Paz Corona
Paz Corona

Estamos en la calle Saint Gilles, en el distrito tres de París. Paz Corona sostiene una botella de agua en las manos y me mira llegar a su exposición en la Fundación Brownstone. Ella está aquí por casualidad. Yo también estoy aquí por casualidad. Dayneris Brito, quien es asesora de la colección de arte cubano en la Fundación, nos presenta. Paz enseguida recuerda una nota que escribí sobre LO QUE VI CHILI 1973-2022 para Rialta Noticias y señala un punto: “Las dictaduras son mistificaciones”.

La artista franco-chilena es también psicoanalista. Es miembro de la Escuela Freudiana y enseña en el Freudian College de París. Nació en Santiago de Chile en 1968, pero a los cinco años, justo tras el golpe de Estado contra Salvador Allende en 1973, emigró a Francia junto a su familia. Aunque regresó al país austral en otras ocasiones, no fue hasta cuarenta y seis años después de aquella partida iniciática que pudo registrar una pulsión movilizadora que la reconcilió, de alguna manera, con su naturaleza de exiliada.

LO QUE VI CHILI 1973-2022 produce en mí una sensación que ella misma ha descrito cuando asegura que “el tiempo se ha salido de sus goznes”. El ariete contra las puertas del alcázar.

Paz, se ha dicho que regresó a Chile después de cuarenta años. Pero supe que estuvo antes en Santiago. ¿Cuál es la verdad?

La verdad es que en algún momento dije que había necesitado cuarenta y seis años para subjetivar este desastre. Cuando llegué a Chile en el 2019 me pareció que ellos también, los chilenos, habían necesitado ese tiempo para hacer algo con su historia. Pero regresé a Chile en el año 2000 por primera vez. Era mi marido el que quería que fuera a Chile porque le parecía que me faltaba algo, que algo se me había quedado allá.

¿No regresaba desde el setenta y tres?

Sí. Yo tenía miedo de ir a Chile. En realidad, demoré veintisiete años para regresar.

¿Y el miedo? ¿Cómo convivió con el miedo de volver?

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Durante treinta años, aproximadamente, no hablé español. Hablaba en francés porque llegué a Francia con cinco años e inmediatamente adopté su idioma y su cultura. Los franceses también me adoptaron a mí. Así, de alguna manera, me protegí. El miedo se pone en tu cuerpo. Yo era una niña muy tímida, escondida, no me mezclaba mucho con la gente. Después he seguido siendo así. El psicoanálisis me ayudó un montón para salir de donde yo me puse solita.

¿En qué lugar se puso sola? ¿En qué lugar, no solo físico, sino mental? ¿Cómo pudiera describir ese sitio?

Un escondite para desaparecer. Es por eso que el significante “desaparecido” me importa mucho. Me identifiqué con ese significante. Yo desaparecía de la escena pública. Eso no me impidió vivir, pero era mi estilo: estar escondida.

El hecho de esconderse también hizo que, como dice, ocultara una lengua materna. Prefirió no hablar el español como sistema de protección. ¿Puede ser?

Sí, pero eso no es consciente. Eso sucede. Porque también tenía otro idioma a disposición. Pero el asunto de Chile siempre me interesó mucho, aunque lo tenía silencioso. Un día, hace como seis o siete años, mis hijos me estaban grabando y mi hija me pidió que le contara mis recuerdos de Chile.

¿Cuáles son esos recuerdos de Chile?

Le conté a mis hijos que mi familia estaba muy implicada en la política. En mi casa había muchas reuniones políticas. Se hablaba mucho de política. Eran los setenta.

Usted tenía tres o cuatro años.

Sí. En ese ambiente estaba todo el día.

¿Es única hija?

No. Tuve una hermana mayor que falleció aquí en Francia y tengo dos hermanitas que son una de mi papá y otra de mi mamá.

Pero durante su infancia eran solo usted y su hermana mayor.

Luz y Paz.

¿Cómo recuerda ese momento de dejar Chile, si lo recuerda?

Lo que más recuerdo es ese momento que se llamó el Tanquetazo, en junio del setenta y tres. Esta fue la primera tentativa de golpe de Estado. Después vino septiembre. Entre junio y septiembre mi familia me envió al campo. Ahí estuve con la señora que se ocupaba de la casa de mi mamá. En ese lugar tuve mi verdadera infancia. Eso fue muy importante para mí. Me dieron una respiración. Pasó mucho tiempo para que pudiera recordar esa libertad.

Después nos fuimos a Santiago. Estuvimos un mes con mi bisabuela. No sabíamos dónde estaban mis papás. No podíamos hablar. Eso me quedó muy grabado en el cuerpo. No sabíamos si iban a venir a buscarnos. Esos son los recuerdos de Chile antes de irnos.

¿Toda la familia dejó Chile en el setenta y tres? ¿Todos en septiembre?

Se refugiaron muy rápido. Mi abuela y mi mamá trabajaban en el Ministerio de la Vivienda. Un día mi mamá fue a la casa y la vecina le dijo: “Te están buscando, tienes que irte”. Por eso fue a embajada francesa. Desde la embajada hicieron venir a los hermanos de mi mamá, que estaban en el Estadio Nacional, a mi papá, que se había ido a la clandestinidad, y a mi abuelo, que estaba preso en el norte de Chile. Esas dos mujeres hicieron eso.

Mencionó que el psicoanálisis le ayudó mucho para reconstruir un devenir que está en su cuerpo. ¿Cómo pudiera explicar que a través del psicoanálisis construye dispositivos artísticos?

Estaba siempre escondida detrás de mi hermana. Casi no tenía nombre ni identidad porque éramos una unidad. Me costó mucho cuando ella murió. Estaba muy identificada con ella. Me costó mucho desidentificarme y desenvolverme con la culpabilidad. Pero un día soñé con mi rostro. Eso me dio ganas de pintarlo. Empecé a pintar retratos. El mío, el de mi hermana y el de mis hijos. Hasta ahora que estoy pintando a personas que no conozco. Fue mi manera de cortar y separarme de algo que me había puesto en la sombra.

Cuando mis hijos me hicieron aquella pregunta, me di cuenta de que tenía ganas, por primera vez, de ir a Chile a ver algo. Así decidí, por casualidad, ir en octubre de 2019.

Ha mencionado varias veces la palabra “desaparecido”. Quisiera rescatar una de las videoinstalaciones que forman parte de LO QUE VI… que se llama Atacama. Atacama es un territorio muy abyecto, muy sensible para los chilenos porque es un desierto, es un lugar donde desaparecieron muchas personas durante la dictadura.

Alrededor de 1200 personas quedan desaparecidas.

¿Usted fue con la idea predeterminada de ir a ese sitio?

Sí. En 2009 leí en un periódico este titular: “El desierto florecido”. Pensé: “un desastre puede traer, de manera contingente, la poesía”. Sabía que Atacama era el último destino de los desaparecidos. Ese año el fenómeno de El Niño había llegado a las costas chilenas y las lluvias habían hecho que las flores aparecieran en el desierto. Me quedé con esa idea, un poco extraña, por diez años. Cuando me decidí dije: “esa película la voy a hacer ahí”. No había flores, pero había florecido otra cosa.

Había florecido en usted una poesía que se revirtió en la videoinstalación. Quisiera que me comentara sobre el signo del infinito que calcó sobre el desierto. Para Paz Corona, ¿qué es el infinito?

Sí, es el signo del infinito, pero sobre todo, para mí, es la cinta de Möbius. Sobre un plano ves el signo del infinito, pero cuando lo despliegas en tres dimensiones no se recortan las líneas. Eso demuestra que no estamos en la misma dimensión. Lo que me interesa mucho de esa forma es que dice mucho sobre la historia. Sí, por supuesto, se dan vueltas, pero se puede pasar a otro lugar, como sucedió en Chile en 2019.

Se puede y se debe. Es parte de la vida pasar a otros lugares. Eso es lo que sucede con los sistemas dictatoriales, que no permiten que se vaya hacia otro lugar. ¿Cómo entiende las dictaduras?

Pienso que las dictaduras son mistificaciones. Son terribles, por supuesto. En una dictadura la violencia abraza todo. El miedo está en todas partes. Lo que sucede en una dictadura es que no se respeta la ley. La autoridad inventa la ley. Sin diferentes puntos de vista no se va a ninguna parte, solo se llega a la represión.

De ‘LO QUE VI CHILI 1973-2022’; Paz Corona (IMAGEN Facebook / Brownstone Foundation)
De ‘LO QUE VI CHILI 1973-2022’; Paz Corona (IMAGEN Facebook / Brownstone Foundation)

Cuando veo una videoinstalación como Santiago 1973-2019 siento, porque vengo de un territorio muy dictatorial como es el cubano, que esa película y esa energía tienen muchos puntos de contacto con otras sociedades latinoamericanas.

No únicamente con las sociedades latinoamericanas. Hoy día estamos en una polarización entre unos que quieren defender la democracia y otros que persisten en los estados autoritarios. Lo podemos ver en muchos sitios del mundo. Lo que pienso es que no le conviene a mucha gente que eso suceda, que el pueblo pida más democracia. Eso no les conviene a las empresas que no tienen ética. No les conviene a muchos Estados que basan su política en la economía. Todo se puede ir en un segundo.

Lo que yo vi en Chile fue al ejército tomar el poder y callar a los contrapoderes.

Al lado de Atacama y Santiago… has colocado una isla. Es una isla física, porque existe, pero en la exposición es también simbólica: Nero. Esa imagen estática, ese plano infinito, en loop, capta una madera podrida. ¿Cree que en el corazón de estas sociedades lo que hay es eso, un tronco podrido?

A mí me gusta mucho lo que dices porque cada uno ve lo que puede ver. Nero es una isla, sí, en Grecia. Yo nunca tuve un pueblito donde regresar. Por eso me inventé un pueblito que fue esa isla.

Quizá lo que quiere decir es que se inventó una patria.

Sí. Un sitio donde poder existir. Esa isla me acogió. Estuve haciendo una película con mis hijos que se llama Nero. “Neró” quiere decir “agua” en griego. Les dije: “ahora vamos a ir a ver el árbol donde jugaban desde chicos”. Era un árbol muy grande. Una higuera. Cuando llegamos, el árbol se había caído por un huracán. Vimos ese árbol caído. Para nosotros fue tremendo. Durante toda la infancia de mis hijos habíamos jugado ahí. Pudimos ver el hoyo donde estaba sembrado y lo que quedaba de la madera. En LO QUE VI… se ve esa imagen única que para mí es una película. Además del árbol caído podemos ver la sombra de otros árboles que se mueven y le dan vida a esa imagen. Eso es en Grecia, el sitio donde se imaginó ese concepto tan extraño que es la “democracia”.

Tú lo ves como una madera podrida, pero yo no. Yo veo algo que se mueve.

La idea del renacimiento también se evidencia con estas flores de cerámica que acompañan a las tres videocreaciones.

Fueron las flores, en 2009, las que me indicaron el camino hacia Chile.

Son flores con una tradición oriental.

Sí, las hice en China, en Jingdezhen. Me interesa mucho tomar de la tradición y devolver algo distinto, una invención.

¿Cuántas flores hizo en China?

1500. La fragilidad se vuelve muy dura.

Eso tiene que ver con lo que yo sentí al entrar en la galería. Era como un nadar. Era como habitar un espacio acuoso. Era como un río que me transporta por una memoria. Era una experiencia inmersiva en el recuerdo. Eso, precisamente, viene de esa imagen, de las flores sobre el agua: nenúfares.

Sí, pero aquí no se trata únicamente de memoria…

Sino de presente.

Exactamente.

La memoria del presente.

El tiempo tiene una erótica que no es lineal. Lo que hago tiene su origen en el duelo, pero para mí es una manera de separarme de esa historia y de visitarla, otra vez, con lo que sé. Lo que sé es que, pasando por el inconsciente, reorganicé la memoria. Yo hablo para el futuro.

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EDGAR ARIEL
Edgar Ariel Leyva González (Holguín, Cuba, 1994). Periodista, investigador y crítico de arte. Máster en Estudios Teóricos de la Danza (2020) en la Universidad de las Artes de Cuba (ISA) y Licenciado en Periodismo (2018) en la Universidad de Holguín. Es egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Actualmente investiga sobre la configuración de la estética poscrítica en Cuba. Forma parte del Staff de Rialta.

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