De la serie ‘A base de viandas’, Arien Chang
De la serie ‘A base de viandas’, Arien Chang

“Mira esto”, dijo. Y aguantó la respiración hasta casi asfixiarse para sacar por un momento los seis pequeños y casi perfectos cuadrados del abdomen. Plop-plop-plop, saltaron uno a uno los duros globitos de carne dominados por la profunda contracción, mientras los ojos se abultaban un poco por el esfuerzo. (No quise decirlo, pero me pareció que su cabeza se volvía demasiado pequeña en comparación con la enormidad de su cuerpo.) “Y mira ahora”, dijo nuevamente llevando hacia atrás los dos brazos repletos de gruesas venas y protuberancias fibrosas. Los retorció como si se tratara de dos troncos de árbol que un huracán estuviera tratando de trenzar, de entretejer. O mejor, como si un invisible policía le hubiera gritado en medio de la calle “vírate, carajo, vírate para ponerte las esposas”. Aunque todos saben que no hay necesidad de nada de eso, que aquí la fuerza no constituye una amenaza, ni tiene nada que ver con la brutalidad, con la violencia, sino simplemente con la belleza del cuerpo humano, masculino y femenino. ¿Qué necesidad tendrían de agredir cuando la sola presencia de uno de esos muros de carne ya es capaz por sí misma de detener en seco la posibilidad de cualquier bronca? El concursante número 63 comienza a darse sonoras palmadas en los brazos como si estuviera saludando a un viejo amigo: “estas macetas son muy nobles y verdaderas piezas de exhibición, de museo”, se ríe con picardía, aunque si tuviera que usarlas, ya tú sabes. “Seguro, asere”, dice el 53, mientras se embadurna los músculos para hacerlos brillar como acero recién fundido cuando salga a competir al escenario.

“Pero ustedes a veces exageran, como si trataran de llevar el cuerpo más allá de sus límites naturales”, le digo para provocarlo, quizás para adularlo. El forzudo número 48 bizquea un poco mientras me mira de arriba abajo con cierta lástima. “El cuerpo siempre es natural. No hay nada exagerado cuando se trata de musculatura. No hay límites. Siempre puede dar más. Aquí nos convertimos poco a poco en estatuas, en esculturas de piedra, de bronce”, dijo por allá el 34 mientras la sombra del repentino flash redoblaba su corpulencia sobre la pared mugrienta del fondo. El fotógrafo Arien Chang se mueve sigiloso entre ellos, tratando de no estorbar, de pasar inadvertido, pero sin lograrlo. Aparentemente concentrados en sus ejercicios, todos están muy atentos a sus movimientos. Posan para él. Disfrutan.

Dile que haga todas las fotos que quiera. Que para eso estamos aquí, para mostrar el cuerpo, para exhibirlo, aunque nadie supone el sacrificio que ha implicado, ni las maromas cotidianas que hemos tenido que hacer para lograrlo. Somos cubanos, ¿no es cierto?, así que una buena parte de estos músculos está hecha de boniato hervido, de pan con croqueta, de pescado de río, de lo que la libreta de abastecimientos nos permita comer. Un poco de vitaminas por aquí y por allá y otros nutrientes cuando se consiguen, y algún que otro discreto pinchazo de esteroide. Este es un universo cerrado, man. Una masonería. Nos miramos unos a otros para reconfortarnos, para medirnos, para corregir nuestros defectos, para mejorar nuestra apariencia. Y el espejo siempre nos dice la verdad. Queremos ser clásicos. Quizás como los griegos. Sentirnos Hércules. Hércules hechos a mano, manufacturados. Aunque este ambiente marginal, improvisado, lleno de trastos y paredes manchadas por el sudor y la grasa no debe parecerse mucho al Partenón. Te hablo de nuestros cuerpos, pero si te fijas bien, verás que nuestros verdaderos cuerpos quedaron atrás, ya apenas existen. Nuestros bíceps, tríceps, muslos, espaldas, hombros, trapecios han terminado por recubrir, por esconder nuestro cuerpo inicial, originario. Hemos ido moldeándolo, esculpiéndolo hasta hacerlo desaparecer. Ya somos otra cosa. Quizás una rareza. ¿No es eso lo que el fotógrafo vino a buscar aquí? Dile que cuando termine con las fotos puede quitarse la camisa y hacer un poco de hierro con nosotros. A lo mejor le coge el gusto. Y ya verá que luego va a tener más espacio en el cuerpo para hacerse tatuajes.

Colabora con nuestro trabajo
Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro.
¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí.
¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected].
ORLANDO HERNÁNDEZ
Orlando Hernández (San Antonio de los Baños, 1953). Historiador, crítico de arte y poeta. Trabajó, de 1978 a 1989, como investigador en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba. Es curador y art adviser de The von Christierson Collection, en Londres, sobre arte afrocubano contemporáneo. Ha publicado ensayos y textos sobre arte, desde los años ochenta, en catálogos, revistas y libros, en Cuba y otros países.

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí