La obra de Ramón Peón (1897-1971), pionero del cine cubano, autor del aclamado filme silente La virgen de la Caridad (1930), integra la retrospectiva con que el 76 Festival Internacional de Cine de Locarno rendirá homenaje a la cinematografía mexicana consumada entre los años cuarenta y sesenta del pasado siglo. Del 2 al 12 de agosto de 2023, fecha en que tendrá lugar esta nueva edición del prestigioso certamen suizo, un programa integrado por 36 películas aztecas, titulado Espectáculo a diario. Las distintas temporadas del cine popular mexicano, permitirá al público explorar un perfil y un período del cine latinoamericano recientemente rescatado del olvido por la crítica especializada.
México fue el país donde el realizador cubano Ramón Peón consiguió consumar el grueso de su profusa obra. En 1931 se incorporó por primera vez a la floreciente cinematografía de dicho país, tras una breve etapa de dos años en Hollywood, donde aprendió a dominar las técnicas sonoras que por entonces estaban revolucionando el cine. Durante siete prósperos años –en 1938 regresa a Cuba– se consagró intensamente a disímiles oficios dentro de la industria fílmica mexicana y llegó a dirigir una veintena de películas que lo convirtieron en una de las figuras principales de la época. Peón devino uno de los responsables de la fecunda vitalidad experimentada entonces por el cine de México; bajo criterios formales y temáticos bastante eclécticos, emprendió allí la realización de melodramas, comedias y rancheras que contribuyeron a modelar el esquema definitivo de tales géneros.
El realizador cubano encontró en México las condiciones óptimas para sacar adelante sus ambiciones como cineasta. El director de Sucedió en La Habana (1938) y El romance del palmar (1938) –dos de las películas que produjo en Cuba–, se estableció nuevamente en suelo azteca en 1942 y permaneció aquí hasta 1951, etapa en que sacó adelante otro número impresionante de películas; en un lapso tan breve filmó tanto que muchos especialistas tienen su producción entre las más exuberantes del ámbito español. Recordado muchas veces por descubrir la faceta de Jorge Negrete como galán cinematográfico en La madrina del diablo (1937), Peón fue parte esencial de esa época dorara del cine mexicano. Aunque no trascendió creativamente las convenciones dictadas por la industria, en sus mejores películas demostró un depurado oficio, lo cual hizo a otros realizadores, como Néstor Almendros, celebrar su particular sensibilidad fílmica.
Si bien sus estancias en Cuba fueron intermitentes, Peón tiene el extraordinario mérito, en la historia del cine cubano, de trabajar hasta la saciedad para edificar una sustentable industria nacional y acrecentar la calidad de la realización cinematográfica. Ello se constata en sus múltiples empeños por levantar compañías productoras en el país; es el caso de BPP Pictures, presentada por él justamente como un proyecto para la creación de filmes “cubanos”. Sus películas realizadas en la isla (estereotipadas y escapistas respecto a las condiciones sociales del país) supieron, no obstante, manejar con sensibilidad los índices (música, personajes, costumbres) del patrimonio cultural de la nación.
La inclusión de la obra de Peón en la retrospectiva organizada ahora por el Festival de Locarno, es un merecido reconocimiento a su labor, todavía insuficientemente divulgada. Aunque Peón intentó ingresar al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, fundado por el gobierno revolucionario en 1959, la política de borradura de la producción previa al triunfo prescindió de sus servicios y condenó su legado al ostracismo. Pasado el tiempo, gracias al trabajo de varios investigadores, su creación ha sido evaluada nuevamente. Al tomar en cuenta su trabajo, la muestra en Locarno, reconoce su particular legado al excepcional semblante que hoy divisamos en el cine popular mexicano de los años cuarenta, cincuenta y sesenta.
En los años previos a la eclosión del Nuevo Cine Latinoamericano de los sesenta, la industria de México era una de las más sólidas y prósperas de la región, con un alto impacto cívico, que contribuyó notablemente a crear un público consumidor de producciones nacionales. Tales películas se presentan ahora plagadas de soluciones ingeniosas y se percibe en ellas el tránsito de una noción del cine como simple entretenimiento a productor comunicativo y artístico.
“Nuestro deseo es alterar las percepciones en torno a una producción cinematográfica y cultural tan rica e importante”, subrayó Giona Nazzaro, directora artística del Festival de Locarno. “Según se afianzan nuevos y mayores niveles de conciencia poscolonial, estas películas, que hasta ahora han escapado a la atención de los cinéfilos internacionales, merecen ser descubiertas, y que se les reconozca todo su valor como instancias de un movimiento crucial de independencia cultural y creativa, de originalidad lingüística, formal. Hay todo un mundo esperando a ser redescubierto: musicales, comedias, lucha libre profesional, vampiros, detectives, monstruos, revolucionarios melodramas, cine negro, tauromaquia. Desde ciencia ficción hasta terror, desde thrillers policíacos hasta películas religiosas. Todos los colores del cine mexicano en una sola Retrospectiva”, agregó.
El programa acoge títulos tan singulares como La corte del Faraón (Julio Bracho Gavilán, 1944), Han matado a Tongolele (Roberto Gavaldón, 1948), Pueblerina (Emilio Fernández, 1948), Muchachas de uniforme (Alfredo B. Crevenna, 1951), Trotacalles (Matilde Landeta, 1951), Torero (Carlos Velo, 1956), La mente y el crimen (Alejandro Galindo, 1961), Santos vs. Las mujeres vampiro (Alfonso Corona, 1962), La mujer murciélago (René Cardona, 1968) y Las sicodélicas (Gilberto Martínez Solares, 1968).
En estos y otros tantos filmes incluidos se aprecian los principios estéticos regentes del melodrama, la comedia y el musical, géneros paradigmáticos de esas décadas. El espectador podrá apreciar la manera en que los códigos del western, el policiaco y el thriller eran adaptados al nuevo contexto cultural; los valores desde los que se representaba a la mujer y se socializaba su estatus de género; la conformación de arquetipo como los luchadores o los monstruos; y la sutileza con que se presentaban determinadas conflictividades sociales.
Esta muestra dará al público europeo una oportunidad para degustar, por sólo citar unos pocos ejemplos, el notable montaje entre documental y ficción en Torero, la experimentación creativa emprendida por Galindo en La mente y el crimen, el coraje de Crevenna al representar una relación lésbica en Muchachas de uniforme. La retrospectiva aspira a “mostrar la relación simbiótica entre intelectualidad y popularidad, y como una cultura cinematográfica capaz de sintonizar con su audiencia, puede atreverse a ser casi cualquier cosa y lograr cuanto quiera intentar”, según destaca Olaf Möller, curador del programa junto al crítico de cine Roberto Turigliatto.
Esta excepcional retrospectiva se realizará gracias a la colaboración de la Cinémathèque Suisse, el servicio de transmisión y distribución MUBI, la Cineteca Nacional de México, la Filmoteca UNAM y el Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE). Llegará acompañada por un volumen de ensayos que profundiza en esta etapa del cine mexicano y en los valores estéticos de las películas. Una vez finalizado el Festival de Locarno, transitará por prestigiosas instituciones internacionales.
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