Vivir en Estados Unidos y tratar de entender el asunto de Cuba y la homosexualidad puede ser una experiencia desconcertante, difícil o irritante. La información es escasa y a menudo depende de los relatos poco fiables de los disidentes gais cubanos de aquí o de los relatos oficiales de los funcionarios cubanos no gais de allá. Nosotras dos hemos hecho nuestros propios estudios sobre este tema en los últimos años: la una como lesbiana cubana que creció en Miami, se casó, salió del armario y finalmente ha viajado a Cuba varias veces desde entonces; la otra, mediante su experiencia vivida en la isla.

El éxodo de gais y lesbianas de Cuba a Estados Unidos y otros países capitalistas desde el inicio de la Revolución siempre se ha interpretado, sobre todo en los círculos académicos y de izquierda de Estados Unidos y Europa, como algo que se debe enteramente a la homofobia del régimen castrista y a su virulenta persecución de los homosexuales. Esta explicación parcial, y engañosa, refleja tanto la ignorancia del trasfondo político como la homofobia de la prensa estadounidense que, como siempre, se siente cómoda simplificando en exceso las motivaciones y homogeneizando las diferencias de punto de vista de los simples mortales (es decir, los homosexuales). Su aceptación como un hecho por parte de tantos de nuestros colegas ha servido, con demasiada frecuencia, para neutralizar el apoyo crítico a Cuba y legitimar la presencia, en los círculos progresistas, de muchas de las fuerzas más reaccionarias del establishment de la emigración cubana.

Es posible que Estados Unidos sea el país más etnocéntrico del mundo: sabemos patéticamente poco sobre otras culturas o pueblos, pero lo compensamos fácilmente proyectándonos a nosotros mismos en la verdad de sus vidas. En el interés de esta serie especial, pues, ofrecemos los siguientes puntos de consideración.

Tal vez la mayor tragedia para los homosexuales cubanos fue que no llegara a emerger ningún liderazgo en los días abiertos y fluidos de 1959 y 1960. Si alguien hubiera optado por quedarse, si alguno de los que se quedaron hubiera optado por hablar, entonces es posible que Cuba hubiera tenido entonces una actitud hacia la homosexualidad no diferente de la abierta aceptación de los primeros años de la Revolución soviética. Sin embargo, en lugar de esa presencia, hubo ausencia. Cuba nunca tuvo una verdadera cultura gay, ni siquiera antes de 1959, en la manera en que la tuvieron muchos otros países latinoamericanos (México, Brasil, tal vez Argentina). El historiador no puede encontrar una sensibilidad gay en la literatura, la música o el teatro cubanos; más bien, la vida gay estaba privatizada (para los ricos) o mercantilizada en la prostitución (para los pobres).

¿Qué vino después de 1959? El fiasco de Bahía de Cochinos y sus consecuencias: el fiasco de la paranoia, la vigilancia contrarrevolucionaria y las medidas de seguridad interna que condujeron al episodio más vergonzoso de la historia cubana, los campos en los que fueron encarcelados cientos de homosexuales a principios y mediados de los sesenta. Para las muchas lesbianas y gais de clase trabajadora que fueron encarcelados y trataron de integrarse a la Revolución, fue una época dura de pasar desapercibidos y esperar a que llegaran mejores condiciones. Fue un periodo de “estalinización” de las actitudes sexuales y de severa represión que desde entonces se ha denunciado tanto en Cuba como en el extranjero.

Cuando Cuba abrió sus fronteras (en 1979) y fomentó la reunificación familiar a través de las visitas de los primos de Miami, muchos gais cubanos (y heterosexuales) escucharon historias seductoras de esta tierra de oportunidades, con libertad sexual y bienes de consumo ilimitados que esperaba por ellos apenas con cruzar el mar. Y más tarde, cuando un incidente en la embajada peruana llevó al presidente Carter a abrir las fronteras de Estados Unidos a un número de cubanos sin precedentes, muchos gais (en su mayoría hombres) se unieron a la emigración del Mariel. El tipo de leyes de inmigración que, ese mismo año, había prohibido a las lesbianas canadienses el acceso al festival de música para mujeres de Michigan, se suspendió por completo en favor de las prioridades de la Guerra Fría de los ochenta.

No era la primera vez que los gais emigraban de Cuba, ni la primera vez que se relajaban las leyes de inmigración de Estados Unidos. Hay precedentes de ambas cosas. La migración siempre había sido una característica de la vida gay en Cuba: los hombres y las lesbianas gais de clase trabajadora emigraban de los pequeños pueblos o provincias de Cuba a La Habana en busca de una mayor libertad de vida (aunque a menudo acababan manteniéndose en los casinos, la prostitución y los bares de la industria turística); las lesbianas de clase media a veces se casaban con hombres que se trasladaban a la capital, o se convertían en las amantes de la clase dirigente de la ciudad; los gais ricos emigraban fuera de la isla durante largos periodos a centros cosmopolitas de otras partes del mundo. Con 1959, la intelectualidad gay tendió a huir al extranjero, mientras que muchos gais de clase trabajadora siguieron a sus empleadores mafiosos a Miami, donde la vieja escena habanera podía reproducirse rápidamente. Por supuesto, esta migración se convirtió en política, al igual que ocurrió con el Mariel. Y, al igual que los marielitos gais, los primeros emigrantes gais de 1959 se encontraron con que las autoridades migratorias estadounidenses archivaban sus leyes homófobas de entrada para dar refugio en la Guerra Fría a cualquier preferencia sexual que huyera del socialismo.

Dentro de las comunidades homosexuales de Estados Unidos, las historias que llevaban consigo muchos de los emigrantes homosexuales eran igualmente un poderoso combustible para la cubanofobia local. Oímos hablar de represión, supresión y persecución de los homosexuales simplemente por serlo; de encarcelamiento, de discriminación, de vidas horriblemente limitadas. Algunas de estas historias eran sin duda ciertas, al menos en parte. Pero es importante recordar los hechos de la vida del refugiado. Según la ley estadounidense, el estatus de refugiado depende de que se demuestre que el aspirante a refugiado ha sufrido persecución política en su país de origen y que la sufrirá si regresa a él. Los cubanos solo tienen que mirar el ejemplo del inmigrante mexicano o haitiano para conocer los peligros de ser clasificados como una migración meramente “económica”. Para el gay cubano, pues, la homosexualidad se convirtió en billete de no retorno. En los campos de refugiados se corrió la voz: las historias desarrollaron una corrección formulaica.

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Esto no quiere decir que las historias de discriminación no sean ciertas; Cuba era y es una sociedad profundamente homofóbica. Pero la gente no es encarcelada simplemente por su homosexualidad; es encarcelada por delitos comunes, principalmente por robo. Sin embargo, es indudable que es más fácil que te encarcelen si eres gay. La justicia en todo Estado, comunista o capitalista, es discrecional. Al igual que es más fácil que los negros sean encarcelados por delitos comunes en un Estado racista, también es más fácil que los gais sufran la misma atención en un Estado homófobo. Lo importante, para los gais estadounidenses, es entender que el testimonio de los refugiados y los relatos sobre salir del armario son dos tradiciones orales muy diferentes.

Constituyen estrategias opuestas: el testimonio de los refugiados comienza con experiencias personales gay y con ellas fabrica una versión oficial de la historia, mientras que el relato sobre la salida del armario comienza con una falsificación oficial de la historia y la quiebra con los hechos de la experiencia gay personal.

Cuando el aumento de las visitas familiares y la relajación de las prohibiciones de viajar empezaron a tener un efecto político en la comunidad de emigrantes cubanos –lo que dio pie a una política de “vive y deja vivir” hacia Cuba, ausente durante mucho tiempo, que amenazaba las ambiciones del sector anticastrista–, los activistas de la derecha cubana y los terroristas empezaron a utilizar la doble acusación de comunismo y homosexualidad contra cualquier cubano progresista que se atreviera a defender el reconocimiento de la inevitabilidad de la Revolución cubana. La sexualidad de los cubanos gay que promovían el intercambio de comunicaciones con su patria se convirtió, trágicamente, en su mayor responsabilidad política. La derecha cubana aprovechó el asunto para capitalizar la homofobia de la comunidad como una estratagema para dañar la credibilidad de los progresistas, lo que los hizo pioneros en el acoso antigay, al estilo cubano-emigrante. (Una de las autoras de este artículo, por ejemplo, vio anunciada y denunciada su sexualidad en el ultraderechista La crónica, cuando se atrevió a realizar una labor antiterrorista. Cuando una amiga de la autora viajó a Cuba como abierta simpatizante, su madre cubana recibió una nota amenazando a su hija tortillera). Así, los homosexuales cubanos progresistas de este país se han visto obligados a meterse en el armario, no por Castro, sino por la emigración anticastrista de derechas.

Congelados en las actitudes y costumbres de 1959, resistentes al cambio, todavía imbuidos en un sistema de valores patriarcal, la comunidad de emigrantes cubanos se aferra a los mismos principios homófobos que guiaban la vida en el viejo país: el sexismo y la intensa homofobia de la cultura española; la dominación de la vida del pueblo por la Iglesia; la presión social y el ostracismo de los pueblos pequeños, y, con mayor frecuencia, el encasillamiento de cualquier gay evidente en el papel de “maricón del pueblo”, la versión homosexual del tonto del pueblo. En este sentido, crecer como gay en el Miami de hoy no difiere tanto como cabría esperar hacerlo en La Habana de Batista (ni el tráfico de drogas en el Miami de hoy es tan diferente de aquel de los viejos mafiosos de Meyer Lansky). Los Marielitos gais pensaron que llegaban a una tierra prometida de libertad sexual. En lugar de ello, desembarcaron en un Dade County donde todavía estaba fresca la campaña justiciera de Anita Bryant. Podemos aprender de la ironía.

Y hay una ironía más. Con la hermosa simetría del fanatismo, los mismos cubanos de derecha que denuncian a sus compatriotas progresistas como homosexuales también se ocupan de denunciar a Cuba por reprimir a los gais (es la táctica de Fidel odia a los maricones). Y los izquierdistas estadounidenses, muchos de los cuales tienen un historial irregular en materia de derechos homosexuales, descargan su culpa corrigiendo a Castro. Como resultado de ello, las respuestas viscerales se han convertido en la norma, pero son de poca ayuda para los hermanos y hermanas homosexuales en Cuba, que pueden obtener poco apoyo de una comunidad empeñada en juzgar su vida por el rasero de la ignorancia.

Mientras tanto, la nueva generación de intelectuales de derechas del Mariel se está movilizando para utilizar el tema de la homofobia cubana como munición en la Guerra Fría. Puede ser útil observar la recepción del documental de Orlando Jiménez-Leal y Néstor Almendros sobre los homosexuales cubanos, actualmente en producción, teniendo esto en cuenta.

La Cuba actual está ciertamente impregnada de homofobia. También es cierto que está llena de homosexuales. En todos los ámbitos de la vida y las profesiones (especialmente en las artes) y en todos los niveles de la jerarquía oficial, hay gais y lesbianas conocidos y reconocidos, pero sus vidas transcurren dentro del armario (al igual que las vidas de los gais estadounidenses antes de Stonewall, de los gais que hoy día viven en regiones aisladas o en comunidades de clase trabajadora, de los gais en el mundo profesional –actores, médicos, políticos–, o como las vidas de muchos gais y lesbianas en otros lugares de América Latina). Para las lesbianas cubanas, de hecho, los logros conseguidos para las mujeres por la Revolución pueden superar los efectos de la homofobia (siempre menos severa para las lesbianas debido a la tradicional invisibilidad de la sexualidad femenina) y pueden explicar la relativa ausencia de lesbianas en la emigración del Mariel.

Cuba sigue sufriendo los efectos de la homofobia permanente. La situación es mejor que hace quince o veinte años. Se han denunciado los campamentos; se han publicado libros más progresistas sobre la sexualidad; y el Código de la Familia, al fomentar las tareas domésticas masculinas y la educación femenina (por ejemplo), ha sido pionero en una mayor fluidez en los roles de género, pero hay que subrayar que a Cuba le queda un camino muy largo para que los gais y las lesbianas puedan disfrutar de todos los beneficios de la Revolución.

Para la comunidad gay de Estados Unidos, en los candentes años ochenta, es crucial entender cómo las acusaciones y contraacusaciones de homofobia en Cuba juegan en una guerra política sucia. Hasta que no lo hagamos, estaremos fortaleciendo a la derecha en este país y reforzando la mentalidad de asedio crónico en Cuba, haciendo poco bien y terminando nosotros mismos como peones.

* Traducción de Rialta Staff.


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