La paciencia de ‘La batalla de Chile’

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Fotograma de ‘La batalla de Chile’; Patricio Guzmán
Fotograma de ‘La batalla de Chile’; Patricio Guzmán

Patricio Guzmán tuvo que esperar casi cincuenta años para que su trilogía documental La batalla de Chile se exhibiera en la televisión pública de su país. Nada excepcional para una obra que comenzó a rodarse en el periodo del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende y terminó su producción bajo la dictadura de Augusto Pinochet. Desde ese momento el clandestinaje fue parte de su existencia: el material fílmico salió en secreto del país; se terminó el montaje en Cuba; acompañó a Guzmán en su experiencia de exiliado, yendo y viniendo entre festivales, escuelas y cinematecas, hasta convertirse en un clásico del documental político y en quizás el mejor ejemplo de cinéma verité realizado en América Latina.

El 11 de septiembre pasado, en otro aniversario del golpe de Estado contra Allende, el canal chileno de televisión abierta La Red programó la primera parte de esta película de cuatro horas y media, “La insurrección de la burguesía” (1975), y en días sucesivos, “El golpe de Estado” (1976) y “El poder popular” (1979).

Considerada en Chile como el mejor retrato documental de esa nación en los tiempos de la Unidad Popular, la audiencia que tuvo es un dato menor en comparación con el significado de restitución que implica para un país que, como ha dicho una vez y otra Guzmán, “está enfermo de olvido”. Él mismo lo ha escrito: “Un país sin cine documental es como una familia sin álbum de fotografías”. Y a esta fotografía le faltaba su marco y su espacio en la pared.

La batalla de Chile se produjo sobre la marcha, en el mejor estilo del periodismo cinematográfico que luego su montador, Pedro Chaskel, transformó en algo más complejo. Guzmán la rodó en dos frenéticos años junto al fotógrafo Jorge Müller (detenido y desaparecido durante la dictadura) y el sonidista Bernardo Menz, a los que se sumaron el ayudante de dirección José Bartolomé, el productor Federico Elton y el propio Chaskel.

Guzmán había estudiado en el Instituto Fílmico de la Universidad Católica de Chile y más tarde en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid, donde obtuvo el título de director-realizador en 1970. Poco después regresó a su país ávido por hacer cine.

“Llegué a Chile creo que, en febrero del 71; o sea, como seis meses después de que Allende tomara el poder. Pero viajé desde Madrid con el deseo de poder hacer algo cinematográficamente en Chile. Estaba terminando mi carrera en Madrid”, contó en una entrevista de 2015.

Sus trabajos iniciales fueron El primer año (1972) y La respuesta de octubre (1973), de cuyo material salieron secuencias luego reaprovechadas en La batalla de Chile.

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“La realidad que había que filmar era el nacimiento de una revolución”, recordó Guzmán. “El despertar de una clase popular, de un sector de la clase media también ayudando a un gobierno que deseaba transformar el país en un país de cambio social; que para algunos era revolución y para otros era simplemente de cambio social y mejorar las condiciones de vida. […] Ese era el propósito de la película y era lo que estaba pasando. […] Era un periodo de efervescencia, de buen humor, de trabajo, de ilusión”.

A pesar de la juventud del equipo y de la relativa inexperiencia del director, la película se construyó trabajando todos los días de la semana, empujados sus realizadores por el instinto de seguir el torrente de los acontecimientos.

“No sé qué ocurrió”, apuntó el cineasta, “pero lo que sí te puedo decir es que yo estaba perfectamente preparado para hacerla. Yo quería hacerla. Ese era mi propósito por sobre cualquier película de ficción que se me hubiera ofrecido. Porque era mucho más interesante, era mucho más rico filmar cuando un país entero florece”.

“Cuando un combate se está produciendo el cine directo es lo único que existe. El cinéma verité. Salir con una cámara al hombro y un micrófono en la otra mano. Digamos que desde el punto de vista del lenguaje sólo hicimos cinéma verité, siempre. A veces es más profundo, otras es más periodístico, a veces es más personal, otras parece un noticiario, pero siempre es el cine directo. Es la gran herramienta para fotografiar un proceso social de gran envergadura”, reflexionó Guzman.

En 1972, cuando la situación económica en Chile se agravó debido al bloqueo externo y a los conflictos internos, los realizadores se quedaron sin película y Guzmán recurrió a Chris Marker, el mítico cineasta francés que tiempo antes había comprado El primero año, que relataba los inicios del gobierno de la Unidad Popular, y consiguió que se estrenara en Europa.

Un mes después de enviarle una nota de auxilio, llegó al aeropuerto de Santiago de Chile un embalaje procedente de la fábrica Kodak con 43 mil pies de película de 16 mm en blanco y negro y 134 cintas magnéticas para sonido. Con ellas se terminó el rodaje. El material fue guardado en la vivienda de un familiar hasta que, gracias al embajador de Suecia en Chile, Harald Edelstam, fue sacado en barco hasta Estocolmo y, más tarde, enviado a Cuba, donde Guzmán se exilió tras pasar 15 días preso en el Estadio Nacional de Santiago de Chile y a continuación huir a Europa, donde intentó conseguir apoyo para el montaje.

Otra vez Marker, por entonces cercano a Alfredo Guevara, fue quien estableció los vínculos con el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), donde Guzmán y Chaskel se enfrascaron en largos años de montaje. Tras su estreno, La batalla de Chile ganó seis grandes premios en festivales de Europa y América Latina; fue distribuida en las salas comerciales de 35 países y elegida por la revista Cineaste entre los diez mejores filmes políticos del mundo entre 1967 y 1987.

Cartel de la trilogía documental ‘La batalla de Chile’ (1975-1979); Patricio Guzmán
Cartel de la trilogía documental ‘La batalla de Chile’ (1975-1979); Patricio Guzmán

Hoy, La batalla de Chile es ampliamente considerado como el filme documental de América Latina más difundido a nivel universal.

El estreno en su país ocurrió en una pequeña sala de Santiago de Chile en 1997, siete años después de la salida del poder de Pinochet. Meses antes, Guzmán había solicitado autorización para mostrar fragmentos en cuarenta planteles de esa capital. “Sólo me permitieron ir a cuatro colegios. En el resto me dijeron que los chicos se podían traumatizar, que el pasado había que olvidarlo”, dijo al diario El País.

En 2018, la Cineteca Nacional de Chile organizó un maratón con el tríptico completo.

La obra de Guzmán no se ha detenido en estos años. En 1987, realizó En nombre de Dios, y siguieron La cruz del sur (1992), Pueblo en vilo (1995), La memoria obstinada (1997), La isla de Robinson Crusoe (1999), El caso Pinochet (2001) y Salvador Allende (2004); estas dos últimas películas, incluidas en la selección oficial del Festival de Cine de Cannes. A lo largo de ese tiempo, su cine se ha vuelto más personal, reflexivo y obsesionado con el tema de la memoria y su envés, el olvido.

Con Nostalgia de la luz (2010), El botón de nácar (2015) y La cordillera de los sueños (2019) dio lugar a otro tríptico acerca de un país donde el olvido campea por sus respetos. Guzmán reflexiona sin miedo sobre la pérdida de la ilusión y el encantamiento que significaron la revolución, el Chile de su juventud y el cine como instrumento para fijar los recuerdos.

Fotograma de ‘La batalla de Chile’; Patricio Guzmán
Fotograma de ‘La batalla de Chile’; Patricio Guzmán
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