Miembros de la organización del exilio cubano Vigilia Mambisa respaldan a Donald Trump (REUTERS)

Sería de esperar que un emigrante cubano fuera capaz de reconocer un autócrata narcisista a primera vista; se esperaría que fuera consciente de los peligros de hacerlo presidente, habiendo sufrido la represión y la exclusión que provoca el deterioro de la convivencia democrática. Uno tiende a pensar que la marca del “fidelismo” con la que cargamos todos ya habría encendido todas las luces rojas desde hace tiempo. Sin embargo, la semana pasada nos encontramos con que la mayoría de los cubanos del estado de Florida apoyaron a Donald Trump.[1] Y no es la primera vez que sucede.[2]

Las elecciones ya han terminado y, al igual que el resto del país, los cubanoamericanos harían bien en buscar la manera de rebajar las tensiones que han vivido en los últimos cuatro años. Lamentablemente, esto no se consigue con sólo desearlo. Un buen punto de partida, no obstante, sería tratar de entender las especificidades y las necesidades de cada uno de los actores en conflicto. Entender a los votantes cubanoamericanos pasa por aceptar que sus posicionamientos políticos no son casuales, ni están basados en arrebatos circunstanciales. Por el contrario, reflejan elementos fundamentales que afectan su subsistencia como comunidad.

La identidad del “exilio” y Donald Trump

Según la historiadora de la Universidad de Florida, Lillian Guerra, en el núcleo de la identidad del llamado “exilio cubano” hay dos relatos muy arraigados y que a todos nos resultan familiares. Tanto, que ya pertenecen al registro de lo que podríamos llamar el “sentido común” o el orden de lo que “se sabe” entre los cubanos –incluso entre los que no viven en Miami.[3]

El primero, que podríamos llamar “mito de los orígenes”, explica que los emigrantes cubanos fueron expulsados o escaparon de su país como consecuencia de la dictadura “comunista” de Fidel Castro, que les arrebató sus propiedades y sus derechos como ciudadanos. Luego, en “el exilio”, construyeron un refugio –provisional– gracias a la generosidad de los Estados Unidos y acabaron convirtiéndolo en una de las ciudades más prósperas del continente, Miami. El segundo, que es una especie de derivado del primero, explica que debido a su relación conflictiva con Castro, su estatus de víctimas de la dictadura y su agradecimiento al país de acogida, los cubanos estarían particularmente calificados para identificar y combatir la amenaza del comunismo global –tanto en lo que concierne a las libertades individuales, como a la seguridad nacional.

Es evidente la reminiscencia de la cultura política de la segunda mitad del siglo XX en estas dos narraciones. Más adelante volveremos sobre este punto, pero vale la pena destacar desde ahora cuán interconectadas está la identidad de la llamado “exilio” cubano y la Guerra Fría. Más que un hecho circunstancial, la separación del mundo en dos reinos antagónicos –comunismo y capitalismo– ofreció un contexto único en que los emigrantes cubanos pudieron desplegar una imagen de sí mismos y del mundo que al cabo les resultó muy provechosa. Dado su éxito, nadie debería esperar que fuera sustituida fácilmente.

No avanzaríamos debatiendo si estas narraciones son ciertas o no. Su fuerza no depende de criterios epistemológicos sino del grado de aceptación en la comunidad que las reproduce y de su adecuación práctica a las necesidades cotidianas. Incluso, aunque ambas fueran totalmente ilusorias –nunca lo son–, deberíamos asumir la conocida frase de Umberto Eco según la cual la semiótica es “la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir”.[4] Lo más importante no es descubrir si “las mentiras” que compartimos y creemos son falsas, sino entender qué papel cumplen en la cohesión de una comunidad y cómo condicionan sus decisiones políticas.

En el caso del llamado “exilio” cubano estas dos historias son fundamentales, al menos en tres sentidos.

Primero, a través de ellas la comunidad cubana en Estados Unidos definió su especificidad como grupo migratorio. Los cubanos pueden considerarse “diferentes” porque, como la historia de sus “orígenes” explica, la causa del éxodo no fue económica, sino política. Y la propia denominación de “exiliados” con la que se han referido a sí mismos a lo largo del tiempo, aclara esta voluntad de diferenciación. Como escribe Lillian Guerra: “La legislación estadounidense ha equiparado la decisión de los cubanos de abandonar la isla con actos colectivos de protesta política contra la opresión del Estado, en lugar de hacerlo con los intereses de clase o la voluntad individual de aspirar a una vida materialmente cómoda en los Estados Unidos. Estos últimos deseos aparentemente sólo motivan a los haitianos, mexicanos y otros ilegales, pero no a los cubanos”.[5] Desde este punto de vista, no es extraño que los cubanos tiendan a no sentirse ofendidos cuando Donald Trump desprecia a los “otros” emigrantes latinos.

- Anuncio -Maestría Anfibia

En segundo lugar, estos dos relatos brindaron un trasfondo lo suficientemente consistente y flexible –a la vez– para que la comunidad cubana pudiera consolidarse y mantenerse en el tiempo. Tiende a olvidarse que los primeros emigrantes en llegar a Miami se dividían entre los antiguos partidarios del gobierno de Batista y los “revolucionarios” que acabaron desilusionados o fueron apartados por Fidel Castro. Hasta hacía muy poco, ambos grupos habían sido enemigos en una guerra y, sin el nuevo oponente común –Castro y el comunismo–, la propia idea de una comunidad cubana a inicios de los años sesenta hubiera sido inviable. También ayudó a esta conformación el hecho de que el régimen de Fidel Castro insistiera en denigrar a todos los que “se fueron”, calificándoles por igual de “gusanos”, “mercenarios” y “apátridas”, sin entrar en mayores distinciones. Como explica Guerra, para el “exilio”: “todo lo que divide a los cubanos de hoy, como todo lo que los dividió en el pasado, tanto en la isla como entre la isla y Miami, deriva de la maldad de un solo hombre y la complicidad de otros menos poderosos y posiblemente menos valientes que ellos para tolerarlo”.[6] Castro ya ha desaparecido físicamente, pero como sería fácil comprobar, la posición respecto a la llamada “Revolución” sigue siendo un elemento fundamental que diferencia a los cubanos.

Más adelante, estos mismos principios ayudaron a integrar a los nuevos emigrantes, a pesar de sus tremendas diferencias con los primeros grupos. La ola migratoria de los ochenta obligó al reconocimiento de novedades a las que no estaba nada habituada la sociedad cubana de los cincuenta, y las migraciones que se sucedieron a partir de los años noventa colocaron sobre la mesa la cuestión de la reconciliación con emigrantes que sí habían participado activamente en la “Revolución”. Pero el hecho de que salieran de Cuba, reconocieran al “castrismo” como enemigo común y aceptaran la excepcionalidad política del exilio como propia resultó suficiente para que estas nuevas oleadas acabaran siendo aceptadas. Refiriéndose a Miami, la profesora María de los Ángeles Torres, de la Universidad de Illinois, escribía: “es un lugar en el que se producen diariamente metamorfosis kafkianas, en las que personas que fueron definidas como traidores cuarenta minutos de vuelo antes, se transforman en héroes”.[7] Como contrapartida, estas mismas “facilidades” para la integración provocaron que el estatuto político tenga un peso desproporcionado a la hora de establecer la pertenencia y, en consecuencia, cualquier desviación de los valores prefijados lleva a una activación extrema de los dispositivos de ostracismo de la comunidad.[8]

En tercer y último lugar, estos dos relatos explican el lugar de la emigración cubana en el conflicto más general entre comunismo-capitalismo de la época de la Guerra Fría y, más específicamente, su lugar en la Historia y el significado de los Estados Unidos como nación.[9] Al ser reconocidos como víctimas del comunismo y, por extensión, como una especie de vanguardia del anticomunismo, los cubanos pudieron defender que cumplían –y seguirán cumpliendo– un rol de salvaguarda de los valores esenciales de la nación norteamericana, especialmente en lo referido a la seguridad nacional y la conservación de las libertades individuales. En el límite de esta lógica, ya casi parece “natural” que los cubanos se considerasen a sí mismos mejor preparados que los propios norteamericanos de origen para defender a todo el país del comunismo; lo que, de nuevo, ha resonado perfectamente en la estrategia de campaña de Donald Trump.

Con total conocimiento de causa, este mismo año Trump cortejaba así a los votantes cubanos: “Los valientes veteranos [de la Brigada 2506] presentes aquí son testigos de cómo el socialismo, las turbas radicales y los comunistas violentos arruinan una nación. Ahora, el Partido Demócrata está desatando el socialismo justo dentro de nuestro hermoso país. […] Proclamamos que América nunca será un país socialista o comunista. Y voy a añadir esa palabra, «o comunista». Es la primera vez que lo digo. Nunca he añadido la otra palabra, pero creo que es apropiado.”[10]

Como decíamos, todo este engranaje simbólico-narrativo funcionó muy bien dentro del contexto cultural de la Guerra Fría, mientras el peligro “rojo” era el pan de cada día del debate político. Después de la caída del Muro de Berlín, conforme se alejaron los temores, se fue debilitando también la capacidad del “exilio” histórico para distinguirse y encajar en la nueva realidad –especialmente entre los más jóvenes–. Al mismo tiempo, el nuevo tema dominante que inauguró el siglo XX –la lucha contra el terrorismo– no resultó el medio más adecuado para destacar el valor de un grupo que hasta hacía muy poco se preciaba de haber enfrentado al comunismo por todos los medios posibles, incluyendo algunas acciones muy conocidas, que ya nadie quiere recordar porque no volverían a ser “apreciadas”.

Así, conforme avanzó el siglo XXI se fue haciendo cada vez más evidente el declive de los lazos que mantuvieron unido al “exilio” histórico. En el año 2014, según Pew Research Center,[11] menos de la mitad de los cubanos registrados para votar, el 47 % exactamente, apoyaba al Partido Republicano, en comparación con el 64 % en el año 2002. En lo que respecta a los potenciales nuevos integrantes de la comunidad, el 56 % de los más jóvenes (19 a 49 años) apoyaba al Partido Demócrata y entre los que no podían votar –mayormente recién llegados– sólo un tercio apoyaba al Partido Republicano. En otra encuesta del mismo año,[12] FIU encontró que el 52 % de los cubanos se oponía al embargo –en comparación con el 13 % del año 1991–, y el 68 % favorecía el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, dato que llegaba hasta el 80 % entre los recién llegados.

Tuvo que aparecer Donald Trump, con su retórica de los extremos y sus alegorías del macartismo, para que las antiguas narrativas encontraran una nueva-vieja vía por donde reflotar y, con ella, se reactivasen los antiguos lazos simbólicos que cohesionaban a la comunidad.

Barack Obama, el Partido Demócrata y el próximo período presidencial

Las dos narrativas antes descritas no son detalles accesorios de una manera de pensar. Forman parte de la base simbólica que sostiene a la comunidad cubanoamericana de Miami; elementos esenciales que la hacen ser lo que es. Como tal, es necesario entender sus implicaciones.

Desde la perspectiva del “exilio”, cualquier atenuación del conflicto entre los gobiernos cubano y norteamericano nunca será un “simple” cambio de estrategia. Por el contrario, tiende a convertirse en una “amenaza”. No porque contradiga los deseos del grupo o porque ponga en peligro sus ideas sobre el futuro de Cuba, sino porque atenta contra el núcleo de su identidad y desestructura la comprensión de quiénes son los cubanos de Estados Unidos, cuál es su especificidad y cuál es su valor.

El gran rechazo que generó el mandato de Barack Obama tiene que ver precisamente con eso y con haber convertido a los cubanos del “exilio” en los grandes perjudicados de la apertura hacia el régimen de La Habana. No importó, por ejemplo, que dentro de Cuba Obama llegara a ser el único presidente estadounidense con más popularidad que Fidel Castro.[13] Al contrario, precisamente por eso, Obama descompuso el reparto de los roles tradicionales en la narrativa política del “exilio”. De repente quedaba cuestionada la separación entre el gobierno cubano y los cubanos de la isla, en un bando, y los cubanos de Miami y el gobierno norteamericano, por el otro.

Encima, Obama derogó la política de “pies secos, pies mojados”, con lo cual acercó todavía más a los cubanos a ser un grupo de emigrantes “igual” a los demás. No es de extrañar entonces que los más arraigados en las premisas tradicionales hayan compartido con Donald Trump una misma obsesión: deshacer todo lo hecho por el presidente anterior.

“Normalizar” su situación es lo último que un emigrado cubano pudiera desear –no importa si vive en Miami o en cualquier otro lugar del mundo–. Atenta contra una de las aspiraciones más importantes de cualquier comunidad de emigrantes, el reconocimiento de su singularidad por parte del país de acogida. Aun cuando muchos podríamos llegar a estar de acuerdo, ¿a cambio de qué lo haríamos? Los residentes en Cuba percibieron inmediatamente las potenciales ventajas del “deshielo” y todavía más los que ya estaban vinculados al “sector privado”. Pero Obama –con intención o por desconocimiento– no sólo omitió de la ecuación a los “cubanos de afuera”, tampoco les ofreció ningún beneficio que funcionara como contrapeso.

El ex Secretario de Estado Jon Kerry reconoció hace poco que el acercamiento a Cuba no se hizo de la mejor manera.[14] Se refería a la falta de reacción del gobierno cubano en temas de apertura política y respeto a los derechos humanos. En otro sentido, me parece que el error de la apertura durante la administración Obama no estuvo tanto en haberle dado demasiadas concesiones al gobierno de La Habana y haber obtenido a cambio pocos beneficios en estas materias, como se ha venido diciendo; sino en ignorar casi por completo como actor en este pacto a la emigración cubana –incluyendo el “exilio” histórico–. Como consecuencia, luego han venido las elecciones de 2016 y 2020, y el Estado de Florida, que en el 2014 parecía acercarse al Partido Demócrata, ha vuelto a alejarse de él.

El presidente electo Joe Biden dijo en Miami el pasado 5 de octubre que consideraba a los cubanoamericanos “los mejores embajadores de la libertad en Cuba”.[15] Sin embargo, su posición con respecto a la Isla es todavía demasiado ambigua. Faltaría ver qué planes concretos tiene el nuevo presidente y si de verdad apuesta por una alternativa ecuménica sólida. Si así fuera, ahora que han concluido las elecciones, haríamos bien los cubanos de todas las filiaciones en tomarle la palabra e intentar construir una nueva plataforma de encuentro.

De un lado, el “exilio” histórico –y sus recién descubiertos nuevos integrantes– no debería confundir las circunstancias que se han vivido en los últimos años con una vuelta a cierto esplendor. La Guerra Fría acabó hace treinta años y la amenaza “socialista” con la que Trump adornó su campaña no pasa de ser una fabricación retórica sin ninguna garantía de sobrevivirle. Además, los cubanos más jóvenes tienen intereses políticos muy diferentes a los tradicionales y la mayoría cuenta con suficientes habilidades como para seguir desprendiéndose de sus orígenes e integrarse –de manera individual– en entornos culturales que habían estado vedados para sus predecesores.

Del otro lado, los cubanos emigrados que nunca se han sentido cerca del “exilio” histórico o que han perdido la conexión con él, también deberían buscar mejorar su posición. Aunque haya perdido fuerza, la comunidad cubana del sur de Florida todavía conserva una influencia política importante, especialmente en lo que concierne a las posturas de los futuros gobiernos republicanos. Ningún cambio en las políticas de apertura hacia el régimen de La Habana funcionará si no se mantiene en el tiempo. Un tiempo seguramente mayor que los cuatro años de un período presidencial. No parece buena idea volver a enajenar a uno de los sectores más influyentes en Florida, precisamente cuando cualquier iniciativa tendrá que ser refrendada en un nuevo ciclo electoral.

Si nada de esto funciona, igual habría que considerar al menos un motivo puramente práctico. Los demócratas controlan la política federal; los republicanos consiguieron mantener Florida y ganaron dos asientos cubanoamericanos en el Congreso. Si algo demostraron las recientes elecciones, es que ninguno de los dos bandos es suficiente fuerte para vencer sin el apoyo del otro. Los dos, al parecer, quieren lo mismo: la apertura democrática en Cuba.


Notas:

[1] Carmen Sesin: “Trump Cultivated the Latino Vote in Florida, and It Paid Off”, NBC News, 4 de noviembre, 2020.

[2]Pew Research Center: Mayoría de electores cubanos en Florida votó por Trump”, Radio Televisión Martí, 16 de noviembre, 2016.

[3] Lillian Guerra: “Elián González and the «Real Cuba» of Miami: Visions of Identity, Exceptionality, and Divinity”, Cuban Studies, n. 38, 2017, pp. 1-25.

[4] “Signo es cualquier cosa que pueda considerarse como substituto significante de cualquier otra cosa. Esa cualquier otra cosa no debe necesariamente existir ni debe subsistir de hecho en el momento en que el signo la represente. En ese sentido, la semiótica es, en principio, la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir. Si una cosa no puede usarse para mentir, en ese caso tampoco puede usarse para decir la verdad: en realidad, no puede usarse para decir nada”. (Umberto Eco: Tratado de semiótica general, Lumen, Barcelona, 2000, p. 22).

[5] “U.S. law has equated Cubans’ decision to leave the island with collective acts of political protest to state oppression, rather than with class interests or the individual will to aspire to a materially comfortable life in the United States. The latter desires apparently only motivate Haitians, Mexicans, and other illegals, but not Cubans”. (Lillian Guerra: ob. cit., p. 13).

[6] “All that divides Cubans today, like all that divided them in the past, both on the island and between the island and Miami, derives from the malevolence of one single man and the complicity of others less powerful and possibly less courageous than they in tolerating him: Fidel Castro”. (Lillian Guerra: ob. cit., p. 9).

[7] “It is a place in wich a Kafkaesque metamorphoses occur daily as persons who were defined as traitors forty minutes airspace prior to the arrival are transformed into heroes –human beings into gusanos from the Havana vantage point”. (María de los Ángeles Torres: “Beyond The Rupture: Reconciling With Our Enemies, Reconciling With Ourselves”, in Ruth Behar (ed.), Bridges to Cuba/Puentes a Cuba, University of Michigan Press, 2015, p. 40).

[8] Cfr. “Retiran las llaves de Miami a Gente de Zona”, La Vanguardia, 27 de octubre, 2017; “Alcalde de Miami declara persona non grata al cantante cubano Paulito FG”, CiberCuba, 15 de octubre, 2020; “Vigilia Mambisa destruye turrones y vierte vinos frente a la embajada de España en Miami”, CiberCuba, 28 de noviembre, 2019.

[9] Lillian Guerra: ob. cit., p. 11.

[10] “The courageous veterans here today bear witness to how socialism, radical mobs, and violent communists ruin a nation. Now, the Democratic Party is unleashing socialism right within our own beautiful country. […] Today, we proclaim that America will never be a socialist or communist country. And I’m going to add that word, “or communist”. It’s the first time I’ve ever said that. I’ve never added the other word, but I think it’s appropriate”. (Donald Trump: “Remarks by President Trump Honoring Bay of Pigs Veterans”, Whitehouse, September 23, 2020).

[11] Cfr. Jens M. Krogstad: “After decades of GOP support, Cubans shifting toward the Democratic Party”, Pew Research Center, June 24, 2014; Jens M. Krogstad y Marc H. Lopez: “As Cuban American demographics change, so do views of Cuba”, Pew Research Center, December 23, 2014.

[12] FIU Cuban Research Institute: 2014 FIU Cuba Poll, FIU, 2014.

[13] Kendall Breitman: “Obama more popular than the Castro brothers in Cuba”, Politico, April 8, 2015.

[14] Andres Oppenheimer: “Biden needs to fine-tune his message on Cuba the way John Kerry has”, Miami Herald, September 9, 2020.

[15] Joe Biden: “Joe Biden Miami Campaign Speech Transcript”, Rev, October 5, 2020.

Colabora con nuestro trabajo
Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro.
¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí.
¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected].

2 comentarios

  1. Sería bueno saber de qué nacionalidad es ese autor que entrecomilla la palabra EXILIO. Vaya comprensión que tiene del presente. Yo me erizo. Y al INSILIO ni lo menciona. ¿Sabrá cuántos millones vivimos insiliados dentro de Cuba? ¿Sabrá que por tirarle una foto a la cola del pollo y colgarla en Facebook, pueden pegarte una multa equivalente al salario de tres meses, literalmente, sin derecho a reclamación? ¿Sabrá cuánta rabia genera la impotencia de no poder hacer nada? ¿Sabrá cuántos millones de cubanos aspiran a engrosar ese EXILIO que él entrecomilla? ¡Qué incomprendidos hemos estado los cubanos en los últimos sesenta años, en el concierto de las naciones de Occidente! Y sí que somos capaces de reconocer a un «narcisista autócrata» a primera vista. Solo que, un «narcisista autócrata», es un mal menor, mucho menor, comparado a un tonto útil. Gracias en parte a la tontería útil de Occidente y sus centristas académicos de izquierda, es que estamos como estamos. Los mismos que hace ochenta años necesitaron contar millones de muertos para convencerse de que los Estados Unidos debían actuar contra Hitler, que el fascismo SÍ era una real amenaza, son los mismos que hoy necesitan ver tres o cuatro naciones arruinadas como Venezuela, con un éxodo imparable, para convencerse de que la metástasis del cáncer puede afectarlos. No, y mira que decirle a un cubano que la Guerra Fría se acabó. ¡Cuánta incomprensión del presente!

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí