La policía reprime a un manifestante durante las protestas del 11 de julio de 2021 en La Habana (FOTO Ramón Espinosa AP)
La policía reprime a un manifestante durante las protestas del 11 de julio de 2021 en La Habana (FOTO Ramón Espinosa AP)

Recientemente leía, en ese campo de combate que es Twitter, un comentario crítico sobre la antipolítica como la incapacidad de la derecha para proponer un programa político. Era un comentario inicialmente sobre la derecha en España, pero se extendía a una parte de la oposición cubana que no tendría, tampoco, propuestas concretas para el futuro de Cuba. La antipolítica sería, en ese marco, tanto una ausencia de programa como una vía al poder basada en la mentira, el sabotaje y la manipulación; de ahí lo del anti calificando a política. Esta última parte aplicaría –en aquel post– más a la derecha española que a la oposición cubana (o una parte de ella).

De la segunda interpretación de lo que sería una antipolítica, cabría dudar de la equiparación de la ausencia de programa con el uso de estrategias engañosas para llegar al poder. Es difícilmente creíble que la derecha sea única en cosas como el engaño o la manipulación. Eso, a menos que se crea que la izquierda es propietaria y garantizadora per se de la pulcritud moral, argumento que no tiene fundamento alguno. En cualquier caso, entender el uso de herramientas fraudulentas como una antipolítica sería suponer que la política en sí está determinada por la calidad de las herramientas que pone a su servicio. La otra parte del argumento, sin embargo, alude a una disputa recurrente en el caso cubano, particularmente cuando se nos reclama y se nos demanda que a menos que tengamos una agenda clara y definida, no estamos realmente haciendo política y no tenemos por tanto posibilidad alguna de superar el actual estado de la situación del país. Alude también a una lectura normativa del deber ser de la política y, por tanto, también de todo aquello que no amerita llamarse como tal.

Que la política existe únicamente allí donde hay programas, estrategias para tomar el poder y organizaciones articuladas con plataformas definidas, es una idea resistente a pesar de décadas de discusiones que han intentado cuestionar la mirada estabilizadora y reductora del campo político a los organismos y los discursos autodenominados y sancionados socialmente de tal forma. Por mencionar dos de los autores que han tratado el tema, valga recodar a Ranahit Guha y su crítica de los estudios que presentaban las insurrecciones campesinas en la India como prepolíticas porque estas habrían carecido de conciencia de su propia finalidad; “conciencia” equivaldría en esa interpretación a una organización con liderazgos y objetivos claros y un programa definido para lograr tales objetivos.[1] Guha demostró que no hay tal cosa como una política completamente espontánea o inconsciente, aun cuando las manifestaciones específicas de la misma puedan parecerlo. James Scott, por otra parte, mostró la multiplicidad y diversidad de la acción para la resistencia a la opresión en los márgenes de la política formal; las “armas de los débiles” que son, también, política.[2]

Protestas en Cuba, 11 de julio de 2021
Protestas en Cuba, 11 de julio de 2021

Lo que estos autores, y tantos otros, nos dicen, es que no hay, en principio, una ausencia de política cuando no podemos reconocer manifestaciones tangibles como programas políticos, liderazgos claros y organizaciones estables. La suposición de una espontaneidad entendida como falta de conciencia –de clase, de reconocimiento de la situación propia o de cualquier otra cosa– es casi siempre un argumento que busca demeritar las razones de quienes se levantan contra la opresión. Lo vimos una y otra vez en las explicaciones del 11J que negaban a los manifestantes su propia agencia y atribuían los hechos a mera reactividad ante condiciones difíciles de vida o, aún peor, un servicio a intereses ajenos. La antipolítica a la que refiere la publicación a la que aludo al inicio se parece demasiado a esa mirada que demanda programas y propuestas claras y ve en su ausencia el signo de un vacío o de una mala intención.

Pero la antipolítica puede tomarse también como una provocación, para leer en ella no una ausencia sino la presencia de formas de acción política que eluden –por necesidad, por deseo o por una combinación de ambas– los imperativos de una política formalizada. En una lectura positiva, la antipolítica no sería una “anti” política, puesto que no niega lo político, sino, en todo caso, una reivindicación de la política que habita por fuera de las corporeizaciones esperables, como líderes, organizaciones y programas. No significa una renuncia a la imaginación (la requerida para redactar programas, planes de transición o visiones de futuro) como herramienta detonadora del accionar político, sino que reconoce que la imaginación no existe en el vacío. De inicio, habría que entender que hasta para imaginar son necesarias ciertas condiciones, a menos que concibamos a la imaginación misma como un sucedáneo de la realidad o un escape enajenado. Si la imaginación es potente es porque tiene la posibilidad de tender puentes entre lo que es y lo que es posible, y no (o no solo) de crear realidades alternativas. En regímenes como los totalitarismos, tal potencia disruptiva de la imaginación está severamente limitada, en tanto la posibilidad de accionar para la construcción de otras realidades también lo está. Si pensamos en Cuba, se pueden identificar al menos dos maneras en las que esto ocurre. La primera, a través de la presión cotidiana de la represión.

Es ciertamente difícil dedicarse a hacer cartografías de futuro cuando el presente acecha con urgencias que no pueden ser pospuestas; personas presas, exiliadas, voceros que se dedican a contar mil historias fantasiosas, y añadamos a eso la dificultad de la vida cotidiana misma, con tantas carencias que la supervivencia misma ocupa casi toda la energía disponible. La cotidianidad de la movilización crea sus propias restricciones al forzar la atención hacia la solidaridad, la denuncia y el desmontaje de los relatos que sustentan la opresión totalitaria. La segunda, a través del terror impartido como sentido común de que el presente es incambiable –parafraseando una frase conocida sobre el capitalismo, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin de la revolución– y de que lo que vendrá después será necesariamente peor. Ambos sentidos imparten una inercia que alcanza incluso la capacidad de imaginar otros derroteros.

Sin embargo, las limitantes para la imaginación no implican la imposibilidad de su existencia; lo que implican es un redireccionamiento de su ejercicio. Y he ahí la potencia de una política en los márgenes, esa que, vista como ausencia (o como mala intención), es llamada antipolítica. La solidaridad, la denuncia, el desmontaje del metarrelato sostenedor de la opresión, la experimentación de otras formas de existencia, son modos de la política no necesariamente visibles, o al menos no tan visibles, pero tienen la potencia de reconstituir un tipo de imaginación con los pies puestos en el aquí y el ahora. Cuando se nos reclame, como suelen hacer quienes miran desde lejos esperando la señal de un frente de convergencia nacional con liderazgo claro y capaz de hablar por la sociedad toda para ofrecerle una clara imagen del futuro, reivindiquemos esa política de los lazos y las relaciones. Y no porque no haya organizaciones, agendas y propuestas, que, por supuesto hay, a pesar de todo –véase por ejemplo el trabajo permanente de Convivencia para edificar esa propuesta–, sino porque no debemos permitimos ser empujados por las expectativas de otros para construir nuestro propio camino.

El 11J fue el ejemplo más hermoso y potente de este tipo de política. Su mera existencia, que rememoramos dos años después, habla de la posibilidad permanente de la emergencia de lo que parece imposible, y de la relevancia de la construcción de lazos que permitan cruzar las divisiones impuestas por la clase, la raza, la orientación sexual, la ubicación geográfica (al interior o el exterior de la isla) y, de manera fundamental, la posición política. La memoria del 11J es a la vez que la de un evento único, un signo que indica la posibilidad de su repetición. Los varios eventos de manifestaciones públicas que le han seguido muestran que ni la más dura represión puede evitar el efecto multiplicador del descubrimiento de la calle como espacio conquistable.

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Voceros del mismo régimen que ha pretendido mostrar como mercenarios a quienes se atrevieron a la protesta pública, intelectuales orgánicos que se toman el derecho de hablar sobre esos cuerpos hoy encarcelados sin reconocerles dignidad alguna, apelaron y apelarán sin escrúpulos a argumentos que dejarían orgullosos a los funcionarios de la administración colonial inglesa: “fue espontáneo”, para decir en realidad que fue aleatorio, como por instinto, sin conciencia de qué querían realmente; “fue el calor”, para que en el colmo de la nulificación del deseo de cambio de los manifestantes, lanzarse a la calle apareciera como un acto reflejo, animal, instintivo; “no querían cambio de Gobierno, solo mejoras económicas”, cuando los manifestantes gritaban claramente “abajo la dictadura”. Lo que Guha llamó prosa contrainsurgente se revela en su forma más descarnada cuando la insurgencia se muestra como lo que es, un movimiento colectivo contra la opresión insoportable.

Una patrulla volcada luego de las protestas del 11 de julio de 2021 en Cuba FOTO Yamil Lage | Rialta
Una patrulla volcada luego de las protestas del 11 de julio de 2021 en Cuba (FOTO Yamil Lage)

Una emergencia así tiene, como todo, sus potencias y sus límites. Corre el riesgo casi siempre de ser cooptada o coartada por intereses que la superan; por una política cuyo objetivo fundamental es, por debajo de los disfraces ideológicos o estratégicos, alcanzar el poder. Pero tiene, por otra parte, la potencia de ser inagotable; no se agotará siquiera con el fin del castrismo, aunque deba pasar por ahí, porque su materia primera, su móvil básico, no es la obtención del poder sino la defensa de la vida y los lazos que la hacen posible. Los grupos que trabajan para sostener a los presos y sus familias, quienes hacen denuncias, quienes intentan evidenciar todo el tiempo los simulacros del poder y las complicidades para sostenerlo, quienes colaboran para que la vida cotidiana sea posible, quienes se atreven a decir con claridad lo que piensan y desmoronan con sus palabras las construcciones ficticias de las narrativas oficialistas y, sobre todo, quienes han puesto sus cuerpos y volverán a ponerlos, nos enseñan cuál es el tipo de política que podemos y debemos hacer para recuperar el país que nos han robado.

No es que este tipo de política pueda existir por sí sola; requiere transformarse, en algún punto, en algo parecido a una política formal; la ocupación del espacio público debe conducir a, o acompañarse de una movilización de organizaciones, generación de consensos y propuestas para la institución de un nuevo orden. Sin embargo, puede impartir, sobre formas más estables de hacer política, lógicas de la acción colectiva –y con colectiva no digo unitaria– con capacidad de eludir en alguna medida los peligros de una captura por las fuerzas que trabajan únicamente por la ocupación de posiciones de poder. Por delinearla en unos rasgos muy generales que den cuentan tanto de lo que existe de manera incipiente como lo de que pudiera florecer a partir del reconocimiento y la potenciación de sus elementos distintivos, diría que se trata de una forma de acción política en la que confluyen la necesidad y el deseo. No es posible, al menos no de forma estable, una política formal en el contexto de un régimen que puede encerrarte por intentar reunir cinco personas en torno a una causa, y en el que la opinión divergente se paga con la cárcel o el exilio, pero es posible, y deseable, hacer política de las relaciones. No es cuestión de diferenciar un campo de la resistencia y otro de la política al cuál no habríamos sabido llegar por alguna incapacidad propia.

El deseo emerge del reconocimiento de que es posible abogar y reivindicar una forma de política que reconozca sus condiciones tanto como sus potenciales. Una política cuyos liderazgos no estén alojados en figuras particulares magnificadas capaces de reunir por su carisma a las diversas fuerzas organizadas, sino distribuidos en personas y agrupaciones de pequeña o mediana escala con capacidad para articularse en un horizonte común. Una política cuyas organizaciones no pretendan representar a la sociedad toda, o a una gran parte de ella, sino que apelen a la generación permanente de relaciones y entrelazamientos para expandir su capacidad movilizativa, de protección y apoyo mutuo. Una política cuyo programa no sea una lista de deseos sino una serie de principios fundadores acompañados de la observación aguda de la realidad para encontrar las grietas que hay siempre en los edificios de la opresión y erosionarlos y derrumbarlos. Una política prefigurativa (hacer aquí y ahora lo que queremos para mañana) que, sin renunciar al plano de lo simbólico o lo representacional, apueste más al encuentro, la generación de lazos y la construcción de formas de existencia que sustenten la sociedad incluyente y plural, con derechos para todas las personas, que seremos capaces de construir una vez liberados del yugo de la opresión, pero que desde ya debemos ir ensayando.


Notas:

[1] Ranahit Guha: Elementary Aspects of Peasant Insugency in Colonial India, Duke University Press, 1999.

[2] James Scott: Weapons of the Weak. Everyday Forms of Peasant Resistance, Yale University Press, 1985.

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3 comentarios

  1. Me pareció muy buen material ,abundaron en detalles ,solo agregar que hoy a dos años de aquel glorioso 11 de Julio el pueblo de Cuba está cada vez peor y hoy precisamente el sentimiento de volver a salir a las calles era el mismo de aquella vez,pero muchos cubanos de a pie amanecieron con vigilancia,otros con citaciones y otros con llamadas por parte de la seguridad del estado para amenazar,intimidar a fin de que nadie saliera a las calles ,de los contrario se repetiría de forma aún mayor la violencia,la encarcelación etc por parte de la PNR y cuerpos de respuesta rápida bajo el consepto diabólico y permisivo del «presidente de Cuba Miguel Díaz Canel, cuando dijo : La orden está Dada! Cita orden consiste en reprimir,golpear,disparar con armas de fuego y encarselar a un pueblo desarmado que solo ejerce su derecho Constitucional de expresarse libremente y pedir Cambios ,Libertad! , Democracia etc..por esa razón una vez más el pueblo no salió a las calles,pero en el viento se pudo escuchar cada llanto de tantas madres por sus hijos presos injustamente,el dolor que sufre a diario el pueblo cubano,el pueblo de a pie! Pero la noche no será eterna !

  2. El Centro de Estudios del proyecto Convivencia tiene ya estudios prospectivos y estrategias para llevar a cabo propuestas para una cuba y su reconstrucción futura. Este centro cue3nta con la participación de actores y protagonistas entendidos en las realidades estudiadas de dentro de la Isla y de la Diáspora fuera de Cuba. Su director es el Pinareño Dagoberto Valdés.

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