También yo, Jorge Timossi, te recordaba de otra manera. Escuchabas, sabías guardar silencio. Creí que tenías sentido de la tolerancia; que no traducías las diferencias políticas en rencores de orden personal. Me equivoqué.
Solo deseo recordar que hay más cosas entre el cielo y la Tierra de las que imagina la filosofía de Timossi. Cierto: él no es Horacio; yo tampoco, Hamlet ni Shakespeare. Yo puedo ser todo lo que él dice de mí o aun peor, si se quiere. Pero el contenido real de lo que propongo es por completo independiente de mi persona. Hablando de números naturales, siete más cinco conforman una proposición sintética cuyo resultado es siete. Ello resulta independiente de que lo digan Kant, Agamemnón o su porquero. Timossi debiera haber contestado mis proposiciones, como si las hubiera emitido un estúpido: no dejan de ser ni menos falsas ni más verdaderas por esa condición, es decir, por la condición estúpida o contrarrevolucionaria del que las emite.
La respuesta de Timossi nos conduce, de inmediato, a una anécdota que merece ser inventada, cuando, por desgracia, es real y cotidiana. Forma parte del pan nuestro de todos los días. A las críticas directas, los criticados responden con circunloquios ad hominem. Por ejemplo, a la acusación que establece: “Usted, don Fulano de Tal, es un asesino”, el acusado responde, amparado en la moral y la indignación: “¡Cómo! ¿Con qué derecho se atreve usted a atacarme? Usted carece de principios morales para hacerlo. Usted es un ladrón.”
¿Parece un sofisma? Lo vemos, sin embargo, puesto en práctica todos los días. El acusador puede ser ladrón, contrarrevolucionario, apestoso, lo que se quiera; el contenido de verdad (o de falsedad) del juicio o la acusación que levanta es por completo independiente de su persona. Así, pues, de nada vale que Timossi argumente sobre la base del recuerdo que tiene de mí. Hubiera sido preferible que discutiera mis argumentos en tanto que tales.
Pero, aunque habla —escribe largo—, guarda silencio. Guarda silencio –y esos olvidos, Freud dixit, son sintomáticos— respecto de los argumentos centrales. Nada dice del encarcelamiento de la poetisa María Elena Cruz Varela. Nada, tampoco, de las causas reales que han obligado a multitud de escritores, intelectuales y artistas cubanos de las generaciones más recientes, es decir, precisamente aquellos formados por la Revolución, a abandonar la isla.
El argumento más simple, o sea, el argumento oficial cubano, consiste en decir que sale todo aquel que quiere salir. El que sale ya no pertenece a la Revolución. ¿Es así? He podido advertir que hay una enorme cantidad de jóvenes, en México y en otros países de América, que sufren hostigamiento e indiferencia; que sienten cómo se les margina en Cuba, a medida que el régimen endurece sus posiciones. Sus escritos proponen tesis diferentes que, sin embargo, las autoridades cubanas consideran “enemigas”. A esto me refiero cuando hablo de “uniformidad”. Manes y el maniqueísmo reinan en Cuba. Quiero decirlo, una vez más: es muy diverso lo que existe entre el cielo y la Tierra. No se reduce al blanco y al negro.
Véase, si no. Ante el número de Plural, dedicado a la cultura de Cuba, se responde con una agresividad, un rencor, una saña que creo debiera emplearse en actividades más edificantes. Las tesis de esos escritores, mis propias tesis, pues, no son enemigas de la revolución. La crítica no puede ser enemiga. John Milton decía, para defender la libertad de impresión, sin licencia previa, “que en el campo de este mundo crecen el bien y el mal en compañía” y que, por eso mismo, el conocimiento del bien se involucra y entreteje “con el conocimiento del mal”. Todo, pues, debe entrar en la revolución.
Este es el contenido esencial de mis proposiciones: tolerancia, la puesta en práctica de una actitud que no considere toda tesis diferente como si fuera una tesis enemiga. Los escritos de esos jóvenes son “diferentes”, ¿por esa causa han de ser tenidos como “enemigos”, y ellos mismos ser hostilizados, marginados, expulsados? El “dentro” y el “fuera” adquiere entonces una realidad ominosa.
Personalmente rechazo ser inscrito en una tendencia que no me pertenece y a la que no pertenezco. Timossi desea empujarme hacia el campo “enemigo”, me hace partícipe de las conductas que abogan por el bloqueo a Cuba, y aun de otros crímenes mayores. Lamento decepcionarlo. No. Soy partidario de la no intervención en los asuntos internos de Cuba. Deploro, eso sí, la actitud cerrada, dogmática, maniquea, de la burocracia cubana, que cierra la puerta a toda crítica racional posible, viendo en ella una actitud que se traduce en términos estrictamente militares: así, se dice, se proporciona armas al enemigo.
Para no proporcionar, pues, armas al enemigo, habría que callar. El silencio es revolucionario. La loa sin crítica es la actitud revolucionaria. Aun cuando haya errores. Los dirigentes cubanos han cometido, ciertamente, muchos, a lo largo de más de treinta años. Cada vez, en la medida de lo posible, los “rectifican”. Así, pues, la “autocritica” y la “rectificación” son actitudes “revolucionarias” y pertenecen, como norma de conducta teórica y práctica, exclusivamente a la cúpula dirigente. Quien lance, “antes de tiempo”, una crítica, no puede ser otra cosa que un “enemigo de la revolución”, un vulgar “contrarrevolucionario”. Y bien, aun siéndolo, puede tener razón. ¿Cinismo? No, sentido de la realidad.
A quienes acusaban de cínico a David Ricardo porque comparaba la producción de sombreros con los gastos de sostenimiento del hombre, Marx respondió que “el cinismo está en la realidad de las cosas y no en las palabras que expresan esa realidad”. No alborotemos, pues, demasiado. Pertenezco al conjunto de los tristes mortales que considera tener derecho a hablar de lo que le plazca, incluyendo la realidad cubana. ¿Quién es Timossi para negarme el derecho de citar a César Vallejo? ¿Es su dueño? Curioso sentido de la “propiedad intelectual revolucionaria”. ¿Por qué Juárez en el texto de Timossi? ¿He dejado de respetar el derecho ajeno? Por lo visto, sí. Debí haber guardado silencio. También debieron guardarlo todos los escritores que Plural publicó. El silencio es la única actitud “revolucionaria”, “combativa”, “antiimperialista”.
Mi crimen ha consistido en demandar tolerancia. Continuaré, empecinado, en cometerlo. Las páginas de Plural seguirán abiertas para todos los intelectuales cubanos, igual que antes. He dicho, Timossi, para todos. Por eso publicamos tu carta, porque respetamos, hasta los extremos, la libertad de expresión. Ojalá que algún día puedas reconocer, Timossi, de qué modo increíble te degrada y te infama ese texto que ahora Plural reproduce. ¿Serás capaz de reproducir, en alguna publicación cubana, mi respuesta? Publícala donde quieras, no te preocupes, no soy partidario ni del bloqueo estadunidense ni de la Ley Torricelli ni de la Guerra Fría, menos aún de una intervención armada contra Cuba.
No sé si la historia pueda absolverme. No aspiro a tanto. Lo que sí sé es que mi conciencia está tranquila. Me parecen peores los crímenes que se cometen en nombre del bien y de los principios, que los cometidos por criminales natos. Creo que los fines no justifican los medios y que, por encima de todo, existe un fin supremo, un fin en sí mismo: la libertad y la vida del hombre. La historia entera solo podría, acaso, tener una justificación: ampliar la esfera de la libertad. No entiendo cómo se pueda lograr ese objetivo supremo, si se empieza por restringir la libertad humana. ¿Suprimir la libertad “ahora”, para obtenerla “después”? Las restricciones de hoy, ¿harán las libertades de mañana? El “sacrificio” de los padres, ¿obtendrá la liberación de sus hijos? ¿O la de los hijos de sus hijos? ¿O la de los hijos de los hijos de sus hijos? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta qué generación? Los cientos de millones de muertos que ha habido desde la Primera Guerra Mundial, ¿han tenido algún fruto? El capitalismo desarrolla todavía, y en escala planetaria, las fuerzas productivas; la competencia internacional entre capitales cada día es más despiadada; las nacionalidades se combaten, los pueblos se fragmentan, ¿qué oscuro fin de siglo contemplamos? La sed de ganancia está asociada, en el capitalismo, al feroz desplazamiento de la fuerza de trabajo. Son lanzados al desempleo núcleos enteros de población, países completos. Frente a esta realidad agobiante, el “socialismo”, aun el mal llamado “real”, parecía un objetivo. Fue un espejismo. En esta encrucijada, hay que volver a pensar, sin concesiones de ningún tipo, todos los principios. Aun si al hacerlo de esa manera, algún burócrata torpe, que jamás debió haber salido de las páginas de Mafalda, nos considera “enemigos” y “contrarrevolucionarios”. ¿Puedo, para terminar, citar al Dante? ¿Me das permiso de citarlo, Timossi? Ese verso lo citó Marx, alguna vez. ¿Me pertenece o no me pertenece, Timossi? Segui il tuo corso, e lascia dirlegenti.[1]
Notas:
[1] Al cierre de esta edición apareció en el Foro de Excélsior, con fecha 17 de octubre, otra carta firmada por el Ejecutivo de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, en respuesta a Jaime Labastida por su réplica publicada en el mismo diario el 9 de octubre que Plural ofrece ahora a sus lectores. Por lo tanto, en razón de nuestro proceso editorial, la segunda carta de la UNEAC no puede ser incluida en este número.
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