La Universidad de Harvard (Massachussets, Estados Unidos) anunció en abril la creación de un fondo monetario de 100 millones de dólares que se destinará a la investigación en torno a los vínculos históricos de la prestigiosa casa de estudios con la esclavitud y a la reparación de los efectos que desencadenó esa relación. La noticia llegó acompañada de la publicación de un exhaustivo informe de 130 páginas, en el que se detallan las múltiples maneras en que esta institución se benefició de la práctica esclavista y perpetuó la desigualdad racial, durante más de 150 años, a partir del preciso instante de su fundación en 1636.
Lawrence S. Bacow, actual presidente del centro de altos estudios estadounidense, realizó el anuncio en una carta dirigida al colectivo universitario y publicada en la página oficial de la institución, en la que destaca cómo la trata de personas y el racismo jugaron un prominente rol en el devenir de la Universidad. El directivo subraya: “tenemos la responsabilidad moral de hacer lo que podamos para abordar los persistentes efectos corrosivos de esas prácticas históricas en los individuos, en Harvard y en nuestra sociedad”.
Cuando Bacow se estableció como presidente en 2019 se ocupó de promover la indagación sobre los puntos de contacto entre la Universidad y la historia de la esclavitud. El informe resultante fue elaborado por un conjunto de expertos de las diversas facultades del campus, quienes, con “perspectiva crítica”, emprendieron la tarea de realizar “una investigación rigurosa”, capaz de abrir “oportunidades para convocar programas académicos, actividades y conversaciones que alienten a nuestra comunidad universitaria a pensar […] el impacto continuo y el legado de la esclavitud”.
Bacow anima en su carta “encarecidamente” a los miembros de la comunidad de Harvard (estudiantes, profesores, personal y graduados) a leer el informe del comité. Continúa la misiva: “Muchos lo encontrarán inquietante e impactante. Muchos se sentirán decepcionados al conocer verdades dolorosas sobre la historia de una institución que han llegado a conocer, respetar y amar. El Harvard que conozco, el de hoy, se debe esforzar por ser mejor, por acercar cada vez más nuestra experiencia vivida a nuestros elevados ideales. Con la publicación del informe, y el compromiso de seguir sus recomendaciones, continuamos la tradición de aceptar los desafíos que tenemos por delante. Eso también es parte vital de nuestra historia. Aprendamos del informe y trabajemos juntos para reconocer y reparar las injusticias que tan cuidadosamente documenta”.
En rigor, este tema se comenzó a explorar en 2016, cuando el ex-presidente de Harvard Drew Gilpin Faust, después de advertir públicamente que la academia era “cómplice directa del sistema de esclavitud racial de Estados Unidos”, creó una comisión para examinar el asunto y encontrar la forma de honrar a los individuos que sufrieron la esclavitud en suelo universitario. Desde entonces, se han venido sucediendo un grupo de acciones, cada vez más impactantes en la sociedad y en la comunidad académica. más allá de la producción de conocimiento, en sintonía con la urgente necesidad de restituir la memoria de las personas esclavizadas y los afrodescendientes, y como estrategia general de enfrentamiento al racismo y la discriminación.
El informe que se publica ahora registra el sistema explotador afincado en Harvard a nivel estructural y recoge las memorias de los individuos esclavizados, tanto en el entorno universitario como en toda la región de Massachussets; enfatiza especialmente en las huellas que persisten hoy de la violencia implícita en la desigualdad y la segregación sembradas por semejante experiencia. De tal forma, la investigación rebasa los cercos estudiantiles para confirmar que la esclavitud moldeó el tejido social e institucional del norte estadounidense, y que permaneció legal hasta 1783, cuando el Tribunal Judicial Supremo del estado certificó su inconstitucionalidad –un perfil histórico de la región objeto de disímiles disputas, esencialmente, de naturaleza política.
A través de investigaciones en los Archivos de la Universidad de Harvard y en varias de sus bibliotecas, entre otros repositorios, se explica en la introducción, “este informe documenta ahora verdades incontestables: durante los siglos XVII y XVIII, la venta y el tráfico de seres humanos –en esclavitud– y las industrias arraigadas en el trabajo de mujeres, hombres y niños esclavizados que se extendieron por todo el mundo, constituyeron una parte vital de la economía de Nueva Inglaterra e incidieron en el desarrollo de la Universidad. Los líderes, el cuerpo docente, el personal y los benefactores de Harvard esclavizaron a persona, algunas de las cuales trabajaban en la Universidad, acumularon riqueza a través de la trata y el trabajo esclavo, y defendieron la institución de la esclavitud”.
En una suerte de resumen incluido al cierre del primer capítulo del informe, se detalla que “entre la fundación de la Universidad en 1636 y el fin de la esclavitud en la Commonwealth en 1783, las facultades, el personal y los líderes de Harvard esclavizaron a más de 70 personas”. “Algunos de esos esclavos trabajaron y vivieron en el campus, donde cuidaron de los presidentes y profesores […] y alimentaron a generaciones de estudiantes de Harvard”. Más adelante, se especifican los nexos financieros de la institución con personas que “acumularon su riqueza a través del comercio de esclavos y del trabajo realizado por estos en las plantaciones de las islas del Caribe y del sur de América […]”.
Durante la primera mitad del siglo XIX, estipula el reporte, “más de un tercio del dinero donado o prometido a Harvard por particulares provino de sólo cinco hombres que hicieron sus fortunas con la esclavitud y los productos básicos producidos por esclavos”. Esos benefactores continúan siendo honrados en el presente de múltiples formas, amparados por políticas que procuran borrar su historial esclavista.
Emprendida desde una contundente conciencia crítica, esta investigación especifica cómo algunos profesores e intelectuales de la universidad, impulsaron la “ciencia racial” y la eugenesia entre los siglos XIX y XX. El pensamiento promovido por estos individuos sirvió de soporte a los ideólogos de la supremacía blanca. “Investigaciones para avanzar en las teorías eugenésicas también tuvieron lugar en el campus”, asienta el informe, “Dudley Allen Sargent, director del Hemenway Gymnasium desde 1879 hasta 1919, implementó un programa de “educación física” que incluía exámenes físicos intrusivos, medidas antropométricas y fotografías de estudiantes desnudos de Harvard y Radcliffe”. También se comenta que Charles William Eliot, presidente de la universidad alrededor de cuarenta años, emprendió estudios enfocados en mejorar la raza de los estudiantes atletas; y que su sucesor en 1909, Abbott Lawrence Lowell, promovió en Harvard una comunidad “sólo para blancos”.
El comité encargado de redactar el reporte presentó una serie de recomendaciones para iniciar el trabajo de reformación institucional de la Universidad y de la sociedad estadounidense en general. Tales recomendaciones se enfocan en “remediar los daños educativos y sociales […] que la esclavitud humana causó a los descendientes, a la comunidad del campus y a las ciudades circundantes, la Commonwealth y la nación”, los cuales repercuten todavía en el presente.
El documento llama a brindar apoyo, no sólo financiero, a los descendientes de esclavos. Los expertos sugieren “que la Universidad aproveche su excelencia académica y su experiencia en la educación para enfrentar las desigualdades sistémicas y duraderas que afectan a las comunidades de descendientes en los Estados Unidos”. Consideran imprescindible enfrentar esas diferencias en estrecho vínculo con colegios comunitarios, escuelas locales e instituciones sin fines de lucros comprometidas con trabajos de la misma naturaleza. Otra de las recomendaciones insiste en la urgencia de “honrar a las personas esclavizadas a través de la memorialización, la investigación, los planes de estudio y la difusión del conocimiento”; y se insta a mantener un “apoyo financiero continuo para becas y planes de estudios que busquen comprender, analizar y promover soluciones a las desigualdades raciales que plagan a las comunidades descendientes”.
Para rebasar el espacio físico de Harvard, la comisión encarga la implementación de asociaciones con colegios y universidades negras, y se exige “la preservación de archivos, la digitalización y otras colaboraciones para documentar y salvaguardar la historia afroamericana”. También se considera importante que el centro “se comprometa con los descendientes a través del diálogo, la programación, el intercambio de información, la construcción de relaciones y el apoyo educativo […]”.
Harvard se suma ahora a la extensa lista de entidades académicas de los Estados Unidos, como las universidades de Brown y Georgetown, la Universidad de Virginia, y el Seminario Teológico de Princeton, que han emprendido similar iniciativa revisionista con la finalidad de enmendar su participación en la experiencia del comercio de africanos o de nativos de la propia América del Norte. Estos organismos de educación superior están operando sobre ese lamentable legado de “marginación, segregación, criminalización y privación de derechos”, con acciones visibles, continuas y duraderas; no sólo para saldar cuentas con los descendientes de esclavos o con el pasado institucional, sino para crear condiciones para un sociedad más equitativa, inclusiva y plena para todos los seres humanos.
Aunque el insondable daño ocasionado por la esclavitud, y particularmente el causado por la Universidad, es imposible de deshacer, la creación de este fondo monetario posibilitará acometer las acciones antes enumeradas y desplegar muchos otros recursos significativos, en función de erradicar la discriminación y la segregación racial que golpea a nuestras sociedades. De manera que este es un paso extraordinario en la creación de futuros alternativos.
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