inCUBAdora publica ‘Búlgaros’, serie de dibujos-collages de Nicolás Lara

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Fragmento de una de las obras de Nicolás Lara, incluida en ‘Búlgaros’ (inCUBAdora Ediciones, 2020)

inCUBAdora, ese “archivo” (disidente y subversivo) orquestado por el escritor cubano Carlos A. Aguilera, recupera para la web el espíritu que en su momento animó a Diáspora(s): integra el ánimo por dinamitar y oxigenar la experiencia cultural cubana, con una práctica política interesada en transgredir representaciones estériles y hegemonías artísticas y literarias. Como parte de este activismo aparece Búlgaros (inCUBAdora Ediciones, 2020). El e-book acoge la colección homónima de dibujos-collages de Nicolás Lara (La Habana, 1943), acompañada por un grupo de análisis, valoraciones, y comentarios sobre el artista y su obra, escritos por Marta Limia, François Vallée, Frank Guiller, Ernesto Menéndez Conde, Idalia Morejón Arnaiz, Omar-Pascual Castillo, Janet Batet, María Cristina Fernández, Rafael DiazCasas, Alejandro Aguilera, Ana M. Fernández, Kelly Martínez-Grandal. Estos textos, junto a las obras, tienen en común el mérito de puntualizar las coordenadas estilísticas en que se mueve Nicolás Lara (su tecnología autoral), y el valor de volver a llamar la atención y de visibilizar mejor a un creador que “partiera para el exilio entrando los años noventa”, según se encarga de recordar María Cristina Fernández.

Merecido homenaje a su obra y su trayectoria –“artista mayor de una época insólita y de una generación mítica, la de los años ochenta en Cuba”, asegura François Vallée–, Búlgaros presenta una colección asediada por un aura que desenfadadamente se burla de Walter Benjamin. Puesto que, por paradójico que parezca, aunque la representación aquí se alimenta de códigos y criterios formales propios de las tenidas todavía como “creaciones artísticas subalternas”, estas se degustan con la sensación inevitable de estar frente a “obras de arte”, sin que medie adjetivo alguno, esas que hacen parte de la “alta cultura”. La colección, agrupada en formato libro, recorre ahora las redes posibilitando auscultar la turbulencia estética de Nikoleto von Lara, en la que “el desparpajo crudo y expresivo de este franc-parleur es el perfecto antídoto a tanta sofisticación y arrière-pensée dentro del arte cubano contemporáneo”, escribe en el libro Janet Batet.

Los criterios aquí reunidos sobre la poética de Nicolás Lara coinciden en la vitalidad de su ejecución; pujante gracias a la audacia con que el creador trabaja la superficie de las piezas, la solvencia de su inventiva visual, la autosuficiencia del repertorio morfológico instrumentado, además de la sutileza con se pliega sobre la memoria histórica. Según François Vallée, esta es “una pintura desprovista de afectación, bruta, personal, genuina; una manera de figuración existencial, una fuerza de resistencia a cualquier voluntad de negar la vida”. Ahí se expone uno de los atributos más significativos entre los que detecto en Búlgaros: el montaje orgánico entre la consistencia del plano expresivo –resueltamente revelador en sí mismo–, y la densidad del gesto alusivo, que siendo de suma importancia, no limita la fruición de la forma. El modo tan orgánico en que se anudan índices del expresionismo, de la nueva figuración, del art brut, del pop, y estrategias como el collage, la intertextualidad, la caricatura, el humor gráfico y el grafiti evidencian un insolente control de la arquitectura plástica, además de inteligencia para sumar a la construcción una proyección paródica de las remisiones textuales. De esa trabada composición interna emergen las vibraciones de esta maquinaria estética.

Toda esa celebración del artificio prolonga, decía, una conexión particular con la realidad. En las obras gravitan pasajes de una memoria personal marcada por accidentes fundamentales de la Historia. No por gusto comenta Rafael DiazCasas que “estos trabajos edifican un puente invisible en el tiempo entre su pasado habanero y el presente exilio neoyorquino”. Y continúa: “estos dibujos-collages son como un viaje en tren lechero de infinitésimas paradas, que se extiende desde una funeraria en el barrio del Vedado, donde conoció y se reunió con personajes de la contracultura en los ochenta de la isla, al vecindario latino de Washington Heights, en Manhattan, esa otra isla donde vive hoy día”. Búlgaros se supone una serie de retratos, “dedicados a personas –y también a figuras venerables– que han incidido en su vida afectiva”, a quienes Nicolás Lara alude “escribiendo sus nombres, con palotes improvisados, relacionándolos con otras palabras, con acotaciones supuestamente aclaratorias, con imágenes recortadas de libros o revistas, con garabatos y con dibujos que formalmente hacen pensar en representaciones de lo que hoy llamamos outsider art”, explica en su acercamiento Ernesto Menéndez-Conde.

Pero estamos, en buena lid, frente a extrañamientos del “retrato”, porque aun cuando fija sus referentes –entre ellos, Consuelo Castañeda, Carlos Rodríguez Cárdenas, Glexis Novoa, Aldito Menéndez, Lía Villares, incluso Changó y el Buda–, su operación tiende a descentralizar el yo, modelar ciertas actitudes, atrapar determinadas compulsiones sociales. Un ejemplo elocuente sería la pieza encabezada con el rótulo “Antonia Eiriz”, donde la figuración, tendente a lo abstracto, se hace acompañar de varios textos, además del nombre de la artista cubana, uno de los cuales reza: “no le cogió miedo a la cosa”. Es suficiente esta frase para que la obra sea atravesada por el nervio de una experiencia existencial y artística trágica, la realidad política que llevó a Ñica Eiriz a renunciar a la pintura. Está claro que a Nicolás Lara no le importa el criterio de semejanza física, su procedimiento convoca a los personajes y, con ellos, activa, como dice Ana M. Fernández, sus memorias de La Habana, y no sólo. En la obra dedicada a Moisés Finalé, a una de sus exposiciones, se lee “hace años en la galería de 12 y 23, Habana, el Partido Comunista trató de hacerla «talco»”. Junto al pintor son exorcizadas las encrucijadas de una vida. Y en tal sentido, las obras devienen laberinto de remisiones donde los retratados son sólo instantes –quizás el núcleo– de un rizomático entramado textual.

Debemos transitar por las páginas de Búlgaros para justipreciar la belleza de estas obras, sorprendentes allí donde la espontaneidad de la representación da paso a una concepción interna tan rigurosa. Estas obras que parecen divertimentos, proyectan fascinantes mecanismos de seducción visual. La promiscua simbiosis propia del collage, la integración de símbolos de la cultura popular, la carnavalesca manipulación de los referentes, resultan de una precisa elaboración de las ideas. Esos podrían ser algunos de los valores del arte cubano de los ochenta que conserva Nicolás Lara. En otras palabras, su desacralizadora apropiación de los motivos, integrados en una sólida articulación estilística, cataliza más de una lectura sociológica.

A propósito de esto último, llama la atención la diafanidad comunicativa del discurso, a la que contribuye tanto el empleo personal de la estética bad como la coartada del humor, tenido este no sólo como un desautomatizador del drama o de la gravedad referencial, sino como detonante él mismo del sentido. Otro elemento a tener en cuenta al respecto es el erotismo, como expresión de rebeldía, provocación, goce. Todas las figuras asociadas al sexo –el cuerpo desnudo y los órganos erógenos hiperbolizados– son también, como el humor, un lubricante favorecedor del discurso de cuestionamiento y libertad labrado por el artista.

Nicolás Lara pertenece a ese complejo sistema que es la diáspora cubana. Las múltiples asociaciones suscitadas por estos originales retratos de Búlgaros, el principio integrador que les es propio desde la técnica, la dinamitación de la memoria histórica que activan, devienen requerimientos urgentes para la cultura cubana por sobre los límites físicos de la isla.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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