Distantes del “arte del cuestionamiento” que rige una zona significativa de la visualidad cubana contemporánea, las obras agrupadas en Por siempre una y otra vez contienen una particular rebeldía. La singularidad de sus autores no reside en la destreza que los formatos escogidos implican, ni tampoco en las erupciones de los discursos propuestos. El sello de estos creadores se encuentra en la construcción del estilo –que los levanta por sobre las coordenadas de esta época– y en la autosuficiencia de las técnicas. En dicho punto es donde se interrelacionan estas obras y donde se expresa mejor su rebeldía.
Inaugurada el 15 de febrero del presente año, Por siempre una y otra vez reabre tras su interrupción por la pandemia del coronavirus. La muestra llega nuevamente para, en medio de las contingencias artísticas actuales, ofrecer un espacio de advertencia sobre los valores autónomos de los procedimientos formales, de la téchne artística. Por supuesto, las obras que la componen no prescinden de la tematización, pero el plano formal (su configuración) conserva un alto grado de autonomía o independencia. Ninguna de las piezas esboza remisiones puntuales o apuestas por discursos de vocación social: el tema, en la mayoría de las ocasiones, se comporta como pretexto. La técnica, el formato, los materiales… constituyen los detonantes primarios del sentido, llegan a ser, en sí mismos, la tematización. Pero no son estas creaciones hedonistas, entregadas nomás al placer de la hechura, resultan obras que, entre otras cosas, aventuran una poesía del artefacto, apelando a las sensaciones, el extrañamiento, el placer que alcanza a producir.
Curada por Lorenzo Fiaschi y Niurma Pérez, la exposición “propone un diálogo entre las obsesiones de cuatro artistas cubanos y cuatro artistas extranjeros. De los artistas cubanos: Yoan Capote (Pinar del Río, 1977), Raúl Cordero (La Habana, 1971), Michel Pérez, Pollo (Manzanillo, 1981) y Ángel R. Ricardo Ríos (Holguín, 1965). Y por otro lado: Daniel Buren (París, 1938), Arcangelo Sassolino (Vicenza, 1967), Serse (San Polo di Piave, 1952) y José Antonio Suárez Londoño (Medellín, 1955)”, según se lee en el comunicado de prensa que la acompaña.
Cuando se habla de “las obsesiones” de estos artistas, se quiere subrayar más que la porfía en un asunto específico o el reciclaje continuo de ciertos mecanismos formales o códigos estilísticos, la espesura de la autoría. Allí donde se lee que “la obra de cada uno gira en torno a una obsesión”, “son artistas obstinados en una idea, en una preocupación única, alrededor de la cual podrán derivar muchas otras, pero que será siempre la que determine el camino”, se está llamando la atención sobre lo que podría calificar como “política de la autoría”. La cual proviene, justamente, de la recurrencia de una serie de obsesiones que los creadores repasan todo el tiempo hasta convertirlas en la sustancia de su creación, en el núcleo de su identidad artística.
En el conjunto de creadores reunidos en Por siempre una y otra vez, esa “política de la autoría” apunta hacia la invención de las formas (la apariencia física de los objetos) y, después, hacia sus efectos. Estas obras existen a partir de una suerte de malestar empático que mantienen con el receptor estrictamente al nivel del objeto, de la forma en que se ofrecen a la contemplación.
La pieza de Daniel Buren, justo con la cual abre la exposición, corrobora la potencia de la identidad autoral en un artista. “El registro visual a base de líneas de colores que distingue su obra transforma en esta ocasión la fachada de la galería [al intervenirla], haciendo que la atención se desplace hacia el propio edificio y particularmente, su entrada”, se comenta en el comunicado de prensa. La apropiación del inmueble por Daniel Buren explica, al transformar y connotar la apariencia de la galería, el peso y el poder de comunicación estética de la poética de este artista.
Una de las propuestas más sorprendente de Por siempre una y otra vez es la de Serse, quien presenta unos dibujos de paisajes “acuáticos” en los que el plano del discurso cede –casi por completo– ante el relieve expresivo de la técnica instrumentada. Es tal el protagonismo de la técnica que la imagen representada resulta desplazada bajo la imposición del procedimiento. Serse trabaja grafito en papel sobre aluminio, de lo que se desprenden composiciones de fuertes contrastes lumínicos, en las que se instala un misterio vinculado a la destreza del tratamiento.
Con un dibujo mucho más narrativo, José Antonio Suárez Londoño elabora una serie de imágenes alegóricas que “describe minuciosamente su contexto y sus preocupaciones”. Sus dibujos son miniaturas que parecen salidos de manuscritos medievales, pero encauzados a consumar un “inventario del mundo […] como si fueran apuntes diarios”. Mas la propia escala de las piezas exige a José Antonio Suárez Londoño un nivel de detalle y una estilización en el trazo –sobre todo en aquellas donde se recrea un entorno fabular de tintes barrocos– que hace de “Hojas de agua y ajenjo” sutiles raptus de osadía plástica.
Por otra parte, la obra de Arcangelo Sassolino marca una diferencia, consiste en una prensa metálica que sujeta verticalmente un grupo de planchas de cristal. Es una suerte de instalación escultórica que repara en las propiedades físicas del vidrio y en las posibilidades de controlar o modelar su apariencia. Este es un ejercicio a primera vista muy formalista que, no obstante, connota ciertos estados del mundo contemporáneo. La vocación esteticista de “El cierre imposible del círculo” –donde sorprende la relación entre la economía racionalista del repertorio y la alta expresividad de la presentación– es un desafío al pensamiento.
Michel Pérez, Pollo, entre los artistas cubanos, vuelve con sus trabajos de gran formato, extensiones de esa factura pictórica que lo ha colocado entre los artistas más relevantes de la escena cubana contemporánea. El espesor pictórico que reporta la realización de “Huitlacohe” y “Accidente” resulta un laboratorio del placer estético. Pero la de Michel Pérez, Pollo, no es una poética enajenante. Al contrario, la cualidad matérica de sus figuraciones, la cuidada arquitectura visual de los cuadros, la densidad de la expresión y la consistencia del estilo son resortes lo mismo para comprender el específico del arte que para formalizar refracciones de la realidad.
Más inclinado hacia la tradición informalista o la bad painting, Ángel R. Ricardo Ríos es otro autor donde la pintura, como técnica, expande sus posibilidades. La perversa sensualidad con que este creador construye la mirada tiene su centro en la fuerza evocativa de su estilo expresionista, por sí mismo un comentario punzante, irónico, violento… Las suyas también son composiciones paisajísticas, pero donde en Michel Pérez, Pollo, hay misterio o silencio, en él hay colisiones, un erotismo trágico.
Los paisajes marinos de Yoan Capote consiguen una trabada relación entre el vector discursivo que instala el título –“Isla (persistencia)”– y los materiales con que están resueltos. Los anzuelos que Yoan Capote incrusta sobre los paneles de plywood para dibuja el mar (sus olas, su turbulencia) le confiere visceralidad al cuadro a la hora de referir el “drama migratorio y las pérdidas y separaciones que ha provocado por generaciones” en Cuba. El contraste, tal vez un poco paradójico, entre la pulcritud del diseño visual y la tragicidad del enunciado contribuye a la impresión que estas piezas provocan en la expectativa receptora, piezas impactantes justo por la síntesis y la economía expresiva de su plano formal.
Otro de los artistas cubanos, Raúl Cordero, ofrece un inteligente ejercicio óptico que invita a un cuestionamiento propio, a una mirada interior. Sin embargo, lo hace a través de un lienzo que le concede un enorme valor a la superficie plática. “Sin título (It is Just a Matter of Priorities)” es “otra de sus pinturas borrosas de gran formato”, en la que se aprecia una amplia habitación desenfocada, concebida en tonalidades rojas, sobre la cual se puede leer (siempre que no se preste atención al espacio habitacional o se asuma la distancia proxémica adecuada) un texto escrito con “pigmentos metálicos” dorados que reza: “It is Just a Matter of Priorities”.
En el comunicado de prensa se acota además que “se integran a la muestra tres artistas que se exhiben como «proyectos de larga duración» en el espacio de la galería, y cuyas obras guardan estrecha relación con el tema de la exhibición. De Anish Kapoor (Mumbai, 1954), la pieza «When I am pregnant» se presenta en el área central del escenario y pone a prueba el acto de la contemplación; mientras en la sala de proyección se exhibe «Wounds Absent Objects», único video realizado por el artista. De Kader Attia (Francia, 1970), permanecen las huellas de su intervención en el piso del propio escenario, como acto de «reparación», en su deseo recurrente por explorar las amplias repercusiones de la hegemonía cultural y del colonialismo en diversos contextos. Por último, de Jorge Macchi (Buenos Aires, 1963), se exhibe «Before and After», una pared de ladrillos suspendidos que redirecciona la entrada habitual de la galería y que nos presenta una de las inquietudes fundamentales del artista: su interés por cuestionar de un modo simbólico y poético las nociones acerca del espacio”.
Aun cuando cada uno de estos artistas impone el peso de su autoría, se juntan con perfecta organicidad en Por siempre una y otra vez. Y es que, además de una precisa dramaturgia, la curaduría logró extraer de ellos una particular sensibilidad estética. Si bien los rumbos creativos individuales apuntan a experiencias desemejantes –aun cuando predomina el trabajo con el formato bidimensional–, a registros que remiten a legados artísticos diferentes, por sobre las diversidades geográficas y etarias, hay un mismo gesto de contemporaneidad: la apuesta por la suficiencia del repertorio y la eficacia de su instrumentación. La magnitud estética de las obras agrupadas en Por siempre una y otra vez reside en la competencia y la singularidad con que sus autores manipulan los recursos plásticos, que terminan por imponer su propia jerarquía frente a cualquier tendencia.