aborto
Fotograma de ‘Never, Rarely, Sometimes’, Always, Eliza Hittman dir., 2020

“Imagínate si las mujeres se ponen en huelga y no producen niños, el capitalismo se para. Si no está el control sobre el cuerpo de la mujer, no hay control de la fuerza de trabajo.” En esta frase de Silvia Federici, donde aparece la palabra capitalismo se podría poner también comunismo. En cada región de este mundo patriarcal, independientemente del sistema político-ideológico, donde el aborto sea prohibido lo que está en juego resulta el intento del poder por fiscalizar y reprimir la libertad de los cuerpos femeninos.

En días recientes, las mexicanas celebraron una decisión sin precedentes tomada por el Tribunal Supremo de esa nación, que llevará a la legalización del aborto, que hasta entonces solo era permitido en cuatro estados. Al mismo tiempo, en Estados Unidos el Departamento de Justicia presentó una demanda contra el estado de Texas ante una ley aprobada por el mismo, la que prohíbe interrumpir el embarazo después de seis semanas, y además permite a cualquier persona demandar a mujeres, médicos y a quien auxilie en un aborto. A finales de 2020, el movimiento feminista argentino logró que el senado de ese país aprobara la legalización del aborto, lo que constituye un hito gran victoria para las luchas de reivindicación en la región.

En América Latina y el Caribe países como El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y Haití tienen prohibido abortar. Por su parte Paraguay, Venezuela, Guatemala, Perú y Costa Rica solo autorizan la interrupción de la gestación en caso de que la vida o la salud de la mujer corran peligro. En ese sentido Chile, Colombia y Brasil incluyen para la autorización del procedimiento médico las variables de violación e inviabilidad del feto.

Estas menciones ilustran que no importa ideología política, ni diferencias culturales o supuestamente geográficas, el derecho libre y seguro al aborto es un tema por el cual las mujeres tienen que negociar y luchar cada día, exponiendo su propio cuerpo en la calle o hablando frente a una cámara.

Sujetos y objetos de derechos. Tres filmes sobre el aborto

Cuatro meses, tres semanas y dos días (Cristian Mungiu, 2007) de Rumanía, Medea (Alexandra Latishev, 2017) de Costa Rica y Never, Rarely, Sometimes, Always (Eliza Hittman, 2020) de Estados Unidos, son tres filmes en los que se expone la necesidad del aborto como derecho. En los mismos, se presentan tres miradas diferentes sobre el hecho de interrumpir un embarazo y las mujeres que lo deciden hacer. Lo que se impide con la prohibición del aborto no es la decisión soberana de las personas gestantes a practicarlo, sino la posibilidad de hacerlo en un sistema de salud y cuidados seguros. Se traza así una línea divisoria entre aquellas mujeres que pueden asistir a clínicas privadas costosas, ya sean en sus países, o que viajen a otros donde puedan intervenirse de formas más seguras; y las que deben recurrir a curanderos, lugares clandestinos, o simplemente resignarse a traer al mundo hijos no deseados, que serán la fuerza de trabajo que cita Federici.

Estas películas no solo hablan del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, sino de la falta de educación y derechos sexuales a la que son sometidas ya sea en 1987 –año diegético de Cuatro semanas…–, 2016 o 2020. La prohibición del aborto no es causa sino consecuencia y debe ser aplicable a cada mujer que lo desee.

Entre el comunismo y la Iglesia

En Cuatro meses, tres semanas y dos días, el rumano Mungiu intenta una deconstrucción de la feminidad desde el inicio del filme, a la vez que ubica en tiempo y espacio a sus personajes, quienes habitan la Rumanía de 1987, donde dos amigas intentan buscar una habitación para que una de ellas pueda tener un aborto lo más privado e ilegal posible. En la cinta, el personaje femenino que desea practicarse la interrupción, Gabita (Laura Vasiliu), no es sujeto de ella misma, es objeto político en tanto su situación sirve para ilustrar el sistema político en que vive.

El punto de vista del espectador se identifica con la cámara que sigue a la amiga Otilia (Anamaria Marinca), quien se convierte en una especie de guía turística de la ciudad, caminando por unas postales rumanas que se muestran enmarcadas en la apesadumbrada grisura de una ciudad en ruinas durante los últimos años del Gobierno de Nicolae Ceaușescu.

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En la Rumanía socialista donde viven Gabita y Otilia, el Estado es el vigilante represor y la Iglesia el vigilante moral en lo que a sus cuerpos y libertades se refiere. Así, el poder solo le ofrece la posibilidad de insertarle una sonda sin una atención médica segura. Dicho procedimiento es presentado por el “médico” Viarel “Domnu” (Vlad Ivanov) como un castigo, el cual Gabita debe pagar y además tener pleno conocimiento de su período menstrual y su tiempo de embarazo.

El enfoque de “favor”, clásico de los regímenes que se autonombran socialistas o comunistas en muchos asuntos de seguridad social, se personaliza en el filme junto a la relación Estado-individuo por el personaje de Dommu, quien ejerce esta relación de forma punitiva, pero a la vez rompe la ley; una legislación que no afecta a su cuerpo. Él remarca y regula la culpabilidad de la joven por “ponerse” ella misma en esa situación y además se aprovecha de ella no solo económicamente, sino también de manera sexual.

El Estado no está solo en la intervención del cuerpo femenino. La Iglesia apuntala la supuesta moralidad criminal del aborto, y en el filme en cuestión es uno de los detalles que la dirección de arte resuelve colocando un crucifijo en la cadena que lleva Gabita.

Cuatro meses… está narrado desde una posición político-partidista. Su director escoge ilustrar la situación de los dos personajes femeninos desde el punto de vista de Otilia, quien es claramente de inclinación liberal en su forma de vivir y pensar: no es temerosa del poder, pues constantemente lo está desafiando, ya sea enfrentándose a una simple carpetera de hotel, ya al propio médico, o faltando a clases. Además, es capaz de sacrificarse por su amiga embarazada no solo acompañándola, sino que mantiene relaciones sexuales con el médico en contra de su deseo para que este le practique el procedimiento a Gabita.

Otilia no solo es una ilustración de la sororidad, sino que es la metáfora del pueblo rumano que desea escapar del poder de entonces, y para lograrlo es capaz de hacer grandes sacrificios, de ahí el enfoque militante del filme en cuanto a los cuestionamientos del sistema político imperante por esos años.

Luego de la escena del procedimiento médico el punto de vista en el filme cambia por unos momentos, y la subjetividad de Gabita es la forma de mostrar otra vía de ver y elogiar a Otilia. En ese sentido, la mujer no es en el filme un sujeto, sino un objeto político, en tanto la situación personal que vive Gabita es la excusa para discursar sobre un determinado poder, aunque a la vez pone en evidencia que más allá de las ideologías y partidos, el patriarcado es la forma de estructura social que nunca permitirá la total libertad de las mujeres.

Medea, la reapropiación de un mito

Aun bajo el más duro patriarcado, las mujeres y los sujetos oprimidos en sentido general buscarán rebelarse y liberarse. Ese es el caso del mito de Medea quien, desde la mitología clásica occidental, pasó de encarnar a la mala madre a ser reivindicada por los estudios feministas como la reinvención de la mujer más allá del “deber ser” que la sociedad le impone.

“A mi parecer, nuestra sociedad actual no difiere de manera significativa respecto a la griega y romana en lo que concierne a cómo se reproducen los términos de las relaciones de poder entre hombres y mujeres. En aquel momento las mujeres no eran consideradas sujetos políticos, no podían acceder al ágora; hoy, por poner solo un ejemplo, las mujeres no somos soberanas de nuestros cuerpos al no poder acceder al aborto legal”.[1] Este fragmento de un ensayo de la activista Noe Gall, ilustra la hipótesis que la cineasta Alexandra Latishev plantea en el filme Medea (2017).

La carga simbólica del mito se transfiere al personaje de María José (Liliana Biamonte), quien ya aparece desde el inicio del filme con una barriga visible, pero que para ella no representa la importancia vital que puede significar para la media de las personas gestantes. María José no siente el estado de excepción o iluminación, o incluso de enfermedad, que significa el embarazo, culturalmente hablando.

Embarazo y maternidad son dos conceptos estrechamente ligados en la visión judeocristiana y es esta relación la que argumentan las personas antiaborto para negarlo como procedimiento legal, pues para ellas desde el mismo momento en que una mujer conoce su condición de gestación, ahí ya existe un ser vivo, e inmediatamente la persona gestante tendrá instintos maternales, de acuerdo también a una lectura especista y biologicista del ser humano.

La discusión sobre el aborto lleva aparejado el debate sobre la noción cultural de maternidad. La maternidad es un hecho que debiera ser una decisión personal, pero se convierte en una situación políticamente sagrada, que tiene su origen solo en el hecho biológico de que las mujeres cis tengan la capacidad de gestar, y por ello deberán sentir inmediatamente el deseo de convertirse en madres.

En ese sentido, la protagonista del filme Medea considera su estado una situación física por la que está atravesando momentáneamente. Su recorrido dramatúrgico y desenvolvimiento dentro de la película no contempla para nada la maternidad.

Si Simone de Beauvoir dijo hace más de medio siglo que mujer no se nace, sino que se aprende a hacerlo, pues lo mismo ocurrirá con la maternidad: madre no se nace, se hace, y no necesariamente en el momento exacto en que se conoce la gestación de una criatura.

Desacralizar la maternidad, o más exacto aún, evaluarla en su justa medida, es uno de los elementos más fuertes en la deconstrucción del sistema patriarcal, pues el embarazo y la maternidad constituyen dos de los roles concebidos como obligatorios para las mujeres cis dentro de la sociedad.

Medea aborda también el desprecio al cuerpo que sufren las mujeres que se embarazan. Contrario a la romantización e idealización del cuerpo femenino gestante, de esa panza gigante que simboliza la vida, cada vez que María José se sitúa delante de un espejo desnuda o semidesnuda, no solo está presente el rechazo terminante a su situación actual sino el descontento con los cambios físicos que sufre su cuerpo.

La relación entre las mujeres y sus cuerpos suele ser difícil todo el tiempo. Debido a los patrones de belleza y la búsqueda constante de una perfección, la aceptación de los cuerpos femeninos para con sus portadoras es compleja y se puede agravar durante el período gestacionario, pues en este momento en particular los cambios físicos que se experimentan son invisibilizados debido a esta romantización. Así, el enfrentamiento del yo público de María José –que no porta para los otros su condición de embarazada– con su yo privado –completamente barrigona– es una oposición que no solo sirve para hablar de los cambios corporales sino de lo que la sociedad exige de la mujer embarazada a partir de estos.

Volviendo al mito original, Medea no solo termina rebelándose contra su rol de mujer/madre asesinando a sus hijos, sino que desde su inicio este personaje comienza traicionando a su patria al escaparse con Jasón, así “deja entrever una dimensión de lo femenino encubierta y reprimida por la cultura: esto es la apropiación de los deseos sexuales y la expresión activa de la agresión y la fuerza de voluntad, cuya emergencia en el personaje de Medea da origen a un desenlace igualmente trágico y paradójico”.[2]

Pues a las mujeres no solo se les ha privado de sentir y expresar deseo sexual u otras pulsiones y desbordes en su vida normal, sino que estas prohibiciones se hacen aún más latentes durante el embarazo y la maternidad, quedando justificados en muchos productos culturales.

Por ejemplo, dentro de los clichés románticos audiovisuales que se han explotado como recurso dramatúrgico para comunicar que un personaje femenino se encuentra embarazada, está la clásica escena donde se le brinda una bebida alcohólica y ella extrañamente la rechaza. En las comedias románticas las mujeres embarazadas se ven rechazadas sexualmente por su pareja ante el peligro de que el feto sufra los “impactos” de una relación con penetración.

En el filme de Latishev, esas situaciones incómodas se convierten en reivindicaciones de su personaje, y a la vez declaraciones explícitas de que a María José no le interesa la maternidad. Cada sorbo de cerveza que ella comparte con sus compañeras de universidad o con su pareja, implica el rechazo a su situación actual.

Contrario a Cristian Mungiu, Alexandra Latishev convierte a su personaje femenino en sujeto de su destino. Aun cuando enfrente rechazos por su estatus, como el sexual, la estudiante de antropología lucha hasta el final por autodefinirse como mujer, con deseos, vicios y aspiraciones.

Se ha enfatizado mucho en ver el aborto como el asesinato de una vida humana, cuando en realidad es el desprendimiento del interior del cuerpo gestante de un elemento íntimo que no se debe apresurar en clasificar prontamente como un sujeto otro. En Medea, el plano detalle de la sangre en el piso luego de que María José tiene su aborto en la casa lo demuestra.

Abortar no es un proceso sencillo, dependerá mucho del tiempo de gestación, por lo que la posibilidad de llevar a cabo esa decisión de forma segura no debe estar en el poder de nadie más que la persona gestante, pues más que otro ser humano formado, lo que está dentro del útero es carne y sangre de ella misma. No legalizar este proceso solo lleva a que se practique con inseguridad, quitándole la posibilidad de tratar y discursar sobre las consecuencias psicológicas que tiene para las mujeres.

Latishev obliga a los espectadores a mirar o admirar a María José y su decisión, sin victimizarla por el difícil proceso que atraviesa. Medea muestra que una vez que la persona ha decidido abortar, nada ni nadie podrá detenerla, solo le queda a las personas, instituciones y estructuras del poder facilitárselo para que en esa decisión no le vaya la vida.

La determinación de las mujeres es una cualidad que el sistema castiga, tal como el mundo condenó a Medea por su decisión a la autorrealización a través de la renuncia a la vida de sus hijos. A María José la determinación a no ser madre la llevó a un aborto inducido y con el mismo a resurgir desde el dolor en el proceso. El rapado final de María José no significa tanto una imposición violenta como la renuncia a ciertos elementos de la feminidad para reinventarse una nueva.

Never, Rarely, Sometimes… but always un derecho

Las conquistas de las luchas feministas se remontan hasta el derecho de la mujer al voto, y con ello la oportunidad de tener una vida pública más allá del hogar, pero a pesar de que cada logro ha sido alcanzado con trabajo y reafirmando la naturaleza de un derecho legítimo para los habitantes de la mitad del planeta, cualquier avance de las mujeres en el mundo siempre padece el peligro del retroceso, en ocasiones bajo la justificación de la moral cristiana, en otras bajo la excusa de la democracia.

¿Pero cuán democrática puede ser una nación si las leyes que se aplican en esta bajo el modelo federal pueden privar de la vida a una persona? Este es el caso de los países denominados liberales como México o Estados Unidos.

La referida intervención de la Corte Suprema estadounidense en la decisión judicial del estado de Texas es solo una muestra de que, aun cuando el aborto sea un derecho reconocido a escala nacional, siempre se someterá a plebiscito al interior de los estados que componen el país. Mientras esto sucede, las mujeres tienen las oportunidades de trasladarse a otros estados con políticas públicas más seguras para abortar, pero no todas las personas que se encuentren en esta situación tendrán la oportunidad del traslado, de hacer ese viaje físico y metafórico que implica la decisión de abortar que toma Autumn (Sidney Flanigan), protagonista de Never Rarely Sometimes Always.

Las mujeres aprenden unas de las otras, especialmente de sus madres, qué se puede entender como maternidad. Además de ese rol, las mujeres asumen el de cuidadoras en el hogar, donde cada miembro de la familia parece incapaz de cuidarse solo. Así se crean dinámicas donde la madre, además de cuidar a la descendencia, cuida del padre, de los familiares más allegados como los abuelos, incluso hasta de las mascotas.

La protagonista de la cinta comienza a observar esta atmósfera, una situación que desde las primeras escenas le reafirma su decisión de abortar. Para describir visualmente estas acciones, la mirada del filme establece un nexo entre el ambiente externo que rodea a Autumn y sus pensamientos, los cuales son expuestos casi al mismo tiempo.

En Never Rarely… el discurso sobre la apariencia y el doble rasero que tiene el tema del aborto en algunas ciudades estadounidenses se concentra en el rostro de los personajes. En cada plano medio de los lugares donde reciben a la joven está casi toda la atmósfera del filme y del tema que trata.

El cambio drástico que presupone el embarazo y también la decisión de abortar, en las personas gestantes, es asimilado y reflejado metafóricamente con otras modificaciones en los cuerpos de María José (Medea), quien luego de abortar se rapa, y en el de Autumn, que al inicio se coloca un piercing en su nariz. La correlación de estas acciones implica un remarcado en que todas: el pelo, los orificios, el aborto, ocurren en el cuerpo de las mujeres, por tanto es su legítimo derecho a practicarlo. Para ambos personajes es una pequeña acción para sentir que tienen el control sobre sus cuerpos y la situación que enfrentan.

En el caso de Autum, la escena del piercing casi obliga a los espectadores a apartar la mirada de la pantalla. Esto pudiera representar una acción clara y sugerente de lo que hacen las personas antiabortistas luego de lograr sus objetivos, y la criatura sale del vientre sin las condiciones necesarias para tener una vida plena.

La prohibición del aborto es el tema que motiva estos filmes, pero no es tratado aisladamente de otras violencias hacia las mujeres. El acoso, la violación, son parte de las subtramas sobre todo en Mungiu y Hittman. Aún desarrollados en épocas e ideologías aparentemente diferentes, son parte de la sistematicidad con la que a las mujeres se les violenta y priva de derechos constantemente. No obstante, la denuncia que se hace de esto no coloca a los personajes en posiciones victimizantes y lastimeras, sino que plantea la denuncia de las situaciones desde la dignidad de sus propios personajes.

María José como la Medea que es, enfrenta sus decisiones sola, pero en el caso de Gabita y Autum, la sororidad es una de las actitudes que impulsa los filmes de los que son protagonistas. Cada personaje que decide abortar cuenta con la suerte de tener una amiga que hará hasta lo más difícil, como lo es dar su cuerpo a un hombre no deseado para ayudar a la otra. Las relaciones de las mujeres en el audiovisual y la cultura, en sentido general, a menudo se plantean desde la competencia, pero cada vez es más usual que la unión entre mujeres sea reflejada como una realidad y una propuesta para enfrentar el sistema patriarcal.

Para el mundo judeocristiano la maternidad y el embarazo son elementos sagrados, y las personas que deciden llevarlos a término se convierten en importantes solo por esto; pero en el momento exacto en que una mujer elije interrumpir el embarazo o se niega al rol de madre, es calificada de puta. Así tildan a las protagonistas de Cuatro meses… y Never Rarely… El doble rasero de juicio y prejuicio con el que son juzgadas las mujeres ante estas situaciones es otro de los mecanismos para negar y no reconocer el derecho al placer femenino, y solo enfatizar en su función reproductiva.

Otro de los elementos que resalta el filme estadounidense es que la legalidad del aborto es imprescindible, pero no es lo único que se debe hacer para que sea un procedimiento seguro. La doctora Beth (Mia Dillon) que atiende a Autumn sabe que el aborto es un derecho que ella tiene, y por ello debe hablarle sobre el proceso, pero lo exagera, la intimida al respecto, por lo que la legalización del aborto en donde aún no lo sea es solo el primer paso de un largo proceso en el que las políticas públicas deben estar encaminadas a informar y proteger a las mujeres de malas prácticas en cuanto al mismo.

En ese sentido, la película muestra el deber ser de una práctica del aborto seguro, cuando Autumn llega a New York. En este último segmento del filme, la fotografía busca establecer un punto de vista empático con la joven al reflejar algunas sensaciones que todos los seres humanos han sentido alguna vez en una visita al médico, como la aplicación del gel en el cuerpo para un ultrasonido. A la vez, tampoco la directora abandona su denuncia al mostrar los moretones en el cuerpo de la chica producto de los golpes que se autoinfligió en el estómago para provocarse un aborto.

La contraposición de expresiones faciales y diálogos de las dos últimas especialistas que atienden a Autum con respecto a la primera, es casi pedagógico. De una manera natural y minimal, la directora muestra una de las formas en que debería practicarse el aborto. Esta construcción didáctica sirve para, de forma efectiva, recorrer un ciclo de violencia invisibilizada que ocurre en los espacios privados, como es la negación del derecho a una sexualidad libre y plena por parte de las mujeres. Esta libertad debería marcarse en la casilla de always según el cuestionario que se expone en la cinta.

El aborto: personal e intransferible

Las tres protagonistas de estos filmes se encuentran en un momento de sus vidas donde, aunque tienen cierta independencia económica, no conviven solas. Por lo que a la decisión de abortar se suma la opción de no hacer a los padres partícipes de la misma. Conclusión lógica si lo que se disponen a hacer está penado por la ley y criminalizado por la moral social. El aborto es percibido en muchas familias, como cualquier otro tema o acción relacionados con el sexo, como un tabú.

La sensación de que Gabita, María José y Autum están pasando por algo tan íntimo pero a la vez bochornoso y difícil, las lleva a no contárselo prácticamente a nadie. El único caso en el que la figura de la amiga lo sabe desde el inicio es en el filme rumano. Para la joven costarricense nadie lo sabe ni lo percibe, y para la estadounidense su amiga Skylar (Talia Ryder) lo descubre al notar algunas ausencias al trabajo y su malestar.

Esta sensación de culpa es reforzada en cada filme, pues nunca sus personajes femeninos se refieren al proceso por su nombre. Siempre queda ese suspenso y los diálogos rondan alrededor de los preparativos, pero nunca ninguna de las tres menciona la palabra aborto, así como tampoco las amigas.

Recientemente, en la provincia argentina de Salta, donde el aborto se legalizó después de una dura lucha en diciembre de 2020, una doctora fue detenida algunas horas por haber practicado supuestamente un aborto en contra de la voluntad de la paciente. La especialista fue apresada por la supuesta denuncia de un familiar de la joven atendida. Liberada al poco tiempo por la presión popular y porque se demostró que no se incumplió ninguna legislación vigente, este hecho es una muestra de cuántas personas están opinando e influyendo sobre una decisión personal e intransferible.

Para reforzar esta idea las tres películas apelan generalmente a una visión intimista del tema. El derecho al aborto se ha convertido en un asunto de interés público porque para que vuelva a hacerse privado e individual se debe reconocer que a la maternidad se le ha asignado un rol económico dentro del patriarcado y que bajo la idea de conservación de la especie se encuentra el mantenimiento de un estado de cosas al cual muchos individuos privilegiados no están dispuestos a renunciar.


Notas:

[1] Noe Gall: “Medea como una figuración feminista. La reivindicación de la mujer en la tragedia de Séneca”, Badebec. vol. 6, n.o 12, marzo 2017, pp. 278-305.

[2] Paulina Pávez Verdugo: “Medea en la encrucijada. Entre la autoafirmación y el autosacrificio: una metáfora de la subjetividad femenina en pugna”, Punto Género, n.o 2, octubre de 2012, pp 183-198.

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