Lumen publica las actas del juicio contra Oscar Wilde, penado a dos años de prisión y trabajo forzado por homosexual

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Retrato de Oscar Wilde realizado por el fotógrafo Napoleon Sarony. EL PAÍS.
Retrato de Oscar Wilde realizado por el fotógrafo Napoleon Sarony. EL PAÍS.

Oscar Wilde (Dublín, 1854-París, 1900) no sólo ha trascendido en el tiempo por su extraordinaria obra literaria y su singular pensamiento estético. La excéntrica conducta del escritor para el fin de siglo de la sociedad victoriana, y sobre todo los procesos judiciales que sufrió a causa de su homosexualidad, han acompañado siempre la fascinación suscitada por su vida y su obra.

Resuelta en una original combinación de códigos del romanticismo y el simbolismo, su literatura abarca los más variados géneros –Wilde practicó la narrativa, el teatro, el ensayo, la poesía–, y en todos legó trabajos relevantes. Aunque se recuerde especialmente su popular novela El retrato de Dorian Gray, sin dudas también el ensayo La decadencia de la mentira, el cuento El príncipe feliz, y la pieza teatral La importancia de llamarse Ernesto, por enumerar sólo algunos ejemplos, constituyen referencias obligadas del estilo, la inteligencia, el sentido del humor y la capacidad crítica del prestigioso autor irlandés.

La vitalidad que conservan estas producciones en el presente debe mucho a la visión del mundo que las motivó: la imposición de la libertad personal y el pensamiento propio por sobre cualquier norma o convención social. Ese principio parece haber animado la vida misma de Wilde, y fue el que, paradójicamente, lo condujo a prisión y echó por tierra la popularidad de que gozaba su trabajo en el momento de su aparición.

Recientemente, la editorial española Lumen a puesto a circular, otra vez, Los procesos de Oscar Wilde,volumen en que se recoge la documentación completa de los juicios atravesados por el escritor a consecuencia de su homosexualidad. Publicado por primera vez en 1967 por la Editorial Jorge Álvarez, este título es recatado ahora por Claudia Aboaf, nieta del poeta, y por el guionista argentino Ulyses Petit de Murat, responsable del encuentro, transcripción y traducción de la documentación del juicio.

“Estamos en 2022 y ‘la cultura de la cancelación’ ha llegado como una niebla persistente que aún no se disipa para entender qué hay debajo. Rescaté de mi biblioteca el ejemplar pequeño, de tapa blanca y con un retrato del escritor que parece surgir de un camafeo de bordes dorados, y le propuse a la editorial su reedición, en un gesto de buscar algo de claridad ante una práctica social que encendió nuevas preguntas”, comenta Aboaf en su prólogo a la nueva edición.

“Por fuera de la acusación de sodomita al genial dramaturgo, hoy […] sabemos que denunciar a una persona abusadora en las vías habilitadas para ello, o incluso luchar para que esos mecanismos legales mejoren, no sólo es un derecho sino una responsabilidad social”, continúa la prologuista, “pero la otra discusión, acerca de los límites entre la creación subjetiva y la realidad objetiva, claramente no está saldada. Y en la cultura de la cancelación digital el efecto veloz genera un espray que cubre ‘obra y persona’ en unas pocas horas, aunque de consecuencias duraderas. […] Me propuse, al poner nuevamente a circular este libro, hacer un aporte para mantener la vitalidad de la discusión y nunca elegir el silencio”.

Los procesos de Oscar Wilde es un material invaluable por varios motivos. Por una parte, permite conocer, con el rigor histórico que la documentación original propicia, el curso de aquellos acontecimientos. Por otra, la transcripción de los interrogatorios e intervenciones del juicio ventila el espectáculo practicado por el poder y por las convenciones culturales contra la determinación individual en lo referente a la sexualidad y la creación artística.

Para la fecha en que se desatan los conflictos que llevan a Wilde a la cárcel, condenado a dos años de trabajo forzado, él se encontraba en pleno goce de su fama, vivía el momento más esplendoroso de su carrera. Tenía en cartelera dos prestigiosas obras en las que se atrevía a desafiar crudamente a la sociedad de su tiempo. En Un marido ideal arremetía contra la corrupción política y la doble moral a través de la representación del chantaje vivido por un aristócrata de “sucio” pasado; mientras en La importancia de llamarse Ernesto consumaba una exquisita crítica social al satirizar el tejido de conductas que sostenían la moral victoriana en lo referente al matrimonio, la riqueza, el éxito social… Cuando se repasan ahora las páginas de Los procesos de Oscar Wilde, se constata la certeza de la cáustica mirada del autor, tanto como la decadencia de las estructuras jurídicas que amparaban las dinámicas sociales condenadas por él en su literatura.

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El enfrentamiento presentado en este volumen entre Wilde, en tanto un modelo de vida, y la aristocracia de su tiempo, en tanto núcleo del sistema jurídico, manifiesta las dislocaciones existentes siempre entre quienes detentan el poder político, y la realidad misma. Las redes de convenciones y creencias arregladas por los primeros derivan en represión, reprobación de la elección personal, y censura de la subjetividad. Estos documentos ofrecidos al público por Lumen ventilan, justamente, cómo a la ley le interesa bastante poco encontrar legitimidad alguna en el comportamiento del escritor, y sí procurar la consistencia de su narrativa.

“Únicamente por rachas fragmentarias incluidas en las citas de sus biógrafos, se conocía la tempestad de hipócrita mojigatería desatada por la burocracia judicial victoriana”, escribe en su introducción al volumen Petit de Murat. “No hay en la gente que ese juez sintetiza un pequeño atisbo que los haga suponer que se encuentran frente a un neurótico o a un individuo diferente o a la víctima de una enfermedad extraña, algo para investigar o empeñarse en curar. La única reacción es pensar en un castigo. El corto camino personal o social que llevaba al fondo de los pozos colmados de serpientes venenosas a todos aquellos endemoniados que hoy trata la psiquiatría y el psicoanálisis. Tampoco piensan ni por un instante en la proporción entre el delito y la pena impuesta. Han desenterrado una vieja ley para sumir a Oscar Wilde en la ignominia y lo único que lamentan –fariseos de dudosa virilidad, exhibiendo el virtuoso relumbrón de sus filacterias– es la benignidad de esa ley”, apunta más adelante, en una punzante valoración de la élite victoriana representada en la figura jurídica que condenó al escritor”.

Los conflictos que desembocaron en el juicio comienzan después de que el marqués de Queensberry, padre de Alfred Douglas, amante del autor, dejara, en el club frecuentado por Wilde, a su mujer y sus hijos, una nota en que acusaba al autor de sodomita. Confiado en que la hipócrita sociedad victoriana continuaría dando la espalda a su relación homoerótica, como lo había hecho hasta el momento, el famoso escritor acusa al marqués de difamación y lo lleva a los tribunales. No sólo buscaba terminar con el acoso emprendido por el padre de su amante, que había intentado alguna vez boicotear uno de sus estrenos teatrales, sino consumar una venganza largamente esperada por el Douglas hijo, que mantenía con su progenitor nefastas relaciones personales.

Pero los abogados de Queensberry acometieron una honda pesquisa, juntaron información y testigos de la vida íntima de Wilde, y consiguieron ganar el juicio. Convertido el conflicto en el tema del momento, altamente publicitado en la prensa y atendido por toda la sociedad, el dramaturgo se ve forzado a volver a los tribunales, presionado ahora por ciertas autoridades que reclamaban la aplicación de una ley aprobada en 1885 donde se calificaba la homosexualidad de “grave indecencia”, responsable de la degeneración moral del país. Delatado por una procesión de testigos, Wilde es declarado culpable de cometer “actos de sodomía”, al cabo de todo un mes de discusiones, repartidas en dos sesiones con diferentes jurados.

En prisión, aislado y sometido a penosas condiciones de vida, el irlandés escribe De profundis, una carta para Douglas plagada de reflexiones sobre su romance, marcadas por el dolor, y en las cuales repasa, otra vez, los conceptos morales de su contemporaneidad. Puesto en libertad a los dos años, el autor de El retrato de Dorian Gray se exilia en París, acosado por la ignominia pública, que le hizo perder incluso el reconocimiento de sus hijos, y sometido a la ruina económica. En la capital francesa escribe su última obra: La balada de la prisión de Reading, extenso poema donde acomete una cruda denuncia de la escena carcelaria.

Los procesos de Oscar Wilde devela que esa querella fue mucho más que el escenario de una discusión jurídica. A través de la lectura de este libro se puede estudiar también la relación del escritor consigo mismo, y su concepción del genio literario, de la fama y de la vida cívica; las intervenciones de Wilde durante el juicio y su defensa son ilustrativas al respecto. Además, se puede analizar la despiadada ingeniería de un cuerpo político y moral consagrado a sostener un sistema de valores que doblegaba impunemente al individuo; la sumisión experimentada por el autor irlandés es espejo de la pesadilla de una aristocracia temerosa de perder sus privilegios económicos y clasistas. Las interpretaciones facilitadas por este archivo histórico iluminan sin dudas nuestro presente.

“Leer hoy, a más de un siglo, todo lo que se dijo en ese proceso judicial y que implicó la expulsión de la sociedad de un artista admirado y reconocido, resulta perturbador”, apunta la nota de promoción del libro, “y nos recuerda que la intolerancia hacia todo lo que no sea como uno persiste e insiste…”

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