Una exposición revisa los vínculos del cineasta chileno Raúl Ruiz con las artes visuales

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Imagen de una de las instalaciones de Raúl Ruiz. Foto: Mónica Delgado / Twitter.
Imagen de una de las instalaciones de Raúl Ruiz. Foto: Mónica Delgado / Twitter.

El chileno Raúl Ruiz dejó uno de los imaginarios creativos más desafiantes, polémicos y enigmáticos del cine latinoamericano. No son pocos los críticos e investigadores que colocan su obra entre las más singulares de la Historia del séptimo arte; sin embargo, continúa siendo insuficientemente conocida y explorada, incluso por los círculos especializados y la cinefilia más radical. En los últimos años, el legado de este creador ha despertado una especial curiosidad. Sustancialmente experimentador, el autor de los clásicos Tres Tristes Tigres (1968) y La hipótesis del cuadro robado (1977) poseía una visión del audiovisual absolutamente vigente en la contemporaneidad.

A esa nueva ola de acogida del imprescindible realizador se suma ahora el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, en Chile. Esta institución, consagrada a la conservación y relectura histórica del arte moderno y contemporáneo de la región, presenta por estos días una exposición dedicada particularmente a explorar la participación y las contribuciones del cineasta en el ámbito de las artes visuales. Inaugurada el 25 de marzo y disponible hasta el 13 de agosto de 2023, Raúl Ruiz: el ojo que mientetítulo proveniente de su filme homónimo de 1992– atiende los ejercicios creativos emprendidos por el artista en las periferias del cine, justo cuando este medio vivía importantes reformulaciones a raíz de la emergencia del video y la digitalización.

La muestra se arma a partir de las relaciones entre cine y artes visuales presentes en la trayectoria del cineasta […], se apunta en la página oficial del Museo, “particularmente, desde la recuperación de los archivos internacionales de una serie de instalaciones presentadas entre 1990 y 1996 en importantes museos del mundo” como el Institute for Contemporary Art (ICA) de Boston, el IVAM de Valencia, el Jeu de Paume de París o el MOCA de Los Ángeles.

Raúl Ruiz: el ojo que miente “combina documentos, proyección de películas, la filmación de secuencias nuevas y la reposición fragmentaria de algunas instalaciones históricas. Todo esto se contextualiza en los campos de la memoria cultural, el cine expandido y la arqueología de medios”.

Esta es una exposición “especulativa a partir de los archivos de Raúl Ruiz, que fue un artista multifacético”, explica la investigadora Francisca García, la curadora de la muestra junto al realizador francés Érik Bullot. “Lo conocemos como cineasta, pero también pasó por el teatro y escribió novelas, poemas y ensayos. Sabemos que siempre estaba desarrollando proyectos simultáneos que se contaminaban unos con otros. Las instalaciones pueden pensarse como modelos o maquetas de su cine”.

Nacido en Chile en 1941, Raúl Ruiz emergió a la escena cultural latinoamericana junto a los patriarcas del Nuevo Cine de los sesenta. En 1974 se exilió en París, donde recabaría un prestigio internacional inmediato y trabajaría por casi cuatro décadas, hasta su muerte en 2011. Tanto Chile como Francia fueron geografías culturales esenciales en la concreción de su singular quehacer audiovisual, en el que consumó un inimitable montaje de cultura popular y alta cultura. Con más de cien películas en su catálogo, este autor rebasó ampliamente los límites impuestos por las gramáticas convencionales del séptimo arte, en una inquebrantable experimentación que asumía códigos del teatro, la literatura, la música y las propias artes plásticas.

El creador de Las tres coronas del marinero (1983) sometió el cine, durante toda su vida, a una sistemática metamorfosis. Sus producciones se cuecen en un terreno de indeterminación estética que hace intrincada cualquier clasificación dentro de un patrón más o menos delimitable. La representación instrumentada por Raúl Ruiz se regía bajo leyes muy particulares, eso explica por qué sus filmes constituyen, también, reflexiones sobre el lenguaje cinematográfico y sus posibilidades para cifrar el mundo. Ensayos artísticos como Qué hacer (1970), Palomita blanca (1973) y El techo de la ballena (1981) son ejemplos de la versatilidad y capacidad para desbordar las convenciones de este director.

Raúl Ruiz es de esos artistas que desbordan las nacionalidades, atributo que ha generado bastante polémica a su alrededor. En sus primeros filmes, realizados en Chile, ya discrepaba subrepticiamente con los postulados del Nuevo Cine Latinoamericano. No obstante, aquellas películas son resultado de una profunda preocupación por la idiosincrasia, la sociedad y el habla chilena. Más que nada, sus tramas caóticas, a ratos surrealista, tejieron mito e historia, fantasía y realidad, en un cuerpo profundamente preocupado por la política de la forma.

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En París deslumbró rápido a los miembros de Cahiers du Cinéma, revista que dedicó un número monográfico a su obra en 1983. La sed de experimentación de Raúl Ruiz crecía de una producción a la otra, quizás por eso resultan tan diferente entre sí. Las obras eran laboratorios donde aventurarse a descubrir otras facultades expresivas para el cine. Como si su obra no fuese suficiente prueba, así lo afirma en Poética del cine, libro en tres volúmenes donde dejó testimonio de su pensamiento teórico; su propósito era proponer novedosas experiencias estéticas y rearticular las concepciones asentadas.

El programa de películas organizado por el Museo Salvador Allende como parte de la exposición permitirá constatar esa ansia de búsquedas constantes del artista y su voluntad de entrecruzar cine y artes visuales. La selección acoge piezas verdaderamente singulares: Ahora te vamos a llamar hermano (1971), obra filmada en Chile que no se vio en este país hasta 2012, dada por perdida durante más de treinta años; Vértigo de la página en blanco (2003), un experimento en el que el director se propuso que cada actor tuviese el mismo tiempo en pantalla; El juego de la oca (una ficción didáctica a propósito de la cartografía), corto realizado para promocionar la exposición «Cartes et figures de la Terre» del Centre Georges Pompidou; Imágenes de debates (1979), supuesto montaje de los registros de un debate televisivo donde Raúl Ruiz se permitió, dada la escasa calidad del material, hacer “falsos debates con expertos en distintos temas”, según explica él mismo; Páginas de un catálogo/ Dalí (1980), mediometraje inspirado en el catálogo de una muestra del famoso pintor; y Ballet acuático (2011), un “homenaje al surrealismo científico del documentalista francés Jean Painleve”. Estos últimos cuatro filmes fueron cedidos por el Centre George Pompidou.

En la abundante obra de Raúl Ruiz, que niega las lógicas de la narración tradicional y hace confluir mundos y temporalidades desemejantes, en la que todo es inestable y poroso, hay una constante especialmente importante: el valor plástico y simbólico de la imagen del plano. Esta es otra razón para apreciar una exposición como Raúl Ruiz: el ojo que miente, que hace posible acceder desde una perspectiva diferente al rico universo creativo del cineasta.

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