Amaury Pacheco (en primer plano) durante la manifestación del 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura (FOTO Yamil Lage, AFP)

En A nuestros amigos, los autores colectivos reunidos bajo la denominación de Comité Invisible, analizan las características de las insurrecciones contemporáneas, esas que pueden reconocerse en Occupy Wall Street o el movimiento de los Indignados o en las diversas revueltas antiglobalización. En el análisis, retoman la noción de “acontecimiento”, propuesta en 1999 por Alain Badiou, para referirse a un tipo de evento que quiebra el campo del saber, que excede su estructuración y emerge como una verdad no considerada por el saber de la situación misma.

La cadena de sucesos que comenzó con el acuartelamiento de un grupo de personas y la huelga de hambre de algunos de ellos en la sede del Movimiento San Isidro, y condujo a la reunión de más de trescientas personas el 27 de noviembre de 2020 en la Habana frente al Ministerio de Cultura, bien puede ser considerada un “acontecimiento” en el sentido de Badiou y como una insurgencia contemporánea (en pequeña escala) en el sentido del Comité Invisible:

El levantamiento mismo es anónimo: ningún líder, ninguna organización, ninguna reivindicación, ningún programa… Nada que tenga bastante homogeneidad como para admitir a un representante. […] Es así como las insurrecciones se prolongan, molecularmente, imperceptiblemente, no porque pongan en marcha un programa político, sino porque ponen en movimiento unos devenires-revolucionarios […] Lo que se construye aquí no es ni la “nueva sociedad” en su estadio embrionario ni la organización que derrocará finalmente el poder para constituir uno nuevo, es la potencia colectiva que, mediante su consistencia y su inteligencia, condena el poder a la impotencia, desbaratando una por una todas sus maniobras […] en las insurrecciones contemporáneas se da algo que los desconcierta de una manera particular: ellas no parten ya de ideologías políticas, sino de verdades éticas. Las verdades éticas no son así verdades sobre el Mundo, sino las verdades a partir de las cuales nos mantenemos en él. Son verdades, afirmaciones, enunciadas o silenciosas, que se experimentan pero no se demuestran […] “uno siempre tiene derecho a rebelarse”. Son verdades que nos vinculan, con nosotros mismos, con lo que nos rodea y los unos a los otros. Nos introducen a una vida común en principio, a una existencia inseparada, que no tiene consideraciones por las paredes ilusorias de nuestro Yo.

Estas descripciones, que en A nuestros amigos se presentan como generalidades reconocibles en los varios levantamientos que han agitado el planeta en los últimos años, en Egipto, Grecia, Chile u otros países, y que no es de esperar que hayan sido pensadas para Cuba, podrían servir para describir lo que ocurrió el 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura. Ese “uno siempre tiene derecho a rebelarse” no está lejos de la exigencia del “derecho a tener derechos”. Que la insurrección no parte de una ideología política, sino de principios éticos como el tipo de verdades a partir de las cuales nos mantenemos en el mundo, es aquello que una y otra vez los integrantes y los aliados del Movimiento San Isidro y 27N reivindican como requisito básico. No discutimos sobre la ideología dominante o su contrario, sino sobre imperativos éticos que llaman a la solidaridad a favor de los violentados y los reprimidos. Esos imperativos éticos generan, a su vez, un tipo de existencia que apuesta por la construcción de vínculos más allá de los límites de los intereses particulares.

En los últimos meses, la posibilidad del encuentro en los espacios virtuales, con el impulso irreductible de la movilización del alma de la nación, ha contribuido a deshacer la dicotomía entre la Cuba de adentro y la de afuera y ha permitido crear o rehacer vínculos imprescindibles.

Era imposible imaginar el 26 de noviembre de 2020 que un suceso como el del día siguiente podría ocurrir, pero lo que ocurrió el 26 y los días anteriores conduciría inevitablemente a algo que era imposible determinar o predecir en ese momento, mucho menos imaginar o planificar. El acontecimiento escapa de cierta manera al análisis de las condiciones objetivas y subjetivas, puesto que escapa a la estructuración de la realidad que lo produce; sus fuentes están ahí, pero corren por debajo de la realidad evidente.

El 21 de noviembre, Amaury Pacheco, artista contestatario y miembro del Movimiento San Isidro, decía en una transmisión que, por San Isidro, donde un grupo de los acuartelados se sometía a una huelga de hambre, corría “el alma de la nación”:

Eso es lo que está sucediendo en San Isidro: un susurro. Nuestros muertos, nuestros santos, nuestras fuerzas están pasando por San Isidro. Somos un cuerpo conectado con la fuerza de sanación de nuestra nación. En San Isidro hay una exhumación del dolor cubano. Lo que estamos viendo es lo que hay, de alguna manera, en el alma del pueblo cubano […]. Es una gran puesta en escena donde estamos hablando los enfermos, porque por nuestros cuerpos pasa la enfermedad, por nuestros cuerpos pasa el mal de la nación.

“El alma de la nación” es una expresión que, sometida a la inescrupulosa disección del analista, podría sonar falsa, una mera construcción metafórica. Y sí, es una metáfora, pero lo que define a la metáfora no es su relación con la verdad, sino su capacidad de aludir a realidades de difícil definición. Así que sabíamos en esos días qué era el alma de la nación, esa vibración colectiva que no está sometida a la geografía, sino a la resonancia de las afecciones, y sabíamos que esa alma estaba allí, en San Isidro, y no requería de la unanimidad absoluta para existir. Así que cuando se piensa en el 27 de noviembre y en las causas de la movilización espontánea que fue convocando más y más personas frente al Ministerio de Cultura hasta sobrepasar las 300, estas no se encuentran en las condiciones objetivas y subjetivas, aunque sin duda ese sea un análisis que pueda realizarse y dé cuenta incluso de algunas condicionantes.

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Las fuentes (que se vuelve entonces mejor término para referirse a lo que reunió a ese grupo de personas) que se movilizan por debajo de la superficie están relacionadas más con la ruptura del vínculo con eso que corría por el alma de la nación en los cuerpos de los acuartelados de San Isidro. Cortado ese vínculo –a través de la irrupción violenta de la Seguridad del Estado en la sede del movimiento, que disolvió la convivencia y llevó prisioneros a los que se encontraban allí acuartelados–, rota esa resonancia, salir y concentrarse en el espacio público era una consecuencia natural, un intento corporizado por sostener esa vibración. Algo así no puede ser planificado o diseñado. No hay una serie de pasos o estrategias que puedan ser encontradas en un manual; su naturaleza es existir siempre al margen y a despecho de los manuales. Puede, en todo caso, ser convocado, invocado, como son invocados los imposibles y los milagros.

Acontecimiento 27 de noviembre Ministerio de Cultura Cuba
Artistas e intelectuales cubanos plantados frente al Ministerio de Cultura en La Habana, 27 de noviembre de 2020

¿Cómo se convoca el acontecimiento? Recurro aquí nuevamente a A nuestros amigos. El centro analítico de este libro está aparentemente lejos de la realidad cubana, pero es una lejanía ilusoria. La pregunta que articula la reflexión y la especulación a lo largo de sus páginas –por qué se diluye la potencia de movimientos como Occupy Wall Street o el de los Indignados– es una pregunta pertinente para el contexto cubano, aun cuando los intentos de manifestación pública sean en extremo limitados y sistemáticamente cercenados. El intento de responder esas preguntas genera una serie de ideas que resultan valiosas para cualquier proceso de transformación en cualquier configuración política que este se realice. Lo que se juega en las insurrecciones contemporáneas, dice, “es la cuestión de saber qué es una forma deseable de la vida, y no la naturaleza de las instituciones que la sobrevuelan con una mirada omnisciente”.

A nuestros amigos dedica mucho espacio, por tanto, a examinar qué clase de vida es la que llevamos, esa del hastío, que hace necesaria una y otra vez el experimento del encuentro. “En esto reside el acontecimiento: no en el fenómeno mediático que se ha forjado para vampirizar la revuelta por medio de su celebración externa, sino en los encuentros que se han producido efectivamente en ella”. Aquí tendríamos que, para adecuarlo al contexto, reescribir la frase: “En esto reside el acontecimiento: no en el fenómeno mediático que se ha forjado para criminalizar la revuelta por medio de su condenación externa [labor que la televisión nacional y su vocero Humberto López se han dedicado a realizar sin descanso], sino en los encuentros que se han producido efectivamente en ella”, y completar con la conclusión de la cita original: “Nadie sabría decir lo que puede un encuentro”.

Sabíamos en esos días qué era el alma de la nación, esa vibración colectiva que no está sometida a la geografía sino a la resonancia de las afecciones, y sabíamos que esa alma estaba allí, en San Isidro, y no requería de la unanimidad absoluta para existir.

La potencia del encuentro es, como hemos comprobado en los meses siguientes a los sucesos de San Isidro y el 27N, inagotable, y no se disuelve siquiera cuando el acontecimiento mismo es disuelto. Es por eso que, después del acontecimiento, después de las maniobras de manejo, que son esencialmente maniobras de contención, no hay vuelta atrás. Los lazos que han sido creados allí constituyen ya la materia prima de otro mundo.

En A nuestros amigos hay esbozados caminos posibles para escapar a la captura del acontecimiento. No son, nuevamente, pasos de manual. Serían quizás, más bien, disposiciones del ánimo. Las disposiciones del ánimo no son tan tangibles como los pasos de manual, que tanto atraen a los voceros tiránicos en busca de teorías de conspiración que suplan la agencia propia de sus opositores, pero son fundamentales para hacer realizables las posibilidades que el deseo y la imaginación, pero sobre todo el encuentro, abren. Ellas son la presencia, la atención y la recuperación de los vínculos. La atención consiste en la capacidad de enfocar aquello que no está visible a la primera mirada; se contrapone a la reactividad y se constituye como posibilidad de restablecer una sensibilidad que permita aprehender, intuir, imaginar y revincular; la atención puede así ser depositada sobre su objeto y multiplicar la potencia. Estar atentos exige no estar a merced de lo inmediato o lo anecdótico, sino cultivar una disposición de la mirada que revele lo que corre por debajo de los sucesos inmediatos; como lo que hace, en su lectura del suceso, Amaury Pacheco.

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Activistas en la sede del Movimiento San Isidro en La Habana

La presencia apunta al reconocimiento del mundo, a la reconexión con la experiencia directa. En A nuestros amigos, esa experiencia directa implica una desmediatización, la liberación del medio-estar que se produce cuando todo se aparece y se experimenta a través de dispositivos. Un año después de una vida en la que las relaciones han sido reconfiguradas para ocurrir mayormente a través de los dispositivos, es necesario reivindicar la posibilidad de practicar una forma de presencia que exista también en Zoom y en Facebook. La presencia implica una disposición a estar completamente en el “aquí y ahora”, aun cuando el “aquí y ahora” se hayan vuelto experiencias desterritorializadas y virtuales.

Aunque sabemos el extrañamiento y el alejamiento que los dispositivos pueden provocar, sabemos también de su capacidad subversiva. No hay una vida “real” paralela a una vida “virtual” en relaciones de negación, contraste o complementariedad. Hay una vida que produce encuentros y relaciones tanto en espacios físicos como virtuales. En los últimos meses, la posibilidad del encuentro en los espacios virtuales, con el impulso irreductible de la movilización del alma de la nación, ha contribuido a deshacer la dicotomía entre la Cuba de adentro y la de afuera, y ha permitido crear o rehacer vínculos imprescindibles. Estar completos en la relación, estar presentes, implica también cierta honestidad, una capacidad para la escucha y resistirse a la compulsión de tener una opinión o una respuesta inmediata. El mejor punto de partida, cuando los dilemas son complejos y parecen callejones sin salida, es aceptar que no tenemos una respuesta y disponernos a explorar de conjunto las preguntas, en una desaceleración que nos permita aguzar la mirada.

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Artistas e intelectuales cubanos plantados frente a la sede del Ministerio de Cultura en La Habana, el 27 de noviembre de 2020 (Foto Reynier Leyva Novo)

El tercer camino que avizora A nuestros amigos es la relevancia de los vínculos. Propone que la libertad se ejecuta en y a través de los vínculos y se predica en el encuentro, así como se inventa en la puesta en práctica de otra forma de socialización: “Ser libre y estar vinculado es una sola y misma cosa. Soy libre porque estoy vinculado, porque participo de una realidad más vasta que yo”. Esta es quizás la principal apuesta del texto; no sólo reflexionar sobre el porqué de las derrotas, sino abonar el camino para posibles victorias, pero dislocando el sentido de victoria como objetivo. La victoria sería siempre evidenciar al poder y reconfigurar nuestra propia posición en la maquinaria de producción de vacíos, que requiere de dejarnos solos e incapaces de vinculación con los que nos rodean y con todo lo vivo que nos rodea.

Esas reflexiones, que fueron escritas para pensar en el capitalismo tardío y su maquinaria de individualización, pueden servirnos también en otra maquinaria, que a través de otros mecanismos produce también vacíos y soledades. La Cuba de hoy que pugna desde adentro por la Cuba del futuro (y no un adentro geográfico, sino desde el interior de sus propias premisas) requiere de la construcción y el sostenimiento de vínculos colectivos que, sin conducir a otra clase de homogeneidad, puedan crear la experiencia necesaria de convivir en la diferencia. Sólo entonces, estaremos habitando plenamente otro mundo posible.

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