cine cubano
'Land Without Images. The Absent in Cuban Cinema', retrospectiva de cine cubano alternativo independiente

Entre las realidades más inexplicables de la pasada década en Cuba está la inexistencia de espacios donde ver cine cubano. Desde inicios del siglo XXI, casi en todas las polémicas intelectuales en la Isla el poco o nulo interés de los medios de comunicación y las instituciones del Estado por promover el audiovisual cubano, ya fuere reportando sus producciones, presencia en festivales y premios, así como la mínima presencia de los filmes producidos en la Isla en la televisión y los cines, se convirtió en una queja recurrente.

Mientras las salas de proyección se iban extinguiendo en las ciudades cubanas, también lo hacía la exhibición de películas locales. Fuera de los estrenos de títulos recientes, con días contados en contados cines, la circulación pública de filmes nacionales fue quedando restringida sobre todo a los breves días del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana y la Muestra Joven ICAIC. Tras la extinción de esta última, menos que eso, exceptuando el Festival de Cine INSTAR, con apenas dos ediciones.

Hoy, cuando mis estudiantes extranjeros me preguntan dónde ver las películas sobre las que escribo o les muestro en clase, apenas queda sugerirles que se arrimen a la cancha de tenis de la Embajada de Noruega en La Habana, donde cada mes se celebra el espacio Cine bajo las estrellas, o a la sede del conjunto teatral El Ciervo Encantado, que también programa títulos. Esos vienen siendo en la capital los espacios que existen, mientras que en algunas pocas provincias pasa algo similar.

El mejor calificativo para semejante panorama es crimen. Un crimen que se comete no contra la industria (nunca la hubo) o los artistas (que en general saben salir adelante), sino contra la gente. La venerable cultura del cine en Cuba se va extinguiendo. Pocos cubanos conocen el nombre de los cineastas locales en activo. Fuera de Fernando Pérez, cuya trayectoria y presencia pública es notable, el cine en Cuba como fenómeno de masas es ya algo del pasado.

Ello sucede, paradójicamente, en un momento inédito para esa cultura: casi medio centenar de realizadores cubanos debutaron en el largometraje en los pasados 20 años, apartándose en general de la “autoría ICAIC” e impulsando un cine que quiere dar menos cuenta de la obsesión de una elite intelectual por ofrecer una idea de nación, y en cambio dedicados a producir poéticas personales, películas pequeñas, pero de intensa vocación de autoexpresión y deseo de experimentar con el lenguaje. Numerosos textos académicos, libros y cursos sobre cine cubano se imparten en universidades de todo el mundo, mientras crece el interés en los festivales internacionales por lo que algunos califican como Nuevo Cine Cubano.

Prueba de proyección de 'Land Without Images: The Absent in Cuban Cinema', retrospectiva de cine cubano alternativo independiente
Prueba de proyección de ‘Land Without Images: The Absent in Cuban Cinema’, retrospectiva de cine cubano alternativo independiente

Si tal entidad existiera en realidad, su circunstancia sería del todo inédita. Porque estamos hablando de un cine trasnacional, deslocalizado y diverso, sin prescripciones estilísticas o editorialismos de oficina como las del viejo ICAIC. Los cineastas cubanos del presente, que trabajan con las mismas dificultades de la mayoría de los creadores independientes del mundo, son en realidad una especie del todo nueva porque no están formateados desde el deber ser que imperó hasta hace unos años. El proyecto de un cine nacional se reformula con ellos en la dirección de una condición trashumante desde el punto de vista referencial y, valga decirlo, también ideológico. Estamos a más de dos décadas del conflicto familiar y reclamo por una patria común que relata Video de familia (Humberto Padrón, 2000), con los hijos de aquella comunidad envejeciendo en una diáspora que produce su propio imaginario a través de los deseos y recuerdos, las imágenes y los sonidos de una Cuba posible, como en A media voz (Heidi Hassan, Patricia Pérez Fernández, 2019).

Tales pretensiones quedan resumidas en las 175 piezas de Land Without Images (Tierra sin imágenes), la muestra curada por el cineasta y crítico cubano José Luis Aparicio para Documenta 15, y que durante julio fueron exhibidas en una sala improvisada del museo documenta-Halle, de Kassel, Alemania, en programas diarios de más de diez horas de duración. Ello, gracias a la invitación del Instituto de Artivismo Hannah Arendt, dirigido por Tania Bruguera, uno de los proyectos invitados a la feria de arte.

El curador tiene apenas 28 años y ello no es un dato menor. Cuando la última generación de cineastas cubanos que reclamó su adopción por el ICAIC hacía a fines de la década de 1980 las Muestras de Cine Joven de la AHS, en su sección Ojo: pinta curaban de idéntica manera sus referentes, pero aquellos eran muy distintos.

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Aparicio inicia su particular catálogo del cine cubano presentado en Kassel con PM (Orlando Jiménez Leal & Sabá Cabrera Infante, 1961), el pecado original de la censura cinematográfica en Cuba bajo el embrujo de Fidel Castro. Y lo cierra con una elegía para los vicios desatados del cine extremo que tienen su cima en la obra de Jorge Molina, pero incluye un repertorio cada vez mayor de adherentes, que en Land Without Images encarnan Miguel Coyula, Juan de los muertos, Terence Piard, el Magdiel Aspillaga de El regreso de la mujer de Onán (2006), Marcos Díaz y el propio curador de la muestra, que se inscribe en esa corriente con El secadero (2019) y Tundra (2021).

Entremedias, la selección reúne desde piezas seminales de cineastas como Néstor Almendros, Fausto Canel, Fernando Villaverde y Miñuca Villaverde, algunas de ellas producidas dentro del ICAIC de inicios de los sesenta, aquel de dogmas menos estrechos y donde todavía era tolerado Nicolás Guillén Landrián –esto, antes de que todos fueran guardados en un discreto baúl–, hasta una muy ajustada selección de creadores que en las décadas de 1980 y 1990 experimentaron fuera de los marcos estrechos del cine institucional: Tomás Piard, Manuel Marzel, Ricardo Vega, Marco Antonio Abad, Manuel Rodríguez, Juan Carlos Cremata, más un fragmento del cine del exilio: desde Néstor Díaz de Villegas y Jiménez Leal hasta Orlando Rojas y el Landrián de Inside Downtown (con José Eguzquiza, 2001), pasando por una pieza imprescindible como es El Súper (Orlando Jiménez Leal & León Ichaso, 1978), hasta llegar a la obra de Eliécer Jiménez Almeida.

No puedo resistirme a la interrogante irónica: ¿qué hubiera pensado Alfredo Guevara de esta colección de cine “desviado”, a menudo sin ambición iluminista ni ansia teleológica, muy a menudo seducido por el género cinematográfico, y abiertamente antitotalitario? ¿Qué habría dicho de la “repudiable” devolución al centro de Land Without Images de todas las disidencias que él y otros tantos quisieron extirpar del cine hecho en Cuba? Precisamente la tierra sin imágenes que esta muestra invoca es una zona extraña para aquella idea “virtuosa” que, a golpe de imposiciones y decretos para administrar la libertad, nos quisieron imponer como único territorio posible para existir. En todo caso, ¿qué queda de ella hoy? Además de un ICAIC que no puede reinventarse y se debate entre la presión del aparato censor y las demandas de los creadores, ¿qué queda del cine cubano hoy?

Land Without Images sugiere que la idea del cine nacional tendrá que ser por fuerza divergente de la oficial, sin hegemonías impuestas a golpe de retórica con apenas asiento en la práctica del día a día. Y pone en evidencia que el nacionalismo chovinista que invocó la Patria creyendo que solo en ella era legítima la Nación fue el rasgo más malsano del cine institucional. Porque convirtió el arte resultante en un derivado de prácticas normativas ajenas al vuelo libre de la imaginación.

Para que sea coherente esa idea, para que la historiografía, la crítica y los antologadores por venir puedan trazar un trayecto que obligue a reescribir los syllabus de los docentes enfermos de izquierdismo de la academia estadounidense y europea que enseñan cine cubano, esta muestra dedica su mayor énfasis a relatar cómo las disidencias de antaño tienen suelo firme en las prácticas del cine cubano actual, que se bate en igualdad de condiciones con las producciones más arriesgadas del presente y gana premios en Locarno, el Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam (IDFA) o Rotterdam.

Aparicio ha producido ya un cuerpo referencial que da cuenta de ese estallido formidable en Cine Cubano en Cuarentena (CCC), el mayor repositorio de audiovisual de la Isla de todas las épocas disponible en la web, nacido después que el ICAIC firmara el acta de defunción de la Muestra Joven en 2020. Concebido como necesidad y bajo el siniestro designio de la pandemia del Covid-19, lo que empezó como una suerte de vademécum personal acabó convertido en una, dos, tres, mil muestras, que estallaron con toda naturalidad los límites de aquellas otras selecciones administradas desde arriba, donde oscuros funcionarios revisan desde lo que dice un personaje sobre José Martí hasta la trayectoria política del cineasta inscrito.

Desde mi perspectiva, ese vademécum es en sí mismo una declaración de principios. Allí no hay mucho más criterio de selección que la disponibilidad de las obras en la web o la disposición de los creadores a mostrarlas. Y cabe desde la “autoría ICAIC”, tan bien definida por Michael Chanan, hasta el cine posnacional. Es ejemplar ese criterio selectivo para los cubanos, entrenados como estamos para decantar, depurar, dividir en bandos. En cambio, la impureza mayúscula que gobierna en CCC antepone la noción de fragmento a la de unidad.

Imaginar la Nación supone por ello que en Land Without Images estén, aparte de lo dicho arriba, las creaciones fronterizas, la videocreación, en piezas ejemplares de los últimos 20 años, como Bojeo (Celia y Yunior, 2006), Reconstruyendo al héroe (Javier Castro, 2007), Habana Solo (Juan Carlos Alom, 2000), Sucedió en La Habana (Henry Eric Hernández, 2001) y Sucedió en La Habana II (Henry Eric Hernández & Dull Janiell, 2003), Causa No.1, 1989. Nosotros los acusados aquí… (Hamlet Lavastida, 2019), o un cine a medio camino entre varias tradiciones, pero que en mi opinión representa de maravillas el audiovisual amateur cubano no metropolitano, como resulta En el iglú (Emmanuel Martín & Léster Romero, 2008).

cine cubano
De izq a der (de pie): Rafael Ramírez, José Luis Aparicio, Miñuca Villaverde, Fernando Villaverde, Leila Montero, María Pérez, Tania Bruguera y Manuel Marzel. Debajo: Gabriel Alemán, Alejandro Alonso, Carlos Quintela, Heidi Hassan, Daniela Muñoz, Juan Carlos Calahorra y Mijaíl Rodríguez, en Kassel

Muestra disidente del presente que se respete debe acoger la zona de pesadilla del modelo institucional del cine cubano, que responde a la práctica totalitaria de negar la palabra al que exige el escrutinio del poder establecido y su hegemonía. Y ello sirve para títulos como 8-A (Orlando Jiménez, 1993), La imagen rota (Sergio Giral, 1995), El informe (Ricardo Vega, 1990), Veritas (Eliecer Jiménez Almeida, 2022), Nadie (Miguel Coyula, 2017), Entropía (Eliecer Jiménez Almeida, 2013), e incluso La reina de los jueves (Orlando Rojas, 2016).

No puedo evitar mencionar que Land Without Images tiene como subtítulo “The Absent in Cuban Cinema”. Ahora vemos que eso “ausente” es enorme. E incluye a los cineastas de hoy, sin apenas vínculos temáticos o estilísticos entre sí, que dibujan el paisaje más rico que haya visto el cine cubano en su historia. ¿Qué tienen en común Rafael Ramírez, Heidi Hassan, Alejandro Alonso, Fernando Fraguela, Katherine T. Gavilán, Lisandra López Fabé, Miguel Coyula, Carlos Melián, Marcelo Martín, Fabián Suárez, Damián Saiz, Carla Valdés, Eliécer Jiménez Almeida, Ricardo Figueredo, Raydel Araoz, Carlos Lechuga, Carlos Quintela, Marcel Beltrán, Ana Alpízar, Marta María Borrás, Daniel Santoyo, Susana Barriga, Alán González, Yimit Ramírez, Daniela Muñoz…? Solo me atrevo a aventurar un rasgo: que no son funcionarios del Estado ni hablan en nombre suyo como miembros de una institución.

Y un detalle final: muchos de estos cineastas desmenuzan su praxis en ejercicios de didáctica pedagógica. Por ello, como parte de la muestra, Alonso y Ramírez impartieron talleres desde Documenta 15 que explican sus métodos de trabajo. En calidad de sujetos intelectuales, varios de los creadores del cine cubano actual son por elección productores de modelos teóricos y hermeneutas de su propio mecanismo de representación. Léase en ello otro grado de libertad, semejante a la que ejerce una muestra que pone juntas las imágenes necesarias para una tierra que ha perdido las suyas.

De todas maneras, no estamos descubriendo algo nuevo, pues seguimos condenados a reinventar la narrativa de estos días turbios. Cuando lo que está por suceder ocurra, necesitaremos volver a sentarnos a mirar, a meditar. Y descubriremos que el panorama antedicho era estrecho, insuficiente. Entonces volveremos a imaginar cuál es nuestra procedencia. Y los curadores del mañana harán su propio tejido. Ojalá que la muestra audiovisual del futuro sea en La Habana. Y que nadie tenga que darle el visto bueno a obras y creadores. Ojalá.

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