‘Tótem’, de la cineasta mexicana Lila Avilés, un resguardo contra la muerte

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Fotograma de ‘Tótem’, Lila Avilés, dir., 2023. Imagen: MoMA.
Fotograma de ‘Tótem’, Lila Avilés, dir., 2023. Imagen: MoMA.

Es muy probable que la fiesta organizada en Tótem (2023), segundo largometraje y película más reciente de la directora mexicana Lila Avilés, resulte una de las celebraciones más tristes del cine latinoamericano. En la película, se festeja el cumpleaños 27 de Tona, un joven pintor enfermo de cáncer, el padre de Sol, la niña de siete años que protagoniza el relato. La celebración, los preparativos y su consumación marcan las dinámicas familiares y el carácter del conflicto y, por supuesto, el clima de la narración. Resulta un dispositivo narrativo para explorar una familia golpeada por la inminente pérdida de uno de sus miembros. Mas la mirada de Avilés se detiene, especialmente, en la experiencia de Sol, quien, sin poder sopesar la complejidad de la situación, siente cercana y teme la muerte de su padre.

La fiesta tiene en Tótem un matiz ritual, como en las festividades originarias de México. Todos saben que el deceso de Tona es inminente y experimentan la situación como una amenaza. Quizás por eso, a diferencia de los cumpleaños donde la alegría se sublima, la celebración en este filme no hace sino encubrir una profunda tristeza. La parafernalia típica de estos eventos (los globos, los regalos, los dulces, las canciones) no hace sino esconder el dolor, resultan un modo de batallar contra la muerte. En rigor, la fiesta simula celebrar el cumpleaños de Tona, cuando es en realidad una despedida. Al menos los adultos saben que su muerte supondrá una fractura irremediable para la familia.

Casi al terminar la película, al momento de cortar el pastel, un plano aísla a Sol frente a las velas. Silenciosa, con los ojos abiertos, la pequeña mira al vacío después de pedir un deseo. La algarabía, el júbilo desencadenado entre quienes la rodean, la risa, no mitigan en ella el dolor y la pena por la sensación de que no tendrá por mucho tiempo más a Tona a su lado. Esa angustia, que frustra toda su ilusión de felicidad, ha venido tejiendo todo el tono del relato.

Tótem es un filme coral que consigue con brillantez auscultar el mundo doméstico de este núcleo filial y sus integrantes. El espectador es sumido en la tormenta afectiva, en la convulsa cotidianidad, de unas personas que, con todo y sus diferencias, a pesar de vivir una situación económica poco favorable, hacen hasta lo imposible por alegrar el día de su cumpleaños a Tona y por sentirse unidos otra vez. Pero, aunque la proximidad de la muerte y el infortunio de la enfermedad median todo el tiempo en las acciones y conversaciones de los personajes, la tragedia no detona, se expresa cuasi imperceptible en la dinámica doméstica, en los diálogos, en las tareas hogareñas… Al centro de ese clima de aparente normalidad se halla Sol: es su visión la que filtra el retrato visceral de la familia.

Al comienzo, Sol y su mamá van en auto a casa de los abuelos paternos de la niña, donde se celebrará el cumpleaños. En algún momento, a punto de atravesar un puente, la pequeña comenta que si piden un deseo mientras aguantan la respiración, ese deseo se hará realidad. ¿Cuál es su deseo?: que su papi no se muera. El espectador sabrá, en ese instante, que la historia girará alrededor de la sensibilidad de esta niña sacudida por la sensación de no poder ver más a su padre. Ya en su destino, Sol pide constantemente ver a Tona, pero sus tías Nuri y Alejandra, ocupadas en los preparativos de la fiesta, no la dejan, pues Tona necesita descansar para salir a compartir con la familia en la noche.

A partir de este momento y durante todo el metraje se despliega un fragmentario y accidentado registro de la dinámica doméstica de ese excepcional día en que toda la familia, amigos incluidos, se dan cita para reunirse con el enfermo. En un estilo cercano al de La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001), Tótem hace a un lado toda pauta dictada por la estructura del relato clásico, para avanzar por medio de la acumulación de rutinas, conversaciones, accidentes domésticos, juegos infantiles, actividades triviales a veces, que tejen el intrincado habitus de ese colectivo y que develan las diferencias personales de sus miembros, sus rutinas de conveniencia, las crisis afectivas que atraviesan, las torceduras de carácter de los mayores y los niños y también la voluntad de cohesión y pertenencia que anima a cada uno.

El crecimiento dramático se sostiene bastante en las conversaciones, reveladoras de la visión particular de cada uno de los personajes, y especialmente en la fotografía. ¡Uno de los valores indiscutibles de Tótem emana del diseño visual! La cámara en mano, sumamente expresiva, trabaja sobre todo con primeros planos o planos muy cerrados sobre los actores y los objetos, unas vistas que mantienen al espectador próximo al cuerpo, a la mirada, a los gestos de los protagonistas.

Esa cercanía contrasta con la atmósfera de caos que los preparativos de la fiesta condicionan: la tía Nuri intenta cocinar mientras discute con su hija Esther; Alejandra pelea por cualquier motivo y riñe en algún momento con Nuri porque necesita usar el baño para lavar su cabello; la propia Alejandra recibe a una suerte de espiritista en la casa para limpiar las malas energías; Roberto, el abuelo psicólogo, atiende en su consulta a una paciente a la que habla con un laringófono, secuela de un cáncer; Napo, otro tío, empuja a la familia a hacer terapia cuántica… Todo es un poco trastornado dentro de la casa, mas, cuando la cámara se detiene frente a un rostro o posibilita escuchar un parlamento, por nimio que parezca, el sufrimiento y la presencia castrante de la enfermedad ensombrecen la escena. Tótem es una obra de sutiles percepciones, donde el sentido se articula bajo el código de un criterio expositivo que insinúa, señala, nunca dice directamente.  

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La edición contribuye a reforzar esa sensación de tristeza y desgracia al montar las escenas en atención al estado emocional de los personajes. Se pasa de una mirada a un gesto, de una acción a un comentario, que explican el abatimiento, la molestia, el desconcierto, la alegría, la desesperación, el dolor que les asiste. Cada uno de estos recursos –la dramaturgia, el montaje, la fotografía– reportan a Tótem un tono cuasi documental que refuerza el naturalismo con que se expresan las emociones y el impacto con que estas alcanzan al espectador. Y hablando de emociones, este filme es, aunque con tintes de comedia, un melodrama en toda regla, un melodrama contenido, donde el sentimiento se trenza con la festividad.

Por supuesto, el personaje en que más se transparentan los sentimientos de dolor, azoro, angustia…, es Sol. Mientras la casa se sumerge más en el furor festivo, Sol no hace sino caminar, extrañada, un poco confusa, por las habitaciones y los recovecos de la vivienda, esperando el momento en que, finalmente, pueda ver a su padre. Pregunta una y otra vez por Tona, juega con los animales que se encuentra a su paso, descansa en los muebles o en el piso, se esconde en algún cuarto y pregunta a la asistente del celular de su abuelo cuándo será el fin del mundo… Cuando llega el momento de la fiesta y todos conversan y sonríen en el patio, ella se mantiene distante, no se arrima a la gente. Prefiere ir a la habitación de su padre y preguntar a Cruz, la señora que se encarga de los cuidados, si ya puede pasar.

Y el encuentro, los pocos minutos que Sol y Tona pasan solos, resulta brutalmente conmovedor. Todo el metraje que antecede a este momento, en el que la película ha ido desnudando el imaginario infantil de Sol, su inocencia y los deseos de ver a su padre, su sensibilidad, desemboca en un encuentro que, sin excesos de sentimentalismo, ni énfasis afectivos, estruja el alma de los espectadores.

En 2018, Avilés presentó La camarista, su ópera prima, un filme que le reportó elogios por parte de la crítica y disímiles reconocimientos en festivales internacionales. Tótem, por su parte, se estrenó en el Festival de Cine de Berlín, donde fue el único filme latinoamericano en la contienda por el Oso de Oro, hecho que vino a confirmar la singular fuerza de esta realizadora. Al ocuparse de la pena de esta familia de clase media mexicana, de las tensiones y personalidades que la componen, al atender el cosmos afectivo de una niña de siete años que teme perder a su padre, la directora se distancia favorablemente de esa mirada recurrente en el cine mexicano relacionada con la violencia estructural y física que tanto azota al país. Fuera de la intencionalidad de algunos parlamentos y del simbolismo de algunos nombres y escenas que remiten a la cultura mexicana, Avilés esculpió una obra universal, capaz de mostrar el modo sutil pero devastador en que oficia el dolor ante la inevitable muerte de un ser amado.

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Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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