‘Un chino cayó en un pozo’: Carlos Alejandro Halley conversa sobre su primer cortometraje

El cortometraje acaba de ser premiado con un Diploma al Mérito por el jurado del Festival de Cine de Derechos Humanos de Panamá (BannabáFest).

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Fotograma de ‘Un chino cayó en un pozo’, Carlos Alejandro Halley, dir., 2018

La Habana era una fiesta. Una fiesta vigilada. La Habana era un penthouse. Un penthouse (no confundir con la revista erótica Penthouse, aunque bien podría venir al caso) donde un grupo de “privilegiados” arman una fiestecita, un jolgorio, un desparpajo, un motivito para desconectar. Desconectar quiere decir drogarse. Desconectar quiere decir atrabancar en el baño a un DJ que no habla. Desconectar es mirar La Habana desde el balcón y decir: “Qué lástima”.

Si leemos a contrapelo, el cortometraje Un chino cayó en un pozo (2018), escrito y dirigido por el cubano Carlos Alejandro Rodríguez Halley, es una película que, aunque no prescinde de una atmósfera bastante disoluta, posee en su médula, en su masmédula, un trasunto reconocible: las relaciones afectivas. Halley quiso vertebrar su primera película a partir del afecto, y de la fiesta como espacio relacional. Hoy cree pagar algunas novatadas, pero recuerda aquel día que vio la película en pantalla grande como uno de los más felices de su vida. Dice que quisiera volverla a ver en el cine, aunque sea para él solo.

Con una trayectoria bastante reconocible como actor (recordemos, por ejemplo, su participación en Caballos, de Fabián Suárez), Carlos Alejandro decidió en 2016 emprender un proyecto como escritor y director que desembocó, tres años después, en Un chino cayó en un pozo, cortometraje que acaba de ser premiado con un Diploma al Mérito por el jurado del Festival de Cine de Derechos Humanos de Panamá (BannabáFest).

A propósito del premio conversamos con Halley sobre su primer cortometraje realizado de manera independiente. Hablamos sobre sus intenciones como guionista y director, sobre su posición con respecto a “lo independiente” en el cine cubano y, entre otros temas, sobre la fiesta. Una fiesta en la que, al parecer, no sucede nada. Casi nada. Es casi un oxímoron. Creemos que no sucede nada hasta que ella mira La Habana desde el balcón y dice: “Qué lástima”.

Edgar Ariel

Carlos, ayer volví a ver Un chino cayó en un pozo. Ayer confirmé que la escena que prefiero de la película es la última. Ayer traté de memorizar lo que dice ella. Lo que le dice a él, supuestamente. Por gusto, no lo conseguí. Soy muy malo memorizando. Sí recuerdo que ella dice que prefiere el amanecer. No tanto el atardecer. A lo lejos, entre ellos, se ve el monumento fálico a José Martí de la Plaza de la Revolución. Ella dice: “Qué bella es esta ciudad”. Algo así. Y remata: “Qué lástima”. Ayer tuve la impresión de que la que hablaba no era ella, sino él. No el personaje que la acompaña en la imagen, sino tú. ¿Estoy en lo cierto?

Sí, en el momento de escribir el guion me imaginaba como ese personaje. También la escena que prefiero es la final. En esa escena me gusta mucho el tono de ella, su voz relajada. Tengo muy buena relación con Neisy Alpízar, creo que es una buena actriz y entendió perfectamente lo que yo quería para esa escena. Pienso que es lo mejor logrado. Tuve esa imagen clara desde el principio y no me traicionó la idea. Se ve muy bien, a mí me encanta. Sabía que la quería a ella a la izquierda y a él a la derecha, divididos por el monolito de la Plaza de la Revolución. El texto quizás lo hubiera dicho yo un día cualquiera, pero me gustó más que lo dijera ella.

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La actriz Neisy Alpízar durante la filmación de ‘Un chino cayó en un pozo’

Quizá esa última idea “lastimera” sea el corolario de un tono, para mí, bastante nostálgico. ¿Crees que Un chino… es una película nostálgica?

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Es posible que lo sea, si se entiende la nostalgia como el sentimiento frente a algo que nunca se ha tenido o vivido. La idea romántica que tenemos sobre algo que no hemos visto o vivido nos puede producir sentimientos de tristeza o melancolía, y, muchas veces, nos persigue como fantasma.

¿Es una película freaky?

No sé si entiendo bien el término. Como película, es decir, como cine, no creo que sea freaky o freak. Hay mucha producción cinematográfica que maneja un tono que puede estar en el mismo registro de este corto, salvando las distancias, y mares, de por medio; pero llevando el término al contexto cubano, creo que puede que sí.

Cuando pienso en la palabra freaky veo un grupo de gente marginada y aburrida de todo, sentada en alguna esquina de la calle G del Vedado habanero. Ese tipo de freaky me es atractivo. Hubo un tiempo en que era muy interesante para mí caminar por esa calle y entre todas esas personas. Mi corto habla de esa gente también y eso me agrada. Los freakys cubanos siempre me gustaron, como me gusta mucho también el rock and roll.

¿Un chino… es sólo una fiestecita? ¿Un jolgorio? ¿Un desparpajo? ¿Un motivito con drogas, sexo y alcohol? ¿Es sólo eso? ¿O es, también, una declaración? Carlos, ¿cuál es tu declaración?

Ya que lo pones así, creo que toda producción artística es, de un modo u otro, una declaración. Ahora que ha pasado un tiempo desde que escribí el guion y se filmó el corto, pensando más fríamente todo, creo que en ese momento intenté no hablar de un contexto político específico y menos de uno tan complejo y tan “específico” como lo es el cubano. Esa es parte ya de mi declaración: no hablar de eso. Pero sucede que me superó y me supera, esa es mi realidad y la de mis contemporáneos. Creo que voy a ser leído, al menos por ahora, como un producto de mi ámbito, contextualmente. Asimismo van a ser leídos los personajes de mi corto.

Más allá de eso, mi intención era explorar sentimientos, empatías, el hedonismo desesperado, las ganas de enajenarse y perderse, de sentirse en comunidad. Es como si esos personajes supieran o intuyeran que el mundo se va a acabar y lo mejor que se les ocurre hacer es una fiesta; pero una fiesta para celebrar la vida y la muerte también. He escuchado mucho esa frase para referirse a lo buena que estuvo la fiesta: “nos matamos”, o “me maté”. Cuando algo me gusta mucho, a veces digo: “morí”.

Creo que también hay esperanza en la escena final y eso es una declaración. No sé si la hubo en el momento de escribir o filmar el corto. No sé si la quiero ver ahora cuando lo reviso, pero me gusta que esté. Lo que hay de “declaración” en la película es la película en sí.

Si alguien intuye que hay un misterio detrás del adorno de la fiesta, o que se esconde algo en las miradas, quizás tenga razón. Cada quien tiene su propia lectura. Ayer un amigo me preguntó qué quería decir con mi corto; no le pude contestar. No quise. Me dijo que se había quedado con ganas de que tuviera alguna “enseñanza”. Hice silencio.

Lo que sí me interesa es despegarme, desmarcarme, de esa noción de cine “necesario” que tanto daño nos ha hecho.  Hablando un día sobre mi corto con Jorge Molina, a quien admiro mucho, me dijo algo que para mí fue un halago, aunque no creo que lo dijera con la intención de halagarme, más bien lo dijo desenfadadamente; yo morí. Me dijo: “tu corto es como «el cine de la nada»”. Esa expresión definió lo que yo quería ver en mi corto, incluso antes de hacerlo. Me partió al medio.

Ahora veo el corto muy diferente a ese momento en que se filmó. Tengo una relación de amor-odio casi tóxica con esa película en la que disfruto y sufro. Ahora me parece todo muy subido de tono. Creo que el entusiasmo y la emoción de la novatada jugaron en mi contra, pero soy feliz con eso también.

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Fotograma de ‘Un chino cayó en un pozo’, Carlos Alejandro Halley, dir., 2018

Un chino cayó en un pozo es una película independiente…

Sí, lo es. La hice de manera independiente, con muy pocos recursos, aunque para terminarla haya aplicado al Fondo Noruego para el Cine Cubano, que tanto agradezco que exista. Esta película se la debo a mi mamá y a mi abuela, y al modesto patrimonio familiar que heredé y puse a disposición de ese sueño de filmar mi primera película.

La produje yo “with the little help of my Friends”. Mi mamá y mi padrastro fueron choferes y apoyo de utilería. Algunos actores me ayudaron a armar el set entre ensayos. Mis amigas las actrices Amalia Gaute y Claudia Tomás me dieron apoyo con el catering. Me ayudaron muchísimo. Todo fue muy lindo para mí. El equipo se portó de maravilla. Todos éramos amigos y disfrutamos el rodaje como una verdadera fiesta, aunque con un poco de seriedad. Muchos de los participantes ni siquiera cobraron dinero por “trabajar” y aportar tanto para esta obra. Eso me hizo muy feliz, me llenó de orgullo y hasta me dio seguridad sentir que me daban su confianza.

Quiero que la gente vea mi corto y no se preocupe de cómo se hizo o si responde a los intereses políticos de un grupo o de otro. Creo que muchas veces se simplifican las cosas, en vez de complejizarlas. Eso es un gran error. Es casi como una enfermedad degenerativa en plan Alzheimer.

Carlos, ¿cómo te posicionas con respecto a “lo independiente” en el cine cubano?

Estoy al tanto de los recientes debates “picantes” en las redes sociales sobre este tema. La verdad es que me ha parecido ridícula la posición de algunas personas que no entienden lo que significa “cine independiente” en el contexto cubano. Para mí “lo independiente” se refiere, en primer lugar, a un espacio de RESISTENCIA, por encima de lo estético y de la forma de producción o financiación de una obra.

Es una cuestión de visibilizar un cine que está al margen del ICAIC como sistema hegemónico de producción y distribución a nivel nacional. La Muestra Joven, con toda la censura que pesaba en su contra, era sobre todo eso: RESISTENCIA. Más allá de ser un mecanismo de control, era un espacio de estudio, diálogo y visibilidad.

Las posiciones radicales que no reconocen lo que significa ser un cineasta independiente en el contexto cubano son, como dice la expresión: “gente que está en el pueblo y no ve las casas”. Es penoso ver que un debate tan necesario como este se genere a partir de discursos divisionistas radicales, que sólo buscan alimento para los egos de personas que no tienen claro para quién trabajan o a quién ayudan.

Sucede, por ejemplo, que un cineasta joven como José Luis Aparicio no está en Facebook ahora mismo por culpa de una retirada forzosa a partir, pienso yo, del odio y la excesiva parcialidad que generó uno de sus post sobre el cine independiente en Cuba. Es tristísimo que una figura clave como él, que sirve de referencia para toda una generación, haya tenido que cerrar su perfil en esa red social. Estoy convencido de que su renuncia tuvo que ver con este desagradable episodio de enajenación colectiva. Para mí era importante ir a su muro y leer sus opiniones. A él lo quiero tener cerca.

Me encantó, por ejemplo, la presentación del libro El gobierno de mañana, de Dean Luis Reyes, en la que participó José Luis Aparicio. Si el libro logra (apuesto a que lo hace) ser la mitad de bueno que esa conversación a cuatro voces entre los dos antes mencionados, Carlitos Quintela y Danae Diéguez, es ya un texto profundamente importante para la realidad del cine cubano contemporáneo y, por supuesto, futuro. Yo quiero ese libro.

En este ambiente caldeado y polarizado a veces no nos damos cuenta de que “a río revuelto, ganancia de pescadores”. No logramos la utopía de ser un cardumen. Somos más como una masa amorfa y maleable, fácil de controlar.

Un chino… es tu primera obra como guionista y director. Siento que, aunque la atmósfera general es bastante disoluta, por momentos te sentí –como guionista y director– un poco tímido. ¿Hoy crees que fuiste un poco tímido?

La verdad es que, para ser mi primera obra, no la pensé mucho. Eso me gusta, aunque atentó contra el resultado final. En realidad este corto quería ser otra cosa. Fue pensado como un proyecto casi utópico, donde tres personas con tres visiones distintas harían en tres partes una misma película, un largometraje. Cada quien filmaría su parte y después juntos veríamos cómo empastar aquello. Fue fallido el intento y no lo acepté en un principio. Me dolió muchísimo. No supe lidiar con esa realidad. En gran medida esa es la razón por la que lo filmé en marzo de 2016 y lo terminé tres años después.

Las otras dos personas involucradas en ese intento fueron la realizadora Violena Ampudia y el poeta y dramaturgo Rogelio Orizondo. Violena fue la primera en terminar su parte, que la presentó en el Festival de Cine de La Habana con el nombre Limbo. La pude ver y me gustó mucho. Rogelio no ha finalizado su parte aún, pero espero con ansias el día en que pueda verla terminada y proyectada en una pantalla grande.

Ese proyecto tuvo como nombre “Todo El Mundo Tiene Que Ver Esta Película” (creo que esta manera de llamarlo ejerció influencia, en alguna medida, sobre el nombre de la polémica película de Yimit RamírezQuiero hacer una película (2019)– y, siendo justo, hasta en la propia motivación de su realización, en un inicio al menos), y tenía como premisa la urgencia de filmar todo en el marco de treinta días a partir del acuerdo inicial. Filmar, ensayar, escribir guiones. Toda la filmación tenía que ser en ese tiempo y así fue.

Mi corto se filmó en dos llamados. Ahora me da un poco de risa todo eso, me parece muy pretencioso, inocente e ingenuo. Esto accidentó muchísimo, al menos, mi proceso. Violé tiempos y no pude lograr el rigor que hubiera querido que tuviese el rodaje. De todas formas, agradezco cada segundo de ese proceso porque fue una experiencia reveladora para mí como guionista, productor y director.

Mi entusiasmo me traicionó. Quizás también fui tímido. Me considero una persona tímida y reservada, aunque a veces proyecte otra imagen. Por momentos tuve trece actores en el set, más el equipo. Creo que tuve el control de la situación. Quizás fue una ilusión mía, pero así lo sentí y lo disfruté. Todos éramos amigos. Además, tuve de asistente de dirección a una persona maravillosa que admiro mucho y sin la cual creo que no hubiera podido hacer nada: Estela María Martínez Chaviano. Ella fue mi guía en esa pequeña y loca empresa.

Si te refieres a la resolución visual de algunas escenas, o la profundidad en el compromiso a la hora de dirigir a los actores, o de plantear una escena de una manera más atrevida, puede que tengas razón. Fue todo producto de la inexperiencia y de lo atropellado que fue el proceso. Pienso, por ejemplo, que si filmara hoy la escena donde la actriz besa al muchacho desmayado lo haría de otra manera, explotaría al máximo el potencial erótico de esa atmósfera, me recrearía en los detalles. Todo sería diferente.

Carlos, ya no tiene mucho sentido pensar hacia dónde hubieras llevado la historia. Cada momento tiene sus exigencias. Pero pensemos en el azar. Pensemos, por ejemplo, en el momento de la escritura. Pensemos en ese momento cuando escribiste: “aquí todos van cayendo como pollos”. ¿Qué hubieras añadido, y qué hubieras eliminado?

Hoy hubiera hecho otra película. Creo que soy otro. Aunque me reconozca en el corto, he cambiado bastante mi manera de ver el mundo y de verme a mí mismo. Hoy le quitaría muchas cosas que no aportan mucho y que veo como chistes nerviosos de alguien que no sabe cómo iniciar una conversación. Hoy, si no hay que hablar, pues disfrutaría el silencio y no hablaría. Creo que fuera más intimista y el tono trataría de bajarlo en todo el corto. Lo veo hoy como muy pasadito. Creo que fue parte de mi relación tóxica con esa primera experiencia. Es como el trauma de la primera experiencia sexual que, por mucho que tenga un final feliz, no deja de tener su lado traumático.

Un chino… tiene, para mí, un acierto fundamental: la fiesta. La fiesta como idea, noción, concepto. La fiesta como espacio, no tanto de lujuria (aunque hay mucha lujuria), sino como espacio relacional. Como espacio de intercambio de pensamientos, fluidos, afectos. Sobre el concepto de fiesta construiste la narrativa del corto. Por un momento parece que esa fiesta es lo único que existe en la ciudad. Por un momento parece que esa fiesta es la ciudad. Parece que La Habana es / era una fiesta. En la fiesta todos están drogados y están, también, vigilados, como en la novela de Antonio José Ponte. Carlos, coméntame esto que te he dicho.

No he leído esa novela de Ponte. Leer el título ya me da cosquillas. Para el corto lo primero que tuve claro y seguro fue eso: la fiesta. Fue una locura porque supuso un ejercicio de producción más complejo. Yo no estaba preparado; pero no me arrepiento. La fiesta fue un elemento primordial en esa primera experiencia. Para mí fue casi una fiesta filmar este corto. Fue algo así como hacer una fiesta en mi casa, que conlleva preparativos, estar pendiente de los invitados y recoger el reguero al final; pero es una fiesta, al fin y al cabo.

Sí, una fiesta es un espacio relacional y eso es / era fundamental para lo que yo quería explorar: diferentes tipos de relaciones entre personajes. Relaciones íntimas, privadas y en grupo. La fiesta tiene sus propias reglas. En la fiesta todo se traduce más rápido. La fiesta es urgente. La fiesta no espera por nadie. Siempre, en una fiesta, hay quien está colado. También hay quien se la pierde, quien se roba el show y quien la pasa mal, pero en general casi todos se divierten. El alcohol y las drogas ayudan a desinhibirse y hacen que las personas hagan cosas que normalmente no harían. Eso me interesa. Eso quise explorar.

La fiesta tiene todo eso y, además, tiene la música, que es fundamental. La música de mi corto me gusta mucho, aunque reconozco que la hubiera aprovechado muchísimo mejor. El lugar donde se hace la fiesta es igualmente un factor clave. Yo tenía claro que quería filmar en esa locación. Ya había participado en Caballos, de Fabian Suárez, que se había realizado en ese sitio, la casa de una persona que es como una tía para mí. Sabía que no me iba a ser difícil a nivel de gestión. Es un penthouse con terraza y vista desde una altura privilegiada. Una fiesta buena, en un lugar así, es ideal. Una fiesta “elevada”. También me interesaba filmar los tres momentos de la fiesta: el pico, la decadencia y el fin. Me interesaba que se viera algo de la resaca y el amanecer. Me gusta la imagen casi lavada del amanecer en el final. Antes me gustaban las fiestas que duraban hasta el amanecer.

Quisiera que me comentaras, a grandes rasgos, sobre el recorrido del corto. Desde el principio, desde la idea primaria, hasta hoy. ¿Por dónde ha pasado? ¿Dónde ha estado, hasta llegar al BannabáFest?

El corto ha tenido muy poco recorrido. Se estrenó el año pasado en la Muestra Joven del ICAIC y lo pude ver en el Chaplin, en la pantalla grande. Me enamoró esa sensación. Quisiera que se repitiera, aunque sea para verla yo solo. Ese día nunca lo voy a olvidar. Yo quisiera que lo vieran muchas más personas, pero ese día fui muy feliz, aunque el cine estaba casi vacío.

Después participó en el festival Hieroscopia de Nuevitas, Camagüey, y en el Festival de Gibara, en Holguín. No pude ir a ninguno de los dos eventos y, justo cuando apliqué al BannabáFest, en Panamá, empezó la pandemia y se tuvo que hacer virtual. Aun así, estoy muy contento de que hayan seleccionado mi corto.

¿Qué significa para ti haber recibido el Diploma al Mérito en el BannabáFest?

Me llena de alegría y de orgullo. Es un honor para mí. Me encanta que le haya gustado al jurado, al punto de darme ese premio. Me interesa saber qué piensan del corto, por qué les gustó y conversar un rato. Lo del Diploma para mí ha sido un gran regalo. Pero más allá del premio, lo que me reconforta es que le haya gustado a gente de cine, gente que ve mucho cine y que vio algo positivo en mi corto. Eso me dice que no estoy tan mal, porque me cuestiono a veces si me gusta sólo a mí.

Por último, Carlos, qué relación tiene –si la tiene– el corto con esa canción infantil que dice: “Un chino cayó en un pozo, / las tripas se hicieron agua, / arre bote, bote, bote, / arre bote, bote, ba.”

El corto tuvo, en un momento, otro nombre que a mí nunca me gustó. No lo sentí mío y la verdad creo que no conectaba con la historia. No voy a decir cómo se llamaba porque no quiero que la gente lo sepa.

Mientras estaba en el proceso de escribir el guion mi mamá pasó en un carro frente al Hotel Colina en el Vedado y vio el cuerpo en la calle de un hombre que, supuestamente, se había tirado del último piso. Aquello la sorprendió. Preguntó y le respondieron, o escuchó decir, que esa persona era “un chino” que estaba buscando la Interpol y antes de que lo agarraran se lanzó por la ventana del hotel. Ella llegó a la casa, me hizo el cuento y me pareció raro. Me gustó la idea de incluirlo en una escena donde dos personajes hablaban sobre el suceso, pero todo un poco enredado y sin mucho sentido. También quería que fuera, en parte, un guiño muy personal a la escena de Pulp Fiction en la que Vincent Vega (John Travolta) habla con Jules (Samuel L. Jackson) acerca de un hombre que Marcellus Wallace (Ving Rhames) había mandado a tirar por una ventana de un edificio.

El diálogo en Un chino cayó en un pozo, en cierta medida, imita, o trata de imitar, algunos diálogos de Tarantino que a mí me gustan: conversaciones triviales donde se discute un tema y alguien impone un punto de vista porque tiene un enfoque más elaborado. En la escena se habla de “un chino” que se tira o tiran y muere igual que en la canción. Una muerte así es algo terrible y la canción siempre me pareció siniestra y algo ridícula, una mezcla interesante por ser una canción infantil.

No digo que sea la única terrible (tengo más ejemplos), pero es rara. Lo mejor de todo es que después que ya había escogido el título y me encantaba, me entero por Derubín Jácome, director de arte cubano, radicado en España, que la canción es enteramente cubana y que data del siglo XIX. La idea de la canción es horrenda porque narra los suicidios muy comunes de chinos que se tiraban en pozos. Existía en Cuba una población esclava china, principalmente masculina que, al parecer, según me cuenta Derubín, por la frustración de no poder estar con mujeres y por la barrera del idioma, además, eran muy propensos a la depresión y, como no había muchas formas seguras de quitarse la vida en aquellos años, tirarse en un pozo parecía una opción efectiva y recurrente para los pobres chinos. Estos sucesos sirvieron como material para la canción.

Aquel cuento me hizo acuñar y sublimar aún más el título del corto en mi mente. La historia de los chinos iba a ser contada también. Y, para colmo, después vi The House That Jack Built, de Lars Von Trier. Me gustó mucho y me enteré que el título también era de una canción infantil. A mi ego se le alinearon los astros.

Creo que, si algún día tengo una hija o hijo, esa será una de las principales canciones de cuna que estarán en mi repertorio.

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