Muchos de nosotros hemos escuchado sobre el maltrato que sufren los homosexuales en Cuba. Y no sólo me refiero a ese que podemos atribuir al llamado “machismo” y a la homofobia en la cultura afrolatinoamericana, sino más específicamente al que estuvo relacionado con el acoso y el aislamiento que sufrieron en los campos de las UMAP creados por el Estado. “UMAP” es el acrónimo para Unidades Militares de Ayuda a la Producción, y se refiere a una rama del Servicio Militar Obligatorio, que entre 1965 y 1967 funcionó como institución de reclutamiento de jóvenes considerados por las autoridades como homosexuales y/o antisociales. El estreno este año del documental Conducta impropia ha estimulado el debate sobre la sexualidad en la Cuba revolucionaria y ha avivado los sentimientos anticubanos. Conducta impropia pretende confirmar nuestras peores sospechas sobre Cuba. En este artículo describiremos algunas de nuestras experiencias en la isla, y trataremos de mostrar que tanto las entrevistas que pudimos realizar sobre ideología sexual como nuestras percepciones sobre la apertura en materia de sexualidad allí, parecen contradecir lo que se presenta en Conducta impropia.

Durante nuestra estancia en La Habana este mes de julio, pudimos entrevistar a una de las líderes del Grupo Nacional Cubano de Educación Sexual creado en 1977, Monika Krause (una alemana del este que ha vivido en Cuba durante veintitrés años). A ella le preguntamos sobre las UMAP y Conducta impropia. “Hay una cosa”, dijo, “que consideramos algo realmente triste en la historia de Cuba, y son las UMAP, de las que se habla en la película. Fue realmente la expresión de la ignorancia y la aversión irracional a la homosexualidad. Pero eso ocurrió hace veinte años, y esa película está sacando de contexto cosas que ocurrieron y que fueron errores. Creemos que ha sido una obligación de nuestro sistema cambiar esas actitudes que pudieron haber hecho posible las UMAP. Porque en una sociedad socialista no puede haber discriminación”.

Mientras estuvimos en Cuba, leímos los principales textos que suelen usarse en las clases de educación sexual allí, en un esfuerzo por determinar si estaba o no cambiando la ideología sobre la sexualidad. El material era bastante variado: algunos nos resultaron casi cruelmente tradicionales, unos incluso discutían la producción del deseo sadomasoquista sin juzgarlo. En general los textos eran mucho más progresistas de lo que suele serlo el discurso que alcanzamos a escuchar en la enseñanza secundaria en Estados Unidos. El grupo de educación sexual promueve claramente una actitud sexual más tolerante y liberal, sin moralismos, sin dobles estándares sexistas ni demandas obligatorias de heterosexualidad. Para ellos, las mujeres no deben ser discriminadas por la promiscuidad; la virginidad femenina no debería estar valorada; la masturbación no es vergonzosa; y la homosexualidad no es inmoral ni razón para discriminar.

En la Biblioteca Nacional, los libros de educación sexual están entre los más populares. Allí revisamos En defensa del amor, y encontramos muchos pasajes representativos del nuevo enfoque ilustrado, situado en la filosofía marxista.

Citamos algunos ejemplos: “La moral cambia en función de los objetivos de una sociedad concreta y de sus clases. No hay normas o sentimientos morales «naturales» inherentes a la humanidad. La única inclinación natural es el propio deseo sexual; las costumbres específicas con las que las personas satisfacen su deseo, y todo lo que ocurre entre los sexos es el producto de una cultura específica”.

Y sobre la homosexualidad: “La homosexualidad es una preferencia u orientación sexual específica. Sería un error descalificar a un homosexual por su preferencia sexual o interpretar la homosexualidad como una debilidad de carácter, algo que muchos hacen, desgraciadamente, por ignorancia, falta de comprensión y prejuicios. Mientras la sexualidad de alguien no atente contra los derechos de los demás, uno debe tener la opción de tener relaciones de acuerdo con su disposición y deseo.”

Sin embargo, estos pasajes no son necesariamente indicativos de la visión general de la sexualidad y la homosexualidad en Cuba. Encontramos allí tanto un gran número de personas homosexuales como un grado sorprendente de manifestaciones abiertamente homofóbicas. Algunos cubanos nos dijeron que pensaban que la homosexualidad era “inmoral” y que no formaba parte de los valores nacionales. La gente parecía especialmente asustada por el llamado afeminamiento de los niños. Y, de hecho, los niños (y los hombres) parecen un poco más “femeninos” que en Estados Unidos; ciertamente los hombres lucen más afectuosos entre sí y con sus hijos.

A propósito de los libros, nos dimos cuenta de que en ellos eran más frecuentes los pasajes reaccionarios que los de una ideología progresista, como los que hemos citado más arriba. Le preguntamos a Monika Krause por qué los libros de educación sexual en la isla eran confusos y algo contradictorios. Nos contestó que la Revolución siempre ha tenido cuidado de no ir más allá de la conciencia de la gente o de alienarla de algún modo: “Tenemos que ser pacientes y dar pasos adelante poco a poco al realizar nuestra labor de educación sexual. Ya hemos roto muy a menudo los límites de tolerancia de nuestro pueblo”.

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En fuerte contraste con el retrato de Cuba en Conducta impropia, el Estado, a través del Grupo Nacional de Trabajo sobre Educación Sexual, parece ser una especie de vanguardia en materia de política sexual que trabaja directamente con su pueblo. (Krause, por cierto, en el momento de nuestra entrevista, estaba leyendo Powers of Desire. The Politics of Sexuality…). La única ley que permanece en los libros es la que prohíbe a los hombres y mujeres abiertamente gais ser maestros en la enseñanza primaria. No obstante, fuentes nos informan que ya había sido derogada en algún momento del año pasado. Una que sí continúa vigente es la que sanciona las prácticas sexuales en lugares públicos, tanto en homosexuales como en heterosexuales; aunque cabe suponer que se utiliza de forma discriminatoria contra los primeros. Sin embargo, nos han llegado noticias de un caso en que dos hombres, que habían sido sorprendidos haciendo el amor entre los arbustos, fueron declarados inocentes pues los jueces consideraron que el policía que los vio debió haberse desviado de su camino e intricarse en la zona donde ocurría el acto.

Aunque Krause nos dijo que no existían leyes contra la homosexualidad en Cuba, no nos quedó del todo claro el estatus del concepto de “extravagancia” pública aplicada a los homosexuales, ni la vitalidad de los remanentes del Código de Defensa Social cubano de 1939.

En general, La Habana es bastante liberal y sus habitantes son bastante desenfadados en su forma de vestir y en su manera de asumir el sexo. En las playas puedes ver a los bañistas luciendo sus sensuales y portentosos cuerpos en diminutos bikinis, a la vez que andan por las calles, al menos durante el día, en pantalones cortos, un atuendo normalmente poco visto en América Latina y otras regiones en desarrollo. Michael Jackson, Olivia Newton John y Lionel Richie suenan en las grabadoras, las ghetto blasters, y en alguna que otro walkman. La gente se toca con una facilidad contagiosa y se ve generalmente feliz. Incluso en los atestados autobuses se suele ser cortés y, a diferencia de en el metro de Nueva York, los periódicos no se interponen entre tu nariz y la del que tienes al frente.

Como periodistas e investigadores, fuimos libres de ir sin compañía a donde quisiéramos, de hablar libremente con la gente, de utilizar las bibliotecas (aunque el acceso a los archivos cuesta algo de tiempo, normalmente una semana, y depende a veces de ganarse el favor de las bibliotecarias), de alquilar un coche, de lo que fuera. En las conferencias y reuniones que tuvimos nos trataron como si fuéramos celebridades. Nos mostraron todas las fábricas que consideraban modelo y a varios campesinos. Y en ningún momento nos encontramos una gran diferencia entre los sitios elegidos por ellos para las visitas y aquellos que vimos nosotros por nuestra cuenta. En ningún lugar se percibía la pobreza desesperada o el miedo en los rostros de las personas. No obstante, no es menos cierto que La Habana está claramente deteriorada en algunas partes y, como bromeó un compañero norteamericano, “es un basurero comparado con el resto de Cuba”.

Esta imagen de la isla contrasta fuertemente con las afirmaciones que se hacen en Conducta impropia sobre las restricciones de movimiento y la estrecha vigilancia que se les impone a los turistas; o sobre la prohibición de la música americana y las camisetas con carteles problemáticos; o sobre el bajo nivel de vida, el “racionamiento” y la pobreza. Algunas de estas incoherencias pueden explicarse por los cambios que se han producido allí a lo largo del tiempo, otras son simplemente deshonestas. En las respuestas a las críticas a su película, a menudo reivindicativas de sí mismos, Néstor Almendros y Orlando Jiménez-Leal han seguido haciendo afirmaciones insostenibles, perfectamente refutables por cualquiera que haya estado recientemente en Cuba. Por ejemplo, dicen que las organizaciones internacionales, y en particular la Cruz Roja y Amnistía Internacional, no están permitidas en Cuba. Por el contrario, la Cruz Roja tiene una sociedad en la isla, y Amnistía Internacional hizo una visita en 1977 –aunque en la actualidad no estén seguros de obtener el permiso para volver, según nos dicen.

Estas contradicciones deberían granjearle el descrédito a toda la película, cuyo poder de persuasión, lamentablemente, no se basa en la documentación, las pruebas o las explicaciones, sino en la fama y la fotogénica apariencia de sus participantes, y en la apuesta por que el espectador llegue a identificarse con los testigos que dan voz al filme –un espectador sobre todo liberal y heterosexuales antes que bi y homosexual).

El referente histórico que sirve de base a la película es las UMAP. Sin embargo, sin pruebas ni explicaciones, se dice que los campos se desmantelaron en 1969, en lugar de 1967. Asimismo, se afirma que, aunque se cerraron nominalmente, en realidad continuaron funcionando bajo diferentes formas.

El tratamiento superficial que se da en la película a los acontecimientos históricos de peso, a las acusaciones burlonas y a las historias trágicas de los testigos está “justificado” en la intención arrolladora del documental. Los realizadores nos lo revelan así: “El tema principal de nuestra película no es la persecución de los homosexuales en sí misma, que a menudo ha sido una excusa para detener a posibles enemigos, sino que esta es solo un aspecto, quizá el más absurdo, de una represión mayor”. Pero los rápidos juicios condenando el racismo, la desigualdad social, el sexismo, la prostitución de las élites y el narcisismo de Castro son casi fortuitos, sin fundamento, a modo de reproches baratos que se despachan como si se tratara de algo gracioso. En cuanto a los casos individuales de violencia y acoso, uno se queda irremediablemente confundido entre las tristes verdades y las injustas mentiras que se mezclan con el propósito de dar riendas sueltas a la propaganda. Llegado el final del filme, uno se queda como en el principio, preguntándose qué pasó exactamente en las UMAP y por qué.

Para entender las UMAP, primero hay que mirar cómo cambia el rol del ejército en 1965. Para entonces, ya Cuba había derrotado con éxito las más serias amenazas de invasión y contrarrevolución, y el por ciento del ingreso nacional dedicado a los gastos militares era el más baja en su historia (4,4%). Con el beneplácito de Fidel Castro, el alto mando militar quiso empezar a participar más activamente en las actividades productivas que necesitaba la nación. Por eso, las UMAP fueron diseñadas para proporcionar mano de obra para las zafras del azúcar de 1965-1966 y 1966-1967.

Pero no fue todo lo que hicieron; además, asumieron otra función menos agradable. Personas en edad militar consideradas contrarrevolucionarias, perezosas, corruptas u homosexuales fueron enviadas a sus instalaciones con la expectativa de que fueran “rehabilitadas” mediante su contribución a la producción y a la economía del país. No está claro quién fue el responsable de esta metamorfosis, pero, si bien es cierto que se dio algún caso aislado de abuso de poder, las UMAP han de entenderse en el marco de un conjunto de eventos y fenómenos: la tradicional homofobia de la sociedad, la identificación de los gais con Estados Unidos –piénsese en la prostitución y la explotación controlada bajo el régimen de Batista–, los esfuerzos de la CIA por cooptar a los homosexuales y utilizar los bares gay con fines subversivos,[1] la respuesta a y la reacción contra las rápidas fuerzas de integración urbano-rurales, así como el cambio cultural que propició la revolución, y la agitación social y económica que se produjo en todo el mundo en los años sesenta.

Muchos intelectuales y artistas fueron enviados a las UMAP por ser presuntamente homosexuales. Las noticias sobre el trato brutal y los excesos que allí recibían se propagaron. En respuesta, muchos protestaron, especialmente la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, y consiguieron el apoyo de Fidel Castro para obligar al ejército a disolver estas unidades militares represivas.

Conducta impropia, por su parte, trata de describir las UMAP como una representación simbólica de todo el proceso revolucionario en Cuba en el que poco ha cambiado para los artistas y los desviados sociales e intelectuales. Sin embargo, los cubanos la describieron como la política más errónea y vergonzosa de la Revolución cubana, comparable quizás a los primeros errores de Nicaragua con los indios miskitos o al menos lamentable internamiento de asiáticos por parte de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Además, las UMAP ocurrieron durante el período de mayor represión sexual en Cuba. Nuestro paso por La Habana nos dejó la sensación de que para los gais cubanos –y con la sexualidad en general– las cosas habían cambiado y siguen cambiando, y que esto, en cierto sentido, era parte de una estructura más amplia de mejoras en el desarrollo económico, la igualdad social y las elecciones tomadas democráticamente.

Durante los primeros años después de la Revolución, la situación era sin duda más conservadora socialmente y más paranoica políticamente. La producción sexual capitalista que floreció bajo Batista fue rápidamente eliminada, aunque la prostitución no fue ilegalizada hasta unos ocho años después, tiempo durante el cual las prostitutas recibieron formación laboral y hacían trabajos alternativos. Lourdes Argüelles y Ruby Rich señalan este conservadurismo en su artículo “Summer Signs: A Journal of Women in Culture and Society”: “Una vez eliminado el afán de lucro, la tolerancia superficial de la homosexualidad por parte de la sociedad cubana, fuertemente homofóbica, se erosionó rápidamente. Al mismo tiempo, la dirección revolucionaria arremetió contra los males de los vicios capitalistas, que a menudo se asociaban con la homosexualidad”.

El clímax de este periodo tiene lugar con las UMAP. En consecuencia, la homosexualidad comenzó a verse más en términos psicoanalíticos; es decir, como una patología psicológica y no como decadencia y subversión burguesa. No por casualidad, este cambio en la percepción es posterior a la legalización de la homosexualidad en Alemania del Este en 1968 y a la llegada a Cuba de personas de pensamiento progresista procedentes de Estados Unidos y Europa. El Estado, sin embargo, seguía sin hacer esfuerzos para acabar con la discriminación: si bien en el Congreso de Educación y Cultura de 1971, al que se hace referencia en Conducta impropia, era visible el auge de una perspectiva tentativamente psicológica de la homosexualidad, también se hizo evidente la continuidad y permanencia de los prejuicios homofóbicos. Sin embargo, al contrario de lo que se da a entender en Conducta impropia, este Congreso no elaboró leyes ni representó la posición del gobierno. En lugar de ello, fue un congreso en el que un conjunto de profesores de escuela dio a conocer sus opiniones colectivas. Sus declaraciones contra la homosexualidad, hechas en representación del país, sin embargo, contribuyeron al prejuicio, la paranoia y la discriminación en Cuba contra los artistas e intelectuales homosexuales.

Podemos asegurar que en materia de ideología sexual actualmente Cuba se encuentra en una tercera fase que dio inicio con la creación del Ministerio de Cultura y el Grupo Nacional Cubano de Educación Sexual a mediados de los años setenta. En el Congreso de Educación y Cultura de 1971, el Ministerio representó a los artistas e intelectuales de un modo que consideramos dolorosamente necesario. Mientras que el grupo de educación sexual arremetió contra los tradicionales tabúes sexuales. Asimismo, el Código de Familia de 1975, aunque no lo pretendía, desdibujaba las fronteras entre los roles de género y procuraba acabar con el sexismo asociado a la homofobia.

La pregunta que se impone sobre Conducta impropia es por qué esta película propagandística ha tenido tanto éxito. ¿No debería la prensa haberse mostrado más escéptica ante esta capitalización de los argumentos de la comunidad cubana de artistas exiliados? Además de lograr con habilidad presentarse como una crítica progresista y no capitalista, de adoptar estrategias de manipulación para la estructura y el montaje del filme, y de la reputación de sus realizadores, hay una cuarta razón importante por la cual Conducta impropia ha tenido desgraciadamente tanto éxito. Como escribió Richard Goldstein en su excelente crítica en The Voice: “Amén de todo lo que sufren los entrevistados en la pantalla, Conducta impropia es la primera película que presenta a los gais como víctimas sociales. Por eso, es un paso gigante hacia nuestra legitimación”.

Aunque el propósito que persigue este documental ficcionalizado es en verdad reaccionario, irónicamente el mensaje que transmite parece ser progresista. Si Cuba fuera realmente la encarnación de la opresión del Estado contra los gais y los “desviados” sociales, entonces, sean cuales sean sus pasos hacia la justicia social en otros ámbitos, habría que cuestionar su autodenominado carácter socialista y democrático.

Sin embargo, el hecho de que la película sea sobre, pero no realmente por o para los homosexuales, va en contra de este simulacro progresista. La mayoría de las figuras de renombre que brindan su testimonio en ella es blanca, masculina y, o bien heterosexuales, o bien se abstienen de hablar sobre su sexualidad. Las razones por las que fueron maltratados no escapan a estereotipos irrisorios o patéticos: su condición de escritores, la manera en que caminaban, etc. De hecho, a todos nos gustaría saber exactamente por qué la forma de caminar de una persona se percibe como amenazante y peligrosa para la sociedad.

De los veintiocho testigos entrevistados en la película solo dos son negros, y no por casualidad son también los únicos abiertamente gais y sin vínculos con la comunidad intelectual. Luis Lazlo es peluquero y Caracol es transexual. Aunque Caracol es probablemente la persona más conmovedora y honesta del filme, el público tiende a reírse de él, más que con él. La policía encerró a Caracol injustamente varias veces por andar ostentando su sexualidad, no por ninguna actividad contrarrevolucionaria. Sin embargo, es muy dudoso que una película sobre Caracol hubiera tenido tanto éxito como Conducta impropia.

Caracol vive ahora en Nueva York y puede disfrutar de relaciones sociales más abiertas, de la cultura gay, de alquileres más altos, del aislamiento y de la alienación. Es innegable que hay más privacidad en la desconectada Nueva York que en la solidaria Cuba, tanto por razones culturales como políticas. También hay ventajas materiales en Estados Unidos: mejor ropa, mejores perfumes y más glamur.

Pero al final uno se pregunta sobre el proceso de cambio social en Cuba. Aun cuando se trata de un Estado progresista, ¿qué limitaciones existen en una sociedad en la que este es el que aprueba y financia todos los movimientos sociales y políticos, por ejemplo, el de las mujeres, que se organizan bajo la Federación de Mujeres Cubanas (FMC)? Un movimiento gay como el que hemos conocido en Estados Unidos y que nos ha dado a muchos mayor libertad, poder y orgullo, no se daría de la misma manera en Cuba. Al menos parcialmente, hay que darse cuenta de que para muchos acostarse con personas del mismo sexo no constituye la base de una identidad ni de una cultura alternativa, sino que, antes bien, se considera un asunto privado y, en muchos sentidos, irrelevante. No obstante, las contradicciones existen para los homosexuales en Cuba. Y la incorporación de todos los movimientos al Estado y la idea de que “todos estamos a favor de la Revolución” facilitan el cambio social en la isla, al mismo tiempo que generan nuevas formas de coaccionar y limitar a las minorías en la sociedad.

* Traducción de Rialta Staff.


Notas:

[1] Cfr. Lourdes Arguelles and Ruby B. Rich: “Homosexuality, Homophobia and Revolution: Notes toward an understanding of the Cuban lesbian and gay male experience (I)” , Signs, vol. 9, n. 4, verano,1984, p. 689.


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