Desde el año pasado trabajo en El Espacio 23 durante la semana de Art Basel. El año antes pasado también, pero formando parte del performance político de Tania Bruguera donde leíamos durante más de dos horas los nombres y apellidos de todos los presos cubanos encarcelados con motivo de las manifestaciones masivas del 11 de julio de 2021. Terminábamos al borde del desmayo y lo suficientemente afectadas como para que nos temblaran las manos y las piernas y casi todo el cuerpo.
Trataba sobre textiles, la muestra pasada. Tapices, macramés, manteles, sábanas y girones de sábanas, lienzos y pespuntes, hebras y vért(h)ebras llenaban el espacio. Esta vez se trata de figuraciones. Puede verse cómo un artista crea un espejo del mundo o de su propio mundo, superior y distorsionado. Guardé mis preferidas y entre todo eso me dieron ganas de bailar a Moby (“why does my heart feel so bad”) pero no tengo con quién bailar. Yo bailaba a Moby a finales del 2005 en un apartamento prestado de Mulgoba, el reparto de apartamentos prefabricados de Rancho Boyeros, pegado al aeropuerto José Martí en La Habana (“why does my heart feel so bad”). Lo bailaba distorsionado porque en vez de bad entendía bed (que significa cama) y entonces la oración tenía (otro) sentido.
Quería escribir sobre la relación que noto entre la necesidad casi instantánea de usar Chat GPT para escribir de arte y la necesidad casi urgente de conectar con la naturaleza (bosque, playa, nieve, montaña de nieve, kilimanjaro, sendero, jurassic park, río zenú). Son dos necesidades opuestas, incoherentes entre sí, pues una remite a la artificialidad y otra remite a lo vivo, lo nacido, lo verde, que se relacionan en un punto medio de clase, económica y social. La primera remite a la falta de naturaleza y la segunda remite a la falta de artificio. Y estas dos necesidades o prácticas actuales se establecen al unísono como arterias paralelas.
Mi necesidad, por ejemplo, tiene que ver más con la sobrevivencia y la competencia alien. Aunque ya tengo pasaporte americano sigo siendo un alien number en constante vértigo de adaptación y en constante estrés económico (la señorita alien entrando en el baile). Y también tiene que ver más con la necesidad de escribir. ¿De qué manera automatizada usaría yo semejante chat, si precisamente lo que yo necesito es escribir? ¿Significa eso que soy un chat, potenciado y retardado, al mismo tiempo? Sí, mi Chat GPT en potencia soy yo.
A mis preferidas de la exhibición, que pertenece a la colección privada de un millonario (hombre con poder) les di otro orden. Son diecipico de piezas y las prefiero por distintas razones. Por ejemplo, la foto que está en el baño me hace orinar bailando (“why does my heart feel so bad”). No sé si al hecho de orinar se le sigue dando la misma importancia que tiene, pero creo que si la imagen designada para decorar la habitación de restos (restroom) es una muchacha con la mirada perdida, donde el color azul de la imagen sale de la imagen e inunda la habitación, formando parte incluso del orine, entonces sí se le está dando la importancia que merece. Fue un error no haber entrado a la habitación de restos masculina. Tal vez ahí también hubiera encontrado una preferencia.
No me di cuenta de que estaba prefiriendo nada hasta que llegué a la penúltima sala del laberinto de El Espacio 23. Había subido al mezzanine y había visto dos cosas muy fuertes: una pieza de Sandra Ceballos y otra de Marisol Escobar. En ambas, salen cosas del vientre o del alma. Ambas piezas representan a mujeres, o eso observé yo. A la mujer de la pieza de Marisol Escobar se le ven las uñas (pintadas y largas) y a la mujer de la pieza de Sandra Ceballos no se le ven las uñas. Perfectamente puede tratarse de una mujer sin uñas y sin ojos a la que solo le quedó el tercer cerebro, es decir el intestino. Porque en la obra de Sandra Ceballos todo es intestino, mujer y cerebro. O eso observo yo.
No hablaré aquí de todas mis preferidas porque soy un Chat GPT sin tiempo que se debate entre el deseo intestinal (es decir, mental) y el deseo de escribir (es decir, también mental) aunque lo más importante en la vida ya no es el deseo propio sino el deseo ajeno. Es decir, el deseo y la necesidad ajenos, y suplir eso provoca tranquilidad, provoca el éxito. Pero decía antes que no fue hasta la penúltima sala que me di cuenta de que estaba disfrutando, bailando casi (“why does my heart feel so bad”) a través de todo este despliegue figurativo, humano. No fue hasta la penúltima sala cuando vi dos fotos completamente distintas y entonces rebobiné en mí misma y fui atrás a ver las anteriores que inconscientemente me habían (des)figurado.
En ambas fotos (las de la penúltima) se ve a un grupo de personas. En la primera se ve a una familia donde todos expresan algo distinto y en la segunda se ve a una no-familia donde todos tienen protuberancias. Los ombligos (botados) y los senos (insinuados) y los penes (muy insinuados) del grupo de la no-familia acentuaron en mí un deseo de idea. Noté, igual que lo notaba en el año 2005, cómo mis genitales se movían en mi mente y empezaba a salir una gotica de algo por uno de mis orificios inferiores. Traté de recordar si traía protector puesto y crucé las piernas. La gente va a pensar que me estoy orinando. Pero no había gente. Yo estaba sola frente al grupo de la no-familia mirando sus pantalones y sus labios y sus pies descalzos sobre la tierra verdadera y firme. Tal vez sea eso lo que más me gusta de escribir, que incluso en el aire, cuando escribo, mis pies tocan la tierra verdadera y firme, y me rodea gente verdadera y firme. La única tierra posible.
Títulos y nombres. Debería escribir aquí los títulos y los nombres de cada obra que vi que me llamó la atención. Pero no lo hice en ese momento y ahora tampoco lo haré. Hay una fuerte presencia de esculturas negras de bronce. Entre esas esculturas, tres llamaron mi atención. La escultura de la entrada, antes de subir la escalera media que necesitas subir para entrar al ámbito, es una mujer enorme, negra, de bronce, que me dejó mirándola como se mira a un árbol. Hazme una foto con ella, le pedí a Cool Luis, el muchacho venezolano que trabaja en El Espacio 23 y que me hizo una foto con mi hijo delante de una pieza de Rocío García, en el 2022. Ese año la exhibición era sobre arte cubano. Pero este año también hay una pieza de Rocío García, casi a la entrada, que es una de las mejores.
Y Cool Luis me hizo la foto con la escultura gigante negra, donde parezco una hormiga sin cerebro y sin inteligencia. Una hormiga triturada por el tamaño del mundo, que es lo que soy yo en realidad y que es lo que eres tú en realidad. Junto a las otras dos esculturas no me retraté. Una de ellas es una mujer dormida (o durmiendo) con la cabeza apoyada sobre dos almohadas cilíndricas y la tercera es una pareja arrodillada en el suelo con viviendas asomadas por abdómenes. ¿Qué significa? No me interesa lo que significa. La casa donde nací no existe y por eso cuando veo casas, mucho más si estas casas forman parte del cuerpo, no me interesa el significado. La escultura es bella y la pareja de dioses no tiene ojos para mirarme a mí. Si tuvieran ojos verían mi casa, posiblemente, dibujada en mi corazón. La mujer en el dibujo de Rocío García se cortó la cabeza (“why does my heart feel so bad”).
Cuando recogí al niño de la escuela, la tarde después de trabajar en la galería, le conté que había visto una estatua enorme y le enseñé la foto. Y le dije que su tamaño no era lo más amazing, sino que cuando la miré a la cara, la estatua a la entrada del lugar me hizo un guiño con un ojo. Y ahí nos quedamos, los dos, un minuto sin hablar. Con María Paz hablé dos palabras, después de mandarle la foto de la foto de la no-familia y la foto de la pieza de Sandra Ceballos:
—micelian literature. voy a escribir un poema. para estar a la moda
—por favor, escríbelo
—estoy enamorada de esta foto, una foto sin micelio (foto de la no-familia) está en una galería donde trabajé ayer. pero ya hoy no. aquí es art basel. dinero y negocios. con arte
—no hay casi aire. tus poemas sí
—respirando con una manguera (foto de la pieza de Sandra Ceballos)
—simultáneo
—lenguafuera
Hay más. Una foto de Nan Goldin, cuatro fotos de un hombre desnudo al que le falta una pierna, un mensaje de neón con dos formas humanas exaltadas, unas fotos de paisajes intervenidos con vallas donde se repite la misma pregunta: “¿es usted feliz?”, y la película iraní de Shirin Neshat que se ve en dos planos (dos pantallas) al mismo tiempo, pero que nunca llegan a sincronizarse. Hecha de madera, la escultura de otro grupo europeo familiar, donde, al revés de la escultura de la pareja de dioses con casas cinceladas en el plexo, pude ver un árbol con esta familia humana descansando a la sombra desde su tronco. Y en ese vértice de disposición, a mi izquierda, el dibujo autóctono de la Chola Poblete, que se siente igual que Moby y escribe en el centro del dibujo “buenos días, tristeza” en francés, para disimular, para no convertirse en manguera verde y revolcarse en el suelo como Sandra Ceballos o como Legna Rodríguez Iglesias (Chat GPT retardado) bailando a Moby en aquel apartamento de Mulgoba, 2005 (“why does my heart feel so bad”).