Salvador Pániker
Salvador Pániker

Aunque los tres volúmenes del Diario de Ricardo Piglia que han aparecido hasta el momento representan nada menos que un acontecimiento casi sin precedentes en la historia literaria hispanoamericana,[1] no resulta inexacto señalar que esa trilogía es sólo una curiosa, espléndida excepción: por motivos complejos y aun enigmáticos[2] la escritura de diarios en lengua española resulta más bien escasa. El único gran predecesor de Piglia, según creo, es el gran narrador peruano Julio Ramón Ribeyro: La tentación del fracaso (1950-1978) es, acaso, la cumbre del género en nuestro idioma:[3] un melancólico, reticente, supremamente refinado cuaderno de notas, tan interesante por lo que narra como por lo que omite,[4] impregnado de principio a fin de un profundo escepticismo sobre la importancia de toda obra literaria –con especial énfasis en las suya– y cierta obsesiva, casi mórbida preocupación por todo tipo de enfermedades[5] (reales, imaginarias, presentes y futuras). Y eso es todo: lo demás es silencio o mamotretos ilegibles… o al menos eso pensaba antes de leer el extraordinario (y casi desconocido) Cuaderno amarillo, de Salvador Pániker.[6]

Se trata de un texto híbrido: una afortunada combinación de investigaciones filosóficas, fragmentos confesionales a la manera de André Gide,[7] angustia metafísica, agudos comentarios sobre literatura y, por encima de todo, aquello que el propio autor llama sus “escarceos con la trascendencia”.

En efecto, y eso me parece notable en un escritor español,[8] lo mejor del libro son las intensas, sostenidas meditaciones sobre la naturaleza de lo sagrado y la experiencia mística: Pániker, un auténtico espíritu religioso refractario a toda religión organizada, intenta articular una apertura a la trascendencia por la vía estética: “De pronto, una idea estimulante amén de ingenua: recuperar, desde mi cuota actual de complejidad y escepticismo, aquella experiencia religiosa de mi adolescencia por medio de la música sagrada de Occidente. La polifonía del XVI, Victoria y Bird… porque es obvio, al menos para mí, que en esta austera y prodigiosa polifonía, hay algo”.

Este fragmento nos recuerda un célebre aforismo de Cioran (“En la iglesia de Saint Sevérin, escuchando El arte de la fuga, me repetía: he aquí la refutación de todos mis anatemas”) y, ciertamente, tanto el pensador español como el acerbo aforista rumano comparten un desaforado interés por la música y la mística. Sin embargo, toda similitud se detiene ahí: Pániker, con su interés en la ciencia, su voluntad de pergeñar algo así como una teoría general de lo sagrado, su moderado optimismo y pasión por el jazz se encuentra a años luz del corrosivo meteco…[9] !y menos mal!: ya existen demasiados imitadores. En rigor de verdad, lo que sucede es que comparten ciertas afinidades electivas (música, mística) pero su perspectiva difiere radicalmente: en Cioran la música es una pasión abrasadora, de apenas soportable intensidad, acaso lo único que podría conferir un conjetural sentido a la existencia; Pániker, mucho más cerebral, es capaz de ofrecernos elaborados análisis sobre William Bird, Bach, Handel, Schubert y Stravinski.

También son antitéticas sus posturas en torno a lo sagrado: en Cioran la nostalgia de Dios se confunde con el conocimiento de desolación: “ni este mundo, ni el otro, ni la felicidad pertenecen al hombre abandonado a la duda”;[10] Pániker se aferra a la idea de que es posible recuperar la experiencia de lo sagrado mediante la inmersión profunda en los arcanos del Arte (“Esa religión subterránea”). La idea puede, en principio, parecernos ingenua; no lo son los muy sofisticados argumentos que despliega para fundamentar su intuición: el hombre recurre sucesivamente, con notable agudeza expositiva, a la antropología,[11] el psicoanálisis,[12] la epistemología, la biología y aún las más recónditas ideas de la física contemporánea[13] para edificar su propia teoría de lo sagrado.

Un breve fragmento nos ofrece la cifra de este constructo: “Para el místico, empeñado en superar el antropomorfismo, cualquier religión es una parábola de su propia aventura. ¿Y qué es un místico? Creo que Buda lo aclaró de una vez y por todas. ¿Qué clase de persona eres?, le preguntaban. ¿Eres un dios? No. ¿Un ángel? No. ¿Un santo? No. ¿Qué eres entonces? Y Buda respondió: soy un hombre que está despierto: La mística o la lucidez”. Semejante concepción invierte el conocido paradigma del homo religiosus[14] como individuo inútil y abocado a pensamientos más o menos delirantes: por el contrario, asegura Pániker, los auténticos “exploradores del Absoluto” (Meister Eckhart, Angelus Silesius, Jakob Bohme, San Juan de la Cruz, Miguel de Molinos, Buda y Nagarjuna) acceden a una percepción privilegiada de lo existente, a la estructura profunda de la realidad que se oculta tras el velo de las apariencias.

Sin embargo, esto sólo resulta posible cuando el sujeto que “se anega en lo sagrado” acepta dos premisas o condiciones de posibilidad fundamentales: el previo alejamiento de la religión organizada[15] y el coraje de adentrarse en “la noche oscura del alma, donde no hay ya creencias, ni esperanza”. Y Pániker cita entonces, para ilustrar esta paradójica noción, una frase extraordinaria de Angelus Silesius: “debo llegar a un desierto más allá de Dios”.

Se trata, qué duda cabe, de una teología negativa radical, muy cercana al pensamiento del gran Thomas Altizer,[16] que es ya indistinguible del ateísmo. Muchos han llegado a una conclusión semejante tras forcejear durante decenios con la angustia suscitada por el Deus Absconditus de la tradición cristiana; el caso de Pániker es diferente: aquí todo se deriva de “la visión no dual o Advaita […] el regalo más importante que India ha dado al mundo. Un legado infinitamente más profundo que el cristianismo pueril en que fui educado”. Y, ciertamente, el anhelo de recuperar lo que podríamos llamar la no-disociación primigenia impregna todo el pensamiento del escritor español, es el alfa y la omega de su doctrina.

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No sería exacto suponer, sin embargo, que eso implique el rechazo de Occidente: por el contrario, lo más original en su teoría es la forma en que mezcla todas las tradiciones místicas para pergeñar algo absolutamente insólito: una suerte de cristianismo hindú con tendencias ateas donde “Dios es también la Nada” y lo único que perdura tras el desgarramiento del espeso velo de las apariencias es la calma imperturbable del sujeto que contempla la materia despojado de toda ilusión… Algo muy cercano al famoso aforismo de Wittgenstein: “No cómo sea el mundo es lo místico, sino que sea”.

Bien, hemos establecido, según creo, las credenciales teológico-filosóficas de Pániker. Pero El cuaderno amarillo es mucho más que un “ejercicio de erudición” y desmesurada inteligencia: aquí encontramos también numerosos pasajes sobre música clásica que superan el mero impresionismo y confirman el talante analítico del escritor español.[17] Tampoco escasean los fragmentos donde Pániker demuestra que, si se lo hubiese propuesto, habría podido ser un gran escritor cómico.[18] Habiendo dicho eso, no puede negarse que, en definitiva, son sus “escarceos con la trascendencia” el recio fundamento que sostiene este artefacto verbal. Algunos podrían pensar que se impone entonces dilucidar la verosimilitud de su teoría. Pero eso sería un error: si aspiramos, con Borges, “a estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aun por lo que encierran de original o maravilloso”, cualquier duda sobre la importancia de Pániker se diluye como agua en el agua: por abstrusa que resulte esta idiosincrásica “mística atea” no es posible cuestionar su notoria originalidad y la incesante cortesanía de su estilo. ¿Qué más podemos exigir de un escritor?


Notas:

[1] Y también en la occidental: esta monumental, fascinante antología del casi inabarcable Diario resiste las comparaciones con lo mejor del género en cualquier lengua.

[2] Sobre todo, si consideramos que, al menos desde el siglo XIX y durante más de cien años, la literatura francesa ejerció una influencia considerable sobre la mayoría de los escritores de primer orden en España y Latinoamérica. Ahora bien, precisamente en la literatura francesa proliferan los diarios, cuadernos y otras manifestaciones de la escritura no ficcional y fragmentaria.

[3] En rigor de verdad, el Borges de Bioy Casares se inscribe en otra genealogía.

[4] En ocasiones hay meses entre un apunte y otro. No creo que podamos atribuirlo a la mera pereza: es evidente que el autor ha pulido hasta el agotamiento los pasajes que consideró de auténtico valor estético.

[5] Aunque, por lo demás, semejante hipocondría no es tan sorprendente si consideramos que el tipo era un fumador compulsivo.

[6] Por cierto, Pániker se inscribe en ese largo linaje de escritores eclipsados por la fama de sus hermanos (Thomas Mann, Heinrich Mann; V. S. Naipaul, Shiva Naipaul; Evelyn Waugh, Alex Waugh, Isaac Bashevis Singer, Israel Joshua Singer…por sólo mencionar algunos). En su caso, el hermano mayor –cronológicamente y en todos los sentidos– es el teólogo Raimundo Pániker, autor de una docena de tratados sobre mística cristiana, profesor en ilustres universidades, erudito portentoso… y portentosamente aburrido, pedante, ampuloso, ilegible (su estilo habría hecho bostezar incluso al lector “afectado por un insomnio ideal” imaginado por Joyce). Es casi incomprensible que precisamente Pániker, pensador de considerable originalidad por derecho propio cuya cortesanía estilística jamás decepciona, sea tan poco leído mientras el otro, ese incorregible esnob y deplorable redactor, es considerado “un gran filósofo”. Pero tales son los caprichos de la industria editorial.

[7] Afortunadamente la parte más breve del libro: si no eres Pavese o Kafka resulta muy difícil interesarse por algo así: nada más aburrido que la vida cotidiana de un escritor…o de casi cualquier hombre, si vamos a eso.

[8] Afrontémoslo: la filosofía no es su fuerte. Tienen grandes poetas y excelentes narradores, pero la perplejidad metafísica no es algo que encontremos con demasiada frecuencia en la literatura española, al menos desde Unamuno y María Zambrano. Por supuesto, la tradición mística española es una de las más ricas, pero hay una gran diferencia entre esos ascéticos practicantes (casi todos entre 1500-1700) y quienes construyen un sistema conceptual en torno al fenómeno.

[9] Cioran detestaba casi toda la música del siglo XX, el pensamiento sistemático y la idea misma de progreso. En cuanto a la ciencia, recordemos su “objeción” en Silogismos de la amargura: “No merece la pena conocer este Mundo”.

[10] Bhagavad Gita.

[11] Lévi-Strauss.

[12] Freud, pero también Jung y su teoría de los arquetipos.

[13] Que, naturalmente, escapan a mi comprensión, aunque este me parece el único punto débil de su libro: siempre he sospechado de los escritores fascinados por cosas que en el fondo no dominan y, en cualquier caso, nada puede decirnos la ciencia sobre el fenómeno místico.

[14] El místico es, al menos para Pániker, la manifestación definitiva de esta categoría.

[15] Notoriamente hostil a la irreductible individualidad de los místicos.

[16] Este enigmático teólogo radical, descrito por algún admirador como “un hombre enfermo de Dios”, ha edificado una obra cuya oscuridad, intensidad y profuso empleo de paradojas sólo puede compararse con los abstrusos textos de Maurice Blanchot. En su libro más famoso (El nuevo Evangelio del Cristianismo Ateo), parece acercarse los postulados que Pániker sostiene… sobre todo cuando cita una misteriosa frase de Jakob Bohme: “Dios, Nada Eterna”. En ambos casos el fundamento de la doctrina reside en la extraña idea (al menos en un contexto occidental: el Budismo Mahayana se deleita con semejantes contradicciones) según la cual sólo mediante la religión, o, para ser más precisos, la manifestación más atormentada y pascaliana de esta que pueda imaginarse, el sujeto consigue acceder finalmente a una perspectiva auténtica (esto significa: atea, realista, tan ajena a la esperanza como a la desesperación) de la realidad.

[17] Su comentario sobre los Estudios de Chopin despliega una agudeza conceptual que en vano buscaríamos en otros escritores contemporáneos de nuestra lengua.

[18] Verbigracia: “Hoy he firmado libros en El Corte Inglés […] ceremonia donde los escritores sorteamos el ridículo sobre la cuerda floja. Junto a mí se sientan Alfredo Bryce Echenique y Enrique Vila-Matas […] Bryce Echenique –cara de lagarto tirando a Charles Bronson– presenta sus Antimemorias […] Vila-Matas firma libros, impasible […] y en las dedicatorias introduce dibujos”.

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