‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’: un ensayo sobre la imaginación

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Alexandre Koberidze. CAIMÁN CUADERNOS DE CINE.
Alexandre Koberidze. CAIMÁN CUADERNOS DE CINE.

Durante semanas, buena parte de la prensa especializada en Europa y los Estados Unidos se puso de acuerdo para considerar ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? (Alexandre Koberidze, 2021) como una de las mejores películas estrenadas en enero de 2022. Ello, en una lista que coronan, al menos en España, títulos como Licorice Pizza (Estados Unidos, Paul Thomas Anderson), Drive My Car (Japón, Ryûsuke Hamaguchi) y La peor persona del mundo (Noruega, Joachim Trier).

Desde su paso por el Festival de Berlín del año anterior, donde se alzó con el Premio de la Crítica Internacional (FIPRESCI), el diario El País y la revista Fotogramas de España o The Hollywood Reporter y Variety han dedicado encendidos elogios a esta película georgiana que concluye su recorrido por festivales y debutó recién en la plataforma de streaming MUBI.

¿Qué vemos cuando miramos al cielo?, el segundo largometraje de Koberidze (Tiflis, 1984), sugiere que estamos ante una sencilla historia de amor, pero en sus primeros compases descoloca al espectador cuando un arbusto de jardín, una cámara de vigilancia, una cañería de desagüe y el viento nocturno se convierten en cómplices de la heroína del relato, la joven Lisa, a quien advierten que su encuentro casual con Giorgi, con quien ha acordado una cita para el día siguiente, tuvo como efecto secundario que ambos fueran víctimas de un embrujo: al amanecer su apariencia física habrá cambiado y habrán perdido además sus habilidades más queridas.

Fotograma de ‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’ tomado de MUBI.
Fotograma de ‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’ tomado de MUBI.

Desde este punto de giro, la película apuesta por el ejercicio libre de la imaginación, por quebrar las convenciones narrativas y admitir en su estructura todo el albur del mundo. Ello se despliega a través de un deambular del relato y de los personajes, a quienes toca resolver cómo encontrarse después de padecer tamaño obstáculo. Esa suerte de universo mágico y enigmático sirve al realizador para sumergirnos en el escenario de Kutaisi, el pueblo de provincia georgiano donde transcurre la anécdota, que dota a la película de un sabor documental que es parte decisiva de su encantamiento.

El desenfado con que Koberidze se deshace de las obediencias formales y expresivas le permite, por ejemplo, dotar de voz y carácter a los perros del pueblo, personificar ciertos espacios públicos, jugar con la fábula y llevarla de un sitio a otro sin demasiada preocupación por que el espectador se distraiga. Le permite, incluso, aprovechar la celebración de un Mundial de fútbol para dedicar un encendido homenaje a ese deporte, pero sobre todo a Lionel Messi y la selección de Argentina.

En ese espacio narrativo desobediente que es ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?, el director se permite imaginar que la albiceleste se corona con el 10 al frente, que Messi alza la Copa y que todos somos felices para siempre. Se permite hacer todo, se permite fabular sin empacho y dejarnos disfrutar el ejercicio libre de la imaginación que es el acto de representación artística. Todo ello sin ínfulas, sin ideas grandilocuentes o subrayados de más, como una oda a la sencillez anodina que arropa la vida de los seres humanos, y ante la cual no cabe otra actitud que la reverencia.

Fotograma de ‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’ tomado de MUBI.
Fotograma de ‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’ tomado de MUBI.

Por ello el dato de que a mitad de metraje aparezca un equipo de rodaje que hace una película semidocumental para la cual emprende un casting de parejas en Kutaisi no es un meandro más del relato. Es, en cambio, el núcleo mismo del discurso. El ars poética de Koberidze. O sea, la búsqueda de la salvación por la palabra-imagen, a través de la cual se revelaría la verdad transparente, la epifanía del arte en su relación con la realidad, está allí expuesta. Y también cómo, a través de ese rodaje, Lisa y Giorgi podrían resolver el embrujo que los distancia.

¿Cabe mejor ejercicio de celebración del poder catártico del arte? ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? no es luminosa únicamente por el efecto visual del verano que reina en Kutaisi e impregna la película, por la gentileza de los personajes y el fluir sin estridencias de la vida allí, sino por el optimismo que destila su tono y la mirada entre compasiva y humilde con que nos entrega ese mundo.

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Pocos realizadores del presente saben mirar así. Koberidze parece un realizador escapado del cine moderno por su instrumental formal, alguien a medio camino entre el desenfado de la Nueva Ola Checoslovaca (un tanto Milos Forman, otro poco Vera Chytilová), y el humanismo cómplice de grandes observadores de lo humano como Jean Renoir o Yasujiro Ozu.

Para Koberidze, su enfoque tiene que ver con un sereno gesto de amor: “Si te gusta o amas lo que ves, esos sentimientos se trasladan a la imagen y al espectador. Tanto a mí como al operador nos gustaba mucho Kutaisi”, contó al diario argentino Página 12.

Y, como acto de amor, supone asimismo un homenaje indirecto a dos grandes predecesores del cine georgiano: Otar Iosseliani y Serguéi Paradzhánov, por quienes Koberidze confiesa sentirse influenciado y a quienes debe esa vocación de mirar con empatía su país, el universo y la Historia.

Lo confesó recientemente a Caimán Cuadernos de Cine: “El cine sirve para captar la lógica del mundo que se desarrolla a nuestro alrededor. Yo tengo mi versión de las cosas, de cómo funcionan, pero quiero llegar a un entendimiento más profundo. Y la cámara me permite mirar de una manera más profunda ese universo, la gente, los animales, la naturaleza… La magia, no lo olvidemos, también forma parte de todo esto. Hay cosas que no vemos, pero que existen y cumplen su función en el mundo. Quizá el cine sí pueda verlas. Por ejemplo, dos personas se enamoran, como en la película. En principio, sabemos qué es eso, pero creo que a través de mi película descubrí más matices en los que nunca había pensado”.

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