Imagen de cubierta ‘Evocación de Matthias Stimmberg’ (Turner Publicaciones, 2015), de Alain-Paul Mallard

En uno de sus libros más conocidos, Vila-Matas ha estudiado con minucioso entusiasmo el extraño fenómeno de los Bartlebys, esos maestros de la negación que, tras publicar uno o dos libros, se han sumido en un silencio pertinaz, definitivo. Rimbaud y Salinger son, naturalmente, los más célebres entre estos fanáticos del desapego y el silencio, pero, en rigor de verdad, el “efecto Bartleby” es un vasto territorio desconocido en el que los estudiosos se desplazan casi a ciegas. En realidad, además del libro de Vila-Matas ya mencionado y de Artistas sin obra, del francés Jean-Yves Jouannais, apenas hay textos dedicados íntegramente a los escritores que han decidido abandonar la literatura,[1] o al menos, sobre escritores reales, pues existen algunos libros notables sobre Bartlebys imaginarios. Sin duda alguna, Evocación de Matthias Stimmberg, del mexicano Alain-Paul Mallard, es uno de los más fascinantes, sobre todo por lo raro que resulta en la tradición latinoamericana.

Se trata de un relato que intenta articular, a través de un monólogo desordenado y más o menos delirante, una aproximación a la biografía del menos exitoso poeta en lengua alemana de todos los tiempos: el ficticio (aunque no por eso menos interesante) Matthias Stimmberg. Así, con la ayuda del artificio narrativo según el cual el autor del texto se ha limitado a “encontrar” el manuscrito que nos ofrece (en este caso, la única entrevista concedida por el poeta, una grabación casi mítica supuestamente transcrita, traducida y editada por Alain-Paul Maillard), la narración en primera persona esboza una serie de viñetas, pequeñas epifanías o momentos de “iluminación profana” (para utilizar la afortunada frase de Benjamin) en la vida de un escritor reticente, desdeñoso y supremamente lúcido, alguien que probablemente sería considerado un fracasado total según los criterios habituales para determinar el éxito, pero que, precisamente por no concederle la menor importancia a la fama y por la terquedad con que persevera en la escritura de sus poemas (textos por nada y para nadie), se convierte en un personaje fascinante, un auténtico Bartleby entre las ruinas de Viena en 1947.

Ciertamente, Stimmberg es un tipo absolutamente excéntrico que se inserta en esa genealogía de escritores definidos por su rechazo de “lo sublime” y que niegan cualquier percepción privilegiada al poeta. En efecto, para estos hombres enfermos de lucidez la poesía es una práctica antimetafísica, un modo concreto de operar con las palabras para construir objetos verbales sobre cuya importancia no se hacen demasiadas ilusiones. Este escepticismo esencial sobre las posibilidades del lenguaje poético (probablemente común a todos los estetas de la negación) es particularmente agudo en el caso de Stimmberg y en ocasiones lo conduce al borde mismo de la esterilidad y el silencio. Acaso el mejor ejemplo de su indiferencia por el destino de su “obra” (aunque es probable que alguien como él rechazaría este término) es el fragmento que narra cómo regala cuarenta ejemplares de su primer poemario (en una edición que constaba de cincuenta) a una mendiga para que alimente sus chivos. No contento con esto, el escritor nos informa que de todos sus (escasos) libros “ha sido ese, el primero, el que, me parece, ha corrido con mejor suerte”.

La ironía ácida y autodestructiva de este pasaje es una constante en todo el relato, como si el poeta intentara convencernos de que sus libros no son gran cosa… pero lo que consigue es justamente lo contrario: su implacable sentido del humor, su brillantez incesante, su falta de pretensiones y ciertas declaraciones sibilinas (como, por sólo citar una de las más desopilantes: “la misantropía es un humanismo; el humanismo es también una misantropía”), nos persuaden de que tratamos con un intelecto de primer orden y lamentamos (tal es “el efecto de realidad” creado por el autor) no poder acceder a los poemas que este extraño escritor (apasionado por cosas como “las posibilidades literarias de la sintaxis telegráfica”) desdeña con apasionada vehemencia, que Matthias Stimmberg sea sólo un flujo de palabras, una ficción suprema creada por Alain-Paul Mallard, ese otro “artista sin obra”, ese otro fanático del rigor verbal y del silencio (apenas dos libros en treinta años) que ha conseguido escribir una autobiografía oblicua, secreta y enigmática: “Todo lo que es profundo ama la máscara”, como escribió cierto poeta alemán que habría apreciado la obra de Stimmberg.


Notas:

[1] Por supuesto, hay miles de libros sobre Rimbaud y Salinger, pero aquí me refiero a obras dedicadas específicamente al “síndrome de Bartleby”, en las que sólo importe la renuncia a la escritura y no la “celebridad” de los escritores estudiados.

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