Cártel de ‘Conducta Impropia’, película emblemática del exilio cubano, Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros, dirs., 1984.

La réplica del cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea que reproducimos a continuación fue publicada en la edición del 2 de octubre del pasado año del diario neoyorquino Village Voice:

Hace unos meses pude ver en Nueva York el documental Conducta impropia de Néstor Almendros y Orlando Jiménez. El señor Richard Goldstein quiso conocer mis criterios sobre dicho filme para publicarlos en el Village Voice. De manera que llevamos a cabo una entrevista, y algunas de mis apreciaciones fueron publicadas en un largo artículo titulado “¡Cuba Sí, Macho No!” (Voice, 24 de julio de 1984). Hace unos días apareció en la misma publicación una respuesta de Néstor Almendros (Voice, 14 de agosto de 1984) la cual me obliga a mi vez, a tratar de aclarar algunas cosas.

Lo primero que dice Almendros en su artículo es que yo me vi obligado a atacar “oficialmente” su filme. Francamente, no entiendo el adjetivo (“oficialmente”) ni la conclusión que saca de todo esto. Es cierto que me sentí obligado a atacar el filme. Pero yo me encontraba solo en Nueva York. En esas circunstancias nadie podía obligarme a decir o a callar nada. Simplemente me sentí obligado a emitir criterios acordes con aquellos principios por los que he estado y estoy dispuesto a dar la vida. Quizás esto ya resulte muy difícil de entender para gente como Almendros y para tantos otros que hace tiempo se desembarazaron de los principios que alguna vez —bien lo recuerdo— parecieron sustentar sus vidas.

El filme, en cambio, sí se inscribe en una corriente “oficial” de la política estadounidense hacia Cuba. El filme alimenta esa corriente de opinión contra Cuba bien orquestada y bien subvencionada por los medios oficiales.

Me entero, por la respuesta de Almendros, que “el comandante Castro no aprobó [mi] último filme Hasta cierto punto. Parece que Almendros está muy bien enterado de lo que sucede en las altas esferas de este país. Sin embargo, también dice que “siguiendo la orientación de Castro, los críticos cubanos tuvieron que atacar a Alea y a su filme, aun cuando este había ganado el primer premio en el último Festival del Nuevo Cine Latinoamericano celebrado en La Habana”. Y eso no es enteramente cierto, pues algunos críticos la atacaron y otros la defendieron. Quizás a estos últimos no les llegó a tiempo la orientación. Quién sabe…

No menos pueril y malintencionada resulta su afirmación de que Almendros puede decir, sin temor de ninguna clase, que “admira mucho dos o tres filmes de Alea realizados bajo el régimen de Castro. En cambio, Alea no puede decir o escribir en Cuba que a él le gustó el filme El súper”. Sin embargo, lo he dicho públicamente en más de una ocasión y tengo a mano una copia de la entrevista que me hicieron en Puerto Rico donde digo, entre otras cosas: “El súper me pareció una película muy buena, yo diría que extraordinaria, muy reveladora y muy interesante”. (Viva de El Reportero, 21 de septiembre de 1983).

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Y me parece apropiada la ocasión para explicar que El súper es interesante porque ofrece una imagen reveladora de lo que es, en algunos aspectos, el exilio cubano en Nueva York: una familia cubana de esas que abandonaron su país después del triunfo de la Revolución aprovechando el ofrecimiento que les hacía el gobierno de los Estados Unidos de recibirlos “con los brazos abiertos”. Los más viejos no logran siquiera aprender a hablar en inglés y tienen que servirse de la hija como intérprete. Es un patético proceso de pérdida de identidad en el que los viejos tratarán de salvar algo viajando a Miami, más próximo y con un clima semejante a Cuba y más poblado por cubanos como ellos. El destino de la hija será presumiblemente convertirse en una “norteamericana”, pero de quinta categoría.

Cuando me reuní con León Ichaso en Nueva York para ver su otra película, aún no terminada, con Rubén Blades como protagonista, me di cuenta de que las esperanzas que dejaba entrever El súper de un cine que reflejara con un cierto nivel de autenticidad el mundo de los latinos en los Estados Unidos se habían frustrado. Crossover Dreams es un melodrama que sigue un esquema trillado y que pretende utilizar como gancho las canciones de Blades. León Ichaso me dijo que después que hicieron El súper mucha gente los tildó de procomunistas y que por eso tuvieron que cuidarse de seguir por ese camino. La historia es lamentable, pero reveladora.

Y ¿qué decir de la alusión que hace Almendros de La última cena? La última cena tiene precisamente todo lo que le falta a Conducta impropia: un enfoque histórico de nuestra realidad. Y La última cena arroja luz sobre el presente, porque se trata de una parábola sobre la hipocresía y sobre la utilización de la religión y de los más nobles principios para explotar al prójimo. Conducta impropia intenta ser un documento por medio del cual se pueda obtener una imagen “auténtica” de nuestra realidad aquí y ahora. Sólo que su falta de sentido histórico, su ausencia de contexto social no sólo determina su superficialidad, sino que convierte el filme en un documento revelador de la miseria humana de sus autores.

Por último, ¿cómo puede hablar Almendros de las “fuerzas militares que Cuba despliega por todo el mundo”? ¿Es que Cuba realmente puede llevar a cabo una política guerrerista, de agresión a otros países, una política imperialista? ¿No resulta un tanto exagerado todo esto? Por otra parte, si Almendros tiene tanta preocupación por los problemas que suscita el “despliegue de fuerzas militares”, ¿cómo es que no se ha manifestado nunca contra las bases militares que los Estados Unidos tienen diseminadas por todo el mundo, incluyendo una en nuestro país? ¿Ha dicho algo contra las intervenciones militares de ese país en tantos otros países? ¿Protestó por la reciente intervención en Granada? ¿Ha dicho algo sobre la amenaza para toda la humanidad que significa la carrera armamentista desatada por la actual administración estadounidense?

¿Por qué Almendros, al cabo de tantos años (emigró en 1961), después de haber recorrido un camino lleno de éxitos en el plano profesional, se presta para un juego sucio de tal envergadura? Es significativo el hecho de que en estos momentos, y coincidiendo con una política agresiva de la administración estadounidense hacia nuestro país, algunos intelectuales (y otros que a duras penas pueden ostentar ese calificativo) se han lanzado a una ofensiva “cultural” contra Cuba en la que se ponen en juego grandes recursos económicos de extraña procedencia. Es evidente que la mayor parte de estas personas no tiene otra cosa mejor que vender y pretende hacer una carrera con su anticubanismo. No es este exactamente el caso de Almendros, que ya hizo una carrera y está legítimamente bien situado en ese mundo. Sin embargo, en su filme aparecen reunidos casi todos esos personajes, esta vez centrando sus ataques a Cuba fundamentalmente en el tema del homosexualismo. Todo muy bien preparado. Y muy oportuno para satisfacer la demanda de un amo que los ha acogido “con los brazos abiertos”, pero que al mismo tiempo exige fidelidad a cambio de una buena recompensa.

Almendros sabe perfectamente que con medias verdades se pueden fabricar las más infames mentiras. Él sabe, por ejemplo, que la UMAP, los campos de trabajo donde fueron a cumplir el Servicio Militar una buena cantidad de homosexuales, fue un error y constituyó un escándalo que afortunadamente culminó con su desaparición y con una política de rectificación en ese sentido. Las UMAP duraron de 1965 a 1967 (no de 1964 a 1969 como dice Almendros en su artículo). Es decir, su desaparición data de unos diecisiete años. Sin embargo, en el documental se habla de eso como si se tratara de algo que ocurrió ayer o de algo que sigue vigente. Almendros sabe perfectamente que eso no corresponde a la verdad.

La imagen de nuestro país que nos ofrece a través de una anécdota rio en el que habría que creer “porque sí”, porque viene avalada por su prestigio, es ridículamente monstruosa. Almendros conoce y maneja los clisés más difundidos sobre Cuba, las mentiras más enormes, que de tanto repetirse aspiran a convertirse en verdad, como pretendía el viejo Goebbels.

El impacto emocional y el nivel de credibilidad que transmiten algunos de estos testimonios es suficientemente inquietantes para aquellos que fuera de Cuba los reciben a boca jarro, sin previo aviso, sin la información necesaria para poder valorar determinadas situaciones en su justa medida. La falta de información sobre el contexto histórico-social en que se ha de situar el proceso revolucionario es lo que permite a Almendros asestar lo que en boxeo se conoce como “golpe bajo”, y lo que nos lleva a calificar a su documental como un acto esencialmente deshonesto.

Cualquier norteamericano que haya estado en Cuba podrá desmentir al exguía de turismo que aparece en el filme y que habla de cómo tenía que llevar a cabo su trabajo en Cuba, y se presenta a sí mismo como una especie de “pastor” conduciendo el rebaño de turistas solamente por aquellos lugares que les era permitido observar. Desgraciadamente es el gobierno norteamericano el que cada vez pone más obstáculos para que los ciudadanos de ese país viajen a Cuba y vean con sus propios ojos nuestra realidad. Ellos mejor que nadie podrán decir si aquí les limitan su libertad de movimiento. Podrían comprobar con sus propios ojos si es verdad que en la calle no dejan transitar a hombres con el pelo largo o con una manera especial de caminar. Podrán, en fin, encontrar una respuesta a muchas de las inquietudes que el filme suscita.

¿Es que la llamada “homofobia” es un invento de la Revolución? ¿No existe aún en mayor o menor grado en el resto del mundo, y especialmente entre los latinoamericanos? Por cierto, una gran parte de la comunidad cubana de Miami, que no tiene nada que ver con la Cuba revolucionaria, rechazó el filme de Almendros porque sintieron que este sugería que la gran mayoría de los exiliados cubanos eran homosexuales. Sintieron cuestionada su “hombría”. Pero, ¿cómo se lucha contra semejante injusticia? En Cuba, por ejemplo, hace unos cinco años el Ministerio de Cultura editó un libro cuyo título es El hombre y la mujer en la intimidad. Su autor, Siegfried Schnabl, es un científico, sexólogo, sicólogo clínico, director del Centro de Consultas Sexuales y para Matrimonios de Karl-Marx-Stadt (RDA). En el libro hay un capítulo dedicado al homosexualismo en el que pueden leerse cosas como las que siguen:

No hemos incluido la homosexualidad entre las perversiones, ya que esta no excluye la comunidad que enriquece recíprocamente y satisface físicamente y síquicamente a dos personas. Además, entre homosexuales puede darse también el amor auténtico.

En lo que se refiere a la vida afectiva, las relaciones homosexuales no se diferencian de las relaciones entre mujer y hombre. […]

Los argumentos convencionales planteados para fundamentar la necesidad de aplicar leyes contra los homosexuales han sido refutados en su totalidad, por las investigaciones, por su falta de solidez.

Tampoco se justifica la imposición de penas y los prejuicios emocionales, que se sirven de lemas grandilocuentes como “vicio contranatura” y “contra la sana sensibilidad del pueblo”. Lo que hacen en privado dos personas adultas por acuerdo mutuo no lesiona las normas morales de la sociedad, y no existe razón alguna para proceder contra ello.

Los homosexuales, como cualquier ciudadano, tienen derecho a que se les valore y reconozca por sus logros objetivos y por su forma de comportarse.

Creo que es suficiente. Es importante señalar que los criterios antes citados aparecen en un libro editado por el Estado y cuyo propósito es educativo. Lo cual no quiere decir, por supuesto, que la publicación de un libro, por muy “oficial” que sea, haga desaparecer automáticamente un fenómeno social que arrastramos desde hace siglos y que tiene profundas raíces en nuestro pasado católico y español. Pero un libro como ese, donde se expresan entre otras cosas los más avanzados criterios científicos en relación con el homosexualismo, constituye sin duda un valioso instrumento de lucha que el Estado cubano coloca en manos de aquellos que hacen suya la causa de los discriminados, los marginados, los que sufren prejuicios u opresión de cualquier tipo.

En un momento de la entrevista que me hizo Richard Goldstein para el Voice expresé que “en medio de una batalla, uno no puede ponerse a discutir sobre estética u homosexualismo u oirás cosas”. Es decir, cualquier otra cosa que no tenga que ver con la necesidad inmediata de defenderse y de atacar al enemigo. Sostengo que en el orden de prioridades, en primer lugar está la necesidad de sobrevivir. Y para nosotros, país pequeño y pobre que recién comienza a salir de un atraso secular, esto se traduce en una evidente necesidad de armarnos y de organizamos militarmente para hacer frente a las constantes amenazas de un país poderoso y rico que es además uno de nuestros vecinos más próximos. Eso evidentemente marca límites en

nuestra capacidad para resolver otros problemas, lo cual no significa que no sean importantes y que también los afrontemos en la medida de nuestras fuerzas. También discutimos sobre homosexualismo y sobre estética y sobre los problemas de la mujer y sobre todo lo que afecta y limita la realización plena del ser humano. Pero estos son problemas que no se resuelven de un día para otro. Una sociedad comunista, el paraíso terrenal, ha de estar habitada por hombres mejores que nosotros en todo sentido. Pero somos nosotros desde aquí y en el tiempo que nos ha tocado vivir, con todos nuestros defectos, los que vamos construyendo poco a poco esa sociedad más justa. Pero no hay atajos en la historia. Somos conscientes de que nos queda un largo camino por recorrer, un tiempo prolongado de lucha contra un enemigo poderoso y contra los traidores que este acoge y alimenta.

Por eso, al leer la respuesta que me dirige Almendros por mi entrevista, no puedo dejar de sentir cierta tristeza al ver cómo aquellos que se fueron, los que abandonaron esta lucha por falta de confianza en nuestras propias fuerzas para transformar este país, los que se dejaron seducir por las riquezas y las comodidades que “con los brazos abiertos” les ofrecía el viejo amo, hoy se aferran al pasado y mantienen los mismos esquemas mentales en un desesperado esfuerzo por no perder totalmente su identidad. Quizás no se han dado cuenta todavía de que la gastada retórica anticomunista no les va a proporcionar la coartada moral que necesitan.

No es este el momento de hacer un recuento de todo lo que se ha logrado en estos veinticinco años de Revolución, pero creo que hay un dato ejemplar, revelador de una verdadera preocupación por el ser humano: en 1958, es decir, el año anterior al triunfo de la Revolución, la mortalidad infantil era superior a setenta defunciones por cada mil nacidos vivos.

El año 1982, la cifra se redujo a 17,3, la más baja de la América Latina. Y la esperanza de vida al nacer pasó de cincuenta y ocho años en 1958 a 73,5 en 1982. Si tenemos en cuenta que inmediatamente después del triunfo de la Revolución aproximadamente la mitad de los médicos con que contábamos emigró a los Estados Unidos, junto con una buena cantidad de profesionales de todo tipo y técnicos calificados, dejando al país en una situación verdaderamente crítica, creo que no hay duda de que se ha dado un salto gigantesco. No es esta ciertamente la situación de otros países de la América Latina. Recuerdo que el mismo día que asistí a la exhibición de Conducta impropia una de las noticias más importantes que apareció en el periódico daba cuenta de disturbios en la República Dominicana provocados por masas hambrientas que asaltaban mercados y eran reprimidas violentamente por la fuerza pública Antes habían estado apareciendo noticias similares con relación al Brasil. En un contexto como ese, se me hacía cada vez más inconsecuente —por no decir ridículo— el filme de Almendros.

* Este texto, originalmente escrito en español, fue publicado en inglés en The Village Voice. La versión que reproducimos apareció bajo el título “La conducta propia de los traidores” en Casa de las Américas, n. 148, La Habana, enero-febrero, 1985, pp. 182-185.


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