La argentina ‘Karnawal’, entre las óperas primas que competirán en el Festival de Cine de La Habana

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Fotograma de ‘Karnawal’, Juan Pablo Félix, dir., 2020

En los últimos años, la competencia de óperas primas del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano ha llamado particularmente la atención. Los realizadores que se estrenan en el largometraje de ficción se presentan con obras cada vez más ambiciosas, películas irreverentes en sus planteamientos estilísticos, que desafían toda estandarización de la industria audiovisual, y de una madurez asombrosa en sus planteamientos discursivos. Karnawal (2020), dirigida por el argentino Juan Pablo Félix, es uno de los títulos que integran la competencia de óperas primas de la edición 42 del evento habanero. Y, por supuesto, uno de los que ponen en evidencia los altos estándares alcanzados por el cine latinoamericano y la reciedumbre con que emergen los nuevos autores.

De entrada, en su condición de ópera prima, Karnawal resulta de especial atención por la solidez dramática con que se construye la historia y, en estrecha relación, por la agudeza con que se atienden problemáticas tan caras a la realidad de América Latina. Juan Pablo Félix se detiene, con un mínimo de recursos expresivos y con un guion muy bien estructurado dentro de los códigos clásicos de la narración, a observar las dinámicas de una familia residente en la zona fronteriza de Argentina con Bolivia. Más puntualmente, la película se ocupa de la devastación de ese entorno filial y del futuro incierto del más joven de sus miembros en un contexto plagado de violencia, precariedad ética y crisis material.

Lo más destacable (e interesante) del guion es que no se deja tentar por el retrato sociológico de ese clima. En lugar de priorizar la denuncia cívica y la crítica política, la escritura se pone en función de que los enrevesados y oscuros vínculos interpersonales, las diferencias y colisiones entre los miembros de la familia, adquieran una cualidad dramatúrgica autónoma que contribuya al enriquecimiento estético del filme. De este modo, la entrada en el universo familiar se convierte en una forma de hilar la construcción genérica del filme, uno en el que destacan, sobre todo, elementos del thriller, del suspense y del cine de acción.

El protagonismo de Karnawal recae sobre Cambra, un adolescente que aspira a convertirse en bailarín profesional de Malambo, danza folclórica de los gauchos. La trama se desenvuelve en torno a este joven, agobiado por la incertidumbre que rodea su vida. Pero Cambra no es un personaje que a la película le interese desarrollar en términos psicológicos; él es una suerte de abstracción que sirve de receptáculo de las tensiones que rodean a sus padres. Este muchacho deviene, de algún modo, un personaje símbolo, la representación de una juventud latinoamericana abandonada a la orfandad, condenada a un destino trágico, amordazada por su escasez de posibilidades.

Cambra vive con la madre y su amante, un hombre a quien apenas tolera, deseoso como está por ver a su padre nuevamente. Cuando por fin consigue reencontrase con este –quien ha obtenido permiso para salir por unos días de prisión, donde lleva algo más de ocho años–, deberá enfrentarse a una personalidad muy diferente a la de sus expectativas. No sólo descubre que su padre es un violento delincuente, sino que este no tiene demasiado interés por él. Al salir de prisión, El corto –como se conoce al personaje–, llama a la madre de Cambra para que, junto a su hijo, salga de inmediato a su encuentro. Sin darle demasiada importancia a los ensayos de malambo del muchacho, quien se prepara para competir en un evento definitorio que le permitiría cumplir sus sueños, este hombre los sumerge a ambos en las oscuras redes de un negocio de estafa que desemboca, de forma inevitable, en la catástrofe.

Durante el reencuentro familiar, resuelto con un elocuente manejo escénico y una sorprendente movilidad en los tiempos de exposición, la realización se detiene a observar el desenvolvimiento de la familia, las difíciles relaciones entre los progenitores de Cambra y el peso que dejó en el muchacho la prolongada ausencia paterna. Y en ese proceso, el joven viaja, una y otra vez, del desamparo que sufría en la casa de su mamá a la desilusión que le produce el encuentro con su padre.

Karnawal está filmada con todo el aliento que demanda esta pesimista historia. Sobre todo, la fotografía sumerge el argumento en una atmósfera grave, sombría, que hace que se perciba al nivel de la imagen la incertidumbre y la zozobra que abrazan a los personajes. El uso de tonos bajos en la iluminación, así como la exposición directa del descalabro social y la precariedad de las calles y los ambientes, tributan a la fuerza expresiva del filme. Pero el rubro que adquiere mayor contundencia es la instrumentación escénica y narrativa de la expectación como recurso narrativo. Si en los primeros minutos del argumento hay una tensión que rodea el entorno, un desasosiego que mantiene en constante introspección a Cambra, después de la entrada de El Corto en escena, sobre todo en el bloque final, se instala un malestar en la película que invade el comportamiento de los personajes (lo mismo a nivel físico que emocional); a tal punto es así, que la película pasa a ser un thriller con atención a cada una de sus convenciones genéricas.

Karnawal es sin duda una ópera prima sólida, con un inteligente trabajo de puesta en escena y de dirección de actores, que sirve a Juan Pablo Félix como una excelente carta de presentación.

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