Harold Bloom, quien probablemente sea el crítico literario más célebre en todo el mundo, ha muerto hoy a la edad de 89 años en un hospital de New Haven.
Había nacido en Nueva York en julio de 1930, y se había criado en un humilde hogar judío del Bronx donde se familiarizó con la Biblia hebrea, que sería, junto con la obra de William Shakespeare, uno de los textos centrales de su original visión de la literatura occidental. Sobre ambos escribió prolífica y brillantemente, en especial en The Book of J (El libro de J, 1990) y Shakespeare: The Invention of the Human (Shakespeare: la invención de lo humano, 1998).
Estudió Humanidades y Literatura en Cornell y Yale. Aquí fue durante largos años catedrático de literatura inglesa, y aquí dictó el jueves pasado su última clase.
En un principio practicante de los presupuestos teóricos de la deconstrucción junto con sus colegas en Yale, Paul De Man, Geoffrey Hartman y J. Hillis Miller, la inspiración de esta corriente teórica, junto con la del psicoanálisis y la gnosis judía, así como su rechazo al formalismo que definía la práctica del New Criticism, son notables en su importantísimo libro The Anxiety of Influence. A Theory of Poetry (La angustia de las influencias, 1973). En esta obra, Bloom resumió sus originales lecturas de poesía romántica inglesa y redefinió la noción de influencia literaria, al introducir la variable de la misreading (‘mala lectura’ o incluso ‘des-lectura’).
Con The Western Canon (El canon occidental, 1994), un polémico alegato en favor de una consideración exclusivamente estética de la literatura en oposición a los diversos acercamientos de signo ideológico cada vez más dominantes en la academia norteamericana, comprendidos en lo que sarcásticamente bautizó como “la escuela del resentimiento”, Bloom supo romper el cerco que habitualmente limita la circulación de las publicaciones especializadas y alcanzar a un amplio público lector dentro y fuera de los Estados Unidos.
Para este público precisamente seguiría escribiendo sus libros más leídos, obras de crítica literaria y antologías como How to Read and Why (Cómo leer y por qué, 2000), Genius (Genios, 2003) o The Best Poems of English Language (Los mejores poemas de la lengua inglesa, 2004) que, aunque de tendencia divulgadora, no perdían su rigor y su acento marcadamente personal y provocador.
Según escribía hoy la escritora y cineasta norteamericana Dinitia Smith en su necrológica de The New York Times:
El profesor Bloom se llamaba a sí mismo un “monstruo” de la lectura; decía que podía leer, y asimilar, 400 páginas de un libro en una hora. Su amigo Richard Bernstein, profesor de filosofía en The New School, dijo a un reportero que observar leer al profesor Bloom era “espeluznante”. Provisto de una memoria fotográfica, el profesor Bloom podía recitar toneladas de poesía de memoria –según su propia cuenta, todo Shakespeare, el Paraíso perdido de Milton, todo Blake, la Biblia y el monumental poema de Edmund Spenser The Faerie Queen–. […] Le gustaba mucho compararse con Samuel Johnson, el gran ensayista londinense del siglo XVIII […] que, como el profesor Bloom (a quien alguien llamó “un Dr. Johnson yiddish”), era físicamente rotundo, erudito y a menudo cáustico en sus opiniones.
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Para los lectores cubanos Bloom es un excelente antídoto contra la ideologización de los marxistas y sus deslindes y represiones políticas. Bien por Rialta. La crítica literaria está de luto, ha muerto uno de los más grandes críticos literarios occidentales de todos los tiempos.