alternativas infernales
Propaganda estatal a favor de la aprobación del Código de las Familias en Cuba

En su libro conjunto La brujería capitalista, Philippe Pignarre e Isabelle Stengers proponen la noción de “alternativas infernales” para referirse “al conjunto de esas situaciones que no parecen dejar otras opciones más que la resignación o una denuncia que suena un poco hueca, como marcada de impotencia, porque no da ninguna salida, porque siempre vuelve a lo mismo: lo que debería ser destruido es ‘todo el sistema’”. Esta producción continua de alternativas infernales, que en un sentido más práctico se plantea como la exigencia de una racionalidad pragmática que nos deja como única libertad la elección entre lo peor y lo menos malo es, para Pignarre y Stengers, constitutiva del capitalismo.

No estoy segura cuánto aplique a Cuba lo del capitalismo, pero lo de las “alternativas infernales” puede ayudarnos a pensar nuestra propia situación. Podría especularse sobre qué es lo que impera realmente en Cuba, sobre en qué medida podemos referirnos a un capitalismo de Estado, donde este funciona como una corporación gigantesca con las mismas lógicas de acumulación del capital y sin permitir competencia alguna. No es necesario, sin embargo, ir tan lejos para explicar por qué un concepto que describe una consecuencia del funcionamiento propio del capitalismo puede utilizarse para la realidad cubana. El totalitarismo es un productor continuo de alternativas infernales, aunque su maquinaria mediática afirma producir más bien alternativas celestiales, como en aquella imagen de “los buenos contra los mejores” que Milan Kundera describe como uno de los dogmas básicos del socialismo en Checoslovaquia. Llama a tomar decisiones con sentido de realismo para elegir entre lo peor y lo menos malo, cada vez que requiere de puestas en escena que le permitan reproducirse. Por supuesto, la necesidad de puestas en escena no es siempre la primera opción: la primera opción es siempre no poner nada a elección, no permitir el más mínimo margen de elección posible, sino la aceptación acrítica y entusiasta del designio del Partido, que para eso es “la vanguardia del pueblo”.

Pero en ocasiones, y casi siempre en la fase de descomposición, el control capilar típico del totalitarismo es erosionado de tal forma que lo que era dado por hecho –la adherencia acrítica y mayoritaria al proyecto del Partido y la ideología en el poder– requiere de un acto de demostración. Así podrían entenderse el uso de mecanismos democráticos en el totalitarismo y en general en regímenes autoritarios, porque la aplicación de tales mecanismos (referendos, plebiscitos, consultas populares) en regímenes que tienen un control casi total de la sociedad, resulta siempre en la aparición de opciones que, lo mismo por aprobación que por oposición, corren el riesgo de poner en cuestión al régimen que los propugna. El caso del referendo del Código de las Familias podría pensarse como una manifestación de esta vocación de producir alternativas infernales.

Muchos de los derechos recogidos en el Código de Familias –de los cuales el matrimonio igualitario es el más publicitado, pero no el único– son resultado de la presión sostenida de una parte de la sociedad civil cubana; fundamentalmente del movimiento LGBTIQ+, colectivos feministas e incluso un sector de la academia. Los esfuerzos del régimen por reconducir los reclamos sociales a su propia lógica tienen una historia cuyo primer capítulo no se caracterizó por pretensión alguna de asimilación y/o apropiación, sino más bien por la expulsión de la disidencia sexual del cuerpo social, y las Unidades Básicas de Apoyo a la Producción (UMAP) fueron la institución emblemática de tal pretensión.

Más recientemente el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) se encargaría de diseñar y ejecutar políticas que condujeran a ampliar derechos sexuales y reproductivos, siempre desde el presupuesto (más o menos declarado) de que tales derechos se encontraban inalienablemente unidos a la condición de revolucionarios. Tal unión se rompió cuando el 11 de mayo de 2019 miembros de la comunidad LGBTIQ+ cubana decidieron realizar por su cuenta la Marcha del Orgullo Gay, después de que esta fuera suspendida por el CENESEX.

Estos son apenas sucesos en una larga historia de la relación de la dirigencia de la “revolución” con la disidencia sexual: una que comienza como exclusión y se transforma en intento de asimilación. Pero son también sucesos que hablan de autonomía y de la vocación de escapar a la captura estatal de la disidencia sexual. Cuando el Código de las Familias recoge demandas de una comunidad que ha resistido durante décadas a esa captura y ha creado incluso sus espacios propios, marginales en el mejor sentido de la palabra, para articular sus demandas como integrante plena de la sociedad cubana, la discusión emergente comienza a ser impactada por la maquinaria de producción de alternativas infernales: “es una fachada, una pantalla, un simulacro, una burda apropiación”. O se llega incluso más lejos: “el Código es un invento del régimen para tenernos entretenidos”. La disputa por la narrativa se articula en torno a la autoría (en el sentido de actores y sitio de enunciación de origen de la demanda y capacidad para impulsarla) de los derechos contenidos en el Código de las Familias. No es una batalla menor: no es lo mismo haber impulsado y disputado con tal fuerza el reconocimiento de derechos que el Estado se haya visto compulsado a incluirlos en su agenda (por supuesto de la única manera que sabe o está dispuesto a hacerlo, instrumentalizándolos) a que el Estado haya inventado la necesidad que hace posible la instrumentalización.

La disputa misma evidencia el alcance de la maquinaria de producción de alternativas infernales. Desde el momento mismo de su nacimiento, el Código de las Familias tendría que navegar en esas aguas turbulentas. El proceso que condujo a la aprobación de un documento final para ser sometido a referendo el 25 de septiembre de 2022 no hizo más que exacerbar la lógica polar de esas alternativas. Porque ellas suelen ser, además de infernales –o justo en eso consiste su cualidad infernal– binarias. Lo son porque la elección se plantea siempre en términos de o No, y no hay nada más conveniente para el totalitarismo que una disputa de vs No. Incluso la abstención, que pudiera operar como escape de la dicotomía, termina siendo percibida más cercana a una negación que a una proposición.

El régimen es probablemente incapaz de producir algo diferente, aunque tampoco es que lo desee. Fundamentalmente en la etapa final, la propaganda estatal equiparó un voto positivo, que refrendaría el Código de las Familias, con la revolución y el socialismo. La frase de Miguel Díaz-Canel no podría ser más explícita al respecto: “Yo convoco a leerlo e interpretarlo con el corazón; a votar con el corazón, a votar por Cuba. Y estoy seguro de que el 25 de septiembre cubanas y cubanos libres, soberanos y dueños de nuestro destino elegido, ejerceremos nuestro derecho al voto. Votar sí es decir sí por la unidad, por la Revolución, por el socialismo, y es decir sí por Cuba.”

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Si el equivalía a respaldar al régimen que somete derechos básicos a plebiscito, que recurre a herramientas de democracia directa para intentar sostener por más tiempo el edificio totalitario, el No no podría enunciarse desde otro lugar que el rechazo al régimen mismo. es estar con la Revolución y el socialismo; No es estar en su contra. Lo infernal es también aquí que lo que se ha puesto en discusión para dirimir el apoyo o el rechazo al régimen son una serie de derechos necesarios, imprescindibles realmente, de manera que un No pudo ser leído también como un rechazo a esos derechos (y lo fue en muchos casos), tanto como un pudo ser leído como un apoyo al régimen (lo fue también en muchos casos).

La naturaleza infernal en el concepto de Pignarre y Stengers radica justamente en que las alternativas no ofrecen una salida viable al régimen que las produce. En su texto, una preocupación relevante es la capacidad –o incapacidad– de la denuncia de desestabilizar el sistema cerrado de las alternativas infernales, como también lo es la dificultad de destruir “todo el sistema” y, por tanto, la necesidad de lidiar únicamente con reformas más o menos posibles dentro del propio sistema. Ante esto, su pregunta es: “¿cómo volver a poner en política lo que hoy se presenta en los términos de una alternativa infernal?” No hay aquí grandes soluciones, sino más bien intentos de escapar al determinismo y el funcionalismo asimilable de la denuncia.

Las posibilidades de escape, de creación de líneas de fuga, son en realidad siempre mínimas. Escapar a una maquinaria que convoca a decidir en términos polares y asimila directamente uno de esos polos a su propia reproducción y con ello a la extensión de la opresión que impone –porque para la opresión nunca hay referendo; he ahí el Código Penal, ya aprobado y próximo a entrar en vigor como mejor demostración– parece imposible más allá de la abstención. En el caso del referendo del Código de las Familias, ese “volver a poner en política” demandaba distinguir, en un acto de observación aguda y potencial construcción de una posición no prevista por la maquinaria infernal–, cuáles no significaban el apoyo al régimen y cuáles No no significaban el desconocimiento de la legitimidad de los contenidos de la legislación. Esto podría haber conducido a la generación de una alternativa que disputara las asociaciones y atribuciones previstas por el régimen para una y otra posición. Otra línea de fuga posible, directamente asociada con esta, consistía en multiplicar las posiciones, de manera que la disputa polar pudiera ser implosionada. La generación de una polarización espejo de la del régimen, en la que el movimiento LGBTIQ+ apareció enfrentado a una oposición, no hizo más que amplificar el régimen cerrado de las alternativas infernales. Y por supuesto ni uno ni otro son monolíticos como para sostener las generalizaciones fáciles y las descalificaciones reactivas que ocuparon la discusión pública cubana en las semanas y días previos al referendo del 25 de septiembre.

El propio 25, emergió de forma visible una posición que realizó, por sí misma, esa labor deconstructiva de las alternativas infernales. Un alto porciento de la población cubana que podía votar (no olvidar que los cubanos de la diáspora no pueden hacerlo, como parte del espejo de sus derechos políticos) se abstuvo de participar. Aunque hay siempre varias formas de leer el abstencionismo, en este caso todo parece indicar que se trata de una respuesta a la presión del Estado por asociar el con la continuidad del socialismo, que a estas alturas queda claro que significa la continuidad de la miseria y la represión.  El abstencionismo es, en regímenes autoritarios y en particular en regímenes totalitarios, una señal clara de que el régimen no es capaz de lograr ya la movilización mayoritaria a la que está acostumbrado, y sin esa movilización mayoritaria, no puede sostenerse. Al final, parece que los simulacros pueden terminar produciendo el efecto contrario al deseado, y eso es una buena noticia. Pero será necesario, de cualquier forma, ese “poner en política” al que se refieren Pignarre y Stengers que no se agota en tomar una posición y que requiere una atención a los detalles, una construcción desde espacios micro y una capacidad de encontrar las grietas porque, como nos recordó una vez el gigante poeta que fue Leonard Cohen, “hay una grieta en todo; es por ahí por donde entra la luz”.

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