mujeres en la revolución cubana
Mujeres protestan en las calles de Santiago de Cuba (FOTO Cubadebate)

Llamada a las armas. Las mujeres en la Revolución cubana (1952-1959) es un libro del investigador español Manuel Ramírez Chicharro, publicado por Ediciones Doce Calles en 2019. Se trata de una revisión crítica de la historiografía cubana posrevolucionaria sobre la participación de las mujeres en la lucha insurreccional en el periodo 1952-1959. Un trabajo documental que, desde la historia oral, los archivos fotográficos y de imágenes, interpela narraciones hegemónicas sobre el lugar de las mujeres en el proceso revolucionario. Aunque el autor no se adentra en una reflexión de tipo teórica sobre la naturaleza del archivo, pone en tensión a lo largo de sus páginas los silencios y las contradicciones que habitan el (los) archivo de la Revolución en relación con esa sujeta mujer. Manuel Ramírez reconoce su inscripción en los Estudios Subalternos, de ahí que tenga como objetivo visibilizar el rol de las mujeres cubanas en la lucha por la reconstitución del orden durante el lapso señalado. Para ello, el investigador decide usar el testimonio y filtrar la voz de mujeres que pertenecieron a organizaciones implicadas en la lucha clandestina.

Los dos fragmentos que compartimos en Traquimañas Feministas, “La maternidad doliente como expresión pacífica de protesta” y “Movimiento de mujeres por los presos políticos”, invitan a lectoras y lectores a revisar la investigación de Manuel Ramírez. Una pregunta inquietante sobreviene para nosotras, las mujeres cubanas, durante la lectura: ¿qué derechos tenemos las mujeres al archivo? Esta nos lleva a otras no menos importantes: ¿qué acceso tenemos al archivo de la Revolución?, ¿para quién es ese archivo?, ¿qué podemos leer?, ¿qué no y quiénes pueden hacerlo?, ¿qué es objeto de consulta pública y qué requiere de supervisión y permisos?, ¿qué se guarda celosamente, a la espera agónica de un día ser liberado para la consulta? ¿o qué de plano se ha destruido y jamás nos encontrará en estas búsquedas?

Grethel Domenech y Anaeli Ibarra


Introducción

Cuando paseas por las calles de La Habana, las pinturas que decoran sus murales y casas derruidas rememoran un pasado de luchas nacionales plagado de protagonistas masculinos. Los guajiros de la manigua y los barbudos de la Sierra constituyen los referentes de un relato oficial que busca inocular en las nuevas generaciones el espíritu de la revolución permanente. Martí, Maceo, Céspedes, Mella, Cienfuegos y Che Guevara aparecen como los mesías de un destino histórico que, con machetes y fusiles, habrían liberado al pueblo cubano frente a las viejas colonias y los nuevos imperios. La diferencia estriba en que las luchas por la independencia no tuvieron la misma resonancia en los medios de comunicación que la victoria militar frente a la dictadura de Fulgencio Batista. Esto llevó a que, a comienzos de la Guerra Fría, la mecha de la insurrección cubana contagiase las luchas por la descolonización en Asia y África, los movimientos guerrilleros en Nicaragua y El Salvador, y el surgimiento de un nuevo comunismo entre la juventud europea y latinoamericana del sesenta y ocho. Este contagio revolucionario trajo aparejado la consolidación del relato hegemónico en el que las ideas liberadoras parecían haber sido exclusivamente formuladas por los hombres que lideraron aquellas gestas.

Las imágenes de las guerrillas cubanas, integradas por jóvenes armados en medio del paisaje agreste de la Sierra Maestra, acapararon la atención de la televisión, la prensa y la radio.[1] Para el espectador extranjero, la insurrección cubana se presentaba en principio como una refriega de carácter nacional protagonizada por grupos radicales que hacían frente a un Gobierno autoritario en el Caribe. El romanticismo de las utopías y el destino histórico de la liberación nacional se fueron instaurando en el relato extendido sobre los guerrilleros. Estos sostenían su lucha como una respuesta frente a la ilegalidad del Gobierno militar y la represión de los cuerpos policiales. Ponían de relevancia la pervivencia de numerosos sectores desfavorecidos y abogaban por ideales universales como la justicia y la paz social. Este protagonismo mediático fue en detrimento de otras posturas ideológicas y opciones políticas que también se alinearon junto al movimiento opositor. Los proyectos reformistas del Partido Auténtico, el nacionalismo radical del Partido Ortodoxo o la mediación planteada por el Diálogo Cívico y las Instituciones Cívicas apenas tuvieron repercusiones en los medios de comunicación y, por tanto, en la opinión pública fuera de la isla. Comenzó así a abrirse la fractura discursiva entre la “vieja” y la “nueva” política cuyas diferencias programáticas se hicieron plenamente visibles pocas semanas después de que Fulgencio Batista fuera derrocado.

El impacto mundial de la Revolución cubana alentó el interés por conocerla e interpretarla. Sin embargo, el tiempo y el espacio desde los cuales se entendieron y analizaron sus causas, motivaciones, evolución y desenlace desvirtuaron en parte la naturaleza del proceso. Como apunta Matt Child, la narrativa hegemónica sobre la insurrección cubana experimentó diversas mutaciones desde el momento de los hechos y hasta el final de los años sesenta. Primero, el relato en su conjunto tendió a “serranizarse”, interpretando la insurrección como una lucha dirigida por un grupo de jóvenes guerrilleros que vencieron a un ejército nacional mejor armado y guiaron al pueblo cubano hacia la victoria sobre la dictadura, una visión que sustentaría la teoría del foquismo definida por Che Guevara poco después. Posteriormente, la explicación de este proceso adquirió un cariz “marxista”, respondiendo así al viraje geoestratégico de Cuba hacia la URSS desde 1962, de tal forma que la insurrección pasó asimismo a explicarse como producto de las contradicciones de clase vigentes en Cuba a lo largo de la República y como una más de las múltiples confrontaciones entre el bloque comunista y capitalista en el contexto de la Guerra Fría. Por último, en línea con la descolonización de Asia y África, la insurrección se mostró como el pistoletazo de salida a las luchas internacionalistas del siglo XX contra los vestigios del colonialismo europeo y el neoimperialismo norteamericano.[2] Este conjunto de resignificaciones experimentadas por el relato oficial focalizaron en exceso la mirada sobre un centro guerrillero, marxista e internacionalista en detrimento de otras dimensiones del proceso que quedaron difuminadas en los márgenes de la fotografía. La sucesión de palimpsestos y ramificaciones que estas reinterpretaciones trajeron aparejadas no solo restaron trascendencia a las opciones moderadas o la lucha en las ciudades, sino que masculinizaron la visión de los hechos y, con ello, las mujeres opositoras fueron confinadas tras las líneas del relato oficialista y hegemónico sobre el proceso.

A continuación, se ofrecen dos breves episodios de esta historia escrita a contrapelo. En el primero, se explica que, entre otros muchos frentes y roles, las mujeres se desempeñaron como “madres dolientes” durante la dictadura de Batista. Para ello, aprovecharon las preconcepciones de género existentes en la época para poder denunciar, sin ser censuradas, las torturas y la masiva encarcelación que estaba sufriendo la población civil. En el segundo apartado, se analiza el importante apoyo logístico que algunas organizaciones insurgentes de mujeres ofrecieron a las personas presas facilitándoles alimentos y asistencia jurídica.

La maternidad doliente como expresión pacífica de protesta

Por lo general, las mujeres estaban menos presentes en las organizaciones que actuaron por la vía armada, pero las guerrillas y grupos de acción urbana necesitaban de todo el apoyo logístico, político y emocional de los ciudadanos. El camuflaje de la feminidad, como se ha explicado, fue un móvil para incentivar la participación de las mujeres en las filas de la oposición durante los primeros años. Sin embargo, el recrudecimiento de las acciones violentas fue masculinizando a nivel simbólico una lucha en la que comenzó a predominar la vigorosidad, el valor y la fuerza en detrimento de la negociación, la discreción y la simulación, que se presumían características de las mujeres. Por medio de este proceso, las mujeres como sujetos y la feminidad en tanto rasgo identitario e instrumento político, fueron perdiendo prestigio y utilidad para los fines de una lucha clandestina cada vez más radicalizada. Como explica Chase, organizaciones como el Frente Cívico de Mujeres Martianas (FCMM) y las Mujeres Oposicionistas Unidas (MOU) buscaron formas alternativas de empujar a las mujeres a incorporarse a su estructura o a colaborar con acciones de desobediencia civil. [3]

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Comisión del Comité Nacional del Partido Socialista Popular para el Trabajo de las Mujeres, “¡Basta de sangre!”
Comisión del Comité Nacional del Partido Socialista Popular para el Trabajo de las Mujeres, “¡Basta de sangre!”

La potencial maternidad constituía un rasgo que definía el ser mujer, pero también podía ser invocado y subjetivamente experimentado por una tercera persona a pesar de que la prensa clandestina habitualmente no contenía noticias sobre mujeres opositoras. Sin embargo, cuando aparecen, se contrapone la maternidad doliente frente a la masculinidad invulnerable.[4] Si bien tanto hombres como mujeres fueron torturados o asesinados, cuando la prensa clandestina interpela a los lectores en relación con el sufrimiento de la población civil lo hace aludiendo a la maternidad en lugar de a la paternidad. Esto no solo responde a que, según las concepciones sobre las masculinidades y feminidades vigentes en la época, se establecían claras diferencias de género respecto a la capacidad de empatía y expresión frente al dolor ajeno, sino a la necesidad que las fuerzas clandestinas tenían de movilizar al mayor número posible de mujeres hacia la oposición urbana.

En la conmemoración por la muerte de Antonio Maceo, el rotativo comunista Mella hizo alusión a “los miles de hombres y mujeres del pueblo, miles de jóvenes y muchachas cubanos” que había sido asesinados por las fuerzas de seguridad. Llamó a que las organizaciones cívicas, sindicales y femeninas cesasen sus actividades para acompañar “el dolor y el luto de millares y millares de madres, novias, hermanas, hijas y esposas cubanas”. Por tanto, la prensa clandestina, encontró en la instrumentalización del binomio de universales “madres” y “maternidad” la estrategia para remover la conciencia de las mujeres desmovilizadas.

A pesar de los significados que arrastraban estos discursos vistos desde el presente, resultaron efectivos como instrumento catalizador en aquel momento. Ya durante los años cuarenta, las mujeres asumieron la maternidad como elemento clave para la construcción de la solidaridad possufragista, un elemento que se erigió en pilar fundamental de la sororidad en el contexto de la insurrección contra la dictadura. En cierto sentido, las activistas encontraron en la politización de la maternidad una vía para inmiscuirse e incentivar la participación de otras compañeras en actos de reivindicación personales y colectivos. Si bien el contexto político parecía poco propicio para reivindicar objetivos feministas, las mujeres fueron generando sus propios espacios de protesta. Por lo tanto, la feminidad, y más tarde la maternidad, no solo procuraron ciertas vías de empoderamiento, sino que funcionaron en parte como la primera toma de contacto para muchas mujeres, carentes a primera vista de inquietudes o formación políticas, con quienes criticaban la dictadura y defendían la democracia.

Marta Jiménez (a la izquierda) porta el féretro de su esposo, Fructuoso Rodríguez, asesinado en el asalto policial de la calle Humboldt 7 el 20 de abril de 1957. A la derecha, el FCMM en manifestación de repulsa contra el asesinato de Pelayo Cuervo Navarro.
Marta Jiménez (a la izquierda) porta el féretro de su esposo, Fructuoso Rodríguez, asesinado en el asalto policial de la calle Humboldt 7 el 20 de abril de 1957. A la derecha, el FCMM en manifestación de repulsa contra el asesinato de Pelayo Cuervo Navarro.

Los discursos que aludían a la maternidad se materializaron en varios tipos de llamamientos por parte de las mismas mujeres. En ocasiones se usaba el dolor que toda madre podía sentir como impulso para que otras mujeres trabajasen a favor de reinstaurar el régimen político depuesto. Así lo expresaba un grupo de madres anónimas:

Hace unos meses los familiares de las víctimas de la lucha por la afirmación de la democracia cubana, lanzamos nuestro desesperado llamamiento para contener el crimen que nos arrebatara a nuestros padres, hijos, esposos, hermanos y novios. Hoy, por desdicha, tenemos que reiterar ese llamado porque el drama del pueblo cubano se ha hecho más hondo y extenso. […] aparecen adolescentes en las cunetas de las carreteras y mueren médicos por haber cumplido su sagrado ministerio prestando auxilio a los heridos. […] No hay cubano digno de ser así llamado que no reclame el cese de este dolor colectivo y el castigo de sus responsables. No hay cubano verdadero que no exija la restauración de las libertades ciudadanas y que no quiera que Cuba se encamine hacia el prevalecimiento de un gobierno democrático que ponga en práctica, plenamente, la Constitución de 1940 como instrumento para conducir al país a nuestras más altas metas.[5]

En otras ocasiones, se alentaba a que las madres reclamasen al Gobierno la devolución de aquellos hijos alistados a la fuerza en el Ejército nacional para luchar por una causa injusta que se estaba llevando por delante a los hijos de otras madres. De esta forma, la prensa clandestina indultaba a los jóvenes combatientes, dinamizaba la politización de las mujeres apelando a su sensibilidad y se inculpaba en exclusiva al Gobierno. Dora Rosales era la madre de Joe Westbrook, dirigente del Directorio Revolucionario asesinado en abril de 1957. Un año después, cuando Fulgencio Batista dio inicio a la operación final contra la Sierra Maestra para liquidar los focos guerrilleros en Oriente, Dora leyó una carta a través del programa radial “La voz del directorio del Escambray”, emitido desde Miami:

Es necesario que tú, madre de militar, sepas que nosotras, las madres de los mártires, de los revolucionarios, te comprendemos a ti que nos duelen también tus angustias, tus insomnios, tus miedos y la desgarradura de tu corazón, cuando te traen al hijo con la guerrera ensangrentada. Tú también conoces lo que es ir de la mano de un muerto querido sin consuelo, sin esperanza de ver, que en la nación, donde descansan los huesos de la criatura amada, persiste la tiranía […] Nosotras no podemos odiar a los Militares, nosotras solo odiamos a los asesinos y aquellos generales, culpables de que tanto tus hijos como los nuestros, tengan que morir. Batista utiliza la vida de tus hijos para luchar, para satisfacer su afán desmesurado de poder y riquezas. Mientras tus hijos van a pelear obligados, los nuestros van espontáneamente a luchar por el decoro y la Libertad de todos, incluso la tuya y la de tus hijos. […] Dile a tu hijo que se rebele y lo combata, que no le sirva de peldaño al criminal, que acabe de una vez con este horror de sangre y luto, con tu dolor y el nuestro, que el grito de nuestra angustia y nuestra quemadura llegue al corazón de ellos, que ayuden a poner fin a la noche de Cuba.[6]

Los asesinatos de los combatientes dieron lugar en numerosas ocasiones a repulsas o expresiones públicas de duelo donde las mujeres tuvieron especial protagonismo. Estas solían encabezar las comitivas a sabiendas de que no serían reprimidas porque, al menos en un principio, la violencia policial contra las viudas, madres y huérfanas fue más limitada. Junto a la prensa clandestina, los cortejos fúnebres se convirtieron en los únicos espacios donde estaba permitida la crítica contra la represión social. Sin embargo, el cariz político que adoptaron algunas de estas comitivas, como la de Raúl Célebre en La Habana o Clemente Orlando Nodarse en Guanajuay, llevó a la policía a reprimir e incluso disparar contra quienes asistían a los actos.

“Miles y miles de personas desfilaron a pie junto a los féretros hasta el cementerio”, agosto de 1957
“Miles y miles de personas desfilaron a pie junto a los féretros hasta el cementerio”, agosto de 1957

El combatiente Jorge Agostini había comenzado a colaborar con los sectores radicales del estudiantado liderados por Menelao Mora.[7] Su detención y su asesinato lanzaron a la calle a los estudiantes desde el recinto universitario a comienzos de agosto de 1955. En la prensa, Fidel Castro y José Antonio Echeverría denunciaron los acontecimientos aconsejando que “al asesinato político debe responderse con la movilización nacional; es la única táctica revolucionaria correcta. Detengamos el crimen con la denuncia valiente y viril. Pongamos a prueba el pudor de nuestros jueces y tribunales. No más crímenes sin castigo. ¡Justicia, justicia, justicia!”[8]

Emma Surí, la esposa de Agostini, encabezó la causa y atrajo el apoyo del FCMM, que se unió a las manifestaciones estudiantiles. A título particular, Emma presentó una acusación contra Julio Laurent, jefe del Servicio de Inteligencia Naval, como responsable del abuso de autoridad en la detención de su marido fallecido. Desde entonces, Emma pasó a colaborar regularmente con el FCMM. Se manifestó, por ejemplo, contra las actuaciones represivas de la policía en la celebración del nacimiento de Maceo en diciembre de 1955 o en la comitiva que llevó al cementerio Colón a los líderes de la FEU asesinados en la calle Humboldt en abril de 1957.[9]

La integrante del FCMM, Emma Surí junto a Aida Pelayo, presidenta del FCMM, en un enfrentamiento policial.
La integrante del FCMM, Emma Surí junto a Aida Pelayo, presidenta del FCMM, en un enfrentamiento policial.

En julio de 1957, las mujeres del DR hicieron una marcha en conmemoración de los asesinados de Humboldt, Radio Reloj y Palacio Presidencial. Tras el acto conmemorativo en la Iglesia del Carmen de La Habana, emprendieron una marcha espontánea cantando el himno nacional por las principales avenidas hasta llegar a la Universidad. Las mujeres del DR entregaron una bandera de la organización a unos compañeros que la depositaron sobre el Alma Máter de la universidad, mientras ellas depositaron una ofrenda floral bajo la placa que recordaba el lugar donde fue asesinado Echeverría. En esta ocasión, la policía pareció disolver el encuentro sin recurrir a la fuerza física.[10]

Uno de los cortejos funerarios más famosos fue el organizado para enterrar a los combatientes Frank País y René Gilberto Ramos Latour. Aprovechando la presencia del embajador Earl Smith en Santiago de Cuba, las mujeres salieron a la calle para denunciar la ayuda armamentística que los Estados Unidos estaba prestando a la dictadura de Batista y clamando contra el asesinato de combatientes. Esta movilización, protagonizada en su mayoría por mujeres opositoras, fue dispersada por la policía con cañones de agua y agresiones policiales. El embajador estadounidense comentó al respecto que el coronel Salas Cañizares “realiza las represiones de la forma más brutal y grosera”.[11] Como afirmó la combatiente clandestina Sonia Martínez Riera:

Cuando el embajador [norteamericano Earl Smith] llegó al Ayuntamiento, algunas de las mujeres se le echan enciman para hablarle, entregarle cartas y denunciar los crímenes cometidos. Al ver esto, los soldados ponen las mangueras y comienzan a lanzar fuertes chorros de agua contra las manifestantes. Muchas son golpeadas y otras apresadas. Entre estas últimas estaban Gloria Cuadras de la Cruz; Olga Silvia Lara Riera; Consuelo Masó Fernández, Muñeca, y Cuca Ibarra.[12]

Las mujeres también se manifestaron por el asesinato de otras compañeras combatientes. Uno de los casos que tuvo mayor repercusión en los rotativos clandestinos fue el homicidio de la estudiante Aleida Fernández Chardiet a manos de la policía en una redada efectuada contra una manifestación. Durante su entierro, hombres y mujeres protestaron contra la opresión política, la represión policial y la falta de libertades.[13]

Carga policial con mangueras de agua contra la manifestación de mujeres en Santiago de Cuba durante la visita de Earl Smith, julio de 1957.
Carga policial con mangueras de agua contra la manifestación de mujeres en Santiago de Cuba durante la visita de Earl Smith, julio de 1957.

Como en el caso del estudiantado, las mujeres no solo se manifestaron “como mujeres”. Aprovecharon diferentes roles para aumentar el impacto y los campos de sus demandas. Como se ha explicado, las mujeres “no militantes” se manifestaron contra los registros policiales, el asesinato de sus hijos o encabezaron procesiones con propósitos políticos, así como a favor de la democracia y la Constitución o animando a emprender acciones de desobediencia civil. Por ello, denunciaron abierta y exclusivamente al Gobierno de Fulgencio Batista y reclamaron la libertad de Cuba, por lo que algunas opositoras fueron reprimidas violentamente.[14]

Medio centenar de mujeres holguineras se lanzó a las calles entonando a toda voz el himno nacional y reclamando los derechos democráticos que se niegan a la ciudadanía. Dignas descendientes de Mariana Grajales y Lucía Iñiguez, las manifestantes expresaban su protesta y condenación dando gritos de ¡Abajo la tiranía! y ¡Viva Cuba Libre!”. [15]

Movimiento de mujeres por los presos políticos[16]

Una de las labores por las que recibieron mayor reconocimiento estas organizaciones de mujeres fue la asistencia a los presos políticos. Como apunta Pablo Marín Somoano, al principio, ser familiar, esposa o madre de presos era una marca, un estigma social, pero pronto esta condición experimentó un cambio, pasando a ser utilizada para configurar una ética del compromiso y la acción política entre la sociedad civil. De esta forma, el trabajo de asistencia a los presos político y las campañas por su liberación cimentaron las bases del activismo en las grandes ciudades.[17]

Las labores más comunes de asistencia de las mujeres a los presos políticos fueron el avituallamiento de ropa y alimentos, pero sobre todo de apoyo emocional. Las mujeres emplearon gran parte de su tiempo y sus recursos en captar los fondos necesarios para proveer a los presos de cobertura jurídica y provisiones básicas, pero también en acompañarles, animarles y trasladarles noticias sobre la evolución de los acontecimientos en el exterior. Estas conversaciones mínimas entre barrotes o en salas bajo la observancia del personal carcelario alimentaron las esperanzas de su liberación y les mantenían emocionalmente conectados con las operaciones que se estaban produciendo a lo largo de la isla. Sin embargo, fueron muchas las dificultades y restricciones, así como el peligro que experimentaban las mujeres en estas tareas:

Las visitas son cada vez más cortas. En 5 minutos nada puede decirse. Hay que hcer dos colas. Una para dar el hombre y la dirección, lo cual quiere decir que el que va al [Castillo del] Príncipe queda chequeado y a expensas de lo que la policía quiera hacer con esa dirección; y otra para entrar a ver los presos. A veces dan las 3 de la tarde y muchos familiares se quedan sin poder entrar a ver a sus presos. [18]

Junto al trato directo con los presos políticos, las mujeres desarrollaron otra importante labor fuera de las cárceles. Por medio de sus concentraciones y marchas con pancartas y carteles, publicitaron y notificaron a la sociedad, los medios de comunicación y los tribunales la detención de compañeros y compañeras. Dejando constancia de que alguien había sido encarcelado se dejaba menos margen a la represión, la coacción y la tortura policial, y prácticamente se eliminaba la posibilidad de que hicieran desaparecer sus cuerpos tras el asesinato. Las MOU y el FCMM dieron cobertura jurídica y consiguieron la excarcelación de varios presos y presas, pero también contribuyeron a “la búsqueda exhaustiva de los detenidos que los cuerpos represivos desaparecían día tras día y que en muchos casos no aparecieron jamás”, así como a las gestiones relacionadas con los entierros.[19] Algo que, sin embargo, no en todos los casos fue posible. José María Pérez Capote, militante del PSP en La Habana y líder del sindicato de autobuseros, fue detenido, torturado y asesinado por utilizar su puesto laboral para dar apoyo a los grupos insurrectos. Ante la ausencia de noticias, su mujer, cuya ideología o militancia no ha podido ser corroborada, escribió directamente a Fulgencio Batista. En su misiva, solicitaba al presidente que interviniese en la búsqueda de su esposo.[20]

En otros casos, la rápida actuación de las mujeres facilitó la puesta en conocimiento de la situación de sus familiares presos, e incluso a veces lograron su excarcelación. En agosto de 1953, el estudiante Claro René Blanco, de 27 años, fue detenido por repartir la revista Fundamentos, rotativo intelectual del PSP. En aquel momento, tanto el partido como sus publicaciones oficiales se encontraban censurados, por lo que habían pasado a confeccionarse en la clandestinidad. La madre del acusado, Celia Báez, registró una apelación ante el tribunal argumentando que había sido detenido durante treinta días sin celebración de juicio. Dado que esa situación “afecta a la economía del hogar ya que es el principal sostén de nuestra casa” solicitaba fuera puesto en libertad provisional, lo que se ratificó poco después.[21]

La experiencia acumulada por las mujeres en la asistencia a los presos las llevó a conformar las primeras agrupaciones que, de forma coordinada, procuraron que los detenidos por la policía pasasen a disposición de los órganos judiciales para ser sometidos a un juicio con garantías, mientras en otras ocasiones reclamaron su puesta en libertad o la reducción de pena. La Asociación de Ayuda a los Presos políticos, que aglutinó a familiares afectados y opositoras de las MOU, el MR26J, el FCMM y el DR,[22] contaron con el soporte de un amplio cuerpo de abogados colaboradores, como un primo de la informante de la FEU, Vallina, quien era magistrado de la Audiencia de La Habana, o el marido de Hilda Felipe, mujer comunista integrante de las MOU, quien ayudó a la liberación de algunos encarcelados.[23] Se organizaron, en suma, para exigir su excarcelación, mejores prácticas carcelarias, la aplicación de las garantías judiciales e incluso la amnistía política en dos importantes campañas.

En el caso de 1955, las movilizaciones coincidieron con la necesidad que tenía Batista de consolidar una imagen democratizadora frente a las instituciones internacionales tras las elecciones de otoño de 1954. Esta coyuntura excepcional hacía que el Gobierno se mostrase tan receptivo como interesado en responder a este tipo de demandas. Entre otras mujeres, las hermanas, Delia y Morelia Darias Pérez, reunieron 20 000 firmas para solicitar la amnistía de Fidel Castro y sus compañeros del Moncada, unas rúbricas que fueron elevadas al Senado para su consideración. Resulta curioso que, poco después, Fulgencio Batista anunciase la amnistía de todos los presos comunes y políticos “en honor al día de las madres”.[24]

Algunas mujeres, sin embargo, también fueron detenidas por participar en estas actividades. Geisha Borroto, integrante de las MOU, estaba casada con Lionel Soto, militante del PSP, así como periodista del periódico Noticas de Hoy y el rotativo clandestino Mella. Cuando Lionel fue detenido por el BRAC, Geisha fue a visitarle siendo retenida durante 24 horas como forma de coacción para que Lionel Soto confesase información que la policía le estaba requiriendo. Días más tarde, Lionel fue trasladado de la Isla de Pinos al Castillo del Príncipe. Durante su breve estancia en prisión, la misma Geisha fue quien negoció sin éxito con las autoridades del presidio para que lo dejasen en libertad, algo que no sucedió hasta el derrocamiento de la dictadura.[25]

La lucha de las armas dio lugar al duelo de las almas. El enfrentamiento civil trajo aparejado un combate más íntimo y complejo. Los cientos de torturados, asesinados y desaparecidos generaron otros cientos de historias personales plagadas de dolor y sufrimiento. Las opositoras instrumentalizaron el duelo de los compañeros caídos para consolidar un movimiento de madres disidentes, pero también ayudaron a paliar los efectos del duelo. Estas mujeres proporcionaron apoyo emocional a las familias de los desaparecidos y les ofrecieron su colaboración para averiguar si continuaban con vida. En caso contrario, las mujeres se movilizaron, aprovecharon sus redes de contacto, y se unieron para reclamar un entierro digno y en lugar conocido para que los progenitores, los familiares, los compañeros pudieran despedir el cuerpo y acudir después a velar su recuerdo. Natalia Bolívar, integrante de MOU y el DR, cuenta cómo las mujeres se movilizaron para buscar el cadáver de su amigo Reguerita:

A mí me dio algo porque ese era como mi hijo. Él me decía “mamá” y todo. Y entonces nos fuimos a los distintos puntos adonde guardaban los cadáveres y allí estaba Reguerita tirado en el piso, envuelto en papel periódico, con hilo seco… Y bueno… fue terrible porque entonces nos dieron exactamente en ese lugar dos horas para arreglarle todo, para, este, enterrarlo sin avisarle a la policía porque había órdenes de que cuando se identificara el cadáver avisar para cogernos a todo el mundo preso. Entonces ahí salimos por todo 23 a buscarle ropa para Reguerita, para vestirlo. Es una funeraria la que siempre nos daba el servicio gratis, sobre todo porque eran muy apasionados del Directorio y todos los muertos nuestros los enterraban sin cobrar un kilo. Yo les avisaba “oye, que se nos han matado a fulano, 19 añitos…” y me decían “no, no, no, yo te mando la gente pa allá”. Me regalaron la caja, los enterradores, porque fue entre 12 y 14 de la tarde. Entonces le buscamos ropa entre [las calles] 23 y 12 y fuimos a buscar adonde enterrarlo.[26]

El control y la represión policial en las ciudades hicieron que el movimiento opositor se dispersase entre los sistemas montañosos o se replegase hacia los espacios privados. Hasta la fecha, la radicalización del discurso y las acciones insurgentes apenas habían recabado simpatías entre las clases medias. Por ello, los caminos bifurcados de la oposición confluyeron en entidades las Células de Base Revolucionaria, cuyo principal trabajo consistió en movilizar y capitalizar el descontento de aquellos sectores opuestos al Gobierno que no estaban dispuestos a implicarse en acciones armadas. Por ello, alentaron a colaborar con la insurrección por medio de la desobediencia civil. En este aspecto, los espacios privados y semipúblicos se constituyeron en elementos vitales para la conformación y funcionamiento de la lucha contra el Gobierno desde la clandestinidad. En decenas de hogares se conformaron células de base, se coordinaron acciones de protesta, se almacenaron armas, combatientes y panfletos y se promovió el proselitismo a pequeña escala.

Las organizaciones clandestinas se crearon sobre una concepción marcadamente funcionalista. Es decir, distribuyeron responsabilidades y asignaron labores según las capacidades que, desde ese punto de vista, podían desempeñar mejor los militantes según criterios como la clase, el género o la experiencia política. Estas concepciones afectaron, a primera vista negativamente, a la movilización, el desenvolvimiento y la progresión de las mujeres en las redes clandestinas. Al fin y al cabo, apenas coparon puestos ejecutivos y la prensa clandestina las mostraba como agentes secundarios.

Cabría decir, sin embargo, que tanto las organizaciones como las propias mujeres sin militancia supieron rentabilizar a su favor los estereotipos y prejuicios mantenidos sobre la feminidad y la maternidad. La feminidad actuó como una especie de protección simbólica frente a los cuerpos policiales dado que les posibilitó llevar a cabo acciones y misiones que los hombres no podían emprender sin levantar tantas sospechas. Por otro lado, se instrumentalizó la maternidad como aglutinante de una identidad colectiva genérica, una sororidad insurgente que potenció las movilizaciones de mujeres contra el régimen instaurado.

Dicho de otra forma, la politización de los espacios tradicionalmente privados y los diversos usos que se dieron a las concepciones de la feminidad y la maternidad en el seno del movimiento clandestino proporcionaron las herramientas conceptuales y canales apropiados para que muchas mujeres que no habían tenido la posibilidad de expresar su rechazo hacia la situación política comenzasen a expresar su descontento e indignación. La necesidad que tuvo el movimiento clandestino de replegarse hacia los hogares y acudir a la desobediencia civil como método de lucha redefinió las categorías del enfrentamiento. En un proceso que terminó primando elementos masculinizantes como la violencia y la virilidad, la militancia femenina fue ganando presencia en las agrupaciones, como el FCMM y el MRC, que pusieron en práctica otras formas de oposición política. Dado que la génesis y evolución de la insurrección cubana fue un conflicto eminentemente urbano hasta el año 1957, el conocimiento de las redes clandestinas en las ciudades resulta imprescindible para adquirir una visión integral sobre el proceso. Y, en definitiva, la capacidad que tuvo el movimiento opositor para movilizar ideas, recursos y personas en el espacio urbano no podría comprenderse en su totalidad sin tomarse en consideración la labor que desarrollaron las mujeres desde las asociaciones cívicas y las casas particulares.


Notas:

[1] Patricia Calvo González: “La Sierra Maestra en las rotativas. El papel de la dimensión pública en la etapa insurreccional cubana (1953-1958)”, tesis doctoral, Universidad de Santiago de Compostela, 2014.

[2] Matt D. Childs: “An historical critique of the emergence and evolution of Ernesto Che Guevara’s Foco Theory”, Journal of Latin American Studies, vol. 27, n.o 3, octubre, 1995, pp. 593-624.

[3] FDMC: “Convención Nacional en Defensa del Hogar. Contra el hambre y la desocupación, por la Democracia y la paz. A todas las mujeres, a todas las madres”, Mujeres Cubanas, julio de 1953, n.o. 21, p. 5.

[4] Sobre la construcción de una masculinidad opositora y guerrillera blanca y heterosexual durante la insurrección contra Fulgencio Batista, y más específicamente sobre los años 1956-1958 cfr., Michelle Chase: Revolution within the Revolution : Women and Gender Politics in Cuba, 1952-1962, The University of North Carolina Press, 2015, pp. 45-46, 49-54, 61 y 69.

[5] ANC: Fondo Especial, leg. 10, exp. 188 antiguo, “Proclama mecanografiada de las mujeres cubanas contra la dictadura de Fulgencio Batista”, 8 de diciembre de 1957. En este mismo sentido véase BNJM, Fondo prensa clandestina, Sección varios, carpeta 20, Dora Rosales Westbrook “Midiendo farsantes”, s. f.

[6] BNJM, Fondo prensa clandestina, sección varios, carpeta 20, Dora Rosales Westbrook, “A las madres de los militares” 25 de julio de 1958.

[7] Jorge Agostini fue un destacado coronel responsable de las Brigadas Internacionales que desde Cuba apoyaron al gobierno republicano. Había estado en contacto con Juan Negrín durante la Guerra Civil española. Miembro relevante dentro del Servicio de Inteligencia de Ramón Grau de San Martín, tras el golpe de Batista se exilió durante un tiempo en EEUU y en México.

[8] Mario Mencía, “Agostini: Combatiente de la libertad”, Cubarte, 8 de junio de 2015.

[9] Pedro Antonio García, “Aida Pelayo. Combatiente de tres generaciones”, Bohemia, 4 de septiembre de 2012.

[10] “Misa por revolucionarios muertos”, Diario de las Américas, 14 de julio de 1957, p. 1.

[11] AGA, Exteriores, caja 54/5360, carpeta “Despachos… 1947-1957”, despacho 250, 6 de agosto de 1957. Un mes antes, las mujeres ya habían denunciado la brutalidad policial ejercida por los cuerpos del coronel Salas Cañizares, en “Represión en Santiago. Cuatro muertes misteriosas”, Bohemia, 6 de junio 1957.

[12] Asunción Pelletier Rodríguez: “Una pincelada de la historia. La Mascarilla de Frank y la carta de Fidel”, BOAH, n.o 3, p. 7.

[13] “El entierro de Aleida Fernández Chardiet”, Resistencia. La Habana, n.o 5, 16 de febrero de 1958, p. 2.

[14] Como la marcha organizada por las mujeres martianas entre Galiano y San Rafael, ANC, Tribunal de Urgencia, causa 503/55, 5 de diciembre de 1955.

[15] “Manifestación de Mujeres en Holguín”, Voz obrera, año 2, n.o 3 (abril de 1958), p. 3.

[16] La definición de “preso político” está sujeta a la tipificación del “delito político” contemplada en el respectivo Código Penal o leyes de ordenamiento social, los cuales a su vez varían en función de múltiples factores, como el equilibrio de fuerzas políticas, el rol del Ejército y las fuerzas del orden en el Estado y la amenaza de grupos contestatarios a un orden específico, entre otros. Alberto Montoro Ballesteros advierte de que “El delito político tropieza, en primer lugar, con la dificultad de su definición. Esta complicación obedece fundamentalmente a una doble causa: De un lado, la dificultad conceptual de definir, de concretar, qué sea lo político; de otro lado, a la posición, política también, tanto del legislador que lo tipifica como, en determinados casos, del tratadista que lo estudia”, “En torno a la idea de delito político (Notas para una ontología de los actos contrarios a Derecho)” (Annales del Derecho, n.o 18, 2000, p. 145). Según Laura Rocío Espinosa, el delito político puede ser analizado por un lado desde la teoría objetiva, que enfatiza la omisión del Derecho o los actos contrarios a Derecho, y, por otro, desde la teoría subjetiva, donde la voluntariedad de un acto antijurídico resulta suficiente para dictaminar la culpabilidad del sujeto (Laura Rocío Espinosa Marcka: “Una mirada al delito político, sustento de la existencia de los presos y presas políticos», Revista Principia Iuris, n.o 20, pp. 151-166). En determinados contextos, el Código Penal y otras leyes de ordenamiento social llegaron a convertirse en instrumentos, no solo de control, sino también de represión social. Cabe presumir que estos conceptos se vuelven más ambiguos cuanto más extendida y directa resulta la oposición política. En este trabajo se ha utilizado el término de “preso” o “presa política” como aquel sujeto opositor que ha sido detenido y privado de libertad porque sus ideas o acciones constituían una amenaza para un sistema político determinado.

[17] Pablo Marín Somoano: “Mujeres en el antifranquismo durante la crisis final de la dictadura”, en Manuel Cabrera Espinosa (dir.), VI Congreso Virtual sobre historia de las Mujeres. Para más información sobre este tema, se sugiere la consulta de Irene Abad Buil: En las puertas de prisión: de la solidaridad a la concienciación política de las mujeres de los presos del franquismo, Icaria, Barcelona, 2012.

[18] BNJM, “Nuestros presos”, Propósitos, julio 1958, p. 5.

[19] HSC, Aurelia Restano, op. cit., 1985, p. 7.

[20] ANC, Fondo Especial, leg. 7, exp. 143, 6 de diciembre de 1957.

[21] ANC, Tribunal de Urgencia, leg. 720, exp. 792, 31 de agosto de 1953.

[22] BNJM, “Ayuda a los presos”, Unidad Femenina, 1958: “Con motivo de las Pascuas, la Agrupación de Ayuda al Preso, organización de amplio frente único en que participan todos los sectores femeninos revolucionarios, llevó a efecto una jornada de solidaridad con los presos políticos de Isla de Pinos, el Príncipe, Mantilla, Guanajay y Torrens, cuyo resultado fue muy positivo. Se consiguieron donativos de distintas instituciones y decenas de hombres y mujeres cooperaron, consiguiendo y donando alimentos, frazadas o dinero para los presos políticos. En varias fábricas se hicieron colectas, y en otras, los obreros donaron productos de los que fabrican; desdichadamente, fueron muy pocas las que se pudieron visitar, por la brevedad con que fue desarrollada la campaña. Este trabajo de la Agrupación, demuestra, cuanto podría hacerse si regularmente se llamara a las puertas de tantos que están dispuestos a dar para los presos, y cuanto se podría hacer si en todo el país se organizara en la misma forma”.

[23] Entrevista de Manuel Ramírez Chicharro a Elvira Díaz Vallina, La Habana, 5 de mayo de 2014. A pesar de su colaboración en la asistencia y cobertura jurídica a los opositores, el Gobierno revolucionario persiguió a Arnaldo e Hilda tras la fractura del PSP, por lo que tomaron la decisión de exiliarse en Miami, “Nadie escuchaba’, el drama de Cuba”, ABC, 30 de junio de 1988 y Silvia Pedraza: Political Disaffection in Cuba’s Revolution and Exodus, Cambridge University Press, 2007, pp. 115-118.

[24] Melba Hernández: “La concordia y los presos políticos”, Bohemia, vol. 47, n.o 5, 30 de enero de 1955, p. 51 y Isabel Holgado Fernández: ¡No es fácil!: Mujeres cubanas y la crisis revolucionaria, Icaria, Barcelona, 2000, p. 266. Al respecto de las campañas emprendidas en 1958, “Por la amnistía”, Carta Semanal, época 2ª, n.o 234, 5 de febrero de 1958, p. 2.

[25]“¡Adelante con la acción en favor de Leonel Soto y de sus compañeros”, Carta Semanal, 3 de septiembre de 1958, “¡No hay que olvidar a Leonel Soto y a sus compañeros de prisión!”, Carta Semanal, 10 de septiembre de 1958, y “Faget informaba siempre a sus jefes de EU”, Noticias de Hoy, 14 de enero de 1959, pp. 1 y 4.

[26] Entrevista de Manuel Ramírez a Natalia Bolívar, La Habana, 9 de mayo de 2014.

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MANUEL RAMÍREZ CHICHARRO
Manuel Ramírez Chicharro. Es graduado de Historia y Doctor en Humanidades, Artes y Educación por la Universidad de Castilla La Mancha. Desarrolló su tesis doctoral como becario predoctoral FPU en el Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Actualmente es becario posdoctoral de humanidades en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido investigador visitante en Harvard University, Universidad de La Habana, University of Miami, Université de Versailles y University of London. Es autor del libro Más allá del sufragismo. Las mujeres en la democratización de Cuba, 1933-1952 (2019) y ha publicado artículos en revistas internacionales como Women´s History Review, Revista de India. En 2018 obtuvo el Premio a tesis doctorales de la Asociación Española de Investigación en Historia de las Mujeres.

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