Un miembro de Los Pañuelos Rojos este 12 de noviembre en el Parque Central habanero (FOTO Página de Facebook Los Pañuelos Rojos)
Un miembro de Los Pañuelos Rojos este 12 de noviembre en el Parque Central habanero (FOTO Página de Facebook Los Pañuelos Rojos)

El poder para el pueblo significa el poder para los que gritan el poder para el pueblo.
(Groucho) Marx

Las dictaduras no se sostienen solo por la represión, la aquiescencia y la propaganda. Cuentan con gente que aparenta, por su pedigrí, ser defensora de la justicia y la libertad. “Intelectuales críticos”, “activistas comunitarios” y “movimientos sociales”, que buscan secuestrar y mimetizar la identidad, agencia y rebeldía de los dominados.

En Cuba ya los hemos visto. La revista Temas organizó hace un año un debate sobre política y cultura, a pocas horas y kilómetros del violento fin del acuartelamiento en San Isidro. Los centros Juan Marinello y Luther King –dos sitios donde no falta gente pensante– siguen armando foros para hablar de socialismo participativo y educación popular, mientras el Estado expulsa de sus trabajos a jóvenes socialistas; mientras encarcelaban a personas del pueblo, a raíz del 11J y el 15N.

Ahora un grupo llamado Los Pañuelos Rojos organiza una acampada en el Parque Central. Sin policías que los molesten, sin intendentes que les nieguen el permiso a ocupar el espacio público. Con todo el estilo de los protestantes latinoamericanos: visualmente diversos, con jerga “contrahegemónica”, pareciendo “cools y sexys”. ¡Como no enternecerse ante esa muchachada, que podría estar marchando a ritmo de batucada, por Bogotá, Santiago o São Paulo!

Pero sucede que esos “rojos” son algo daltónicos y hemipléjicos. No ven la explotación económica y la opresión política concretas de sus vecinos. Sintonizan con la agenda de su Gobierno, no con las urgencias de la población. Cosa extraña para cualquier movimiento social. Y lo hacen justo cuando ese gobierno –que es una dictadura mohosa y no una democracia progresista– tiene a más de 1 100 ciudadanos presos y procesados, por manifestarse pacíficamente. Presos que son, en su inmensa mayoría, negros y mulatos, trabajadores y estudiantes, mujeres y adolescentes, gente de barrio. Pero nada de eso parece (con)mover a los empañuelados en su estética contestataria pero políticamente pacata. En ese performance vacío, incapaz de exigir al Gobierno represor, que juguetea con una rebeldía abstracta

El problema no es, como quieren hacer ver algunos opinadores de derecha, que los acampantes sean de izquierda. En Cuba hay mil razones para movilizarse desde la zurda, sin permiso del poder. En 2003, en la Universidad de la Habana, se organizó una marcha contra la guerra en Iraq. En 2009, en el Vedado, se marchó contra la violencia. En 2014, jóvenes estudiantes de periodismo protestaron contra el asesinato de los normalistas en Ayotzinapa. Durante varios años, el Observatorio Crítico organizó acciones de calle por el medio ambiente, contra el racismo y por el empoderamiento popular. Todo ello desde reclamos y sensibilidades típicas de las izquierdas. Y todo eso enfrentó, cada vez que se hizo o intentó, la reacción del Estado que no tolera autonomía fuera de su autorizado libreto.

Lo que sucede es que Los Pañuelos Rojos son como el grupo juvenil Nashi de Putin o los colectivos de Maduro. Simple atrezo de unos viejos tiranos y su opulenta parentela. No son los militantes comunistas que protestan en Moscú o Caracas contra los paquetazos de sus respectivos Gobiernos. Ejecutan una contrainsurgencia simbólica, con fachada de activismo. Si Marx los viese volvería, desternillado de risa, a su tumba. Rosa Luxemburgo les daría furiosa cuatro nalgadas. Luther King, con paciencia pastoral, les enseñaría que es una auténtica manifestación se hace sin permiso del poder.

Quizá mañana Los Pañuelos sean los nuevos ministros que manotean, difaman y parasitan el fruto del trabajo ajeno. Los novísimos agentes que espían y secuestran a sus conciudadanos. Pero es muy posible que acaben, ellos mismos, desechados por el poder. Que sientan entonces algo parecido a la pena por su antiguo papel. Ese guion que hoy interpretan, bajo el permiso de quienes lo escribieron, a costa del derecho de los demás. En la más raigal incoherencia identitaria. En su complicidad con la represión antipopular.

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