Estimado editor:

Entre las falsedades que Tomás Gutiérrez Alea dijo en su artículo (“Cuba sí, Almendros no”, 2 de octubre), quizás la más lamentable sea aquella en la que habla de la publicación en Cuba del libro “científico” El hombre y la mujer en la intimidad (Editorial Científico-Técnica, 1979). Se trata de una traducción del alemán del texto escrito por Siegfried Schnabl, director del Centro de Consultas Sexuales y para Matrimonios en la Alemania comunista. La cita de Alea está incompleta y totalmente fuera de contexto.

Aquí van algunos otros típicos ejemplos del condescendiente desprecio que Schnabl experimenta por los hombres homosexuales, y que Alea simplemente omitió: “[El hombre homosexual] Suele caminar con elegancia, con pasos cortos, contoneándose. Muchos tienen el pelo largo y liso, la piel suave y las caderas relativamente anchas[…]. Los homosexuales son muy sensibles, se ofenden fácilmente. Son exasperados, desequilibrados, influenciables, nerviosos e incluso neuróticos.” (p. 329)

Schnabl describe igualmente a las lesbianas con desenfrenado prejuicio: “Las lesbianas activas están siempre al acecho, defendiendo agresivamente a sus amantes contra sus competidores. Entre las mujeres homosexuales pueden producirse violentas escenas de celos.” (p. 331)

Pero el “científico” alemán no se detiene ahí, y prevé solución futuristas al estilo nazi: “Las premisas para el desarrollo de los instintos homosexuales son constitutivas o innatas, es decir, están presentes en el embrión, o en la forma del feto”. (p. 332)

Dr. Schnabl sigue hablando de prevención: “Los experimentos permiten suponer que, en un futuro próximo, la homosexualidad de alto riesgo podrá ser constatada (mediante pruebas embriológicas) durante la fase crítica de diferenciación cerebral del feto”. (p. 334)

Lo más incongruente en la jactancia de Alea sobre este libro tan “educativo” que “el Estado cubano pone en manos de aquellos cuya causa es la de los discriminados” es el hecho de que este libro no está a la venta para el público en general. Esta censura sólo libra a los médicos, psiquiatras y sociólogos, quienes, sin embargo, deben presentar sus credenciales profesionales para adquirirlo. Por cierto, por un decreto de octubre de 1978, todos los profesionales de la salud homosexuales en Cuba (incluidos los médicos) fueron excluidos de su profesión.

Manteniéndose en la línea oficial, Alea, en un intento poco entusiasta de imparcialidad, reconoce el “error” del pasado que fueron los campos de la UMAP de los años sesenta, pero convenientemente no menciona los campos de rehabilitación que siguieron en los años setenta y que continúan hoy en día con la legislación homofóbica todavía en vigor. Alea tampoco comenta la deportación de unos 20 000 homosexuales en 1980 con el éxodo del Mariel. Además, se salta por completo el otro tema principal tratado en nuestra película que es la persecución de los escritores y artistas disidentes cubanos.

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Sabiendo que sus argumentos son débiles en cuanto a la libertad artística y personal en Cuba, Alea intenta convencernos –con estadísticas impresionantes– de los grandes avances sociales y económicos bajo el régimen castrista. Sin embargo, estas estadísticas son proporcionadas únicamente por el gobierno cubano y no son comprobadas por nadie, ya que no se permite una verdadera inspección. Un día, como ocurrió tras la muerte de Stalin y Mao, el fracaso del experimento marxista en el trópico se hará demasiado evidente.

Sin embargo, estamos de acuerdo con Alea en que nuestra película es un documento revelador de la miseria de sus autores. Recordando el comentario de Picasso a los ocupantes alemanes sobre su cuadro Guernica: “Fueron ustedes los que lo hicieron”, podríamos decir que el verdadero autor de Conducta impropia es el gobierno cubano, cuya miseria también alcanza al señor Alea.

A finales de los años cuarenta, cuando éramos muy jóvenes en La Habana, fundamos la primera sociedad cinematográfica, la Cinemateca de Cuba, que proyectaba clásicos. Todos los miembros de la junta directiva acabaron marchándose al exilio, todos menos el señor Alea. Él optó por someterse y convertirse en un empleado del Estado cubano, recibiendo un salario mensual para dirigir películas, así como para atacar las películas realizadas por sus examigos.

Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal

Manhattan

Nota del editor: Tomás Gutiérrez Alea no se hallaba disponible para emitir un comentario al cierre de esta edición. Su réplica aparecerá en un próximo número.


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