el regreso
'Stone Blossom A Conversation Piece', Paul Cadmus,1939

A mí lo único que me interesa en el momento de escribir es hacerlo con una mínima decencia, que no me avergüence al cabo de un tiempo de lo que he escrito, no lanzar palabras al vacío.
Roberto Bolaño

Advertencia: como en tantas otras cosas, todo es ajeno en este texto. En una novela que estoy escribiendo –y que no sé si algún día terminaré, como tantas otras cosas– dos escritores fuman en la cama después de hacer el amor. Se han conocido en un antro llamado Bar Schopenhauer, que queda en Río Piedras, Puerto Rico. Bar Schopenhauer es el título de una novela filosófica de vampiros que escribí hace años, y ubico el encuentro de estos escritores allí para sugerir de manera poco sutil que los escritores somos –entre tantas otras cosas– gente vampira. La diferencia en edad entre estos hombres es marcada. El escritor joven le pregunta al escritor mayor (su nombre hasta nuevo aviso será Bruno Quiñones) de qué trata la novela que está escribiendo al momento. Un poco hastiado por la pregunta, el escritor Bruno Quiñones decide divertirse con el joven escritor contándole la trama de una novela inédita que su amigo escritor Luis Othoniel le ha permitido leer como si fuera la trama de su propia novela en ciernes. Nada sabremos de aquella trama, excepto que trata de la búsqueda de un personaje desaparecido. Una mujer que es poeta en un mundo postapocalíptico donde la ciencia ficción no existe. El lector sagaz reconocerá en esta trama aquella de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. Un lector más paranoico (¿yo?) especulará que Bolaño plagia a Thomas Pynchon, específicamente su novela V. La reacción del escritor joven aún no está decidida. Puede que –lisonjero– celebre el resumen de novela que le hace Quiñones. Puede que –insolente– se burle de aquella narración y la ridiculice. Puede que –enigmático– exhale el humo del cigarrillo en silencio, se levante del lecho, se vista y se vaya. Puede que yo explore todas estas reacciones. Después de ese encuentro casual –que Quiñones olvidará en poco tiempo debido a su alcoholismo radical, como ha olvidado y olvidará tantas otras cosas– no vuelve a saber nada de aquel joven escritor hasta muchos años después.

El protagonista Bruno Quiñones es alcohólico y ha vivido una vida desastrada por esta enfermedad. Ni siquiera recuerda bien de qué trataba la novela que escribía en aquel momento cuando se acostó con el (entonces) joven escritor y que luego abandonó sin terminar, como tantas otras cosas que había comenzado y no había terminado de escribir durante toda una vida de alcoholismo. Un ataque cardiaco lleva a Bruno al borde de la muerte, y luego de pasar trece días en coma –durante los cuales alucinó tramas de novelas– deja de beber hasta nuevo aviso.

Luego de ayudarlo y apoyarlo durante su recuperación, su amigo el escritor Luis Othoniel desaparece de manera misteriosa sin dejar rastro, sin haber publicado la novela que le había dado a leer a Quiñones, cuya trama este le había contado a aquel (entonces) joven escritor. Bruno tampoco publicó nunca aquella novela que escribía mientras Luis escribía la suya.

Años después y en plena sobriedad, Quiñones se entera de la muerte de aquel (entonces) joven escritor de quien se había olvidado totalmente –como de tantas otras cosas, libros, gente– porque se publica una novela suya póstumamente. Muere de una enfermedad viral que no se nombra pero que el lector comprenderá se trata de SIDA. Aquella novela causa mucho revuelo y es un éxito editorial. Esto le sorprende –y no le sorprende, piensa irónicamente– a Quiñones, pues por lo poco que recuerda, aquel (entonces) joven era un escritor más bien mediocre. Cuando Quiñones la lee, descubre estupefacto que aquella novela es un plagio total de la novela que él había estado escribiendo años atrás y que había abandonado sin terminar –como tantas otras cosas– a causa de los estragos del alcoholismo. Leyendo esta novela, Quiñones recuerda –como ha de recordar el lector de este resumen– que en aquel entonces no le contó la trama de su novela en proceso a este escritor, sino la de la novela de Luis Othoniel. ¿Cómo era posible entonces que este póstumo plagiador inaudito conociera la trama de su novela cuando él le había contado la trama de la novela de otro? Este descubrimiento extraordinario le provoca a Bruno distintas reacciones simultáneas, todas angustiosas. Asombro ante lo que consideraba un hecho inexplicable (nadie excepto Luis Othoniel conocía la trama de su novela, y Luis estaba desaparecido hacía años). Paranoia ante todas las cosas que olvidó durante su temporada de años en el infierno, los libros, los sucesos, las personas. Envidia de que aquel escritor hubiera alcanzado el éxito póstumo con una novela que debía haberle traído el éxito en vida a él mismo, dado que en el fondo era él el su legítimo autor. Vergüenza ante la mediocridad de la trama de aquella novela, reconocida y recordada ahora que la leía en las páginas de un libro que por suerte –y por desgracia, piensa la envidia que hay en él– no llevaba su nombre en la portada.

Piensa que por suerte no es su propio nombre el que se halla estampado en la portada de aquella novela insulsa dada la ínfima calidad literaria de la novela. Piensa que, por desgracia, ya que desde que dejó de beber, Quiñones no ha publicado un solo libro nuevo. Ha publicado escritos en revistas literarias y culturales, y reediciones “mejoradas” de libros que había publicado antes, pero ningún libro nuevo. Además, su abuso del alcohol en aquel entonces lo indispuso con mucha gente que hoy lo detesta, algunos con razón y otros sin ella. El asombro, la paranoia, la envidia y la vergüenza son sentimientos que aquejan a la especie vampira. Bruno un escritor fracasado en la literatura –hoy lo leen unos pocos amigos más por cariño y por pena que por la calidad de lo que escribe– pero exitoso en la vida porque está vivo, o al menos eso quiere pensar. O eso pensaba, hasta que ha visto un plagio de su novela inédita exitosamente publicada por otro escritor que ni siquiera estaba vivo.

La eficacia de esta novela que escribo depende de la condición de alcohólico que aqueja a su protagonista Bruno Quiñones, y de su subsecuente recuperación hasta nuevo aviso. Específicamente, los estragos que tuvo el alcoholismo en su capacidad de recordar. Esta novela inconclusa trata –entre tantas otras cosas– de la memoria y su deficiencia. Para que la novela funcione, es necesario que Quiñones haya olvidado el revolcón entre las sábanas con aquel escritor (entonces) joven. También es necesario que haya olvidado la trama de la novela que estaba escribiendo en aquel tiempo, y la existencia misma de dicho libro inconcluso. Y es necesario que haya olvidado las contraseñas de unos lugares de almacenamiento de datos en la nube donde estaría guardado dicho manuscrito. Ya en sobriedad, fue el mismo Luis Othoniel quien trató de ayudar a Quiñones a recuperar el acceso a aquellas cuentas infructuosamente antes de desaparecer, de la misma manera que ayudó y apoyó a Quiñones durante su delirio alcohólico de años y luego durante su difícil proceso de “recuperación”. Sin estos “olvidos” y las subsecuentes “rememoraciones” detonadas por los sucesos posteriores, la novela no funcionaría, si es que fuera el caso que yo la terminara alguna vez. Esto no está garantizado en lo absoluto.

Esta novela tendrá dos desenlaces paralelos, intercalados, simultáneos e incongruentes. Más que por ingeniosidad o como muestra de virtuosismo, este recurso literario responde más a mi incapacidad crónica de decidir finales. En un desenlace ocurre que, luego de leer la novela de aquel escritor (entonces) joven, Quiñones vuelve a beber y parte en busca de su amigo desaparecido, plagiando la trama que Bolaño le plagia a Pynchon según mis más o menos paranoicas especulaciones. Esta novela trata –entre otras cosas– sobre el plagio, y el plagio siempre es un tropo paranoico. El otro desenlace quiere que, durante su búsqueda de su propio manuscrito desaparecido, Quiñones se tope con el manuscrito de la novela inédita de Othoniel entre sus archivos. Quiñones le había hecho numerosas observaciones, sugerencias e intervenciones editoriales a aquella novela. Luis siempre le decía que más que editar sus manuscritos, los reescribía. En lo que al principio parece ser un acto de amor por su amigo desaparecido, Quiñones comienza a aplicar sus intervenciones editoriales al manuscrito de Othoniel hasta finalizar la novela. La envía a su editor para publicarla. Cuando recibe las pruebas, abre la caja del paquete, abre una botella de Ron Don Q y abre una cajetilla de cigarrillos Marlboro rojos. Saca un cigarrillo, lo enciende, inhala, se sirve un trago de ron, lo apura de un cantazo, traga fuerte y saca un ejemplar del libro de la caja. Su editor le ha dicho que augura un éxito rotundo del libro, basado en las reseñas de la crítica. Abre el libro. Lee la dedicatoria que escribió él mismo, y que dice: “A Luis Othoniel. Desde donde quiera que te hayas ido, mírame siguiendo tu docencia: el plagio es lo único que interesa, y los finales no existen.” Aunque puede que la dedicatoria rece: “A Luis, donde quiera que se encuentre: No existe el plagio, y solo importan los finales.” O quizás: “A Luis, en su espera.” Quiñones se sirve otro trago y se lo bebe de un sorbo, murmurando un brindis amargo por su amigo ausente. Porque en la portada de aquel libro solo aparece su propio nombre, el suyo solo, el de Bruno Quiñones. Nombre que resulta falso así, como nombre del autor de este libro que lo lanzará al estrellato literario. ¿El título del libro? El comeback.

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JUAN CARLOS QUIÑONES
Juan Carlos Quiñones (Río Piedras, Puerto Rico, 1972). Escritor. Ha publicado las novelas Adelaida recupera su peluche y Bar Schopenhauer, los libros de prosas Breviario y Todos los nombres el nombre, y la novela infantil El libro del tapiz iluminado. Sus libros han sido reconocidos en los certámenes del Pen Club de Puerto Rico, El barco de vapor y el Instituto de Literatura Puertorriqueña. Ha sido traducido al lituano.

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