Chimenea y asentamiento en el lugar donde estuvo emplazado el central Toledo
Chimenea y asentamiento en el lugar donde estuvo emplazado el central Toledo

A aquel hombre le pidieron su tiempo
Para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Heberto Padilla

Carlos

Carlos Rodríguez Fonseca tiene 81 años, nació en 1941 en Sagua de Tánamo, en la antigua provincia de Oriente, en territorios de la actual provincia de Holguín. Tiene esa edad, pero lo inscribieron cuatro años después de su nacimiento y en su carné de identidad se fija el año 1945. Es decir, legalmente Carlos tiene 77 años.

—Yo viví algo del pasado.

Carlos es negro y delgado, muy delgado. Viste pantalón de lino con filo al centro, como los de antes. En sus pies lleva unas chancletas de goma gastada. Gesticula poco, entrecruza los dedos y sonríe. Frente a mí, en mangas de camisa, sonríe y mira de soslayo a su esposa, una mujer gruesa sentada bajo el dintel de una casa de madera, a metro y medio de nosotros. La mira como queriendo que apruebe todo lo que dice. Ella sólo asiente mientras escucha y mira, irremediablemente, al piso.

La casa es de tablas y techo de zinc. La casa es un cuarto y un baño y una salita. La casa fue construida por sus nietos, que llegaron hace un tiempo a ese lugar llamado Los Quemados, en el municipio Marianao de La Habana. La casa está rodeada de otras casas parecidas; otras casas que aspiran a serlo. Algunas pintadas de azul, otras de verde. Otras simplemente conservan ese color madera tan limpio y tan pobre. Vi una pequeñita levantada con bloques, sin ventanas. La casa está en un lugar que los vecinos del batey llaman “allá”.

Carlos vive justo encima de lo que fue el central Manuel Martínez Prieto, o Toledo, como se llamó antes del año bisagra 1959, y como se le sigue llamando. El central fue desmantelado en 2002. El central fue devastado. El central fue reducido a unas pocas ruinas. Algo sobrevive: la chimenea.

Carlos me cuenta, parado sobre el cemento que en otros tiempos sostuvo las calderas del Toledo, que en su infancia el llamado tiempo muerto “era duro”. Él nació cerca de otro central (“a ocho o diez kilómetros”), el Frank País, o Tánamo, como se llamó antes de su nacionalización en 1960.

—En tiempo de zafra, la gente se iba para la caña a trabajar y tenían una mejor situación. Con mucho trabajo, pero tenían una mejor situación. Pero cuando llegaba el tiempo muerto la situación era triste. No había trabajo, no había dinero y no había nada.

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Junto a su padre, su “viejo”, en el tiempo muerto Carlos cortaba y vendía leña. Con ese dinero compraban la comida de dos o tres días. Luego volvían a cortar y vender leña. Con ese dinero compraban la comida de dos o tres días. Cortar y vender leña. Cortar y vender leña. Cortar y vender leña. Dinero. Comida. Cortar. Vender. Leña.

Entrada del extinto central Manuel Martínez Prieto. Pedestal de un desaparecido busto de José Martí
Entrada del extinto central Manuel Martínez Prieto. Pedestal de un desaparecido busto de José Martí

Toledo

A principios del siglo XIX, tras la Revolución haitiana, Cuba se convirtió en la primera productora de azúcar a nivel mundial. A esto contribuyó en gran medida el central Toledo, el más antiguo que siguió funcionando como tal hasta inicios del presente siglo en el mismo emplazamiento. Su fundación tuvo lugar en el siglo XVII.

Conocido desde los años sesenta como Manuel Martínez Prieto, el Toledo fue uno de los centrales desactivados en Cuba a causa de la Tarea Álvaro Reinoso. Este proceso, iniciado en octubre de 2002, y denominado así en homenaje al que se considera el Padre de la Agricultura Científica en Cuba, tuvo el objetivo de reordenar la agroindustria azucarera del país. Con él se paralizaron casi un centenar de centrales en todo el territorio nacional.

Ubicado en el municipio Marianao, muy próximo a la avenida 114 y aledaño a la Universidad Tecnológica de La Habana (CUJAE), el Martínez Prieto se convirtió en el único dentro del trazado citadino de La Habana y uno de los pocos centrales cubanos inmersos en un contexto urbano.

En la investigación Guía para el diagnóstico de conjuntos industriales azucareros: el caso del central Toledo, La Habana, Cuba, los investigadores Adrián González González, Indira Costa Fallarero y Tania Gutiérrez Rodríguez demuestran que el desmantelamiento de este conjunto industrial, patrimonio de la industria azucarera cubana, se produjo en detrimento de sus atributos patrimoniales, culturales, industriales y científicos.

A mediados de los noventa inició la paralización del central Toledo. Este ritmo decreciente concluyó casi una década después. Antes de su liquidación definitiva, y propenso a los vaivenes de la economía nacional, el central se convirtió en refinería de azúcar crudo y en empaquetadora de minidosis de azúcar refino. Una propuesta de conversión en museo nunca llegó a materializarse.

Asociada al edificio productivo, la comunidad aledaña, insertada dentro de la estructura morfológica tradicional característica de los bateyes del siglo XIX, ha estado marcada por “fuertes movimientos migratorios, pérdidas de los servicios básicos de la comunidad, envejecimiento de la población, pérdida de la especialización del trabajo y la cultura productiva acumulados en siglos de la producción azucarera”, como se enuncia en la investigación citada.

Al fondo barracon de esclavos. | Rialta
Al fondo, barracón de esclavos

Milay

Milay Silva, de 67 años, vive en una de las antiguas oficinas del Martínez Prieto. Le dieron esa casa por ser trabajadora ejemplar. “Se las dieron a los que se las merecían”, apunta. Son varias casas, una al lado de la otra, de mampostería y techo de fibrocemento, con un jardincito delante. Flores silvestres. La cafetería, el barracón y el “cuarto del reloj” también fueron convertidos en viviendas. Casas pintadas con cal.

Frente a la casa de Milay se encuentra el antiguo barracón, una nave larga en parte destruida. Ahí hubo esclavos en el siglo XIX. Después, entre otros usos, fue almacén.

—En tiempo muerto lo que se hacía era limpieza general en todo el central. Barrer y limpiar las tuberías hasta que volviera la otra refinería. Yo trabajé en tiempos de refinería.

La encuentro frente a su casa mientras conversa con otra mujer y un muchacho, al parecer su hijo. Apenas comienzo a hablar con Milay ambos se escabullen y nos miran desde la ventana. Tímidos y expectantes. A Los Quemados ya no llegan desconocidos.

Según lo que recuerda, lo dice con inseguridad, “la zafra duraba diez u once meses”. Ella no sabe por qué al tiempo restante del año se le llamaba “tiempo muerto”. Milay trabajó en el Toledo en los tiempos en que se convirtió en refinería. Era operadora de disolución de azúcar: “la hacía líquida para poder llevarla a blanca”. Trabajó dieciséis años en el central.

Después la reubicaron. Le dieron tres opciones. Ella escogió trabajar en la cafetería. Pasó un curso de dependienta gastronómica. Llegó a ser la jefa de turno. Esto sucedió mientras “se llevaban los últimos sacos de azúcar”.

Trabajó luego en el departamento de Personal en la empresa Comunales. “Estando en Comunales me llamaron para trabajar en la Hyundai, donde estaban los coreanos. Cuando eso terminó me pasaron para el GEDIC [Grupo Empresarial de Diseño e Ingeniería de la Construcción]. Hasta ahora me mantengo en los Grupos Electrógenos”, cuenta.

—El central quedó limpio. El tiempo muerto siempre existió. Siempre se le llamó tiempo muerto. Si lo que se vive ahora es otro tiempo muerto no lo sé, ahí sí no puedo decirte.

Asentamiento en el lugar donde estuvo emplazado el central Toledo
Asentamiento en el lugar donde estuvo emplazado el central Toledo

Orlando

—Eso nunca existió aquí. El tiempo muerto era el tiempo de reparación y todos los trabajadores seguían trabajando. Yo fui tornero de ahí. Eso del tiempo muerto nunca existió aquí.

En uno de los laterales de la calle que conducía al Martínez Prieto, Orlando, de 64 años, está parado frente a su casa, apoyado sobre la cerca de malla metálica. Su mirada parece cansada. No logro discernir si es tristeza o bravura. Los ojos, levemente achinados, me miran con desconfianza.

—Pero tú no eres de aquí.

—Sí, soy de aquí.

—Tú no eres cubano.

—Sí, soy cubano.

—Tú no hablas como cubano.

—Soy de Holguín, hablo como alguien de Holguín.

—Mira a ver, que no se vayan a tergiversar las cosas.

Durante veinte años Orlando fue tornero en el central, desde 1976. Para él eso del tiempo muerto “es una carga del pasado”. Asegura que después del 59 y hasta el cierre del central no hubo tal “inactividad”. “Antes del triunfo de la Revolución en el tiempo muerto desempleaban a los trabajadores, después eso no sucedía. Tiempo muerto había en el tiempo de antes”, zanja Orlando.

—¿Lo que pasó con el central? No me interesa. Se quitó por problemas. No sé lo que hubo. Por situaciones del Estado o del Gobierno… Las decisiones que hayan tomado fueron bien tomadas.

—¿Y usted nota que después de que el central fue demolido en el pueblo aumentaron las diferencias sociales?

—No, aquí nunca ha habido diferencias sociales. En ningún aspecto. A todos los trabajadores los reubicaron. A todos. Que sepa yo. Aquí no ha existido eso. Al contrario, aquí nadie se quedó desamparado ni nada de eso.

Una niña cobriza se acercó a sus piernas. El pelo recogido en una cola. Pantalón de corduroy y pulóver gastado por los años, al menos tres tallas menores. Abrazada al torso de Orlando me mira, no con desconfianza, sino con sorpresa, como una niña que no está acostumbrada a recibir visitas.

—Llévalo a ver a Kiala. Dile que yo lo mando. Dile que va a mi nombre –le dice Orlando a la niña.

Le dice y le da unos empujoncitos por la espalda.

—Que no se tergiversen las cosas –repite y pone cara de malo.

Asentamiento en el lugar donde estuvo emplazado el central Toledo 2 | Rialta
Asentamiento en el lugar donde estuvo emplazado el central Toledo

Manuel

En El ingenio (1964), el historiador Manuel Moreno Fraginals explica que “el carácter estacional de la producción azucarera determinó dos periodos típicos conocidos en el léxico cubano como zafra o molienda, y tiempo muerto”. Es decir: lo opuesto a la zafra, en el imaginario azucarero cubano, es el tiempo muerto.

En el siglo XIX, durante la molienda, lo corriente era tener un domingo cada diez días. Con el sustantivo “domingo” se designaba en los ingenios esclavistas al día de parada técnica, o, para decirlo con la terminología de la época, “se paraba para quitar los agrios”. Ese día podía coincidir o no con el día del mismo nombre.

La cosecha azucarera –como también se le denominaba a la zafra– sólo paraba los “domingos” o por motivos excepcionales: “la jornada de corte de caña se reducía a la mitad y las mujeres tenían oportunidad de ver a sus hijos”. Por su parte, los esclavos “se dedicaban a lavar los molinos y manceras, raspar las pailas y calderas, acarrear bagazo seco y poner a secar el verde, así como otras labores generales de limpieza, ordenamiento y reparación”.

Esto sucedía mientras corría la molienda y, al llegar el tiempo muerto, los esclavos se transformaban en trabajadores agrícolas, aunque la dote quedaba muy reducida: “Como las dotaciones terminaban extenuadas la enfermería se llenaba de esclavos desechos. Y es curioso cómo los hacendados temían al primer mes de tiempo muerto por ser aquel que la tradición señalaba como fatal por el alto índice de defunciones esclavas”.

El tiempo muerto era también la etapa de mantenimiento y reparación general del ingenio. Desmontar, reparar y montar de nuevo la máquina de vapor. Poner los trenes en condiciones de hacer una nueva zafra. Limpieza general de la casa de purga. Reconstrucción de los tinglados. Reparación de las carreteras. Construcción de otras. Acumular leña en el tumbadero. Amontonar piedras para el horno de cal. Construir cercas de piedras en los linderos. Hacer sogas. Sembrar viandas. Si es posible, recoger una cosecha de maíz.

En tiempo muerto también sobraba el trabajo. Siguiendo la tradición, en tiempo muerto no se permitía el tiempo libre.

Tarja conmemorativa a la entrada de la antigua cafetería del central Toledo.
Tarja conmemorativa a la entrada de la antigua cafetería del central Toledo.

Kiala

Kiala, de 77 años, no nació en el batey del Toledo. Llegó en 1968, pero toda su infancia estuvo cerca de un central muy parecido (“americano igual”), el Julio Antonio Mella, antes llamado Miranda, en Santiago de Cuba. Vive en una casa de madera con techo de zinc a dos aguas, dos cuartos, cocina, sala y portal. Al frente y al costado tiene un jardín donde siembra rosas.

Rosas, apazote y tua tua. Recuerda que su madre le “curaba” los parásitos con leche de apazote y de coco. Cada seis meses le daba un “purgante” que te “sacaba la vida”. En su jardín siembra plantas antiparasitarias, como previendo, me dice, el regreso inminente de otro tiempo muerto.

—Cuando se acababa la zafra no había trabajo. Ese era el tiempo muerto. Se le daba a la caña una limpieza. Una o dos limpiezas.

Tuvo nueve hermanos, todos hombres y trabajadores de la caña, macheteros. En tiempo muerto se iban a buscar trabajo en las lomas de la Sierra Maestra, a los cafetales, o en las llanuras de Yara, en Granma, a los arrozales.

—Cuando regresaban estaban más jodíos que cuando se fueron. Y por lo que me han dicho aquí era igual. Cuando terminaba la zafra quedaban en el central algunos empleados, un grupito reducido, los que le daban mantenimiento a la maquinaria. Igual era donde yo nací, idéntico.

Cuando acababa la zafra, en su casa a veces comían una sola vez al día. Plátano hervido. En la bodega había arroz, bacalao, tasajo, pero no lo podían comprar: “había de todo, pero no había dinero”. “En el tiempo muerto, en todas partes de Cuba, la miseria era enorme”, dice Kiala.

A los doce años comenzó a trabajar en la casa de un colono: “colonos eran los que tenían una gran cantidad de caña”. Era su empleado doméstico. Se encargaba de encerrar a los terneros, buscar la leche, atender los cochinos, arreglar el jardín… En esa casa, donde dormía, trabajó por tres años. Le pagaban siete pesos mensuales.

—Mi niñez fue trabajando prácticamente más que un hombre.

Para él, la diferencia entre el tiempo muerto antes y después de 1959 es “enorme”. Antes, recuerda, “cuando terminaba la zafra se despedían a los trabajadores. Después todos los trabajadores se quedaban empleados en otras labores”.

—Ya se acabó el tiempo muerto. Todo se convirtió en tiempo activo. Tiempo del trabajo. Hasta que cerraron los ingenios por un problema económico. Aquí se estuvo subsidiando el azúcar una pila de años. Costaba más producir el azúcar que comprarla en el extranjero. Dejaron los centrales más eficientes. Ahora se está volviendo a retomar porque el azúcar ha cogido precio. Es un problema estratégico.

Kiala fue el jefe de los centros de acopio de caña del central Manuel Martínez Prieto. Cuando el central dejó de moler trabajó como técnico de vías férreas. Ahí se jubiló, “con 31 años de servicio”.

Campo de pelota del central Toledo
Campo de pelota del central Toledo

Ramón

En lo que fuera la entrada del antiguo central Toledo, caminando sobre una acera de lozas de barro, encontré a Ramón, de 49 años. A Ramón le falta la pierna derecha y camina ayudado por una muleta. Es un negro grande de casi dos metros con camiseta azul y short de mezclilla. Calculo unas doscientas libras.

Frente a nosotros, pintada de un verde chillón, se encuentra la cafetería, una de las construcciones más antiguas del batey. El soportal de la cafetería tiene columnas con capiteles jónicos. Al lado de la puerta principal una tarja deslucida recuerda: “En áreas de este antiguo central «Toledo», laboraron Hugo Camejo Valdés, Rafael Freyre Torres, José Testa Zaragoza y Ángel Guerra Díaz, asaltantes del cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, el 26 de julio de 1953”.

—Cuando el central cumplía el plan sonaba la sirena. Piiiiiiiiii, piiiiiiiii, piiiiiii. Se hacía una fiesta en el parque y todas las personas participaban. Las fiestas toledanas. En el tiempo muerto algunas personas iban para el campo a sembrar caña u otros cultivos. También se reparaba el central. Era un barrio próspero. Se ha perdido todo eso. Se ha perdido todo, todo, todo. Aquello era una alegría linda.

Ramón nació aquí. Ha vivido toda su vida aquí. Y piensa morir aquí. Lo que más le duele de todo lo que ha venido después de la última zafra es que ya nadie le llama “primo”. Antes, los vecinos del batey eran tan cercanos unos con otros que todos se llamaban “primos”. Ramón no recuerda la última vez que lo llamaron así.

Casa perteneciente al batey del central Toledo
Casa perteneciente al batey del central Toledo

Héctor

En el año 1955, Héctor Villar, de 87 años, comenzó a trabajar en el ingenio como aprendiz. Al principio, con 20 años, no le pagaban, pero un día le escribió una carta al Sr. Aspuru, el dueño del ingenio, solicitándole que le pagaran algo. Aspuru lo mandó a buscar.

—¿Tú puedes escribir una carta aquí, delante de mí? Puedes escribir lo que quieras, pero escríbelo ahora –le dijo Aspuru.

Héctor escribió la carta.

—Mira, el que puede escribir una carta así no puede estar sin trabajo. El lunes comienzas a trabajar conmigo.

Por esos días Aspuru le había pagado un viaje de luna de miel en Europa a su secretaria y su esposo. Desde entonces Héctor Villar fue una especie de secretario para Aspuru. Trabajó junto a él dos años y medio, de siete de la mañana a ocho de la noche. Héctor llegó a ganarse la confianza de Aspuru a tal punto que era el encargado de depositarle los dólares en efectivo en el Banco de Nueva Escocia o en el Franco Cubano.

—Ese hombre era un látigo.

Al triunfo de la Revolución, Villar cobraba 248 pesos de manera fija todo el año, “un sueldazo en aquella época”. Llegó a ganar, por trabajar horas extras, cuatrocientos pesos mensuales. Licenciado en Economía, Héctor Villar fue Jefe de Planificación, Jefe Económico y especialista principal de Contabilidad y Costos en el central Martínez Prieto. Desde los años ochenta, él sabía que el central iba a desaparecer.

—Mayo 5 o mayo 10, a más tardar, se acababa la zafra. Venía junio, julio, agosto. Hasta septiembre, que comenzaban las reparaciones, era el tiempo muerto. El tiempo muerto era en el tiempo del capitalismo. Después se acabó el tiempo muerto. Cuando se estabilizaron los salarios ya no hubo más tiempo muerto. Un error. En la Revolución todos los trabajadores tenían estabilizado su salario todo el año, aunque no hicieran nada. La bondad. Económicamente esa bondad era mala, pero socialmente era buena. Realmente el tiempo muerto sigue existiendo, lo que la Revolución no lo quiso aceptar.

Terminal de ómnibus abandonada en las inmediaciones del central Toledo
Terminal de ómnibus abandonada en las inmediaciones del central Toledo

Fernando

En Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), el antropólogo cubano Fernando Ortiz establece una genealogía dual. En un momento de la investigación, Ortiz zanja: “El tabaco se fuma mucho para matar el tiempo, pero en la tabacalería no hay tiempo muerto como acontece en el azúcar”.

Hablar de ingenios es hablar de bateyes y de sus poblaciones. En el siglo XIX cubano, llegó un momento en que la zafra no duraba más de cien días (“antes casi un semestre”). Todo el resto del año era tiempo muerto. Entonces, los dueños de los ingenios se iban de vacaciones con sus ahorros “y el proletariado nativo sufre larga desocupación temporal e incesante inseguridad”.

“Gran parte de la masa obrera de Cuba”, enuncia Ortiz, “ha de vivir todo el año de sus jornales ganados en sólo tres o cuatro meses, y todo el pueblo se resiste de este régimen estacional del trabajo, reduciéndose a una población empobrecida, con dieta insuficiente y desvitaminada, a base de arroz, frijoles y raíces que no la nutren y la entregan desarmada a la unciriasis, a la tuberculosis, o la anemia, al paludismo y demás dolencias que la rinden”.

Casa tipica del batey adyacente al central Toledo | Rialta
Casa típica del batey adyacente al central Toledo

Georgina

—Yo me llamo Georgina Gómez Castañeda.

—¿Y qué edad tiene, Georgina?

—Ochenta años.

—¿Vivió aquí desde siempre?

—Hace cincuenta y tres años que vivo aquí.

—¿Trabajó en el central?

—Bueno, sí, trabajé en la peluquería del central. El que era mi esposo fue director de este ingenio y fue jefe de almacén.

—¿Cómo se vivía en ese tiempo intermedio cuando el central no molía? ¿Por qué cree que se le llamaba “tiempo muerto”?

—Dictaron eso siempre porque era cuando realmente los azucareros descansaban. En ese tiempo los azucareros, la mayoría, tenían vacaciones. No era el exceso de molida que había en otros tiempos. ¿Entiendes? Por eso se llamaba tiempo muerto. Pero ese tiempo era muy limitado. No era meses ni nada de eso. Era muy limitado.

—Aquí había de todo, ¿verdad?

—Bueno, le comienzo a decir que cuando estaba el central en su lugar, aquí había de todo. ¿Tú sabes lo que es de todo?

—¿Qué es de todo?

—Le puedo decir que cuando esto era el central Manuel Martínez Prieto, Toledo, aquí había de todo. Mire: lavandería, cafetería, peluquería, zapatería, bodega, lechería, carnicería, ambulancias, dispensario médico. Aquí hay muchos niños con asma. De todo lo que puede haber en un pueblo había aquí sin problema ninguno. La mayoría de la gente venía del barracón. Todas las calles estaban limpias. Había terminal de ómnibus. Todo el mundo se llevaba como familia. No se puede comparar jamás con esto ahora. Es un desastre. Casi todo desapareció.

—¿Cuáles son las principales diferencias?

—¿Las diferencias? No sé, que me perdone la persona que decidió quitar el ingenio aquí. No sé por qué razón, porque aquí no había problemas de nada. Al desaparecer el ingenio aparecieron los problemas. ¿Usted no escribe?

—Estoy grabando.

—Ah. Los problemas surgieron cuando el ingenio se desbarata. Usted sabe que la gente es muy atrevida. ¿Qué hicieron? A aquellas partes del ingenio, imagínate, de ahí casi hasta Boyeros, empezaron a emigrar gente del interior. Usted va de ahí para allá y ve casas de cartón, de madera… Nosotros éramos una población grande, pero ahora hay miles del lado de allá, más nosotros. ¿Qué pasa? Qué todo se dificulta en un momento tan difícil como el que estamos, donde todo es cola. Aquí es horrible los problemas.

—Pero ¿qué sucede? ¿Cuáles son los problemas?

—Para comprar es horrible. Con tanta gente es imposible. Ir a la tienda para qué. La bodega. El bar. Aquí había un bar. Yo que vivo aquí hace tantos años me pregunto: “¿y quién vendió este bar?” Porque que yo sepa aquí hay un solo Gobierno. Ahora resulta que la zapatería se convirtió en una carpintería.

—¿Una carpintería?

—Dicen que era de Eusebio Leal. Nunca vimos a Eusebio Leal por aquí. Nadie sabe de dónde salió eso. Sigue la cosa. Estas casas eran medios básicos. La mayoría de los trabajadores vivían aquí. Con la resolución 680 del año noventa la mayoría de las casas quedaron desvinculadas. Yo, por ejemplo, llevo aquí cincuenta y tres años y todavía no he podido obtener la propiedad de mi casa.

—¿Usted cree que después de que el central cerró aquí se vive un tiempo parecido al tiempo muerto? ¿Ahora se vive un tiempo muerto que no acaba?

—Parecido, pero en distintas circunstancias.

—¿Cuáles circunstancias?

—En tiempo muerto existían los comercios y la gente compraba. Ahora el tiempo muerto es que no se puede comprar. Han quitado todo con lo que se beneficiaban las personas. Todo el mundo está muy descontento. No le quiero decir la mayoría, un buen porciento. Por ejemplo, las personas como yo, militantes del Partido, nos damos cuenta, pero nos callamos. Yo soy la secretaria de esta circunscripción de la Federación de Mujeres Cubanas. Ahora hay quien se da cuenta, no es nada, y lo que forma es mucho. Aquí tratamos de mejorar, pero la mayoría no ayuda porque hay muchos problemas. Yo pienso que esto se arregle. Creo yo. Además, mucha gente sin trabajar, jóvenes, y sobre todo allá, en el lugar que le dije que hay tantas personas. Nos atienden. No se puede decir que no nos atienden. Pero no como debemos tener atención. Realmente no es fácil.

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EDGAR ARIEL
Edgar Ariel Leyva González (Holguín, Cuba, 1994). Periodista, investigador y crítico de arte. Máster en Estudios Teóricos de la Danza (2020) en la Universidad de las Artes de Cuba (ISA) y Licenciado en Periodismo (2018) en la Universidad de Holguín. Es egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Actualmente investiga sobre la configuración de la estética poscrítica en Cuba. Forma parte del Staff de Rialta.

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