‘Lecturas’: un intento por fusionar literatura y artes visuales

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Piezas de la serie ‘Ejercicios de traducción’, Yornel Martínez, 2018

El pasado jueves 12 de marzo se inauguró, en la Galería 23 y 12, la muestra Lecturas, con una nada despreciable nómina que incluye a Pedro de Oraá, Chinolope, Juan Moreira, Roberto Fabelo, José Toirac, Juan Carlos Alom, Yornel Martínez, Glenda León, Iván M. Pereira y Miguel Alejandro Machado. No creo que tras ella exista una idea pretenciosa, un esfuerzo dilatado, por generar un proyecto curatorial decidido a sentar pauta determinada en el contexto. De hecho, Deydri Delgado, especialista de la galería y curadora de la exposición, enfatizaba durante nuestra breve conversación en la simplicidad del proyecto y su naturaleza como resultado de una investigación personal con ciertas limitantes en la profundización y algunas trabas a la hora de la integración de algunos creadores.

Es sabido que la Galería 23 y 12 no cuenta con el privilegio de ser uno de esos búnkeres –pienso en la Galería Servando, Galería Habana, La Acacia, incluso Collage y Factoría con sus confusas particularidades– del circuito institucional de galerías comerciales y, por supuesto, los límites en cuanto a posibilidades para la gestión de un proyecto personal se contraen significativamente. Parte de las exhibiciones más llamativas en este tipo de espacios no tan privilegiados responden al interés personal de un creador de renombre en ocuparlo –recuerdo, por mencionar un ejemplo reciente, a Ponjuán en el contexto de la XIII Bienal.

Lecturas propone una especie de recorrido por modos diversos en que se han trascendido límites entre artes visuales y literatura en el contexto cubano. Se parte de esta idea para generar una propuesta algo dispersa: el supuesto vínculo se ancla a una amalgama de opciones que va desde lo directo hasta la reinterpretación del texto para travestir el sentido original. Entendamos Lecturas como una suerte de punto de partida, una recopilación esquizofrénica, susceptible de análisis desde el planteamiento de una idea que, por su carácter demasiado espacioso, presupone conflictos en la concepción de términos como “lectura” o “literatura”.

Por supuesto, todo hecho plástico parte de una relación inicial artista-texto. Nuestra sociedad ha sedimentado el grueso informativo y cognoscitivo en el texto como soporte. En este sentido, existe un vínculo básico con la lectura o la literatura en absolutamente cualquier propuesta visual. Pero este sedimento abstracto no tiene necesariamente que quedar palpable en el producto artístico final, y la exhibición de 23 y 12 persigue esta evidencia clara. Por otro lado, pensemos en que “lo literario” ha sido abordado –en la muestra y de manera general en la plástica– de dos modos principales, aunque no digo que sean los únicos: en un primer caso, entendiendo lo literario desde su cualidad de historia contada, o sea, como sucesión de hechos que parten de un soporte específico pero atendiendo a lo narrado como referente simbólico; en segundo lugar, comprendiendo lo narrado como objeto en sí mismo, es decir, priorizando el cuerpo físico de la narración dispuesto en el texto y el papel como esencias matéricas.

La disyuntiva entre ambas maneras de asumir la literatura en el arte –maneras que además podemos considerar las más evidentes– hace del tema algo excesivamente espinoso cuando se esboza desde criterios tan generales y un sentido tan estricto en cuanto a lo que la palabra “literatura” significa. Porque si nos sirve de guía lo que Lecturas exhibe, incluso el texto histórico funciona como una alternativa loable en sus filas. Al final, el criterio principal de selección para la muestra ejecuta un paralelo entre literatura y todo lo dispuesto en un soporte escrito: el video de Juan Carlos Alom, Diario, utiliza el texto como soporte permutado al audiovisual para resemantizar las palabras de Martí en su Diario de campaña, cuando las contrapone al contexto rural contemporáneo –una alternativa que colocaría en la segunda vía antes mencionada, si me lo preguntan–. En lo personal, creo que cuando la historia como concepto adquiere peso, la idea del sedimento literario tras ella pasa a ocupar un plano muy secundario. O sea, aquí es historia, no lectura.

Este vínculo –no tan efectivo a mi entender– entre literatura e historia termina intencionalmente matizado por modos más tradicionales de asumir la literatura desde la plástica. Juan Moreira y Pedro de Oraá se incluyen a partir de la ilustración con trabajos realizados para diversos libros, distanciados cronológicamente entre sí –ya sea El Quijote, Paradiso o un poemario de Ernesto García Alfonso–, mientras Roberto Fabelo se imagina las escenas de Cien años de soledad. El retrato se asume a través de la imagen del autor, o sea, del escritor: Chinolope con sus ya clásicas fotografías de Lezama y otras figuras de la época, y Miguel Alejandro Machado con reconstrucciones pictóricas de Julián del Casal y Rogelio Orizondo –hay que apuntar que estos últimos están más cerca de un procedimiento ávido de reformulación del pasado, que los conecta con el mencionado video de Alom y los giros históricos del arte cubano contemporáneo–. La vocación desacralizadora surge desde la ironía en Debajo de una seta, de José Toirac, a través de la satirización de la fábula infantil, o desde la fragmentación y resignificación del texto bíblico en Pañuelo de tejido con hilos de 77 biblias, de Iván Marcos, potenciando el material y anulando el sentido espiritual del texto.

En el caso de Yornel Martínez, se decanta por esta suerte de inventiva proscrita, que en un nivel muy primario asume la literatura de manera extremadamente directa, con portadas que el mismo artista crea de libros reconocidos: una suerte de adecuación muy personal presente en su serie Ejercicios de traducción. Casualmente, de Yornel hace ya un tiempo recuerdo haber presenciado una exposición –el título no me viene a la cabeza de ninguna manera– en la que desplegaba en las paredes de El Apartamento un mapa conceptual del pensamiento humano, tanto occidental como oriental, de Marx al Zen. Si entendemos que todo lo mencionado en aquellas paredes presenta como contraparte un extenso cuerpo literario y que es un secreto a voces la complicidad constante de Yornel con la literatura, esta sería otra ficha posible para Lecturas. Personalmente, la esencia de esta pieza no me parece que radique en el vínculo con la literatura. Su posible pertinencia en Lecturas enfatiza el problema de inclusión que ya he referido.

Lo cierto es que, cuando se observa la muestra como conjunto, no parece quedar claro el modo específico en que la exposición entiende los nexos entre arte y literatura. Hay tránsitos demasiado abruptos entre relato y texto, entre referencia directa y modulación del significante. Lo que en realidad me parece es que se quiso esbozar un abanico de operatorias que terminan atentando contra lo que se exhibe, porque la idea de Lecturas resulta demasiado inclusiva como para ser certera. Este vínculo entre plástica y literatura es muy extenso como para no direccionarlo a soportes, momentos o modos específicos: sería la única vía para evitar una acumulación dispersa de significantes que no terminan –sin una especificidad que los cohesione– de justificar su relación a cabalidad.

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Al final, creo que la modesta muestra de la Galería 23 y 12 tiene algo de encanto. Quizás su planteamiento curatorial fuera demasiado sencillo para un tema, tan escabroso y repleto de matices, que se rearticula y se curva sobre sí mismo. Pero el acto de ir más allá de la ilustración –confieso que cuando la visité pensé que iba a una exposición sólo de ilustraciones– funciona como un medio metonímico respecto a las posibilidades y vertientes de la idea abordada. Como ya he dicho, es posible que Lecturas constituya un punto de partida: una problemática tan compleja necesita de procesos deconstructivos puntuales que vayan desentrañando poco a poco cada una de sus aristas. Hay mucha literatura en todo, no sólo en el arte: la lucidez radica en descubrir cómo sutilmente se traviste en cada campo.

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