Cuando Jorge, el protagonista de Mother Lode (2022),[1] el filme de Matteo Tortone, recorre los callejones saturados de basura y barro de La Rinconada (el asentamiento humano más alto del mundo, también uno de los más inaccesibles y hostiles de Perú), la cámara lo sigue al estilo del cine directo, concentrado en su marcha silenciosa, ahíto de soledad, con fuertes pisadas, sin aliento, subiendo más que caminando, a veces serpenteante, arriba y abajo, zigzagueando por un poblado de chabolas que parece la obra inacabada de un arquitecto ciego, nido de mercadillos de poca monta, prostitución barata y aguardiente, todo ello en movimiento incesante, asistimos a un viaje por un Kay Pacha sombrío (el mundo del hic et nunc) animado por una quimera anacrónica: seducido como tantos otros por la fiebre del oro, Jorge prueba suerte en la mina más insegura de su país, un lugar donde los hombres se convierten en modernos Sísifos condenados a trabajar en duras condiciones para conseguir unas magras ganancias que gastan rápidamente en alcohol y putas.
Llamada “la ciudad más cercana al cielo”, La Rinconada es también el lugar más próximo al Infierno; su mina, un camino entre el Kay Pacha y la tierra de los muertos y los no nacidos (Uku Pacha). Para conjurar un oscuro destino, los trabajadores regalan bebida, hojas de coca y cigarrillos a un muñeco que representa a un minero. Pero si el Moloch subterráneo se resiste a entregar el metal, lo apaciguan con una ofrenda especial: un joven ser humano (un Pagacho) que dinamitan en sus entrañas. Al revelarse este ominoso sacrificio, lo que aparentaba ser una mezcla minimalista de neorrealismo contemporáneo y documental se convierte en una película de terror, y el laberíntico subsuelo en un tenebroso espejo de la tortuosa ciudadela de arriba, una mina dentro de otra mina.
Desde el mismo comienzo, la fatalidad es encarnada por una voz sobre la imagen de dos gallos incitados a pelear que amonesta sobre lo relativo e imprevisible de las numerosas historias que pudieran narrarse. Al enumerar sus temas –la suerte, el amor, el oro y la muerte– su tono tiene la despiadada certeza de un ineludible y metafísico heraldo de la perdición que insta a abandonar toda esperanza, porque, dice, nadie puede escapar a los designios del veleidoso y escurridizo Diablo. Otro sugerente uso de las voces como efecto de extrañamiento (que recuerda a Close up y El viento nos llevará, de Abbas Kiarostami) se produce durante los videochats de Jorge con su mujer, estropeados por la irregularidad de la conexión y la incomprensión recíproca.
Elíptica y nunca indulgente, Mother Lode no es un espectáculo ni un cuento exótico, sino una experiencia.
La puesta en escena del director italiano Matteo Tortone en esta su ópera prima es exquisita y precisa. La impresión de estrechez es una de sus principales cualidades. En los primeros minutos de la película la cámara, fija frente a Jorge, lo muestra en un solo plano conduciendo su mototaxi: el frugal plano secuencia no permite ver demasiado de lo que hay a ambos lados, pero haciéndonos muy conscientes del espacio fuera de pantalla; lo mismo ocurre al acompañar su deambular por las sucias calles de La Rinconada, centrada en sus hombros, como si intentara respirar el tiempo con él y reforzar la sensación de vivir en un ámbito precario, opresivo.
La elección del blanco y negro para narrar esta fábula de violencia omitida e inocentes sueños de súbita riqueza, sirve para subrayar la banal catábasis de estos espectros que irradian luz desde sus frentes. El brillo del oro anhelado, sepultado por las rocas, siempre estará ausente, y el débil resplandor que rompe fugazmente la inmensa oscuridad de la mina solo permanece como un memento aterrador del destino de quien vive con la conciencia de ser una presa.
El discurso contenido del “observador distante” que Tortone ha asumido ser es una poderosa herramienta para mostrar visiones libres e inquietantes de la realidad en lugar de predecibles iconos caricaturescos de una retórica inocua de compromiso ortodoxo, ad usum peregrinatores. Aquí las cosas se ven a través de una especie de bruma fantasmal, y los júbilos folclóricos con un ralenti de pesadilla. No hay refugio. Cuando el sonido de los movimientos de Jorge desplaza los más fuertes de una banda local ante la que pasa, se evidencia que es la criatura desprotegida de una historia interminable de violencia y pobreza. Mañana será un nuevo Pagacho o quizá vuelva a su familia con un poco de dinero en los bolsillos mientras gira la Rueda de la Fortuna y el Universo no deja de secarse.
Notas:
[1] Veta madre, la principal de un yacimiento minero.