soleida ríos
Ex Libris de Winfred Porter Truesdell

Encontré, registrando sin pretensiones en una librería de La Habana, El retrato ovalado (Ediciones Unión, 2015) y sentí, inmediatamente, el deslumbramiento. Soleida Ríos + 34 mujeres, nombradas en la contratapa, tenían algo que decirme. Soleida pidió “a cada autora un texto de cinco a siete páginas, de corte autobiográfico, escrito desde otra voz, es decir, encarnando en un personaje de la ficción literaria o artística de cualquier tiempo y lugar, o en un personaje real, recogido o no en las páginas de la Historia Universal”. Convocó a un juego que dijo para “tocar el fondo”, al “ejercicio de conciencia” de las escritoras implicadas y, no sé si sabía, al de las lectoras que nos buscaríamos también en este cuarto de espejos.

Si fuera otra, sería esa que se sienta a escribir queriendo ser otra. Reina María Rodríguez buscándose en Marina Tsviétaieva. Reina mostrándome los rastros de sus lecturas para dejarse perseguir y alcanzar, siendo la guía de su propio entendimiento. Reina fabrica alrededor de su escritura el corpus desde el cual ser sentida, mas no comprendida. Ninguno de los caminos lleva a la exposición para salir de sí, sino a la organización de un universo y entorno en la mente-lectora que facilite el sumergimiento, compartiendo pistas y símbolos. Soy otra para mí cuando estoy también en Reina, en Marina, en Virginia, en Anaïs, a través de Reina María.

La bailarina-profesora que “Elige un punto al fondo y habla” (Soleida Ríos y Jamila M. Ríos) explica a la vuelta de una de sus fértiles digresiones que “toda buena lectura […] no es más que una cuestión de goce…, una conversación nunca acabada en el estudio de dos, una copula convulsa, que se va sedando a medida que apalabramos nuestro entusiasmo por lo que nos atrapa, hasta hacernos escribir al margen de los libros las preguntas que nos vienen, los suspiros silentes”.

Los textos de este libro muestran la esencia de estas conversaciones entre las autoras y las mujeres que se encarnan en sus escrituras. La lectura de El retrato ovalado es esa “cópula convulsa” donde te encuentras en otras como tú. No es una cuestión de temas sino de las profundidades que se alcanzan en ese espejo donde la escritora se ve para escribirse y en donde estás, en ella, desarrollada en la lectura y en tus propios textos. Como esa “precisa sincronía” a la que se refiere Soleida: la que unió a más de 35 mujeres en un solo volumen y muchas más que el doble de 35 (cada autora trae al papel a uno o más personajes). El retrato… se convierte, entonces, en la mejor historia sensible del arte y la literatura hecha por mujeres que podía encontrar. Una a partir de cada lectura de esas escritoras que ahora leo. No un mapa, ni una constelación, sino una tela de araña que te atrapa en cada nombre y te invita al paseo por sus hilos de infinitas conexiones.

Si fuera otra, sería esa que se sienta a escribir queriendo ser otra en el cuarto contiguo. Soy yo misma, sesenta años mayor. La misma que es veinte años menor que ella y su hermana, mi madre. Mi abuela, mi tía, mi madre. Pero mi abuela ¿quién sería si fuese otra?

Soleida Ríos | Rialta
Soleida Ríos

Pienso en mi familia en varios de los textos. Las autoras se buscan en espejos que, inevitablemente, las llevan a su historia familiar e íntima. Vamos descubriendo con ellas una herencia. Como Adriana Normand, en la voz a punto de lanzarse de Ana Mendieta, “no dije compañía, sino herencia” (Cinemática). La de un destino condenado por siglos a la anonimia, a la sala de estar y al cuidado, exclusivo, de los otros. Sin el derecho al “poder de la introspección” y “la libertad intelectual” como desarrollara Virginia Woolf en Un cuarto propio –libro que se lee en varias entrelíneas de estos textos–. La herencia y la marca, también, de un cuerpo vulnerado física y textualmente. Por lo que El retrato… se pregunta: “¿[…] puede la mente constituirse en agente de la restauración?”. Y restaura, por ejemplo, desde la obra de Belkis Ayón. Soleida Ríos se disuelve en las fichas de las piezas de esta artista y cuestiona con ella el significado del sacrificio, del “laberinto de la pérdida”, de la resurrección, la desobediencia y, sobre todo, del poder y el continuo triunfo del patriarcado (“La sentencia/ Expediente Ayón”). Escrito extremadamente fragmentado y que, como varios del libro, encuentra la restauración identitaria de la autora y su álter ego al tiempo que va descubriendo la del propio texto. En este mismo proceso se explotan las posibilidades de la epístola en “Post Scriptum” de Darsi Fernández Maceira o, en “Otras memorias de J.B.” donde Charo Guerra se vale del testimonio apócrifo para dar un giro a los últimos días de Juana Borrero y desmitificar constructos machistas como su virginidad y vulnerabilidad infantil. Junto a ella, La bella durmiente, los personajes de Ayón o, Mariana Grajales, cuestionan las representaciones de las mujeres en el arte, la cultura y la historia de los Hombres. Por otro lado, Lizabel Mónica se escribe Hannah Arendt y piensan sobre la “acción” y la posibilidad que brinda a cada cual de ser “el sujeto de su propia historia” (“Exercising the productive Einbildungskraft…”); la relación entre “ser” y “representar”; así como el don, solamente del poeta, para escribir el relato, el poeta interpretado como un sujeto subalterno: “El poeta, el pariah, el schlemihl, el desafortunado y desgraciado”.

Este libro llega en la primera quincena del siglo XXI para mover los estantes de las librerías sin saber que mueve las simientes de la cultura y las representaciones culturales occidentales. Cuando aparece Alma Rubens, heterónimo decimonónico de Poveda y explica, junto a Lourdes González que “la verdadera voz es una ilusión más, que en realidad son las voces, que es plural el alma” (“Las voces de Alma Rubens”); o Calvert Casey, también destruyendo el binarismo de género y participando del continuo performativo existente entre lo “femenino” y lo “masculino”, en el texto “Enjambre en un vestido de ovalitos o Calvert Casey bajando por fin la escalera de la Sociedad Asturiana, con los hombros desnudos y su collera de perlas” de Jamila Medina Ríos. Este texto da inicio al conjunto de ejercicios escriturales y repasa “los aza(h)ares de las mujeres míticas y las mujeres poetas, de las mujeres guerreras, de las mujeres débiles, de las mujeres famosas”, en siete fragmentos resume la historia y destino de mujeres desde la época clásica; la escena final, descrita en el título, es parte del octavo fragmento donde pone en crisis los constructos de género y sus expresiones. Acto profundamente cuestionador, como el tiempo que habitamos y al que la autora llega en su recuento, como el espíritu que atraviesa todo El retrato…

Si pudiera ser otra, sería la mujer con sombrero de caracol de la cortina del baño y que se ve en mi espejo para tomar vida. La misma que, luego con alas, se siente una Isla inteligente (Roberto Fabelo). Porque en mi casa, además de varias mujeres de carne, viven varias en las paredes: una de Zaida del Río, otra de Victor Manuel, otra de Portocarrero, Violeta Parra y espejos, varios espejos. Porque si fuera otra sería la isla de Cuba, acostada y floreciente como cadáver entregado a la pudrición de su cuerpo. Así llegaría como resolución o condena a varios de los textos de El retrato… Podría renacer en Margarita Mateo y eso me permitiría ser muchas islas, muchas son ella y todas en contraste, en constante transformación; así podría preformar en mi escritura Ínclita de Mamporro, siempre dispuesta a entrar por “esa leve fisura hacia el mundo de lo real”. Tal vez siendo Cuba, siendo isla, podré reconciliarme con la pérdida y entenderla como proceso a partir del cual se cincela mi ser corporal, como lo hace Caridad Atencio en “Nubes dentro/ Nubes fuera”. Podré, en ese camino, sumergirme con Virginia Woolf y Damaris Calderón en la metáfora para hacer con ellas el mismo viaje hacia la indefinición: “No Virginia Woolf, no Emily Dickinson, no Marina Tsviétaieva […], sino alguien (algo) que arrastrado por el légamo de la palabra légamo, se hunde en la corriente hasta el fondo, devorada por las aguas del entresijo” (“En la tierra del entre, golpeada por las aguas”). El entresijo de la soledad, de la lectura y la escritura.

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Edición cubana del 'El retrato ovalado'
Edición cubana del ‘El retrato ovalado’

El retrato ovalado nos conduce a un conjunto de preguntas que convocan a la acción, quizás realizada en escritura y, con certeza, en la exposición de un juicio, como se pregunta Hannah V y sentencia Hannah VI, respectivamente, en el texto de Lizabel Mónica. Es una intimidad, llena de amor propio, con el espejo. Es un espejo roto que, lejos de traer mala suerte, refleja en cada pedazo el camino a alguna verdad, a varias. Si pudiera ser otra las hubiese comprendido y pudiera explicarlas, supiera el secreto que me llamó hacia este libro entre tantos, o podría hacer un análisis sociológico y político de sus temas y trascendencia. Sin embargo, me entrego a la lectura, al silencio que demanda y entiendo, otra vez con Mónica, en la voz de la Judía VI, que hay momentos donde “puede que sea importante dejar marcado lo inconcluso, más que las ideas”.

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1 comentario

  1. Magnifico ejercicio crítico sobre «El retrato…» donde también se «presenta», como en un acto más de «posesion», la que lo escribe. Gracias Cecilia García Expósito.
    Curiosidad el que la otra persona que descubriera el libro, en circunstancias parecidas, fuera una turista chilena, no escritora, que decidió escribir a S. R. (autora desconocida) lo que considero su hallazgo en una librería de Trinidad… Lo cual consiguió tras una cadena de correspondencias que cerró ciclo en Casa de las Américas. Dos otros acercamientos al libro publicado fueron, primero, de una autora incluida en la nómina (Gina Picart) y, segundo, de la conocida escritora Margaret Randall, que inmediatamente inició trámites para
    hacer la traduccion al inglés.
    (The oval portrait. Contemporary Cuban women and artists, wings Press, 2018.)

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