El problema de la opresión hacia los gais en Cuba siempre asesta un golpe en los nervios ya de por sí a flor de piel. Los escritores reacios o incapacitados para establecer la conexión entre la fuerte y con frecuencia violenta hostilidad hacia los homosexuales en nuestro país y el sistema económico y político en el que se enconan estos tipos de prejuicios, se muestran muchas veces ansiosos por entablar conexiones entre la opresión antigay en Cuba y el mal categórico del comunismo. Paralelamente, los gais de izquierda se hallan frente al hecho desmoralizante de que la reorganización de la sociedad por medios revolucionarios, en la práctica, no siempre conduce a una sociedad más justa y libre, sino solo a una recodificación de los mismos valores burgueses contra los que se hizo necesario hacer una revolución.

Conducta impropia, un documental de Néstor Almendros y Orlando Jiménez-Leal, servirá sin dudas para convencer a los anticomunistas entre nosotros de que siempre han tenido razón. La película consiste en una serie de entrevistas con 28 exiliados cubanos que se intercalan con imágenes de archivo de los primeros días de la Revolución cubana, con tomas de multitudes en La Habana y en los barcos del Mariel, así como con varias apariciones del propio Fidel Castro quien preside todo con su ominosa presencia. Desgraciadamente, la película no contiene un análisis de los sistemas políticos, ni de la naturaleza de la opresión contra los homosexuales, ni de la historia de Cuba, ni de ningún otro aspecto que la hubiera salvado de ser no más que una diatriba anticomunista.

Almendros y Jiménez-Leal han acumulado como principal fuente de evidencia los testimonios de hombres y mujeres que han elegido salir de Cuba y vivir en cualquier otro lugar fuera de ella: unos cuantos escritores, un travesti, algunos estudiantes, un peluquero, un doctor, un sociólogo. La retórica común de este grupo de disidentes parte de afirmar que la antipatía hacia Castro atraviesa las líneas de clase, género, sexo y educación. Pero el hecho de que no haya nadie en toda la película que pronuncie alguna palabra en defensa de la Revolución, hace colapsar el espectro que, de manera artificial, se está proponiendo, y que termina confirmándose como la mera proyección de un punto de vista. Y no se trata de una simple omisión. Se requiere de mucha manipulación para producir una película que insinúa que todo el que ha salido de Cuba no solo lo hizo por una misma razón elemental, sino que ahora también comparten la misma perspectiva política.

Semejante manipulación destierra del todo cualquier análisis posible en el filme. Nunca se planten preguntas. Por ejemplo, ¿la mujer que está en Madrid, que fue ayudante de Castro antes de ser encarcelada, ha renunciado a sus ideas marxistas? Si es así, ¿en qué cree ahora? ¿Ella está de acuerdo con el escritor que reside en París (el que apunta que “los homosexuales nunca están tristes” y los heterosexuales “tienden a ser melancólicos”, y, por tanto, pueden establecer lazos sentimentales con “un zapato viejo”) cuando dice que a “la mente primitiva del cubano” le atrae la idea de dos mujeres juntas en una cama? ¿O con Guillermo Cabrera Infante, el escritor exiliado, que asegura que “todo aquel que vivía la dolce vita en La Habana fue perseguido”?

Hubiera sido interesante, e incluso crucial, saber por qué esta mujer había apoyado a Castro, por qué fue encarcelada, cómo ve ella ahora su participación en la Revolución, dónde piensa que falló la Revolución, y qué cambiaría para rectificar las injusticias que relata.

Almendros y Jiménez-Leal se niegan a insistir en algún tema, a cuestionar alguna de las declaraciones; están contentos con dejar a los sujetos decir cualquier cosa siempre que Castro salga mal parado en las intervenciones. Estoy seguro de que los defensores de la película alegarán que el silencio es deliberado, que los directores tan solo quieren que los sujetos hablen por sí mismos. Pero en absoluto es su intención guardar tal silencio. Además de los innegables mensajes políticos que emanan de la organización de la película, así como de los hechos y figuras que se presentan a través de la narración de la voz en off, Almendros y Jiménez-Leal muestran sus hilos cuando hacen acompañar con música amenazante las imágenes de un vídeo de archivo donde Castro aparece presentado, para más señas, en cámara lenta.

La imagen de Castro está ya tan saturada del residuo ideológico que le insufla la implacable campaña de propaganda desde nuestro país que ralentizarla y añadirle una música espeluznante convierte la secuencia en una ridícula autoparodia.

No hay nada de malo en que las películas adopten posiciones ideológicas ni en que las sostengan. Tampoco hay una norma que obligue a los cineastas a dar respuestas. De hecho, es un privilegio del arte en una sociedad libre evitar responder a nada. Sin embargo, es culpa de esta película que sean planteadas tan pocas preguntas, que se analicen tan pocas ideas y que se arroje tan poca luz sobre el tema que aborda.

- Anuncio -Maestría Anfibia

* Traducción de Rialta Staff.


Colabora con nuestro trabajo
Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro.
¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí.
¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected].

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí