‘Nessus and Deianira’ (detalle), Lambert Sustris, 1540-1560

Tuve noticia de la existencia de Jean de Sponde (1557-1595) leyendo El Manierismo, de Arnold Hauser, para un examen en la universidad. Aunque en aquel momento prioricé lo referente a las artes plásticas y no a la poesía, no dejó de llamarme la atención la manera en que el ensayista húngaro anotaba la singularidad de Maurice Scève, Louise Labé y Sponde en la lírica francesa del XVI y cómo era cosa común que ninguno fuera destacado en las historias de la literatura más socorridas, a pesar del alto grado de innovación y modernidad presente en sus textos. Años después, documentándome para traducir a Joachim du Bellay y a Louise Labé, entré en contacto con buena zona de la producción de este controvertido e injustamente relegado autor que en mucho se parece a John Donne y que, junto a los antes mencionados, casi seguro fue una de las lecturas nutricias de Charles Baudelaire, considerado el iniciador de la poesía contemporánea.

Sponde nació en Mauléon, en los Pirineos, en el seno de una familia protestante de esta región del País Vasco, y desde pequeño fue protegido por Jeanne d’Albret, madre de Henri de Navarra, quien a la postre resultara coronado como Henri IV de Francia. Gracias a esa protección el futuro poeta recibió una esmerada educación clásica, que facilitó sus traducciones de Homero y Hesíodo al latín, y de Séneca y Aristóteles al francés, y también sus estudios teológicos universitarios en Basilea bajo la conducción del erudito Théodore de Bèze. Antes de cumplir los treinta Sponde se convirtió en relator en la corte de Henri de Navarra. Luego, fue nombrado teniente general del senescalado de La Rochelle, pero pronto dimitió de su cargo movido por profundas diferencias con los magistrados rocheleses y con los moradores del lugar.

Es quizá en esta época, entre 1581 y 1583, que puede datarse la redacción de su poemario Les Amours, el cual constituye la parte profana de su obra y fue publicado de manera póstuma en 1597. Este cuaderno está compuesto por veintiséis sonetos, una elegía y tres canciones que se mueven alrededor de dos temas fundamentales: la ausencia de la mujer amada y la constancia del poeta enamorado. Estos temas engendran una serie de oposiciones: la firmeza del amante y la inestabilidad del mundo, el amor auténtico y el deseo sometido a las vicisitudes del tiempo y la ausencia y la presencia. Las imágenes y las comparaciones utilizadas proceden de tres fuentes: la cosmología, la mitología y la historia romana con sus conquistas y rivalidades intestinas. De los temas amorosos convencionales, Sponde obtiene, gracias al sorprendente vigor con que los maneja, una escritura que tiende a la abstracción y en la cual la moral está animada por una voluntad de absoluto que ya anuncia sus poemas religiosos.

Estos Amores no son demasiado deudores de Ronsard, como tampoco de la inspiración barroca y manierista de finales del siglo XVI. La ausencia de la amada, una especie de pretexto para el tono elegíaco, se trastoca en la prueba decisiva que permea el sentimiento del amor y le confiere la estabilidad de una esencia. La paradoja del poemario radica en que la ausencia en él es vista como la posibilidad dolorosa de ser arrastrado por los acontecimientos, las fluctuaciones y los cambios del deseo. El amor, en Sponde, no se permite ser soñador ni se abandona al cumplimiento de ningún plazo, sino reúne todas las energías antitéticas pero complementarias del amante; la constancia aparece como la reivindicación de una postura ética que enorgullece al sujeto lírico, al punto de que se erige a sí mismo como un ideal.

A la poesía amorosa de un Ronsard y de un Desportes, donde el sujeto busca en vano la unidad y la coincidencia de sus estados, Sponde opone el “yo duro como una roca” y el “fuego” de una interioridad que “nunca cambia”. Esta poesía es incontestablemente reflexiva: la existencia en sus versos de la mujer amada importa menos que la densificación del sentimiento que esa mujer engendra. Extraños resultan estos Amores en los cuales la tensión por la hipotética posesión del otro apenas interesa. Solo cuenta, en definitiva, la reabsorción del yo y de sus afectos en una idealidad duramente conquistada.

La lectura analítica de los Salmos, en 1582, le había provocado a Sponde una profunda conmoción, y desde ese momento su escritura comenzó a tomar una orientación religiosa. Es entre ese año y 1588 que escribe sus obras más importantes: Meditaciones sobre los salmos Ensayo de algunos poemas cristianos. El primero de estos volúmenes, en prosa, es un texto a través del cual Sponde se concentra en los problemas espirituales y en la búsqueda de la santidad. Ya desde inicios del siglo XVI la influencia del Salmista había marcado la poesía y la religión francesas; traducidos por Clément Marot, los Salmosse habían convertido en un signo de reagrupamiento protestante y el recrudecimiento de las guerras de religión no cesó de actualizar su forma (imprecación, penitencia, solicitud angustiada) ni su contenido (la oposición entre el hombre inicuo y el justo hostigado). Hugonote de formación, Sponde apreció en este texto la oportunidad de adentrarse, desde la poesía, en algunas grandes interrogantes doctrinales. El efecto del libro fue paradójico y nocivo para él por partida doble: los católicos le reprocharon su inspiración calvinista, y los protestantes no le perdonaron jamás su posterior abjuración de 1593, porque vieron en las Meditaciones… el motivo esencial para que el escritor, luego de haber soportado prisión y persecuciones por parte de los católicos en virtud de haberlas escrito, decidiera seguir el paradigma de su rey Henri IV y se convirtiera al catolicismo. A partir de entonces, por ejemplo, el otro gran poeta francés del período, Agrippa d’Aubigné, su íntimo amigo, se transformó en uno de sus más encarnizados enemigos personales.

Las cuatro meditaciones remiten, de manera respectiva, a los salmos XIV, XVIII, L y LXII. La primera insiste sobre la miseria del hombre, “enfermiza masa de barro”, criatura orgullosa y acérrima en no reconocer el poder divino. La segunda aspira a apartar al alma de las vanidades del mundo y obligarla a replegarse en sí; la única “fuente de alegría” es huir de la injusticia y del mal y refugiarse “en la santa montaña de Sión”. El alma, en la tercera meditación, sufre por ser, a la vez, llamada por Dios y retenida por el mundo. En la cuarta, invita al alma, afligida y derrotada por las asechanzas mundanas, a terminar por hacerse consistente en Dios. La frase inicial de la primera meditación podría servir de emblema para toda la obra: “Nada tan miserable como el hombre, pero nada tampoco tan soberbio”. La osadía es el escándalo original que cada meditación hace estallar en una sucesión de oposiciones violentas: no solo la criatura desprecia a su Creador, sino que lo finito arrostra a lo infinito y la apariencia desafía a la esencia.

Apologista apasionado, Sponde se preocupa menos de encadenar lógicamente su discurso que de martillar acerca de un puñado de nociones elementales sobre la salvación. Procede por rupturas, parataxis o acumulaciones vertiginosas de antítesis. Su designio principal es arrancar el alma de las manos de la “carne” y del “mundo”, provocar un movimiento de retorno sobre sí y una elevación hacia lo divino. Apóstrofes y reprobaciones ritman su arenga, que es menos comentario que palabra viva, preocupada en todo instante por dotar de armas espirituales a sus interlocutores. Escribir no es suficiente; hace falta gritar y suplicar. Cuando Dios parece hacer silencio, Sponde lo invoca sin cesar y reclama el castigo de los ruines: como para el salmista del Antiguo Testamento, para él el silencio de Dios es la mayor garantía del mal. La palabra del apologista ocupa en este volumen una posición central: destina a los hombres a Dios y a Dios a los hombres. Lo que ella reclama es una reciprocidad en la mirada y en el don: el hombre debe favorecer con su sumisión las liberalidades de Dios y debe rendirle alabanza a cada una de esas liberalidades. Ese es para Sponde el verdadero conocimiento, no la audacia intelectual sino la participación, la adhesión al misterio de la misericordia divina.

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Ensayo de algunos poemas cristianos resulta la forma en que Sponde se suma a un género muy popular en Francia durante el último tercio del siglo XVI: la poesía espiritual o penitencial, que practicaron por igual católicos y protestantes. Esta lírica devocional, que abraza los temas de la muerte, de la misericordia divina, de la oposición entre Dios y el pecador, pretende incitar al cristiano a un examen lúcido de sí; usa medios retóricos —interrogaciones imperiosas, apóstrofes interiores, cuadros grandiosos— que dan una urgencia dramática al tema de la salvación.

El cuaderno está compuesto por dos conjuntos temáticos. El primero (“Estancias de la Santa Cena” y “Otro poema sobre el mismo asunto”) está consagrado a la comunión, “alimento inmortal” en el cual el alma “llena de escabrosidad” se humilla ante el misterio de la misericordia divina. El segundo grupo (“Estancias de la muerte” y los doce “Sonetos sobre el mismo asunto”, a donde pertenecen los poemas incluidos aquí) incita al pecador a dejar una vida que no es otra cosa que muerte y “tinieblas” y a desear una muerte que es la única condición de una vida auténtica. En las “Estancias de la Santa Cena” se multiplican las exhortaciones dirigidas al alma del pecador. La apuesta de esta poesía penitencial es la transformación del alma en espíritu, su regeneración por la gracia divina. Aquí la muerte y el sacramento de la comunión poseen el mismo sentido: restituyen el alma a su “verdadera patria” y la liberan del yugo de la “carne orgullosa”. La sucesión de ambos grupos temáticos no resulta casual: la comunión, en efecto, es el recurso preparatorio para la separación final del alma y del cuerpo.

Estos poemas cristianos no se distinguirían apenas de la literatura espiritual de la época si no obtuvieran un sabio equilibrio entre la floración de imágenes y la abstracción. Llama la atención que la poesía de Sponde no multiplica las antítesis —cuerpo y alma, Dios y el pecador, la cólera y la misericordia divinas— sino para esencializar algunos de sus términos. A la oposición inicial del cuerpo y el alma se suma la de la carne y el espíritu: la carne es menos la materialidad del cuerpo que el principio de rebelión en el hombre, y el espíritu es el alma purificada por su deseo de vida eterna. En sus ansias de pureza, la poesía de Sponde evita la abstracción pura y hace de la vida humana el escenario de un combate. La oposición de la carne y del espíritu pasa por una utilización sutil de las imágenes: la carne está por lo general asociada al agua que lo mismo se desencadena en olas destructoras que toma la forma de un desagüe irreversible. La carne se vuelve un largo viaje sobre el agua que no tendría sentido si el “fanal” de la muerte no lo alumbrara: la muerte es luz, fuego del espíritu al fin rendido ante sí mismo. Esta oposición de la llama y del elemento líquido, muy del gusto de otros poetas barrocos (recordemos “Amor constante más allá de la muerte”, de Quevedo, por solo citar un ejemplo), adquiere una interesante significación: el fuego remite al pecado original, cuya maldición solo puede ser atenuada por la sangre de Cristo. Estos poemas de Sponde, lejos de ser una simple ilustración de temas teológicos, recrean todo el drama de la miseria y de la salvación y lo inscriben en fulgurantes y fervientes visualizaciones de un alto grado de contemporaneidad.

Por desgracia, los poderes absurdos de la política y de la ideología descontextualizaron e hicieron casi desaparecer de la historia de la poesía francesa la producción extraordinaria de Jean de Sponde, cuyo fervor en la fe y cuya belleza en el estilo lo hacen uno de los poetas mayores de su tiempo. Su exhumación definitiva debemos agradecerla al erudito inglés Alan Boase que publicó en Ginebra, en 1978, sus Obras literarias y lo recolocó en el lugar que siempre mereció dentro del canon poético europeo. Sirvan estas consideraciones para provocar su lectura entre aquellos hispanohablantes ávidos de buena poesía.

De Amores

I

Si encima de las aguas la tierra está sujeta,
¿cómo es que se sostiene ella tan firmemente?
¿Y si es sobre los vientos que tiene su cimiento,
qué puede conservarla sin que sea derribada?

¿Es que estos contrapesos que logran su equilibrio
no se inclinan jamás con balanceos disímiles?
¿Qué es lo que vuelve sólido, por tanto, a este elemento,
que halla a su alrededor la inconstancia reunida?

Pero es así, este cuerpo se va elevando todo
sin jamás sacudirse entre el viento y la ola,
¡milagro sin igual!, aunque mi amor enorme

viendo males corrientes soplar de todas partes,
no encontró entre los días, imitando este ejemplo,
su constancia en mitad de tantas ligerezas.

Si c’est dessus les eaux que la terre est pressée,
Comment se soutient-elle encor si fermement, 
Et si c’est sur les vents qu’elle a son fondement,
Qui la peut conserver sans être renversée ?

Ces justes contrepoids qui nous l’ont balancée 
Ne penchent-ils jamais d’un divers branlement ? 
Et qui nous fait solide ainsi cet élément, 
Qui trouve autour de lui l’inconstance amassée ?

Il est ainsi, ce corps se va tout soulevant
Sans jamais s’ébranler parmi l’onde et le vent,
Miracle non pareil ! si mon amour extrême,

Voyant ces maux coulants, soufflants de tous côtés,
Ne trouvait tous les jours par exemple de même 
Sa constance au milieu de ces légèretés.

VI

¡Dios mío, yo quisiera que mi mano esté ociosa,
que mi boca y mis ojos retomen su deber!
Escribir es escaso: es mejor ver y hablar,
de estas dos obras una es muerta y la otra viva.

Cualquier rasgo de amor que nuestra mano escribe,
es cual mudo testigo que no tiene poder
ni peso suficiente como el ojo tendría,
ni de nuestra voz viva la virtud más ingenua.

Pero no estando listos tan débiles pilares
y esos frutos mordidos con que lo alimentamos,
el Amor moriría de hambre e iría a la ruina.

A escribir, en espera de más firmes placeres,
y si el tiempo domina sobre nuestros deseos,
hagamos que a ese tiempo domine la constancia.

Mon Dieu, que je voudrais que ma main fût oisive, 
Que ma bouche et mes yeux reprissent leur devoir ! 
Écrire est peu : c’est plus de parler et de voir, 
De ces deux œuvres l’une est morte et l’autre vive.

Quelque beau trait d’amour que notre main écrive, 
Ce sont témoins muets qui n’ont pas le pouvoir 
Ni le semblable poids, que l’œil pourrait avoir 
Et de nos vives voix la vertu plus naïve.

Mais quoi ! n’étaient encor ces faibles étançons
Et ces fruits mi-rongés dont nous le nourrissons,
L’Amour mourrait de faim et cherrait en ruine :

Écrivons, attendant de plus fermes plaisirs, 
Et si le temps domine encor sur nos désirs, 
Faisons que sur le temps la constance domine.

XVII

Siento dentro del alma una guerra civil,
mi razón un partido, el otro mis sentidos,
sus ardientes discordias no pueden ser zanjadas
mientras su filo agucen el uno contra el otro.

Mas mis sentidos se arman con un cristal tan frágil
que si mi corazón de pronto no renuncia,
toda la dicha entonces hará de mi razón
el partido más fuerte, el más justo y más útil.

Mis sentidos desean hundirse bajo el fardo
del ardor que me da una remota antorcha;
la razón, al revés, me refuerza el martirio.

Hagamos como en Roma: al vulgo amotinado
de mis sentidos frívolos quitémoslo por fin,
y que nuestra razón allí plante su Imperio.

Je sens dedans mon âme une guerre civile,
D’un parti ma raison, mes sens d’autre parti,
Dont le brûlant discord ne peut être amorti,
Tant chacun son tranchant l’un contre l’autre affile.

Mais mes sens sont armés d’un verre si fragile
Que si le cœur bientôt ne s’en est départi,
Tout l’heur vers ma raison se verra converti,
Comme au parti plus fort, plus juste et plus utile.

Mes sens veulent ployer sous ce pesant fardeau
Des ardeurs que me donne un éloigné flambeau ;
Au rebours la raison me renforce au martyre.

Faisons comme dans Rome, à ce peuple mutin
De mes sens inconstants, arrachons-les enfin !
Et que notre raison y plante son Empire. 

XIX

Un día contemplé el agua de este río
que arrastra lentamente hacia la mar sus ondas,
sin que los aquilones lo hicieran espumar,
ni saltar, destructor, a la orilla que baña.

Y contemplando el curso de los males que tengo,
este río, me dije, no conoce de amar;
si una llama pudiera sus hielos encender,
él hallaría el amor igual que yo lo he hallado.

Si le sentara bien, tendría mayor torrente.
El amor es de pena, no tanto de reposo,
pero esta pena, al fin, al reposo le sigue,

si su espíritu firme del morir la defiende;
mas quien muere en la pena, no se merece sino
que el reposo jamás lo devuelva a la vida.

Je contemplais un jour le dormant de ce fleuve 
Qui traîne lentement les ondes dans la mer, 
Sans que les Aquilons le fassent écumer 
Ni bondir, ravageur, sur les bords qu’il abreuve.

Et contemplant le cours de ces maux que j’épreuve,
Ce fleuve, dis-je alors, ne sait que c’est d’aimer ; 
Si quelque flamme eût pu ses glaces allumer,
Il trouverait l’amour ainsi que je le treuve.

S’il le sentait si bien, il aurait plus de flots, 
L’Amour est de la peine et non point du repos, 
Mais cette peine enfin est du repos suivie,

Si son esprit constant la défend du trépas ; 
Mais qui meurt en la peine il ne mérite pas 
Que le repos jamais lui redonne la vie.

De Sonetos sobre la muerte

I

Mortales que su vida tomaron de mortales,
vida muerta otra vez en la tumba del Cuerpo,
ustedes que amasaron sus arcas, con las arcas
de aquellos que la muerte la vida les robó:

Ustedes que a los muertos vieron seguir su muerte,
no tienen otras casas que las casas de ellos,
y no sienten, por tanto, ninguna contrición,
¿qué hace que al recordar su recuerdo se olvide?

¿Es que toda la vida amando sus dulzuras
detesta en los horrores de la muerte pensar,
y no puede desear un deseo contrario?

Cada mortal acusa, y yo excuso el prejuicio
que se fragua en su olvido. Olvidar una muerte
les enseña un recuerdo de una vida inmortal.

Mortels, qui des mortels avez pris votre vie, 
Vie qui meurt encor dans le tombeau du Corps, 
Vous qui rammoncelez vos trésors, des trésors 
De ceux dont par la mort la vie fut ravie :

Vous qui voyant de morts leur mort entresuivie, 
N’avez point de maisons que les maisons des morts, 
Et ne sentez pourtant de la mort un remords, 
D’où vient qu’au souvenir son souvenir s’oublie ?

Est-ce que votre vie adorant ses douceurs 
Déteste des pensers de la mort les horreurs, 
Et ne puisse envier une contraire envie ?

Mortels, chacun accuse, et j’excuse le tort 
Qu’on forge en votre oubli. Un oubli d’une mort 
Vous monstre un souvenir d’une éternelle vie.

II

¡Es preciso morir!, y la vida orgullosa
que desafía a la muerte, sentirá sus furores;
los soles izarán sus flores cotidianas
y el tiempo agrietará esta ampolla vacía.

Esta antorcha que arroja una llama humeante,
sobre la verde cera apagará su ardor;
el óleo de este cuadro blanqueará sus colores,
sus ondas romperán en la orilla espumosa.

Vi sus claros relámpagos pasar ante mis ojos,
y escuché incluso el trueno que retumba en los cielos.
De una parte o de otra saltará la tormenta.

Vi fundirse la nieve, secarse sus torrentes,
a los leones rugientes los vi luego sin rabia.
Vivid, hombres, vivid, que es preciso morir.

Mais si faut-il mourir ! et la vie orgueilleuse, 
Qui brave de la mort, sentira ses fureurs ; 
Les Soleils haleront ces journalières fleurs,
Et le temps crèvera cette ampoule venteuse.

Ce beau flambeau qui lance une flamme fumeuse,
Sur le vert de la cire éteindra ses ardeurs ;
L’huile de ce tableau ternira ses couleurs,
Et ses flots se rompront à la rive écumeuse.

J’ai vu ces clairs éclairs passer devant mes yeux,
Et le tonnerre encor qui gronde dans les Cieux. 
Ou d’une ou d’autre part éclatera l’orage.

J’ai vu fondre la neige, et ces torrents tarir, 
Ces lions rugissants, je les ai vus sans rage.
Vivez, hommes, vivez, mais si faut-il mourir.

XI

¿Qué bien nos trae la Muerte?, ¿el gusano que roe
los nervios y los huesos; el del Alma que sale
de esta sucia carroña y se eleva al espacio
y deja de nosotros recuerdos como sueños?

Este Cuerpo que en vida se embebió en su grandeza,
de súbito en la muerte asfixiará su parte,
y será un bello Nombre, que por doquier se extiende,
preso en su vanidad, repleto de mentiras.

¿Para qué están el Alma y el cuerpo desunidos?
¿Del comercio del mundo y del mundo exiliados?
¿Para qué hermosos nudos que la muerte desata?

Para habitar el Cielo se muere mucho aquí:
¡este no es, por lo tanto, el sendero más corto!
Ya no tenemos más ni un Enoc ni un Elías.

Et quel bien de la Mort ? où la vermine ronge 
Tous ces nerfs, tous ces os ; où l’Ame se départ 
De ceste orde charogne, et se tient à l’écart, 
Et laisse un souvenir de nous comme d’un songe ?

Ce Corps, qui dans la vie en ses grandeurs se plonge, 
Si soudain dans la mort étouffera sa part,
Et sera ce beau Nom, qui tant partout s’épart, 
Borné de vanité, couronné de mensonge.

À quoi cette Âme, hélas ! et ce corps désunis ? 
Du commerce du monde hors du monde bannis ? 
À quoi ces nœuds si beaux que le Trépas délie ?

Pour vivre au Ciel il faut mourir plutôt ici :
Ce n’en est pas pourtant le sentier raccourci, 
Mais quoi ! nous n’avons plus ni d’Hénoch, ni d’Élie.

XII

Todo crece en mi contra, y me asalta, y me tienta,
es el Mundo, y la Carne, y el Ángel sublevado,
con su onda, con su esfuerzo, con su encanto ficticio
y me daña, Señor, y me mina y me hechiza.

¿Qué navío, qué auxilio, qué oreja inamovible,
sin riesgos, sin caídas, sin estar encantada,
me darás tú? Tu Templo lleno de Santidad,
y tu mano invencible y tu voz tan constante.

¿Y qué? Mi Dios, yo siento combatir muchas veces
incluso con tu Templo, y tu mano y tu voz,
este Ángel sublevado, esta Carne, este Mundo.

Mas Templo y voz y mano serán navío y auxilio
y oreja donde al fin se perderá este encanto,
se agotará este esfuerzo, se romperá esta Onda.

Tout s’enfle contre moi, tout m’assaut, tout me tente, 
Et le Monde, et la Chair, et l’Ange révolté, 
Dont l’onde, dont l’effort, dont le charme inventé 
Et m’abîme, Seigneur, et m’ébranle, et m’enchante,

Quelle nef, quel appui, quelle oreille dormante, 
Sans péril, sans tomber, et sans être enchanté, 
Me donras-tu? Ton Temple où vit ta Sainteté, 
Ton invincible main, et ta voix si constante.

Et quoi? Mon Dieu, je sens combattre maintes fois 
Encore avec ton Temple, et ta main, et ta voix, 
Cet Ange révolté, cette chair, et ce Monde.

Mais ton Temple pourtant, ta main, ta voix sera 
La nef, l’appuy, l’oreille, où ce charme perdra, 
Où mourra cet effort, où se rompra cette Onde.

Traducciones del francés: Jesús David Curbelo

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JESÚS DAVID CURBELO
Jesús David Curbelo (Camaguey, 1965). Escritor y traductor. Se ha desempeñado como profesor de literatura en la Universidad de La Habana y en el Instituto Superior de Arte de Cuba. Ha traducido al español a John Donne, William Blake, Dante Alighieri, Edgar Lee Masters, entre otros autores. Ha publicado las novelas Inferno (1999) y Cuestiones de agua y tierra (2008); los cuadernos de poesía El mendigo de Dios (2004) y Cárcel, memoria y abrigo (2008); y los relatos Tres tristes triángulos (2000) y Otros cuentos de amor, de locura y de muerte (2006), entre otros libros. La antología Las quebradas oscuras (Editorial Letras Cubanas, 2008) recoge una selección personal de su poesía escrita hasta la fecha. Mereció el Premio Nacional de la Crítica Literaria en 2001 y en 2004 y el Premio Silvestre de Balboa 2006 al conjunto de su obra literaria.

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