Lidia Señarís Cejas, vicepresidenta de la FEU de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana, frente a Fidel Castro y otros dirigentes en el Congreso de la UPEC en 1986

El 26 de octubre de 1987, un grupo de estudiantes de periodismo de la Universidad de La Habana fue convocado a comparecer en un auditorio del Palacio de la Revolución, normalmente reservado para las reuniones del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. El motivo era hasta el momento inédito: sostener un encuentro con Fidel Castro. El cónclave, que duraría unas largas doce horas, sería calificado por los participantes como un “debate abierto entre revolucionarios”, concebido con el propósito de abordar las crecientes preocupaciones de los estudiantes sobre la cada vez más inoperante “política informativa” de la isla, así como el papel de la prensa cubana en un contexto geopolítico tan rápidamente cambiante como el de finales de la década de 1980. Eran los tiempos de perestroika (reforma política) y glasnost (transparencia) en la Unión Soviética. Sus aires turbulentos, por supuesto, llegaron a la isla caribeña del mismo modo en que durante décadas había estado llegando casi todo desde el Este. Como era de esperar, las aulas de la carrera de Periodismo y los pasillos de los periódicos no estaban cerrados. La combustión soviética había empezado a envalentonar a la nueva generación de periodistas cubanos, quienes con más o menos cautela se lanzaban a cuestionar las limitadas funciones y libertades que padecían como profesionales de los medios de comunicación.

Aquella reunión con la dirección política del país, sin embargo, no tardó en pasar de un diálogo en que todos estarían de acuerdo a convertirse en una confrontación entre dos visiones distintas sobre la función del “periodismo revolucionario”: por un lado, la de una vocación independiente y crítica que sirviera a la ciudadanía cumpliendo con la función de dar acceso a una información creíble; por el otro, la de la defensa políticamente comprometida de las conquistas de la Revolución, llevada a cabo por “soldados ideológicos” y “revolucionarios conscientes” que fueran fieles ante todo a “un único líder, nuestro Comandante en Jefe Fidel”. Esta segunda visión era la de Carlos Aldana, el principal convocante de la reunión, entonces censor supremo en tanto jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del PCC, y el hombre encargado de dirigir las purgas contra estudiantes y profesores de la Universidad que tendrían lugar durante los meses finales de 1987.[1]

El escritor cubano Amir Valle, ahora en el exilio, era por entonces estudiante de cuarto año de Periodismo en la Universidad de La Habana y fue un claro protagonista en la reunión con Castro. En su libro La estrategia del verdugo (2020) ha calificado el histórico intercambio como una especie de Revolución de Octubre dirigida por los estudiantes: “el mayor acto de rebelión de los periodistas cubanos contra el Establishment propagandístico castrista” durante el período revolucionario.[2]

Este artículo utiliza ese dramático episodio como marco, pero también como trampolín para explorar más profundamente las trayectorias profesionales de los estudiantes cubanos de periodismo, partiendo de que estos han ido dejando atrás las teorías y técnicas enseñadas en la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana (rebautizada como Facultad de Comunicación en 1993), para intentar adoptar y ejercer una práctica periodística real, en un país donde todos los medios legales de comunicación (prensa, radio y televisión) son portavoces más o menos oficiales de entidades partidistas, estatales o paraestatales. Para ello me concentro en un período clave para la historia del periodismo cubano posterior a 1959. Uno en que considero tuvo lugar una (otra) transición frustrada al interior de los medios de comunicación. A dicho periodo, comprendido entre 1985 y 1990, el profesor y periodista Wilfredo Cancio Isla lo ha llamado como los “años en que vivimos peligrosamente”.[3]

“Los años en que vivimos peligrosamente”: 1985-1990

Lidia Señarís Cejas es periodista y escritora cubana residente fuera de la isla desde hace años. En 1986 ostentaba el cargo de vicepresidenta de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana. Ese mismo año, sería delegada al V Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba, celebrado entre el 24 y el 26 de octubre. Uno de los días de sesión, Lidia tuvo que acercarse al estrado donde se encontraban los dirigentes gubernamentales. Entre ellos estaba Fidel, que mientras hablaba con ella hizo una broma relacionada con su delgadez. La anécdota trascendió hasta la publicación que se editó al concluir el congreso. Cuando le he preguntado a Lidia sobre la década de los ochenta en Cuba, me ha contado esta historia y me ha asegurado que aquella era una época “complicadísima”. Pero decir sólo eso es quedarse corto.

Caricatura publicada en la revista del V Congreso de la Union de Periodistas de Cuba celebrado en La Habana entre el 24 y el 26 de octubre de 1986 | Rialta
Caricatura que alude a la broma de Fidel Castro hacia Lidia Señarís Cejas en el V Congreso de la UPEC en 1986

Por un lado, estaban los dramaturgos que insistían en poner en escena obras con un contenido cada vez más crítico, al igual que los miembros del colectivo Arte Calle, que organizaron una serie de exposiciones de gran impacto. Estos acontecimientos fueron dos de los ejemplos más notables de la diversificación de la escena cultural cubana durante los primeros años de la década de 1980,[4] un fenómeno que también incluyó la aparición de nuevas revistas culturales incluso a nivel de pequeñas ciudades, la celebración de festivales musicales, cinematográficos y culturales en toda la isla, así como un aumento de la cantidad y el tipo de libros publicados; todo lo “que posibilit[ó] el estadillo creativo y reconocimiento nacional de figuras […] hoy considerados nombres imprescindibles de la cultura cubana”.[5] Otro factor que dio pábulo a esta oleada cultural fue el gradual “rescate”, “reinserción” y “rehabilitación” de muchos miembros de la intelectualidad cubana que habían sido de hecho borrados, castigados o silenciados durante los represivos años “grises” de la década de 1970.

Por otro lado, estaban los cambios políticos y económicos que tenían lugar en la Unión Soviética, y que resultaron especialmente trascendentales para los cubanos. A la isla llegaban las noticias de la perestroika en las ediciones en español de revistas soviéticas como Sputnik y Novedades de Moscú, títulos que inundaban los quioscos en aquella época, y que finalmente fueron prohibidas por los comisarios culturales.[6] El experto en medios de comunicación cubanos Juan Orlando Pérez señala que las autoridades prohibieron esas revistas en 1989, en el apogeo de la glasnost, cuando muchas cuestionaban abiertamente los fundamentos de los regímenes comunistas. Esta prohibición, según Pérez, vino precedida de una tendencia, en ámbitos profesionales y académicos, a someter a una crítica cautelosa tanto los fundamentos teóricos como el rendimiento histórico del modelo soviético de periodismo, a la vez que se ponía a debate el papel del periodismo en el socialismo y, particularmente, en las condiciones de la Revolución Cubana. Para él, esta disposición a discutir estos temas se daba en el marco de una reacción política general contra los efectos de la adopción acrítica del modelo soviético de socialismo, bajo el cual, por cierto, los periodistas cubanos llevaban al menos veinte años escribiendo.[7]

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Atrapados en esta “complicadísima” década, se encontraban líderes estudiantiles como Lidia Señarís, que compartían la creciente frustración de sus compañeros por el lamentable estado del periodismo cubano, pero de quienes también se esperaba que impusieran una cierta ortodoxia ideológica entre sus colegas. Esta creciente presión estallaría en un memorable episodio que resulta fundamental para entender el frustrado desarrollo del periodismo en la isla: aquella “Revolución de Octubre” de los estudiantes en 1987 de la que habla Amir Valle.[8]

Wilfredo Cancio Isla: “Nada periodístico me es ajeno”

Además de las dinámicas contradictorias que se desarrollaron dentro de la prensa cubana en la década de 1980, Juan Orlando Pérez señala que siempre había existido una tensión ideológica entre la práctica prerrevolucionaria del “periodismo liberal” y la adopción oficial de la interpretación soviética de la definición de Lenin de la prensa, entendida esta como instrumento del Partido para la propaganda, la lucha ideológica y la organización y educación de las masas: “Si en los años sesenta los periodistas cubanos juraron fidelidad a la Revolución y aceptaron las restricciones impuestas a su trabajo en nombre de la salvación de la Patria, los jóvenes periodistas entrevistados por mí se muestran reacios a hacer lo mismo”.[9]

De hecho, Pérez considera a los cuarenta y siete entrevistados que tuvo en cuenta en la investigación para tesis doctoral –todos ellos licenciados en Periodismo por la Universidad de La Habana durante la década de 1990– como los “herederos ideológicos” de la breve apertura de los medios de comunicación cubanos entre 1985 y 1990, así como de la transformación del plan de estudios de la Facultad de Periodismo durante ese tiempo.

Es improbable que exista una mejor fuente para describir aquellos años en la Universidad que quien fuera profesor de Periodismo de Pérez, el periodista Wilfredo Cancio Isla. Antes de convertirse en el destacado profesional de los medios que es hoy,[10] Cancio obtuvo una licenciatura en Periodismo en la propia Universidad de La Habana en 1982. Tras graduarse, permanecería en esa casa de estudios entre 1983 y 1994 enseñando y trabajando, en conjunto con un equipo docente de colegas, en el fortalecimiento de las normas de admisión de la Facultad de Periodismo y en el rediseño de su plan de estudios. Cuando Cancio recuerda sus cinco años como estudiante de periodismo en La Habana (1977-1982), los describe como una época de creciente frustración debido al fuerte contenido ideológico del currículo de la carrera, pero también a una notable deficiencia en la formación profesional y cultural. “Era un programa de estudios ortopédico y dogmático heredado de la Universidad de Lomonosov”, rememora, “y sólo pudimos superarlo gracias al talento docente de algunos de nuestros profesores”.

En aquella época, señala, “la carrera de Periodismo tenía un plan de estudios que habría hecho las delicias de George Orwell”.[11] No sólo muchas de las clases eran totalmente inútiles, sino que la distribución de las horas de docencia era desproporcionada con respecto a las necesidades prácticas de los futuros periodistas.[12] A esto se le suma que el ruso era la única lengua extranjera que se ofrecía a los que cursaban la licenciatura, dado el estrecho vínculo existente entonces con la Unión Soviética.

Aunque la intención de Cancio nunca había sido la de dedicarse a la docencia, cuando se graduó en 1983 –por cierto, entre los primeros de su promoción–, y tras cumplir un año de servicio militar, permaneció trabajando en la facultad, decidido a introducir cambios en aquel osificado plan de estudios. “Pasé súbitamente a profesor de muchos de mis hasta entonces compañeros de carrera”, recuerda. “Fue un reto gigantesco para el cual no estaba preparado y del cual pretendí zafarme varias veces a lo largo de mis primeros años de estancia en el claustro universitario. Hoy pienso que fue lo mejor que pudo pasarme”.

Más de un cuarto de siglo después, al recordar su etapa como profesor, Cancio encuentra una especial gratificación en sus tres mayores logros. En primer lugar, pudo trabajar como periodista a la vez que enseñaba en la Universidad. Asegura que esta “doble función” fue mutuamente enriquecedora, ya que “el ejercicio periodístico nutría sustancialmente mi labor como docente. Había un lado de formación, investigación y rigor académico que me imponía la cátedra, y, a la vez, una práctica que legitimaba mi función docente”, “mientras que, por el otro, mi ejercicio del periodismo legitimaba mi función docente”. Asimismo, el hecho de que pudiera ejercer su profesión “sin tener que formar parte o estar atado a la plantilla de un medio específico, [le] daba cierta flexibilidad para operar” de la que normalmente no gozaban los periodistas a tiempo completo en los medios.

En segundo lugar, Cancio se congratula de haber podido colaborar en la creación de un proceso no ideológico de admisión a la carrera, lo que elevó sustancialmente la calidad de los estudiantes que entraban a la facultad. Entre 1985 y 1992, nos dice, “tuvimos en nuestras manos la capacidad de admitir a alumnos de talento excepcional en función de su potencial real para la profesión, sin sobrevalorar sus posiciones político-ideológicas y sus notas de educación media, que no siempre revelan los conocimientos y habilidades pertinentes”. A su vez, llegó a participar en la transformación del plan de estudios de la facultad, el llamado “Plan C”, que entró oficialmente en vigor en 1990, y que produjo un legado generacional de graduados en Periodismo que contaban con una formación moderna, amplia información, rigor intelectual y fundamentación teórica –un legado del que el propio Juan Orlando Pérez es un ejemplo elocuente.

Para Cancio, su participación en esta reforma docente fue una oportunidad para “cambiar radicalmente” la orientación de la carrera, al liberarla de las clases inútiles y reorientarla hacia materias más urgentes y cursos nunca antes impartidos, como los de Teorías de la Comunicación, Comunicación y Sociedad, Periodismo de Investigación, Nuevas Tecnologías de la Comunicación y, en años posteriores, Periodismo Online. Con esto, explica Cancio, se buscaba que los estudiantes tuvieran más alternativas curriculares y más amplios estímulos intelectuales y culturales. Con esto, además, se logró que en las clases se trataran temas que antes habían sido considerados tabú, y que eran fundamentales para el periodismo liberal y de investigación; por ejemplo, el Caso Watergate y el movimiento estadounidense del Nuevo Periodismo.

Este enfoque curricular “radical”, junto con la autonomía institucional a la que se aspiraba, provocaron muchos conflictos políticos dentro del claustro docente de la carrera. Por ejemplo, el Departamento Ideológico del Comité Central (también conocido como Departamento de Orientación Revolucionaria, y dirigido por el ya mencionado Carlos Aldana hasta 1992) intentó copar el comité de admisiones de “periodistas confiables”, quienes, a su vez, intentaron condicionar políticamente la admisión de alumnos. Cancio señala que los criterios de selección tomados en cuenta por la dirección del Partido pretendían incluso limitar la admisión de los “flojitos”, en clara referencia homofóbica a los aspirantes homosexuales. No obstante –y en esto consiste lo que considera su tercer logro como profesor universitario–, siempre que se pudo, sus colegas de claustro ganaron muchas de esas batallas académicas. “Estoy orgulloso de los estudiantes a los que contribuí a educar”, declaró. “Fue una época clave de profundas transformaciones y desafíos para el periodismo cubano”. Y continúa:

Me gustaría pensar que mi contribución como profesor de periodismo en Cuba no fue en vano y que pudimos lograr avances […] que dejaron huella en mis alumnos, que ahora están repartidos por todo el mundo. Todavía recibo mensajes de decenas de estudiantes, de Cuba o de la diáspora, y su agradecimiento por los esfuerzos –y sueños– que compartimos en las aulas es para mí una gran satisfacción.[13]

La “Revolución de Octubre” de los estudiantes de Periodismo de la Universidad de La Habana (1987)

Para el escritor Amir Valle, el año de 1987 constituyó “un antes y un después” decisivo en su relación con la Revolución cubana.[14] Aunque nacido en Guantánamo en 1967 y criado en el seno de una familia profundamente comprometida con “el proceso revolucionario”,[15] como muchos otros jóvenes periodistas cubanos y en particular los estudiantes de la recién inaugurada Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana (1984), Valle, que entonces tenía veinte años, se sentía cada vez más frustrado por la larga lista de preguntas sin respuesta que él y sus compañeros se hacían sobre las profundas contradicciones y los numerosos silencios de la prensa cubana. Dado el hecho de que la mayoría de sus profesores, los funcionarios administrativos de la universidad y los compañeros que fungían como líderes estudiantiles no tenían respuestas para ellos –puesto que la política de medios de comunicación del gobierno estaba mucho más allá de su control–, en 1987, los estudiantes elaboraron una lista detallada de preguntas en consulta con los estudiantes de cada uno de los cinco años de la carrera de Periodismo, y las enviaron a la cadena de mando con la esperanza de que fueran abordadas por los funcionarios del gobierno y del Partido al más alto nivel. Sin embargo, la sinceridad del cuestionario elaborado por los jóvenes resultó en una suerte de bumerán para la Facultad. “La dirección política se sintió ofendida”, recuerda Cancio Isla, “y dieron la voz de alarma sobre los «graves problemas ideológicos» que padecían estos futuros periodistas”.

De hecho, la franqueza con la que los estudiantes plantearon sus preguntas constituyó un desafío directo, aunque tal vez involuntario, a la “omnipotencia de la dirección política cubana”,[16] toda vez que plantearon críticas que llegaban a la médula de la vigente –y cada vez más inoperante– política informativa cubana: el “triunfalismo” practicado por la prensa cubana, su casi total ausencia de crítica interna, la lógica simplista de buenos contra malos que regía el reportaje internacional, la cobertura celebratoria de las así llamadas “guerras internacionalistas”, la ausencia de libertad de información pública, los rígidos criterios para la aprobación de artículos, la inminente crisis mundial del sistema socialista, el nebuloso significado de la llamada política de “rectificación de errores” y su aplicación en los medios de comunicación, así como lo que los estudiantes veían como un alarmante “culto a la personalidad” que la prensa había construido en torno a la figura de Fidel Castro.

En su relato de lo que vino después de la carta con la lista de preguntas, Amir Valle recuerda que Carlos Aldana decidió que él personalmente respondería a las preguntas en una audiencia con los interesados en la Universidad de La Habana. Sin embargo, justo antes de que tuviera lugar la reunión, se recibió en la Facultad la orientación de que la sede del encuentro se había cambiado. Y así es que los 276 estudiantes fueron conducidos a un auditorio dentro del Palacio de la Revolución.

Una vez sentados, se levantó el telón y apareció un grupo de dirigentes estudiantiles y gubernamentales en el estrado, presidido por Aldana. Como presidenta de la FEU, Lidia Señarís Cejas comenzó la reunión reiterando que el propósito del encuentro –desde la perspectiva de los estudiantes– era establecer “dialogar con quienes podían esclarecer nuestras dudas”. Sin embargo, Aldana sólo pudo responder a las preguntas iniciales de los estudiantes con lo que Valle recuerda como “clichés, medias verdades, palabrería vacía y un evidente menosprecio de nuestro criterios”.[17] En un principio, no estaba previsto que el propio Castro participara en la reunión, pero en realidad había estado siguiendo el desarrollo de los acontecimientos a distancia, a través de un circuito cerrado de televisión, y decidió unirse al evento y tomar el control de lo que sucedía, cuando percibió la indisimulada osadía con que los estudiantes interrogaban a su representante, Aldana. De hecho, Cancio recuerda que, aunque la reunión se preparó inicialmente “con un roñoso sentido del escarmiento desde las altas esferas”, el arrojo de los estudiantes la convirtió en “un detonante de sinceridad, desenfado y cuestionamiento” que ni Aldana ni Castro esperaban.

Si bien la reunión incluyó una aparición sorpresa y un interminable discurso del máximo líder de la nación, ni una palabra de lo que allí ocurrió fue reportado por la prensa oficial de la isla; algo definitivamente inusual si pensamos en que el sistema nacional de comunicación, movido esencialmente por la propaganda política, publicitaba los actos de presencia público del Comandante. De nada sirvió el hecho de que los directores de todos los medios de comunicación nacionales, junto con el pleno del claustro docente de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana, hubieran sido convocados. La orden “de arriba” debió ser mantener aquello sepultado. Asimismo, los estudiantes de periodismo habían pedido en principio que el debate se realizara a puertas abiertas para que participara quien quisiera; pero aquello nunca sucedió: se repartieron invitaciones dirigidas. Tampoco se cumpliría la última petición de los jóvenes presentes, a saber, que las actas del debate fueran ampliamente difundidas para beneficio de los periodistas en activo y los demás estudiantes de periodismo de la isla, aunque se sabe que el Consejo de Estado había grabado el evento íntegramente. Lo que sí se hizo fue distribuir un vídeo editado entre los militantes del Partido como forma de “alertar[les] sobre ciertas desviaciones ideológicas entre los jóvenes y justificar así otra oleada de purgas y reafirmaciones del compromiso revolucionario en el ámbito universitario”.[18]

Tales métodos deliberados de control de la información (y de control de daños) se consideraron necesarios, dada la audacia y temeridad exhibidas por muchos de los estudiantes presentes, quienes valientemente plantearon cada una de sus noventa y seis preguntas en público, preparadas con cuidado y en colectivo, para no dejar sin tratamiento ninguno de los aspectos relativos al sistema de medios de propaganda cubano. La sistemática y abierta exposición por parte de los estudiantes de todos esos temas vitales que hasta ese entonces habían sido tabú, bajo la ingenua convicción de que podrían provocar una apertura en el sistema mediático del país, culminó en el momento más tenso y memorable de la reunión. En un momento, un dirigente estudiantil llamado Alexis Triana estaba intentando formular su pregunta dirigida al estrado, sin embargo, Castro empezó a interrumpirlo. Entonces fue cuando ante el asombro de todos, el joven exigió con voz enérgica al dictador que dejara de interrumpirle “al modo de un padre que no quiere escuchar a sus hijos”. Según Cancio, esta declaración inesperada “sacó al dictador de sus casillas como nunca los presentes pensamos verle”. Si bien el máximo líder dejó que el estudiante terminara de hablar, en algún momento golpeó con su puño en la mesa y amenazó con abandonar la reunión si no se le permitía añadir ciertos puntos que consideraba necesarios. Más tarde, Aldana calificó las palabras de Triana como una “imperdonable falta de respeto al Comandante”,[19] y las utilizó, junto con otros comentarios que supuestamente denotaban una insubordinación por parte de los estudiantes, para justificar el amplio ajuste de cuentas que orquestó tras aquel episodio de rebelión. Curiosamente, aquel joven rebelde que enfrentó a Castro es uno de los principales voceros del Ministerio de Cultura desde su cargo de director del Centro de Comunicación Cultural de esta institución oficial.

Cuando Cancio rememora estos hechos, los asimila a una expresión acuñada posteriormente por el escritor cubano Antonio José Ponte: “tirar de las lenguas para cortarlas mejor”; frase que recoge la clásica estrategia política de alentar opiniones disonantes para luego localizarlas y reprimirlas.[20]

En el caso del periodismo de propaganda cubano, los artífices de la vertical “política informativa” nacional veían los cuestionamientos de los estudiantes de Periodismo como una amenaza directa a su modelo ejecutivo de comunicación, según el cual “la información sólo es bien recibida (y aceptada) si contribuye a los intereses de ejecución” de decisiones políticas que ya han sido tomadas.[21] Así, estos estudiantes –a quienes pronto se les encomendaría la misión de convertirse en los principales “soldados ideológicos” de la isla– “no habían dado muestras de la confiabilidad ideológica y la responsabilidad patriótica” que se esperaba de los “hombres nuevos” (y mujeres) nacidos y formados en una sociedad y un sistema educativo supuestamente revolucionarios.[22]

Aquello que el arrogante y furioso Fidel Castro –y su ejecutor ideológico Aldana–, toma como una irreverencia e insubordinación inaceptables por parte de aquellos a los que más adelante iba a considerar un grupo de “mojonetes”, el propio Cancio lo entendería como un poderoso ejemplo de “la efervescencia crítica y los desplazamientos ideológicos que se estaban generando en la sociedad cubana de los 80s”.[23] Ahora bien, el resultado no fue el esperado por esos jóvenes que ingenuamente tenían la convicción de que la reforma interna o incluso la transición dentro del aparato mediático cubano fuera posible. Al final, aquellos cambios se vieron en última instancia frustrados, lo que dejó defraudada a toda una generación de periodistas. Para Amir Valle, aquel día de la reunión “muchos jóvenes dejaron de creer para siempre”.[24] Para Cancio, “fue el grito una generación de jóvenes que quiso asaltar el cielo y que terminó marcada por la frustración, la censura y la diáspora”. Quizás involuntariamente, continúa, “nos habían dado una bofetada que nos haría despertar del sueño transformador del socialismo cubano”.

El “periodismo revolucionario” ante un callejón sin salida

En 2017, Jesús Arencibia –columnista del diario Juventud Rebelde (2007-2018) y profesor de Periodismo en la Universidad de La Habana (2006-2018), donde obtuvo la licenciatura (2006) y la maestría (2012) en Periodismo y Ciencias de la Comunicación, respectivamente– publicó un atrevido y revelador artículo titulado “Periodismo cubano: ¿Un callejón sin salida?”. Este texto traza un exhaustivo repaso del entonces estado actual del periodismo cubano. Su primer párrafo comienza:

El periodismo cubano debe cambiar. Como una urgencia de vida, debe cambiar. Es casi una verdad de Perogrullo, repetida hasta el cansancio en múltiples espacios de la Isla […]. Sin embargo, no acaban de visualizarse las transformaciones correspondientes en el Sistema de Comunicación Pública.[25]

Arencibia continúa afirmando que su observación crítica está muy lejos de ser nueva, y no se limita a los disidentes políticos o incluso a la hornada de periodistas independientes que apenas entonces resurgían en toda la isla. Como hemos podido apreciar al principio de estas páginas al referirme a las batallas en torno a la política informativa cubana durante la década de 1980, aquellos análisis críticos y los enérgicos llamamientos al cambio también podían encontrarse en “discursos de las autoridades, foros intelectuales, eventos del propio gremio periodístico”, y, lo que es más importante, en “conversaciones en las esquinas”, por no mencionar, entre los propios estudiantes de la carrera de Periodismo de la Universidad de La Habana.

En este artículo –así como en una versión abreviada simultáneamente publicada en el sitio web del innovador think tank independiente cubano Cuba Posible)– Arencibia enumera exhaustivamente muchos de los nocivos, y de hecho estructurales, “síndromes” que han plagado durante mucho tiempo al periodismo cubano, y allanado el camino para que este termine atrapado en ese “callejón sin salida”. Entre ellos figuran el “divorcio” entre la realidad cubana y lo que se encuentra en las páginas de la prensa oficial: una plaga de uniformidad –incluso unanimidad– de contenidos; la estudiada práctica de la “autocensura” y el recurso al “síndrome del misterio” para evitar la difusión pública de informaciones desfavorables, siempre justificadas con el empleo cansino de “frases paralizantes” del tipo “no es el momento apropiado”, “no podemos dar armas al enemigo” y “vivimos bajo una plaza sitiada”.

Luego está la falta de cualquier marco legal o protección para el ejercicio del periodismo, la hegemonía del PCC sobre los medios por virtud de su supuesto carácter de “máxima expresión de la conciencia crítica de la sociedad”, y la acérrima herencia del “modelo periodístico soviético”, que entiende a la prensa como “un apéndice de la burocracia del Partido, sujeta a un sistema vertical de dirección política e ideológica, en la que esta cumple ante todo un papel de agitación y reiteración”.[26] Arencibia también señala que casi ninguno de los síndromes anteriores es exclusivo del periodismo, sino que afectan a muchos otros ámbitos de la vida nacional y surgen del sistema político insular. Por lo tanto, los cambios necesarios por los que aboga en el sistema de medios de comunicación de Cuba también requieren “giros superestructurales y estructurales en la sociedad y en la dirección política del país”.

La admisión de Arencibia, citada anteriormente, en la que asegura que las transformaciones, soluciones y “salidas” necesarias frente al “callejón” al que se enfrentan el periodismo cubano y la política informativa imperante en Cuba “no acaban de visualizarse”, resulta especialmente sombría, si tenemos en cuenta que el catálogo de “síndromes” que afectan a la profesión es bastante similar a la lista de cuestiones planteadas con igual urgencia por los estudiantes de periodismo de la Universidad de La Habana en su histórico encuentro de 1987 con Fidel Castro, hace ya treinta años. Este hecho nos enseña de una vez por todas la lección de que no hay salida para el callejón en que se encuentra el periodismo cubano, porque ese periodismo está legalmente restringido a los medios oficiales o a lo que algunos todavía insisten en llamar el “periodismo revolucionario”.

De hecho, aunque muchos periodistas cubanos esperaban que la mejora de las relaciones con Estados Unidos bajo la presidencia de Obama entre 2014 y 2016 socavara el poder de la “mentalidad de plaza sitiada” en Cuba, permitiéndoles un mayor espacio legal en el que operar, el período de 2017 a 2022 sólo ha visto una reafirmación y profundización del monopolio legal del Estado sobre los medios de comunicación. Esto se evidenció primero en el lenguaje restrictivo sobre la libertad de prensa en la Constitución cubana de 2019, luego en los decretos-leyes 370 (2019) y 35 (2021), los cuales establecen rígidos controles sobre la libertad de expresión en Internet, y finalmente en las nuevas regulaciones del sector privado instituidas durante 2021 para los trabajadores por cuenta propia y las micro, pequeñas y medianas empresas (MiPyMEs), de las cuales los medios de comunicación y las profesiones editoriales están explícitamente excluidos.

En otras palabras, la única salida que se puede vislumbrar para ese callejón sin salida consiste en un desmantelamiento de raíz de una política informativa que tiene como pilar central la subordinación de la prensa al Partido, empezando por la legalización del ejercicio del periodismo independiente en la isla. Según lo expresaron con elocuencia Elaine Díaz y su equipo de periodistas independientes de Periodismo de Barrio en un editorial de 2016:

Entre prensa y Partido no existe, ni puede existir, una relación basada en igualdad de condiciones. El Partido espera de la prensa sumisión […]. Para recuperar la credibilidad del periodismo ante la sociedad es indispensable recuperar su independencia. No se trata de enemistar, sino de independizar. Un Gobierno que defiende valores independentistas no debe considerar enemigos a quienes deciden ser independientes.

Esto nos lleva a una última cuestión tratada por Arencibia a propósito de la entonces reciente emergencia de “voces y espacios alternativos” que, según él, “están catalizando, con su osada iniciativa, el necesario cambio” en el periodismo cubano. En efecto, mientras el aparato mediático oficial del gobierno sigue disfrutando de un monopolio informativo legal, estas nuevas voces y medios independientes (muchos de ellos fundados por recién graduados de la carrera de Periodismo de la Universidad de La Habana) han puesto fin a su monopolio informativo en la práctica. Este desarrollo sin precedentes ha aparecido gracias, en primer lugar, al talento, valentía y compromiso con su profesión de estos periodistas, y, en segundo lugar, a la penetración, cada vez más profunda en la isla, de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Así, la irrupción del periodismo independiente en el osificado contexto mediático cubano –debido al uso estratégico por parte de estos periodistas de plataformas digitales que se sitúan cada vez más al alcance de las potenciales audiencias cubanas, pero en gran medida fuera del control de los censores estatales– supone una ruptura fundamental del monopolio informativo gubernamental que trae consigo la aparición de visiones alternativas de la realidad, y la fractura de lo que Cancio denomina “el relato monocorde de la información sesgada y manipulada”.

Al mismo tiempo, el aumento de la represión contra la prensa independiente, como también el exilio forzado de muchos de sus principales exponentes entre 2019 y 2022, indican que el gobierno cubano pretende que este nuevo empeño por rehacer el periodismo cubano y asegurar su independencia permanezca condenado al fracaso.


Notas:

[1] Cfr. Amir Valle: La estrategia del verdugo. Breve panorama de la censura cultural en Cuba, Miami, Puente a la Vista Ediciones, 2020, p. 55. Carlos Aldana acabaría por caer en desgracia en 1992, cuando fue liberado de sus funciones y encarcelado bajo cargos de corrupción.

[2] Ibídem, p. 167. Yo añadiría que otro momento de “rebelión” igualmente significativo para el periodismo cubano tuvo lugar en junio de 2016, cuando un grupo de nueve jóvenes periodistas del periódico provincial Vanguardia, órgano del PCC en Villa Clara, leyó en voz alta una carta de protesta en defensa de su derecho a publicar en medios digitales independientes.

[3] Wilfredo Cancio Isla: “Los años en que vivimos peligrosamente: desafíos del modelo comunicativo cubano y jóvenes periodistas cubanos (1985-1995)”, Primera Conferencia de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos, Florida International University, Miami, 9-11 de octubre de 1997, inédito. Agradezco la gentileza del profesor Cancio Isla por haberme facilitado el texto de su charla.

[4] A finales de la década de los ochenta habían surgido otros movimientos artísticos, cada uno de los cuales representaba un desafío a la política cultural revolucionaria establecida en Cuba. Además de Arte Calle, entre estos grupos y publicaciones se encuentran Castillo de la Real Fuerza, Naranja Dulce, Credo, Albur, y Paideia. Aunque diversos entre sí, su objetivo común era abrir “un espacio de promoción de la abundante y variada creación de la vanguardia de la isla, en todas las manifestaciones”, y lo hacían buscando más independencia de las instituciones culturales oficiales, como el Ministerio de Cultura, la UNEAC y la Asociación Hermanos Saíz (AHS), si bien muchas veces estaban técnicamente asociado con y hasta patrconados por ellas. Cfr. Amir Valle: Ob. cit., pp. 160-161.

[5] Ibídem, pp. 155-156.

[6] Se estima que en 1985 circulaban en Cuba unos trece millones de ejemplares de periódicos y revistas extranjeras, la gran mayoría de origen soviético y de Europa del Este.

[7] Juan Orlando Pérez: “The Son of the Scribe: The professional ideology of the young Cuban journalists”, tesis de doctorado, Universidad de Westminster, 2005, pp. 114-115.

[8] Amir Valle: Ob. cit., p. 154.

[9] Juan Orlando Pérez: Ob. cit., p. 98.

[10] Durante su vida en Cuba, Wilfredo Cancio Isla cultivó la crítica de teatro y cine en las principales publicaciones culturales del país, como en las revistas Revolución y Cultura, El Caimán Barbudo y Cine Cubano, y los periódicos Trabajadores y Juventud Rebelde, mientras trabajaba a tiempo completo como profesor de Periodismo. Tras exiliarse en 1994, Cancio trabajó en una serie de relevantes medios de comunicación impresos, audiovisuales y web en español, en Estados Unidos; entre ellos, El Nuevo Herald (1998-2010), América-TeVe (2010-2013), Diario Las Américas (2013-2014), Telemundo (2015-2017), Radio y TV Martí (2017-2018) y, desde 2019, CiberCuba.

[11] Wilfredo Cancio Isla: Ob. cit.

[12] El currículo de la carrera incluía las asignaturas Historia del Movimiento Comunista Internacional y de los Movimientos de Liberación Nacional, Historia Contemporánea (que comenzaba con la Revolución de Octubre de 1917 y terminaba con el socialismo de la Unión Soviética), dos semestres de Propaganda y Agitación, otros dos de Historia de la Prensa Comunista y Obrera, tres semestres de Economía Política del Socialismo y otros tres de Comunismo Científico. (Wilfredo Cancio Isla: Ob. cit.)

[13] Wilfredo Cancio Isla: “Mi gran sueño es una Cuba sin hostilidad ni caciques de turno.” Diario de Cuba, 19 de noviembre, 2010. El texto puede consultarse en línea en el blog Baracutey Cubano.

[14] Amir Valle: Ob. cit., p. 154.

[15] El padre de Amir Valle había llegado a ser un oficial de alto rango en el Ejército Rebelde de la provincia de Oriente durante la lucha armada contra la dictadura de Batista. Pero hay más: el señor había llegado a conocer en su infancia a la familia Castro, por allá por la década de 1930. Estas relaciones en el pasado hicieron posible que el escritor y su familia llegaran a ser amigos personales de muchos de los líderes históricos de la Revolución, incluidos Fidel y Raúl Castro.

[16] Wilfredo Cancio Isla: Ob. cit., 1997.

[17] Amir Valle: Ob. cit., p. 173.

[18] Wilfredo Cancio Isla: Ob. cit., 1997.

[19] Amir Valle: Ob. cit., p. 175.

[20] El episodio de los estudiantes de periodismo cubanos y su desenlace tiene cierta semejanza con la tristemente célebre Campaña de las Cien Flores de Mao, entre 1956 y 1957. Como se sabe, el dictador chino invitó a “que florezcan cien flores, que compitan cien escuelas de pensamiento”, sólo para después eliminar a aquellos ciudadanos, especialmente escritores e intelectuales, que consideraba una amenaza para su gobierno.

[21] Wilfredo Cancio Isla: Ob. cit., 1997.

[22] Ídem.

[23] Ídem.

[24] Amir Valle: Op. cit., p. 174.

[25] La cursiva es mía.

[26] Julio García Luis: “En una cuerda fina y tensa”, Juventud Rebelde, 21 de octubre, 1990, pp. 8-9. (Citado en Jesús Arencibia Lorenzo: “Periodismo cubano: edición contra cierre”.)

* Una versión en inglés de este texto apareció publicada en Review: Literature and Arts of the Americas, no. 105, diciembre, 2022.

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1 comentario

  1. Estas son anedotas que se deben promulgar para er si por fin la gente ve lo que esta revolucion a traido a cuba,todos sabemos que el periodismo en Cuba siempre fue controlado por el pcc de ahi que se nobran organic oficial

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