El Salón de Mayo es el más rico, el más diverso que puede ofrecer París. He tenido ya oportunidad de escribirlo en Les Lettres Françaises y aquí mismo en Granma. En el Salón de Mayo la selección se ofrece no en función de la escuela o de la corriente estética, sino según los criterios de calidad plástica en el seno de cada tendencia. Su eclecticismo es una cualidad llena de peligros. Al seleccionar los mejores representantes de cada tendencia, forma un panorama objetivo, pero por otra parte se limita a registrar, sin tomar partido.

Gracias a la generosa invitación de su Gobierno, hace ya dos semanas que estoy en Cuba, que visito los museos, examino las obras, discuto con los artistas. La simpatía que les profeso espero hará perdonar la advertencia que creo mi deber hacerles después de inaugurado el Salón, con el fin de que se beneficien más con las visitas que allí harán.

Aprecio, con pleno conocimiento de causa, la libertad total de que siempre se han beneficiado los artistas cubanos. He creído discernir a través de sus obras ciertas corrientes dominantes: una inspiración poética cercana al surrealismo, un gusto por la materia y por el trabajo cuidadoso, en ocasiones llevado hasta el amaneramiento, pero también una voluntad firme de contestación (o de protesta) que los asocia al gran impulso revolucionario que anima a su pueblo.

La protesta está a la orden del día. El Museo Municipal de la Ciudad de París presenta actualmente una exposición sobre este tema titulada El mundo en tela de juicio, la cual está dominada por el arte de Matta. Cuba ya ha tenido su Festival de la Canción Protesta. También he visto la exposición Los guerrilleros y la pintura.

Comprendo que todo artista cubano digno de este nombre desea exacerbar el valor de protesta de su creación y espera que el Salón de Mayo lo ayude a progresar en este sentido. Pero lo que hace el valor de un artista es su estilo, su protesta no logrará todo su alcance a menos que esté fundada en una forma apropiada y personal.

Lo que el Salón de Mayo aporta a los artistas es una oportunidad de reflexionar sobre sus problemas a la luz de la obra de algunos de los creadores más importantes de esta época, y aprovechar las experiencias nuevas de varios grupos de jóvenes pintores dinámicos. Pero en ningún caso puede darles recetas o soluciones prefabricadas. Que se guarden pues de cualquier imitación o transposición simplista. Una pintura nacida bajo cielo cubano no puede parecerse a una pintura nacida en París, en Roma o en Londres; un artista nacido en Cuba renuncia a una parte de su personalidad al identificarse con su cofrade de otra capital. En fin, la situación general es tan diferente en cada país que el arte es llevado a tomar formas apropiadas a cada clima político y social.

Una creación plástica no alcanza la cualidad de obra de arte más que cuando su estilo está perfectamente en armonía con su inspiración. En arte sería un error separar la forma del fon­do, decir, por ejemplo, “la pintura es mediocre, pero las intenciones son buenas”. La forma es indisociable del fondo, ella se identifica totalmente con él, y la calidad del pensamiento del artista se expresa a través de las formas que crea.

El Salón de Mayo asume la casi totalidad de la pintura actual a través de todas las generaciones, desde los grandes mayores hasta los recién venidos cuyo porvenir sigue siendo desconocido, pasando por toda la gama de las obras afirmadas y confirmadas. Será difícil elegir, y algunas veces hasta comprender. Es difícil aprehender todo el valor humano de la pintura de Picasso, Pignon, Schneider, Miró, Zao Wouki. Es difícil percibir la intransigente belleza y la exigente pureza de Hartung, de Vieira da Silva, de Soto. Es aún más difícil igualarlos.

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Pero los caminos más fáciles no siempre son los que llevan más lejos. Actualmente en París, como en Nueva York, las investigaciones están menos relacionadas con el contenido humano y el poder de comunicación de la pintura que con el plano formal. Sin duda, los procedimientos mecánicos actualmente perfeccionados por los jóvenes artistas aportan resultados concretos más rápidos que el estudio del diseño expresivo, la utilización del poder específico de los colores, la profundización de los medios propios a la pintura. Pero es propiedad de la obra de arte elevarse por encima de la actualidad y desafiar al tiempo a la vez que testimonia sobre una época, sobre un país, sobre los hombres.

Sería lamentable que el Salón de Mayo desempeñara el papel de un bumerán que traiga a Cuba las deformaciones de la pintura americana asociadas a la sala parisina, aun si esa pintura estigmatiza la civilización de donde emana. Estoy seguro de que los artistas sabrán escoger.

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