Las medallas eran de mi padre. Seis medallas de donante de sangre: de tres, cinco, diez, quince, veinte, veinticinco años de donante. Caben las seis dentro de mi puño. Son tan pequeñas que sobra puño. Murió de un infarto súbito. Muerte súbita. El corazón bombea. Es mucha la excitación cardiaca.
Corazón en griego: kardia.
Mi condición corporal fue modelada inconscientemente por la muerte de mi padre en la adolescencia. Hace poco quise realizar un ejercicio performativo que se llamaría “Helio-Pater”. Pretendía construir un espacio de mixturas para desmontar la creencia que asocia la paternidad con la autoridad. La paternidad como dictadura. El padre como figura solar en un universo heliocéntrico.
Estética de la ausencia.
Mi padre donaba sangre A+. Mi sangre también es A+.
La idea de que los cielos giran alrededor del Sol (un modelo heliocéntrico) fue sugerida por filósofos de la Grecia antigua. Aristarco de Samos, uno de los primeros en sugerir el heliocentrismo, se dio cuenta de que el Sol era mucho mayor y, por tanto, tenía más sentido que se moviera la Tierra, que era más pequeña, a que lo hiciera el Sol, que era mayor.
“Helio-Pater” propondría –para sí– un ejercicio deconstructor. Este propio ejercicio multifocal en torno al pater familias es el que entrelaza las fotografías que mostramos hoy. Imágenes que escarban en la estructura mitológica de la paternidad; en las relaciones paterno-filiales más diversas.
Edgar Ariel






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