Juan Emar
Juan Emar

El nombre del escritor chileno Juan Emar no tiene casi traducción al inglés.

J’en ai marre, en francés, es “Estoy-Harto”, que metamorfoseado al castellano y conservando la dicción, da un extraño giro para convertirse en Juan Emar, un nombre de autor, es decir una ficción, un deseo, la posibilidad de ser otro distinto al hombre que lleva el nombre que sus padres han escogido para él: Álvaro Yáñez Bianchi, nacido en Santiago de Chile un 13 de noviembre de 1893 bajo el signo de Escorpión y fallecido en la misma ciudad el 8 de abril de 1964. Emar es un pen name, entonces, un nom de plume, un heterónimo, por poco graciosa que sea esta palaba para sugerir la intención lúdica de Álvaro Yáñez de convertirse en Juan Emar. La transposición del francés al inglés sería I’m fed up, que convertido en nombre de autor con el mismo mecanismo daría algo así como Ayam Fedap, o quizá Anne Fedap, que extremaría la metamorfosis hasta hacerlo femenino.

Todo esto a propósito de la magnífica noticia de la publicación en inglés de Ayer, una novela breve publicada originalmente en 1935 y que puede servir de aperitivo para futuras publicaciones de ese secreto literario llamado Juan Emar. Aparecido este último trimestre bajo el sello de New Directions, la casa editorial de Emar por naturaleza allí donde las haya en la escena norteamericana, Yesterday llega a los Estados Unidos con traducción de Megan McDowell, cuyo trabajo con otros autores y autoras hispano-hablantes la han convertido en la escritora latinoamericana del momento (no es broma: incluso la revista Latin American Literature Today le dedicó su portada en gesto de reconocimiento). Su trabajo en Yesterday es todo lo impecable que cabe esperar, hay que decirlo, y esto a pesar del propio Emar.

Señalo este elemento como una característica literaria. No se trata de una falla sino más bien de la dificultad adherida al uso del lenguaje que singulariza la escritura de Emar, quien no por casualidad fue en vida un crítico radical de la narrativa neocostumbrista que hacía nata en la provincia chilena de comienzos del siglo XX. Juan Emar se esconde y no se deja atrapar en el mundo conocido. Esta actitud hacia la literatura en particular y el arte en general, hizo que su trabajo evolucionara a contracorriente de su época, creando ficciones narrativas en una lengua abierta a los anacronismos, sin temporalidad histórica, anclado en un universo local no como folklore sino como parodia radical del viejo realismo imitativo que siempre ha sido la felicidad de los críticos. Para Emar, Estar-Harto es rechazar los modos ya sancionados, escribir con dulce repelencia sobre el acto mismo de narrar, tensar la subjetividad al máximo con la burla disfrazada en el nombre, olvidarse de la profesión de escritor que piensa en los lectores para abrazar en cambio la más amplia libertad formal encuadrada en una estricta lógica imaginaria. Todo es pensable y escribible en los textos de Emar, y sin embargo no hay torre de marfil ni arte por el arte, sino una urgencia como suspendida y azarosa ante la incursión de la realidad que se interpone en el devenir de un narrador en primera persona que desecha su biografía personal, se sorprende, deja entrar a la mosca y al gato que revolotean alrededor del escritorio. Cada elemento es signo de otra cosa, parece decirnos al oído este narrador, que exuda cansancio y vitalismo al mismo tiempo, muy en la línea de la experiencia vanguardista de los años veinte que nutrió a Emar durante su estancia en París como miembro del grupo Montparnasse.

Aquel fue un tiempo de esplendor para la literatura; en Buenos Aires, un Borges todavía joven publica manifiestos ultraístas donde pide “una visión desnuda de las cosas, limpia de estigmas ancestrales”, y Maples Arce iguala el gesto con el grupo de los estridentistas en Ciudad de México. Entretanto, al otro lado del Atlántico, Joyce publica su Ulysses, Proust muere escribiendo La recherche, y Kafka redacta en un sanatorio cercano a Berlín su último e inconcluso relato largo, “La obra” (Der Bau, en alemán). Allí está la horma del futuro. Al igual que el escritor checo, Juan Emar trae la ruptura y el veneno de la modernidad cuando regresa a Chile en 1931: no piensa en la poseía ni en hacerla florecer en el poema, como pedía su amigo y contemporáneo Vicente Huidobro. Su deseo es reventar el lirismo a punta de carcajadas e invenciones alucinadas, con nombres y locaciones y tramas absurdas, como si realmente inaugurara una literatura para el goce de la imaginación y los instintos, para huir hacia lo ajeno que hay en toda identidad, lejos de los encantos del reconocimiento que se le negará cuando publique, años después, su trilogía muda: Miltín 1934, Ayer y Un año.

Cubierta de 'Yesterday', Juan Emar, New Directions
Cubierta de ‘Yesterday’, Juan Emar, New Directions

La trayectoria pública de Emar por la literatura nacional se cierra tres años más tarde con una obra maestra: Diez, conjunto de cuentos que se abren al lector con el efecto adictivo que producen las matemáticas elementales: “Cuatro animales”, seguido de “Tres mujeres”, seguido de “Dos sitios”, y luego “Un vicio”, para cerrar el volumen. Total, Diez, porque cada numeral tiene sus relatos correspondientes a la cantidad indicada. Cuáles son los animales, cuáles las mujeres, cuáles los dos sitios, y cuál es vicio, es una cuestión de gusto y convenciones. En efecto, una de las mujeres del capítulo “Tres mujeres”, la del relato titulado “Chuchezuma”, por ejemplo, bien podría ser un vicio o transformarse en ello, intercambiando posiciones con “El vicio del alcohol”, que iría a ocupar entonces otra casilla, desalojando a su vez a uno de los “Dos sitios”, por ejemplo, al del cuento titulado “Hotel MacQuice” o a “El fundo de la Cantera”, que deberían entonces desplazarse hacia otras posiciones en el espacio adjudicado según los numerales del texto.

Como todo en la obra de Emar, la invitación a realizar estas u otras combinaciones no es explícita, aun cuando el orden matemático del libro Diez parece sugerirla. Es también una forma de hartar al lector, de mostrarle su dificultad, su intolerancia con el caos de la vida y la confusión existencial, o bien su contrario: su servil adoración a la línea recta, a la historia perfecta y bien contada. Antes que el Rayuela de Cortázar viniera a remecer la narrativa latinoamericana de los años sesenta, ya en 1937 Juan Emar había encontrado el secreto encanto de suspender el tiempo en el espacio de una frase y quedarse en silencio, perdido en las posibilidades que la literatura y los fantasmas de la vida podían ofrecerle. Catalogado de falto de forma y estructura por la crítica local, Emar se declarará Estar-Harto-de-Todo tras la publicación de Diez, escribiendo de espaldas al mundo su obra magna, Umbral, un manuscrito de más de 5 000 páginas que permanecerá mayormente inédito hasta 1996. “Juan Emar fue un solitario descubridor que vivió entre las multitudes sin que nadie lo viera, tal vez sin que nadie lo amara. No tenía mercado propio: se vistió hasta el fin de su vida de transeúnte”, escribió Neruda en un retratado hablado que con los años se convirtió en un clásico de las citaciones sobre Emar, describiéndolo entonces como “un gran ocioso que trabajó toda su vida” y un ser que andaba “de país en país, sin entusiasmo, sin orgullo ni rebelión, desterrándose por sus propios decretos”. En suma, un escritor único, que no se parece a nadie, inimitable y sin escuela posible.

Rescatado y releído con nuevos ojos que renuevan y actualizan su relevancia, cuestión a la que alude Alejandro Zambra en el prólogo a Yesterday, hoy Juan Emar es tanto un desafío como un ejemplo ante la desastrosa seriedad de las narrativas programadas por la industria editorial. Desafío en cuanto a capacidad para reimaginar la lengua materna en el uso extravagante que Emar hizo de ella. Y ejemplo de política autoral para desviar el discurso de las funciones de eficacia y eficiencia narrativas que se le exige al texto literario, bajo la ilusión de legibilidad y transparencia absolutas.

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El coraje de New Directions no es menor al respecto, y debiera ser saludado como una ventana ejemplar en favor de las escrituras excéntricas y sin garantía de mañana, tal como acaso la pensó Emar para su propia obra. Si nuestra risa de Ayer se troca solo en sonrisa al leer Yesterday, esto se debe a la condición irreductible de la lengua que inventó Emar, casi un idioma nuevo que se deja ver en la lectura de un azar cualquiera, un encuentro fortuito que pone en relación a una leona con un avestruz y a estos dos con el narrador y su señora esposa. ¿Qué podría ocurrir? Nada serio, por supuesto. En San Agustín de Tango, espacio antipoético de Emar donde transcurre Yesterday y otras historias del mismo tenor, no hay nada más que percepciones, ocultamientos, falsos misterios por revelar. Se escribe y se lee por hartazgo de vivir, esa es la verdad. J’en ai mar, J’en ai mar. Lo sufre la leona, lo piensa el avestruz, lo dicen el narrador y su esposa mientras se acompañan durante toda la travesía: lo real está en otra parte. “Miré entonces a mi mujer y ella me miró”. “Let’s go! I said. «Let’s go! Enough already of lions and ostriches». «Yes», she replied. «Enough already. Let’s go!»”

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ROBERTO BRODSKY
Roberto Brodsky (Santiago de Chile, 1957). Escritor, profesor universitario, guionista y autor de artículos de opinión y crítica. Entre sus novelas se cuentan El peor de los héroes (1999), El arte de callar (2004), Bosque quemado (2008), Veneno (2012), Casa chilena (2015) y Últimos días (Rialta Ediciones, 2017). Residió durante más de una década en Washington como profesor adjunto de la Universidad de Georgetown. Ha vivido por largos períodos en Buenos Aires, Caracas, Barcelona y Washington DC. A mediados de 2019 se trasladó a vivir a Nueva York.

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