más allá de la propaganda oficial cubana– pueden ofrecer que respalde tal afirmación. ¿Han llevado a cabo alguna investigación sociológica entre la comunidad homosexual cubana? ¿Han entrevistado a alguno de los miles de empleados homosexuales imaginarios de George Raft? ¿Han recorrido las residencias de ancianos de Miami en busca de las imaginarias y a estas alturas probablemente decrépitas crupieres lesbianas, los camellos y las putas (heterosexuales en el trabajo, pero homosexuales en el hogar, debemos asumir) de los bares del Puerto de La Habana?

No bastándoles con repetir una vieja mentira, Rich y Argüelles ofrecen una nueva: “las lesbianas cubanas de clase media de provincia en ocasiones se casaban con hombres al mudarse a la capital o se volvían amantes de la clase dominante de la ciudad”, nos aseguran, con ingenuidad. Por favor, Lou y Ruby, ¿es esto un chiste? Aparentemente los gais y las lesbianas cubanos, como hijos contemporáneos de Barba Azul, se arreglaron para cubrir todas las bases del vicio y la corrupción. Este hilarante bulo sin duda disfruta una carrera más larga y próspera en los anales de la justificación de las políticas de Cuba por parte de la izquierda estadounidense que aquel de los lazos con la mafia.

Después de intentar desacreditar a las víctimas, Argüelles y Rich nos advierten que denunciar la homofobia del régimen cubano es participar en “una sucia guerra política” y que equivale a “fortalecer a la derecha en este país”. Un típico consejo estalinista de mantener la boca cerrada: no lavemos nuestros trapos sucios del gulag en público no vaya a ser que confirmemos las peores suposiciones del enemigo.

Manhattan, Ana María Simo

* Traducción de Rialta Staff.


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