El cortometraje cubano ‘Los cimarrones’ participa en el Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse

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Fotograma de ‘Los cimarrones’, Damián Sainz, dir., 2021

El realizador cubano Damián Sainz se ha consagrado a un cine interesado en las identidades “diferentes” y sus relaciones con los entornos sociales en que se inscriben. Más recientemente, ha consumado una postura cuir que aprehende el imaginario y los tensos contextos cívicos de los individuos marcados por su color de piel y su sexualidad. Las expresiones de marginalidad que experimentan estos sujetos son centros (de indagación y denuncia) que alimentan en este minuto las inquietudes creativas de este realizador. El interés por fijar en la representación audiovisual las facultades de estos sujetos y las problemáticas que los circundan ha conducido a Sainz a ensayar formas de representación capaces de hacer justicia ética y enaltecer al conjunto de estas subjetividades.

Los cimarrones, el más reciente cortometraje de Damián Sainz, se encuentra participando por estos días en el Cinélatino-Rencontres de Toulouse, que el pasado 19 inició su edición 33, la cual se extenderá hasta el 28 de marzo. Este filme consuma un cruce verdaderamente interesante de las subjetividades negra y homosexual. Cuenta una anécdota mínima, tanto en términos de metraje como de acción dramática, pero de un amplio y contundente potencial discursivo.

Orestes, un hombre negro de mediana edad, camina por un bosque en plena noche en busca de su hermano Damián. Dos momentos resultan fundamentales en su recorrido. Primero, el encuentro / enfrentamiento que tiene con otro negro, ataviado con un machete como él y sin camisa, que huye en busca de su palenque, según se le escucha decir. Segundo, los planos previos al encuentro con Damián; un recorrido en el que Orestes llega a contemplar entre los árboles a algunos hombres –en los créditos se identifican como “sátiros”– que ofrecen sus cuerpos, tienen sexo entre ellos o se le insinúan eróticamente. El espacio recorrido por este personaje se revela entonces como una zona de encuentro, un sitio periférico que acoge a estas personas y las protege de la presión social y de la exclusión que coarta su libertad erótica.

Lo más interesante del cortometraje es su distanciamiento de una retórica sentenciosa y su renuncia a malabarismos del lenguaje para edificar el discurso. Desde Batería (2016), se aprecia ya un depurado trabajo por parte de Damián Sainz respecto al tratamiento del espacio como un agente narrativo esencial. En Los cimarrones, el bosque y el entorno nocturno generado por la comunidad gay que se da cita en el lugar son la mejor metáfora del desafío que estos individuos constituyen para cualquier ámbito sociocultural.

A Orestes se le hace difícil el tránsito por medio de la tupida vegetación, abrirse camino hacia su hermano es descubrir una realidad ajena a sus ojos, es desbrozar un camino de aceptación. Aquí el tratamiento visual resulta audaz, las composiciones extraen sentido de las imágenes de los cuerpos “sátiros”, unos cuerpos prestos para el goce, que pueden, protegidos de la opresión social, experimentar a plenitud, evocar y hacer valer su deseo. Sin dudas, estos minutos previos al encuentro de Orestes con su hermano resultan los mejores fotográficamente, pues la cámara consigue registrar con placer y azoro el ofrecimiento, la lujuria de unos cuerpos liberados de la asfixia que decide su diferencia.

La entrada de Orestes en el bosque es también un acceso a su propia subjetividad. Cuando él se cruza con el anciano cimarrón, se escuchan los ladridos de algunos perros y los pasos agitados de unos posibles rancheaderos. Con esa superposición temporal que trae la Historia al presente, Sainz consuma una licencia de elocuente fuerza dramática. Además de exteriorizar los temores que sobre su propia diferencia experimenta Orestes, hace resonar la condición de cimarronaje que pesa todavía hoy sobre el cuerpo y la memoria del sujeto negro. Pero el sentido asume otra dirección: más que a la condición de fugitivos, a cuanto apunta el cimarronaje es a la capacidad de resistencia y de defensa de su identidad por parte del negro y del homosexual.

El palenque es el bosque, donde todas esas personas ahí reunidas pueden disfrutar un instante de libertad. Orestes mira asustado a su hermano, como miró antes al cimarrón, porque está aún por asumir su verdad. Damián, entre tanto, es capaz de protegerlo cuando la policía, el cuerpo de la autoridad, irrumpe en el lugar. La policía viene entonces a representar la satanización de esa diferencia, la faceta salvaje de una historia de racismo, homofobia y exclusión del diferente; ellos son, en la actualidad, los nuevos rancheadores.

Los cimarrones está dirigido con un naturalismo expresivo que dinamiza formidablemente el plasma discursivo. Damián Sainz echa mano de un lenguaje contemporáneo que sabe hablar al espectador sin impertinencias sociológicas y sin subordinar nunca la eficacia del específico cinematográfico. El desenfado con que bailan los dos hermanos al ritmo de una canción de reguetón, en el epílogo de la película, la frescura y la espontaneidad con que dialogan sus cuerpos, representa la satisfacción que proviene de aceptar la diferencia.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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