Paul Gauguin (1848-1903) pasó a la Historia como uno de los máximos representantes del posimpresionismo y un contribuyente esencial al sedimento del modernismo estético en la pintura. El modelo vanguardista defensor de la síntesis y la autonomía de la forma como negación de la semejanza realista tuvo en él uno de sus pioneros excepcionales. Aunque en la obra de Gauguin hay anécdota todavía, esta nomás vehicula un ejercicio de deconstrucción radical de los paradigmas clásicos del arte, que hace sustancialmente moderna su pintura.
Durante décadas, ese imponente modernismo del autor de La visión tras el sermón (1888) y ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? (1897), ha mantenido en segundo plano la discusión de su mirada sobre los individuos no europeos que alimentaron el paisaje temático de su producción. Para despertar nuevamente tal debate, el Museo de Arte de São Paulo, Brasil, organizó una exposición consagrada a estudiar los mecanismos de representación activados por el artista en las pinturas donde fija un imaginario/una visión de los sujetos de la Polinesia francesa y de sus costumbres.
Paul Gauguin: el otro y yo se titula la muestra que insiste en releer críticamente todo el legado del pintor al meditar sobre cómo atraviesan su producción nociones como “exótico”, “otredad”, “folclor”, “primitivismo” …
Inaugurada el pasado abril, la exposición busca pensar desde el presente, y por sobre la regencia de lo estrictamente formal, qué tiene que decir Gauguin sobre las relaciones históricas centro/periferia. ¿Sería atinado catalogar sus pinturas realizadas en Tahití como un ejemplo de colonialismo cultural? ¿Eran resultado de la ingenuidad o pesaba demasiado en él la ideología eurocéntrica? ¿Se puede acusar la obra de Gauguin de apropiación cultural? ¿Acaso el tratamiento visual de los cuadros explota una visión externa y estereotipada de unos sujetos víctimas del poder de Occidente? Todas estas interrogantes son puestas a circular por una muestra que, abierta hasta el 6 de agosto de 2023, aspira al pensamiento riguroso y no a las imputaciones fáciles.
“Esta es la primera exposición que aborda críticamente la problemática relación del artista francés con el otro [representado en su pintura]”, afirman los organizadores de Paul Gauguin: el otro y yo. “Su obra, en particular la realizada durante el período que estuvo en Tahití, es un examen extraordinario de la figura y el color, singularmente contemporánea por la manera en que asumió como propias iconografías de otra cultura y las puso a dialogar con la tradición de la pintura occidental. Pero Gauguin también destacó al otro como exótico y primitivo, en una añoranza imaginaria del trópico y una visión idílica cargada de ficciones y estereotipos, estructurada por una relación de poder entre ese otro y el yo del artista […] En cualquier caso, es evidente que sus pinturas erotizan el cuerpo de la mujer indígena al enfatizar una supuesta disponibilidad sexual a los ojos y pinturas del hombre blanco europeo”.
El pintor de El Cristo amarillo (1889) fue él mismo un personaje exótico en la escena artística europea de su época. Hijo de la peruana Aline Chazal Tristán y nieto de la escritora feminista Flora Tristán, Gauguin experimentó con el color desde temprano en su carrera, antes de viajar por primera vez a Tahití en 1891. Sus indagaciones plásticas sentaron las bases del fauvismo y del expresionismo; sus preocupaciones por el color y la síntesis de la figura, así como el carácter simbolista de su representación, marcaron a los miembros de la Escuela de Pont-Aven y del grupo Nabis. Emblemas de su estilo, como el despliegue de amplias zonas de color puro –influencia de técnicas medievales de esmaltado–, el realce de la silueta y la renuncia a la perspectiva clásica, impactaron a figuras relevantes como Matisse y Picasso.
“Gauguin emprendió experimentos revolucionarios en la pintura, el grabado y la escultura en madera y cerámica, siempre en busca de nuevas técnicas artísticas […]”, se lee en la página oficial de la institución brasileña. “En las últimas décadas, la Historia del Arte ha sido cada vez más revisada y cuestionada, especialmente en lo que se refiere a las relaciones problemáticas con el otro. Así, esta exposición pretende llamar la atención sobre el hecho de que, para tener otra Historia del Arte, que no pertenezca a la tradición mainstream […], Gauguin también debe ser visto como un otro.”
Paul Gauguin: el otro y yo reúne cuarenta trabajos entre pintura y grabado. Sus organizadores, Adriano Pedrosa, Fernando Oliva y Laura Cosendey, director artístico, curador y curadora asistente del museo respectivamente, reunieron piezas capitales del artista procedentes de diecisiete instituciones internacionales, entre las que se hallan las galerías Metropolitan de Nueva York, la Tate y la National Gallery de Londres, la Getty de Los Ángeles y la Fine Arts Gallery de Budapest, así como el museo de Texas y el D ‘Orsay de París.
Fernando Oliva comentó que esta no es la primera vez que se cuestiona el plano temático desplegado por el pintor. “Ya en el siglo XIX fue criticado sobre todo por su posición de poder en relación con la gente de [Tahití], en particular con las mujeres”; pero aquellos cuestionamientos, “no tuvieron la amplitud ni la contundencia que tienen hoy en el ámbito público”.
Por su parte, Laura Consendey comentó que “[…] cuando observamos sus obras debemos entenderlas no como un relato etnográfico, no como lo que realmente encontró en Tahití”, porque son “una mezcla entre la imaginería que ya había adquirido a través de las historias e imágenes de los primeros viajeros europeos al Pacífico, las expectativas que debía cumplir y su deseo de mostrar un paraíso intacto y exuberante”.
Con esta exposición, el Museo de Arte de São Paulo continúa un programa que, anualmente, revisa la producción de un artista internacional presente en su colección, y la hacer dialogar con creadores de la región.
En esta oportunidad, la muestra de Gauguin coincide con una del Movimiento de Artistas Huni Kuin (MAHKU), colectivo artístico integrado por habitantes del pueblo originario Kaxinawá, emplazado en la frontera con Perú. Su arte es una traducción de las costumbres y el imaginario de su tierra, enclaves que han permanecido al margen de los relatos históricos canónicos del arte.
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