La gimnasta de Banksy

Hubo muerte,
después esto
(el precario equilibrio).
Se filtran los gestos
y la actitud
sosteniendo el cuerpo
en lo destruido,
dos tiempos,
hay que tener tino,
no permitir que el pensamiento
sea más veloz que la tragedia;
si generas una mosca disparada,
el lugar de ella posarse
tienes que administrarlo
sin vehemencia,
nada de víctima,
parecer
muy dominante y presta
al asumir su despedida
con un zumbido
de tambor nativo.
Lo que veo me estremece
ser alga roja
que no han localizado,
las venas
de un pequeño lagarto,
broto entre
grietas paralelas a la cabeza
y hombros,
fallas herencia del zoom
en la metralla,
de esa acumulación caótica
brota el rictus o
la rata,
el resto de alimentos
que es tendencia a parecer
significados
que se instalan
por el boquete del voltaje.
Quedas tendido, con el ojo
en forma de espora
y sus recursos ni exploran
ni cantan lo mirado.
Recuerdo que en los ochenta
tramábamos raras excursiones
a un basurero
distante unos cuarenta
minutos de nuestra casa.
Allí se amontonaba
algo distinto
a lo que ahora veo,
nos gustaba atestiguar
cómo se cumplían
los ciclos a partir
de aquella materia multicolor
que parecía marea,
objetos tan diversos
festejando su jubilación,
mezclándose unos a otros
en una suerte de sociedad
del desecho,
veíamos aterrizar a los pájaros
sobre ese relieve
y percibíamos una secreta alegría
en ellos.
Lo que ahora veo
me baja de un tirón
la cabeza y me empuja
contra una pared,
ciclos fracturados
la principal angustia,
(una ratona parida
con altruismo alimenta
a sus pequeños roedores)
violación tozuda de los ritmos.
De sanación entonces hablo
el diminuto cuerpo
camino al interior de la tierra
va dejando la idea
de que lo intruso
se tornará
profundamente lírico.