Daniela Muñoz Barroso estrenará en IDFA su documental ‘Mafifa’, un ejercicio etnográfico desde las fronteras del Yo

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Fotograma de ‘Mafifa’ (2021); Daniela Muñoz Barroso
Fotograma de ‘Mafifa’, Daniela Muñoz Barroso, dir., 2021.

Mafifa, el documental más reciente de la directora y productora cubana Daniela Muñoz Barroso, es obra de una singularísima vocación etnográfica. Pero esa singularidad no radica en el rescate que la película consuma de un evento y un personaje excepcionales de la cultura popular en isla, sino en el lenguaje que la realización urde. La película calibra, con sorprendente autenticidad, una experiencia estética llena de revelaciones, que, sin pretensión de trascendencia estilística, potencia la agudeza del discurso y lo transforma en algo más. 

El filme retoma una serie de motivaciones de Muñoz Barroso en su primer largometraje documental: ¿Qué remedio? La parranda (2017), obra también interesada en un accidente particular de la cultura popular cubana. Pero, sobre todo, confirma lo que allí no era sino un temprano aviso: la capacidad creativa de esta autora y su voluntad de riesgo estético, que ahora convierte el lenguaje en un territorio de búsqueda de explicaciones personales. Esto último explica, en parte al menos, la autoconciencia textual con que opera el documental, que, de entrada, tematiza su propia realización. No existe entonces mejor plataforma para el estreno mundial de Mafifa (Estudio St; 77 min.) que el Festival Internacional de Documentales de Ámsterdam (IDFA), cuya edición correspondiente a 2021 se celebrará entre los días 17 y 28 de noviembre. Allí integrará el programa de Luminous, sección que apuesta precisamente por trabajos que aniden en el espacio privilegiado de la experimentación.

Antes que seguir las pautas dictadas por la etnografía audiovisual más corriente, Muñoz Barroso opta por hacer del propio ejercicio documental –las decisiones estrictamente relacionadas con el plano expresivo y la sintaxis fílmica– el dispositivo para escrutar un entorno cultural específico, una historia de vida y unos individuos para ella hasta entonces desconocidos. Es el criterio de realización lo que dicta la naturaleza de la investigación, y no al revés. El tejido argumental del filme, de una estricta planificación dramática, resulta tan contundente justo porque la concepción etnográfica es intrínseca a la metodología que pauta la representación cinematográfica.

Fotograma de ‘Mafifa’ (2021); Daniela Muñoz Barroso
Fotograma de ‘Mafifa’ (2021); Daniela Muñoz Barroso

Pero también esa observación de los Otros que motiva a la directora se trastoca en una mirada sobre sí misma, al punto de posicionar a Mafifa en los predios de la autoetnografía. Las revelaciones sobre los Otros desembocan en una introspección del Yo.

Muñoz Barroso emprende un viaje a Santiago de Cuba, provincia del Oriente cubano –el diseño dramatúrgico asume códigos propios de la road movie–, tras el legado de Gladys Esther Linares, Mafifa, la campanera, única mujer que ha integrado el conjunto de músicos de la notoria Conga de Los Hoyos, y una leyenda en la ciudad por su destreza en el tañido de la campana. Cámara en mano, como si de un reportaje o un filme de viajeros se tratara, la directora se sumerge en el hábitat de Mafifa para rescatar del olvido la memoria de esta excepcional mujer, una individualidad capaz de poner en evidencia las tensiones intrínsecas de lo popular. Un recorrido por los espacios que frecuentaba, por bibliotecas a fin de recopilar alguna noticia suya, conversaciones con quienes la conocieron o simplemente la vieron tocar en la Conga, dibujan una imagen del mito y del ser humano.

Fotograma de ‘Mafifa’ (2021); Daniela Muñoz Barroso
Fotograma de ‘Mafifa’ (2021); Daniela Muñoz Barroso

Decía antes que el documental registra el propio proceso de investigación. Durante el gradual descubrimiento de personajes, barrios, casas y espacios de la ciudad, celebraciones, fiestas y prácticas que definen y explican una manera de existir, van emergiendo partículas de un mundo fracturado: reflexiones sobre la mujer, el cuerpo como contenedor de la experiencia del sujeto popular, lo popular mismo y sus expresiones puntuales, la conga y el complejo cultural que la rodea. Sin necesidad alguna de mecanismos legitimadores más allá de su propia mirada, Muñoz Barroso edifica imágenes físicas y emotivas de ese mundo, y específicamente del cosmos de valores y circunstancias sociales que envolvieron la existencia de Mafifa.

Se debe celebrar en la película la inteligencia con que hace emerger del registro –la graficación de los espacios alcanza altos grados de autonomía expresiva en ciertos instantes del metraje– contradicciones determinantes del universo de valores intrínseco al medio en que vivió la famosa campanera, la atención que presta a la precariedad material o a la individualidad de los personajes entrevistados. Si la observación del espacio ya dice mucho sobre esas existencias, las conversaciones, la escucha del habla, hace aflorar un mundo impresionante de afectos y sensibilidades.

Importa al filme, con especial énfasis, la trascendencia misma del personaje de Mafifa, que según se deja entrever vive nomás en el recuerdo de quienes la conocieron. Pero ese recuerdo se limita a la destreza con que tocaba la campana, imponente en un medio exclusivo para hombres. Y en este punto el documental resulta especialmente elocuente: problematiza el discurso de género que emerge en la indagación del personaje. Ahora bien, Muñoz Barroso no está motivada por el mito que rodea a Mafifa; el objetivo real de su narración es explorar la sensibilidad, la subjetividad, las emociones de la campanera. A retazos reconstruye esa/una imagen.

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Daniela Muñoz Barroso / Foto: Cortesía de la realizadora
Daniela Muñoz Barroso (FOTO Cortesía de la realizadora)

¿La obsesión de Muñoz Barroso proviene de la enfermedad auditiva que le impide a ella escuchar el toque de la campana? Como mínimo, la pérdida de la audición condiciona la angustia que la conduce a escrutar esa otra vida. Mafifa –el mismo viaje físico que la realización del documental supuso– deviene entonces una salida de sí para buscarse en los Otros. La experiencia documental es –y se subraya en las múltiples cápsulas que articulan la narración, sobre todo en los fragmentos con que abre y cierra– un espacio de redención personal donde la realizadora suspende la atadura que supone el progresivo desvanecimiento de algunos sonidos. Hurgar en la memoria de Mafifa ayuda a escapar del caos y a volver sobre sí misma.

La voz en off de Muñoz Barroso, que atraviesa y organiza las imágenes, ejecuta en efecto una reconstrucción del Yo, motivada por el impacto del descubrimiento de Mafifa, por los escollos que tal travesía ha implicado, por las interrogantes que se abrieron continuamente, por los vacíos imposibles de llenar… Y es en esa dirección que el documental acaba en el terreno de la autoetnografía. El Yo resulta el verdadero material con que trabaja la directora.

Mafifa sortea todo el tiempo grandes peligros de realización, que resuelve con inteligencia. La selección en IDFA es un reconocimiento a la destreza y la inventiva desplegada por la Daniela Muñoz Barroso. Y es un triunfo más para el cine cubano independiente.

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