García Márquez posa con el ojo amoratado delante del fotógrafo Rodrigo Moya Moreno, dos días después de que Mario Vargas Llosa le asestara un puñetazo
García Márquez posa con el ojo amoratado delante del fotógrafo Rodrigo Moya Moreno, dos días después de que Mario Vargas Llosa le asestara un puñetazo

Para el crítico, para el chismógrafo de oficio, para el lector más o menos aficionado a las biografías, hay preguntas que nunca se resolverán. ¿Por qué a los Hemingway les gustaba tanto la sopa de caguama que congelaban en Finca Vigía? ¿Cuántas noches seguidas lloró Isabel Allende después de que Bolaño la llamara “escribidora”? ¿Para qué quería una barba y un bigote Julio Cortázar?

Con la novela Los genios (Galaxia Gutenberg, 2023), Jaime Bayly trata de despejar una de esas incógnitas, que no por banal deja de ser electrizante: ¿Qué le hizo Gabriel García Márquez a Patricia, la mujer de Mario Vargas Llosa, para que, en 1976, tras dos años sin verse, el peruano dejara noqueado al colombiano con un gancho rabioso?

García Márquez falleció en 2014, dejando la memoria de ese día en una foto —ojo amoratado, sonrisa nerviosa bajo el bigote— en un apurado acto de exhibicionismo; Vargas Llosa acaba de recibir, en la Academia Francesa, el rango de “inmortal”. Es una de las trompadas más célebres de la historia —expresión física del boom— pero ambos establecieron una suerte de pacto tácito para no explicar a nadie el asunto. Hasta ahí lo que se sabe.

¿Pero qué le hizo Gabo a Patricia? En 1976, García Márquez y Vargas Llosa tenían todo un espectro de razones para odiarse. El tejido de antipatías tenía un punto cero en el tiempo y el espacio: La Habana, 1959. La enamoradiza izquierda global había reconocido en Fidel Castro a su santo patrón, y desde el joven Piglia hasta Sartre veranearon en el trópico, invitados por Casa de las Américas.

Imagen de cubierta de 'Los genios', de Jaime Bayly
Imagen de cubierta de ‘Los genios’, de Jaime Bayly

Cuando la Seguridad del Estado arrestó a Heberto Padilla en 1971, se aguó la fiesta, pero Castro —lo dice Bayly y lo confirma Jorge Edwards en Persona non grata— tomó sus precauciones. Cada casa de protocolo, cada oficina diplomática, cada motel de putas, estaba mejor equipado con cámaras y micrófonos que un estudio de televisión. Que Castro vigilaba con la eficacia de un voyeur a los extranjeros, para que no se salieran del carril, es cosa sabida. Parece, según Bayly, que el archivo de habaneras de Gabo era uno de los mejor surtidos.

Chantajeado o no, García Márquez fue hasta su muerte el mejor amigo de Castro. Largas temporadas en Cuba, recetas y café compartidos, libros, mitos, risotadas, retratos de familia: el beneficio fue mutuo y al éxito del colombiano, atizado por el prestigio revolucionario, no le llegó nunca la mala hora.

Por otra parte, la vida de Vargas Llosa en los setenta comenzaba a parecerse a un novelón sentimental que Bayly no desperdicia. Divorciado de su tía política, casado con una prima, ya había escrito un par de obras maestras y se enfrascó en filmar Pantaleón y las visitadoras. Goloseaba a las mujeres en el set, calibraba el busto de sus actrices, les afeitaba candorosamente el pubis, pero en el fondo —el cuarto cerrado para escribir— lo amargaba no ser Gabo, el dios que inventó la literatura.

Fueron, como se sabe, amigos y vecinos en Barcelona, bajo el amparo de Carmen Ballcels, que los llevó a discotecas y ferias del libro con la misma dedicación. La única advertencia que les hizo Mamá Grande fue no meterse en política y atenerse a sus mujeres: Mercedes Barcha y la “primita” Patricia. Pero el magnetismo de La Habana, de Castro, de las visitadoras, de los espías y habladores, fue irresistible.

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Los genios relata, en capítulos cortos y folletinescos, pero muy entretenidos —con todo lo bueno y lo malo que entraña la palabra—, la colisión de dos hombres difíciles. La ficción es su patente de corso. Bayly, perro viejo del periodismo, no comete la inocentada de afincar su novela “en hechos reales”. Hay unos nombres y unos años, varios países y —sólo quizás y al final— una explicación plausible al puñetazo que, tras muchos años de putas, emulación y amistad, puso punto final al idilio del boom.

¿Qué le hizo Gabo a Patricia? ¿Cuánto le costó a Elena Poniatowska el filete crudo que colocó sobre el ojo de García Márquez para aliviarle el dolor? ¿Qué cara puso Mercedes cuando vio a su marido como un guiñapo indefenso? ¿Qué tienen que decir los vivos —y el “inmortal”— sobre la novela? Según Bayly, Vargas Llosa no ha leído el libro, pero ya dio su diagnóstico: “Seguro cuenta un montón de mentiras”. Sonriendo, el autor de Los genios no lo niega: “Es una observación irrefutable”.

García Márquez posa con el ojo amoratado delante del fotógrafo Rodrigo Moya Moreno, dos días después de que Mario Vargas Llosa le asestara un puñetazo
García Márquez posa con el ojo amoratado delante del fotógrafo Rodrigo Moya Moreno, dos días después de que Mario Vargas Llosa le asestara un puñetazo
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