Tanto en poesía como en prosa, Fina García Marruz nos legó la originalidad de sus observaciones. Se aferraba a detalles minúsculos que de improviso se engrandecían cuando volcaba sobre ellos la lucidez de su mirada. Utilizaré –para probar esta idea– tres detalles aislados uno del otro.
Cuando se propuso hacer copias poéticas de la colección de Rembrandt del Ermitage en San Petersburgo, sus ojos se detuvieron en el retrato sencillo de una señora holandesa. Fuera de la maestría del pintor para reproducir a su retratada que –por el realismo– pareciese vivir dentro del lienzo, poco más podría decirse. Sin embargo, la poeta ilumina la minucia de los labios plegados de la modelo; y así logra abrir una historia desapercibida para muchos. Baertjen Martens Doomer hace ese pequeño gesto con la boca porque no podía imaginar que ese día iba a servir de inspiración para el gran artista. Con ropas recatadas, y cierta tímida picardía, mira al pintor –e imagina García Marruz que le dice a Rembrandt antes de pintarla:
“—Pues sí, si quiere,
si se empeña, posaré
para usted, pero solo
por una hora, que no tengo
demasiado tiempo, solo
por una hora!”
dijo plegando
los labios hacendosos
por toda la eternidad
esa buena señora Baertjen
Martens Doomer[1]
Todo parece indicar que el elegido para aquella mañana del siglo XVII era Herman Doomer, el esposo de Baertjen, dorador ebanista de los marcos de Rembrandt.[2] Para la ocasión, él sí se colocó sombrero, capa y mostró su dignidad burguesa, pero el maestro del claroscuro también quiso recoger el rostro de la señora de casa, y ella, ante la sorpresa, regaló para la historia del arte ese sencillo y peculiar semblante. Puede que el marido posó con más esmero y se colocó en la posición indicada por el pintor, en cambio la mujer laboriosa, con una brevísima y cotidiana mirada, logró un resultado singular. Asimismo, el esposo de la escritora, Cintio, fue el referente principal y de más prestigio de la familia Vitier-Marruz, pero más de una vez Fina, sin proponérselo, y con un rápido gesto de verso, prosa o una palabra colocada detrás de la disertación, lograba alcanzar la misma trascendencia literaria.
El otro ejemplo lo extraigo del Anuario Martiano, preparado en la Sala Martí de la Biblioteca Nacional. Fina ha encontrado una carta de Juana Borrero, y hace una fiesta de la breve expresión: “José Martí (un caballero muy simpático)”.[3]
Por referencia de la hermana de Juana, Dulce María Borrero, se sabía que Martí, como mismo ocurrió con Julián del Casal, conoció personalmente a la niña prodigio cubana, aunque la prueba documental de ese momento no aparecía. Se buscaba el registro de un encuentro en la Nueva York de 1892, mas no se hallaba cita alguna que pudiera probarlo en el periódico Patria, y esto último era muy extraño, pues esa publicación fue celosa en recopilar todo lo bueno de Cuba en la emigración.
En el ensayo de Dulce María Borrero, que sirvió de base para la investigación de Fina, “Evocación de Juana Borrero”,[4] se plantea incluso que la adolescente regaló algunos de sus dibujos a Martí, y este en reciprocidad, le hizo una acuarela inspirada en uno de sus paisajes a lápiz. Sin embargo, gracias a una carta facilitada por Mercedes Borrero, otra de las hermanas, fechada en 1890, se pudo, por fin, aclarar el asunto.
La reunión ocurrió dos años antes de fundarse Patria. Martí y Benjamín Guerra ya eran amigos y organizaron una reunión de bienvenida para la familia Borrero. Juana enumera con gracia todos los que tomaron la palabra, incluido ella misma cuando leyó alguno de sus sonetos, y hacia el final de la misiva escribió: “acabó [tachado] José Martí (un caballero muy simpático) cerró la velada con un discurso sobre Pujol, Papá y yo… y dijo tantas cosas de mí y tantos crímenes nuevos que yo no conocía, me echaba encima que yo no sabía dónde meterme”.[5]
Da gracia hasta imaginar a la adolescente de trece años, sonrojándose de un Martí lleno de elocuencia que diserta sobre su persona. Ironiza como “crímenes nuevos” que “no conocía” las apreciaciones realizadas por el orador en torno al talento de la niña. Incluso, para no pensar más en lo que acababa de oír, Juana cambia la atención hacia una palangana de porcelana con limonada fría dentro, detalle descriptivo que destaca más que las propias alabanzas sobre sus dotes de artista. Para su mente ágil y pizpireta ese “caballero muy simpático” está exagerando, cómo imaginar –que tan solo cinco años después– será el organizador de una guerra. Cómo suponer que lo destacado por él fuese cierto, y todavía hoy nos maravillamos de los cuadros, poemas y cartas de Juana Borrero.
El último ejemplo es del año 1968. Cuando Fina decide sanar la espiritualidad de su amigo Samuel Feijóo y se lanza a interpretarle uno de los libros más controversiales de la Biblia, el Libro de Job.
Con prosa certera y equilibrada le narra a Feijóo que Dostoievski pidió que le leyeran ese texto en su lecho de muerte y establece una curiosa analogía con otros grandes personajes de la historia, que, al igual que Job, fueron capaces de saber sufrir, sin dejar de ser revolucionarios y sin, a su vez, dejar de ser amorosos en su enfrentamiento: Prometeo, Cristo, Martí y Gandhi.
Según Fina, existe un contraste entre la longevidad de los antiguos patriarcas como Abraham y Moisés con la inmolación de Jesús y sus apóstoles a partir del nuevo testamento. Por lo que sitúa este libro como prueba literaria de un cambio de mentalidad hacia lo religioso.
El sacrificio, a partir de ahora, no está en las ofrendas materiales a la divinidad, sino en lo que hagamos nosotros mismos como individuos frente a las pruebas existenciales.
Fina reconforta al amigo escritor porque sabe que la palabra amorosa no es solo para los que saben oírla, sino, sobre todo, para los que se ven ahogados en la injusticia y el abandono de los pobres.
Job parte de la falta de equidad de la vida, así como la obra martiana emergió de la sinrazón del colonialismo español en el presidio político. Por esto dice ella que cuando el Nuevo Testamento expresa: “Venga a nosotros tu reino” quiere decir venga a la Tierra la justicia y la paz que no se han podido lograr y que no nos podemos cansar de exigir y desear.
Nuevamente la trascendencia emergió de un análisis aparentemente marginal que no siempre es el más trabajado o destacado por los estudiosos. Con mirada diferente Fina, casi siempre, logra que nos enfoquemos en detalles nunca antes advertidos. Lamentablemente, falleció, casi a punto de su centenario, pero su escritura nos reta siempre a aguzar los sentidos mientras leemos sus textos. El ser partícipes de su mirada sencilla, perspicaz y prodigiosa.
Notas:
[1] Fina García Marruz: El instante raro (Antología poética), Pre-textos, Valencia, 2010, p. 421.
[2] Por cierto, el cuadro de Herman fue visto por Martí en Nueva York y le inspiró una crónica que hasta el día de hoy está extraviada. Por los caprichos del mercado del arte, hoy en día, el lienzo del esposo se encuentra en el Museo Metropolitano de Nueva York y el de la esposa en el Ermitage de San Petersburgo.
[3] Fina García Marruz: “Una carta de Juana Borrero sobre Martí”, en Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional de Cuba, Departamento Colección Cubana, Consejo Nacional de Cultura, 1972, no. 4, p. 362.
[4] Fina García Marruz: “Evocación de Juana Borrero”, Revista Cubana, XX, jul.-dic., 1945.
[5] Ídem.
Sagaz texto de David Leyva González. Para muchos, como Lezama y Gastón, y entre los que me cuento, Fina tuvo más sensibilidad artística y logros poéticos que Cintio. También sus ensayos son de mayor intensidad expresiva y hondura exegética que los de su esposo, sin restarle relevancia al autor de Lo cubano en la poesía. Lástima que ambos no supieran o no quisieran deslindar creencias de ideas sobre la dictadura.