nazi bueno speer
Fotograma de ‘Speer Goes to Hollywood’, Vanessa Lapa dir., 2020

Detrás de todo nazi malo hay un nazi bueno: atento, educado, distanciado de la brutalidad de los ejecutores de cualquier signo, con un tinte filosófico en sus opiniones y perspectiva de mundo para aquilatar los sucesos en que se ve envuelto o en los que se compromete. De vez en cuando escribe un libro de memorias donde esconde un par de malos recuerdos que lo acechan por las noches. El nazi bueno es olvidadizo por definición, así como el nazi malo es rencoroso por defecto, se diría. El nazi malo viene en caída libre desde la última guerra mundial, pero el nazi bueno ha llegado a puestos prominentes con el cambio de siglo y hoy es una figura de poder, a veces líder de opinión en las redes sociales, candidato a presidente, mentiroso profesional en la política y hasta celebrado homme de lettres en la escena cultural.

Tal es el retrato de época que Vanessa Lapa pinta en su film Speer Goes to Hollywood, una cinta documental que tuvo su estreno el último viernes de octubre con aforo completo y la presencia de la propia directora en el Film Forum de Nueva York. En ella, Albert Speer, arquitecto estrella del Tercer Reich, inventor del Berlín imperial y miembro del círculo íntimo de Hitler, se presenta como el educado caballero que escribe un guion sobre sí mismo, basado en las memorias que redactara durante sus veinte años de prisión tras los juicios de Nuremberg en 1945 y publicadas con gran éxito en 1970 bajo el título Inside the Third Reich (una traducción al español fue publicada en 2001 por Acantilado con el título de Memorias). La idea era hacer una película que Paramount produciría y el joven guionista Andrew Birkin ayudaría a bosquejar junto a Speer durante semanas de trabajo conjunto encerrados en la montaña. El resultado de la dupla Speer-Birkin fue un lote de más de cuarenta horas de grabación que forman a su vez una de las líneas narrativas del film de Vanessa Lapa. Es decir que la película Speer Goes to Hollywood es sobre una película que nunca hizo.

En ella hay tres líneas narrativas claramente diferenciadas. La primera es la línea del nazi bueno, si hay que conceptualizarla de algún modo, y donde las voces de Birkin y Speer son remasterizadas para hacerse audibles a lo largo de la cinta. Se trata de una línea fantasma, suspendida, porque Paramount congeló el proyecto al tenor del resultado que presentaba el guion, y luego de que Kubrick y Costa Gravas rechazaran dirigirlo en tanto la imagen de Speer fuera la de un intachable poeta del espacio obligado a servir los intereses del Reich. Las otras dos líneas narrativas del film de Lapa son divergentes con la del nazi bueno: una retrata al nazi malo y otra al nazi feo. El nazi malo es Hitler mismo, por cierto: brazo levantado, gritón, pensativo, revisando atento las maquetas que su arquitecto Albert Speer le exhibe para su aprobación. Son imágenes y tomas rescatadas de archivos particulares y públicos en Alemania, Israel, Holanda y Estados Unidos, entre otros, y en algunas de ellas Adolfo está distendido dialogando con Alberto, se ríen, se tiran la pelota por así decirlo, y luego vuelven al trabajo: construir la monumentalidad del Reich, sus edificios y ministerios donde la figura humana desaparece ante la inmensidad de la obra y de su líder, mientras las masas embanderadas desfilan hacia un futuro sin judíos, gitanos, homosexuales, comunistas ni rebeldes. Esta segunda línea del relato tiene algo escandaloso para el espectador, ya que revela la intimidad del nazi bueno con el nazi malo y su presencia constante en la Cancillería, sus sonrisas profesionales y atildadas de cortesano del Reich, sus planes para engrandecer al Führer, sus solicitudes de más prisioneros venidos de los campos para el trabajo esclavo que requerían sus proyectos sobre la industria del armamento y la otra más artística de los monumentos.

Vanessa Lapa (FOTO Aline Frisch)
Vanessa Lapa (FOTO Aline Frisch)

Y luego está la tercera línea, la del nazi feo. Ilustrada por un montón de criminales de guerra sentados uno al lado del otro en los juicios de Nuremberg, es la línea más sinuosa del relato, la línea de paso hacia el nazi bueno o del retorno hacia el nazi malo. Allí los nazis se echan la culpa sin pudor alguno, niegan los testimonios de los sobrevivientes de los campos, y buscan por todos los medios sacarse la soga del cuello. Es una línea sombría, pero en ella Speer es el mago del recinto: se lava la cara, luego las manos, busca al nazi bueno que hay en él, encuentra una máscara y se la incrusta a sí mismo, se muestra servil con el tribunal, sugiere mañosamente su obediencia debida, alega ignorancia más que inocencia, incapaz de responsabilidad moral y política, mezquino con sus hechos y pusilánime ante sus compañeros de banco en el asiento de los acusados. Por allí también aparece Hermann Göring, el jefe máximo de la Gestapo y socialité chilena que el diario El Mercurio homenajeó el pasado mes de octubre a página completa, con fotos de la familia, el perro, las guaguas, los hobbies y su intenso trabajo en los campos de exterminio. Otro nazi feo que nos llega transformado en nazi bueno al avanzar el siglo, y que se suicidó antes de recibir la pena de muerte a la cual estaba prometido. Ya no quedan nazis feos, en rigor; los guionistas de la Paramount, los editores de El Mercurio, los jueces del mismo tribunal de Nuremberg que salvaron a Speer de la horca, han remodelado y convertido a los especímenes originarios de la cultura del Reich en pálidos memorialistas, padres de familias numerosas, y políticos presidenciables.

Es cosa de mirar alrededor para darse cuenta de que hoy solo quedan nazis buenos. Donald Trump en Estados Unidos; Jair Bolsonaro en Brasil; Viktor Orbán en Hungría; y ahora también en Francia y Chile, con Eric Zemmour y José Antonio Kast, quienes lideran las encuestas de intención de voto para las presidenciales en sus respectivos países. Todos ofrecen el mismo menú para encender las antorchas: nacionalismo declarado, políticas antimigratorias, rechazo a las minorías sexuales, prohibición del aborto, y tolerancia cero al respeto a los derechos humanos, si acaso se entiende el oxímoron. Al parecer, hemos llegado a un tiempo en la historia de los países donde ser un nazi bueno está bien visto, siempre y cuando no se confunda con ser un buen nazi, que eso es más bien de nazis feos.

Si te obligaran a elegir, ¿preferías sentarte al lado de Heinrich Himmler o de Albert Speer?, le preguntaron a Vanessa Lapa durante el conversatorio de estreno de Speer Goes to Hollywood en el Film Forum. No era una pregunta inocente, ya que el film anterior de la documentalista, ganador de múltiples premios en la categoría, había sido The Decent One (2014), basado en los diarios privados de Himmler, uno de los principales ideólogos del nazismo.

Vanessa no tuvo dudas. Decidida a dejar atrás a los nazis en sus próximos proyectos, por mucho impacto y excelente recepción que hayan tenido, la directora israelí escogió a Himmler como compañero de banco. “Himmler es un criminal que acepta serlo en función de un proyecto que requiere grandes sacrificios en vidas humanas. Speer, en cambio, es un camaleón, un perverso que engatusa a los jueces del tribunal y a su entrevistador, hace bromas, dice haber sido seducido por Mefisto y no saber nada de los campos a pesar de ser el arquitecto de Hitler y su megalomanía criminal”.

Pero Mefisto es él, Speer, no el nazi malo, lanzó la cineasta. Speer es el nazi bueno, advirtió. Es decir, el resbaloso mundo que hoy estamos padeciendo.

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ROBERTO BRODSKY
Roberto Brodsky (Santiago de Chile, 1957). Escritor, profesor universitario, guionista y autor de artículos de opinión y crítica. Entre sus novelas se cuentan El peor de los héroes (1999), El arte de callar (2004), Bosque quemado (2008), Veneno (2012), Casa chilena (2015) y Últimos días (Rialta Ediciones, 2017). Residió durante más de una década en Washington como profesor adjunto de la Universidad de Georgetown. Ha vivido por largos períodos en Buenos Aires, Caracas, Barcelona y Washington DC. A mediados de 2019 se trasladó a vivir a Nueva York.

1 comentario

  1. Olvida este hombre que Ernst Röhm y su milicia de 2 millones y medio de maricas nazis fundaron el verdadero Reich? Y que esos son los nazis cero, como la Cocacola del olvido? Que solo en la noche de la Purga de sangre en Munich, Hitler se distanció de su amigo S&M e instauró leyes astringentes contra los homosexuales? Y no es un poco puerco olvidarlo, y obviar que dadas ciertas circunstancias el Tercer Reich hubiera sido un reino de homosexuales milicos, y que meter a Trump y a Bolsonaro y a Orban en el mismo saco de Goering es una muestra asquerosa del tipo de mentira repetida que tanto gustaba al bueno de Goebbels?

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